Sunday, July 27, 2008

El señor en la ventana

Algunas noches nos asomamos a la ventana de la cocina y vemos al otro lado del patio, enmarcado en la suya, a un señor mayor cenando en camiseta interior de tirantes, de esas camisetas blancas de algodón que salían mucho en las películas italianas de los años cincuenta, o que si no salían me pega a mí que deberían. Presumiblemente debe de ir también en calzoncillos, porque alguna vez le hemos visto andando por su cocina de esa guisa. Tendrá unos setenta y tantos. Está bastante gordo y se le desbordan las chichas por los tirantes, debajo del sobaquillo, pero no es una gordura sebosa, gelatinosa, bamboleante, sino más bien compacta, marmórea. Se le ve al hombre bastante fornido, como si a lo largo de su vida hubiese desempeñado labores de considerable exigencia física. Se mete grandes bocados y luego mastica mucho. Tiene la mesa delante de la ventana y a veces mira hacia el frente, o sea hacia el vacío oscuro del patio; otras gira la cabeza y mira un poco la televisión, que siempre tiene encendida, a un lado (se oye el rumor y se ven los destellos, los cambios de claridad de la pantalla reflejados en los azulejos); pero sobre todo mira abajo, al plato. Tarda una eternidad en cenar, no sé si por lento o porque se mete entre pecho y espalda medio supermercado. Vuelves después de media hora o tres cuartos, y allí sigue el hombre, masticando. Se pasa la vida cenando.

Saturday, July 26, 2008

Un esperpento de Valle

Ayer fuimos a ver Los cuernos de Don Friolera, de Valle Inclán, en el Teatro Español.
A mí no me gusta mucho -por no decir casi nada- el teatro, así, en general, porque me parece demasiado artificial, fingido, exagerado y, en definitiva, molesto: los actores siempre gritando y sobreactuando, impostando la voz ridículamente, las impepinables gilipolleces del director escénico de turno (que suele plantar armatostes simbólicos para jodernos la perspectiva), la pedantería que sobrevuela el ambiente (esa pretendida voluntad de arte, tan estúpida), las cabriolas y gestos y bailes y gimoteos y... ¡hasta los aplausos prolongados del público al final, obligados a engordar -cada noche, como si fuese la última- el tremendo ego de "los artistas"! Vamos, que todo en el teatro me echa un poco para atrás. Pero siempre que representan una de Valle Inclán me gusta ir a verla, no sé si por masoquismo (el grado de exageración en sus obras suele ser aún mayor que el habitual) o porque siempre he tenido una especial querencia -no estrictamente literaria- por este escritor (aunque estilísticamente persigo los antípodas, tampoco creo que sus obras sean mera palabrería emperifollada). Desde que era pequeño, mucho antes de leerlo, Valle Inclán ha ocupado un lugar de honor en mis ensoñaciones literarias, sentimentales y legendarias, sobre todo por los viajes en tren a Galicia, cada verano, y los paseos por los campos de la Tierra del Salnés. Me hace gracia el personaje, y siempre me han fascinado esos paisajes rurales tan valleinclanescos...
Bueno, a lo que íbamos. Resulta que me ha gustado el esperpento éste que vimos ayer; no tanto como el Luces de bohemia de hace unos años (ésa sí que es una verdadera obra maestra), pero bastante más que otras. Creo que es la primera vez que un director teatral ha acertado con su interpretación, con sus toques personales y su puesta en escena (rara es la vez que no la cagan en este punto). Ángel Facio ha sabido comprender el texto de Valle y ha encontrado la manera más adecuada de presentárselo al espectador de hoy. Además, las interpretaciones de Rafael Núñez, Nancho Novo y Tete Delgado le dan las dosis perfectas de comicidad grotesca y guiñolesca que requieren los personajes, pero también de naturalidad y actualidad para que nos descojonemos sin esfuerzo.
Dice Facio que Los cuernos de don Friolera es "una cabriola costumbrista que clausura, con una mueca, el estricto drama de honor calderoniano e incluso todo nuestro afectado y retórico teatro nacional", "un sainete violento, imaginado no al calor del brasero, pero sí al calor de un litro de Valdepeñas y bajo la saludable influencia de una pipa de kif". Amén.

Thursday, July 24, 2008

Blog de notas

Mi principal sitio de lectura es el autobús, sobre todo últimamente que me paso el día recorriendo Madrid de arriba abajo; mejor dicho, de norte a centro, y viceversa. Es un placer ir enfrascado en tu libro con el aire acondicionado mientras por la ventana pasan las calles, los árboles, los coches, los edificios y la gente asfixiada de calor. Lo mejor es llevarse libros del tamaño ideal, o sea entre 120 y 150 páginas, que puedan ser fulminados en unos pocos trayectos. A veces deseas que el autobús se vaya parando en todos los semáforos o que en la siguiente calle haya más tráfico, para que te dé tiempo a terminar de leerlo.
***
En la esquina de los Dolores hay aparcado a todas horas un Suzuki Santana viejo, color caqui, como de explorador de los años setenta. Quizás lo haya abandonado allí De la Cuadra Salcedo antes de embarcarse en la Ruta Quetzal 2008, esa cosa que nadie sabe para qué sirve.
En las últimas semanas ha tomado las puertas de la iglesia un nuevo grupo de mendigos, de litrona y cigarrillos, posiblemente de la Europa del Este, más jóvenes aunque igual de cascados que los antiguos. Todos comparten la piel roja de abotargamiento y una costra morena en brazos, cuellos y frente, como de roña.
Siempre que paso por allí hay alguno meando contra la puerta de atrás del Suzuki Santana, que despide un reguero de pis que se extiende varios metros por la acera dibujando charcos, riachuelos y meandros (nunca mejor dicho) entre las hendiduras del pavimento. La mancha del reguero cada día se hace más grande y quién sabe hasta dónde puede llegar. Los mendigos se pasan el día bebiendo cerveza y meándola, como autómatas.
***
En verano no hay ojos para tantas tetas.

Tuesday, July 22, 2008

Saturday, July 19, 2008

César Aira sobre Cortázar

"Cortázar es el escritor de la iniciación, el de los adolescentes que se inician en la literatura y encuentran en él —y yo también lo encontré en su momento— el placer de la invención. Pero con el tiempo se me fue cayendo. Hay algunos cuentos que están bien. El de los cuentos es el mejor Cortázar. O sea, un mal Borges, o mediano. A propósito de una de las cosas más feas que hizo Cortázar en su vida, el prólogo para la edición de la Biblioteca Ayacucho de los cuentos de Felisberto Hernández, un prólogo paternalista, condescendiente, en el que prácticamente viene a decir que el mayor mérito del escritor uruguayo fue anunciarlo a él, cuando en verdad Felisberto es un escritor genial al que Cortázar no podría aspirar siquiera a lustrarle los zapatos. Sus cuentos son buenas artesanías, algunas extraordinariamente logradas, como Casa tomada, pero son cuentos que persiguen siempre el efecto inmediato. Y luego, el resto de la carrera literaria de Cortázar es auténticamente deplorable."
Hace unos meses se me ocurrió decir en este mismo sitio -o sea, mi blog- que Rayuela de Cortázar y Los detectives salvajes de Bolaño me parecen los típicos libros para adolescentes que quieren ser escritores a toda costa (no es que escriban o quieran escribir, sino que quieren ser escritores, alcanzar esa posición mitificada) y tuve que soportar algún ataque bastante desagradable. Ahora leo esta entrevista del año 2004 de César Aira y veo que no soy el único que piensa algo parecido. Por supuesto, podré estar igual de equivocado que hace unos meses, pero ya no me siento tan solo. Y me alegro. Sinceridad frente a los intocables.
(PD, por si acaso: quede claro que a mí hay relatos de Cortázar y Bolaño que me gustan mucho. Y 2666 y Estrella distante, también)

Tuesday, July 15, 2008

L. B., monaguillo

L. B. era un chico callado, absurdo y aragonés. Tenía la mirada torcida y dispar, como de mula coja. Al amanecer acudía a la iglesia de San Gil Abad con sus ropajes místicos, sus lienzos de misa, sus beatas inconfesas, y nada le excitaba más que imaginar el olor a chocolate caliente derramándose por las piernas de las prostitutas. Las campanas repicaban en la torre mudéjar como cabezas de infieles columpiándose. L. B. observaba los tacones altos de las arrodilladas y se santiguaba frente al sagrario sin mucha convicción. A veces le dolía la mano de tanto masturbarse. Sentía una irresistible repulsión hacia el cura, que disfrutaba dándole collejas.
Adolescente nervioso, corría por las calles saltando para tocar los toldos y gritaba sin venir a cuento. Algunos, sobre todo los quiosqueros, le creían idiota. Inexorablemente, se paraba a babear ante el escaparate de la pastelería de Manuel Segura. Pasaban por su lado los esclavos, los moribundos, los condenados a muerte. Él, sin embargo, estaba convencido de que el mundo es un reloj que no se para, que tiene muy larga cuerda. No hay prisa por fichar. Están los parques, las rocas, la cantina. La melodía del pájaro en el árbol, que cae a plomo sobre el mantel a cuadros y reposa entre los restos de merienda. Cadáveres de obispos entre las rocas y el caballo en descomposición.
A instancias de P., el de quinto, acabó probando las sustancias que nos hacen otros. Se le hinchó el pecho y empezó a llevar la barbilla demasiado alta. Incluso amenazaba con el puño en el patio. Quería ser boxeador. Su madre intuía el peligro en cada gesto. El porro de hachís en la mirada roja, el sabor a aceite viejo de los cáñamos, la rosa de vino en el pecho como un lamparón que no ciega. Una camiseta rota y un muslo de niña que se deja besar. No pasa nada más allá del instante en que se mueren las cosas, cada segundo. Y L. B. lo sabía.

Thursday, July 10, 2008

Sergio Algora, el rey de los juguetes

“A todos los que prendimos de las ramas para ser frutas y acabamos ahorcados: mañana adquiriremos palabras que por fin serán iguales a nosotros y se les concederán a las yemas de nuestros dedos, siempre a punto de morir, todas las orillas desconocidas”.
Sergio Algora, Otro rey, la misma reina.

Tras el último infarto, Nerón ha vuelto al desván de los juguetes, de donde sólo salió porque un día lo soñó alguien que no tenía cabeza. Nerón desfilará sonriente junto al soldadito de plomo, fingirá pitidos con la boca desde el tren de hojalata (agitando los brazos para saludarnos) y boxeará de broma con el osito de los parches escoceses en el culo. Cada noche promoverá revoluciones de un mundo mejor y todos los juguetes saldrán de sus cajas bebiendo vino, cantando y gritando: “¡Nos faltan piezas!”. Nerón inventará nuevos personajes felices y estrambóticos que se harán realidad a medida que él los vaya imaginando. En una esquina del Reino se dispondrá una hilera de camas para hacer mucho el amor. Nerón se asomará a la ventana, quitando las telarañas con la mano, y divisará al fondo el desierto gris de los Monegros. Cada viaje será como un crucero invernal, como un bar oscuro y vacío donde los seres fracasados no terminan nunca de tomar la última.

Quien inventó mi nombre ya no está. La última vez que lo vi bajaba sin tridente por las escaleras del Low Club, como un neptuno entre las aguas, como un emperador romano que se toma a broma la decadencia de su imperio. Sirva ahora de epitafio aquella frase inolvidable de El Niño Gusano: “Tengo un podio en mi casa, soy el primero cuando quiero”.