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Friday, June 29, 2007

Arte verdadero

Hay estos días una discusión muy interesante en nuestro Café de Pombo a propósito del realismo: que si el realismo es esto, que si el realismo es esto otro, que si tal obra es o no realista...
Como cuando estudié Teoría de la Literatura acabé bastante cansado de preceptos estéticos, corrientes literarias y nomenclaturas varias, la verdad es que me da muchísima pereza polemizar sobre estas cosas. Prefiero poner ejemplos concretos de obras con las que disfruto que teorizar en abstracto.
Supongo que todas esas obras que me gustan tienen algo en común, aunque no sepa muy bien qué. En cualquier caso, para evitar malentendidos (el término "realismo" está tan manoseado que ya es imposible hacer uso de él y que todos nos entendamos), creo que se podría hablar de literatura verdadera y de arte verdadero, que ofrece una mirada sincera sobre el mundo, que transmite verdad, vida, emoción, fuerza..., algo que late en sí mismo y que nos hace latir, que respira por sí solo y respira en nosotros, como en una fusión -viva, insisto- de realidad e inteligencia; en fin, la vida. Con esto no aporto ni aclaro nada del debate, ya lo sé. Espero que me perdonéis la indolencia.
Aquí tenéis un ejemplo: el documental Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Walter Ruttman. La obra que más me hubiese gustado hacer:

Tuesday, September 12, 2006

Berlín, sinfonía de una gran ciudad


Berlín, sinfonía de una gran ciudad (1927), de Walter Ruttmann, es un documental fascinante, portentoso, inolvidable. Una verdadera obra de arte que uno no se cansa de ver.
La cámara se convierte en el ojo indiscreto que sale a pasear a las calles y que todo lo ve. Con un ritmo frenético, pero empujado por una curiosidad morosa, ese ojo repasa y enumera todo lo que ocurre en Berlín, paradigma de ciudad moderna, desde que amanece hasta que se pone el sol (es una jornada que resume la rutina de todas las jornadas), sirviendo de espejo a todas las cosas que componen nuestra vida, desde las más pequeñas hasta las más grandes, desde las más visibles hasta las más escondidas. Sin necesidad de tendenciosidad política ni de subrayados, vemos la realidad tal y como es, cuantitativa y cualitativamente: los medios de transporte y de comunicación, las diferentes clases sociales, las formas de trabajo y de diversión, etc.
A las cinco de la madrugada, las calles están vacías, Berlín parece una ciudad fantasma, los edificios de oficinas aguardan silenciosos, las fábricas están vacías, las máquinas esperan quietas, las tiendas están cerradas con las persianas echadas, los únicos habitantes son los maniquíes de un escaparate que contemplan el vacío con su mirada muerta de cadáveres de plástico...
Poco a poco empiezan a aparecer los primeros seres vivos, las calles se empiezan a llenar de manchas caminantes, sombras solitarias que se van reuniendo para ir a sus trabajos, adueñándose de un espacio que hasta ese momento estaba deshabitado. En poco tiempo la muchedumbre (ríos de gente camino de sus trabajos) ocupa la ciudad entera.
Ruttmann realiza, mediante un montaje dialéctico, ciertos juegos simbólicos o metáforas visuales: por ejemplo, vemos cómo la masa impersonal de trabajadores baja las escaleras del metro, siguen planos cortos de piernas y piernas caminando a paso rápido, y entre esas imágenes se intercalan otras de un rebaño de vacas o de un desfile militar; las vacas traspasan las puertas de los establos guiadas por los varazos del ganadero, al igual que los obreros cruzan la verja de la fábrica bajo la atenta mirada del capataz.
En algunas ocasiones, la rapidez del montaje provoca en el espectador la sensación de agobio, de vértigo, de choque: el proceso de fabricación en serie de algunos productos, los distintos resortes de la maquinaria, el comienzo de la jornada comercial (se suben las persianas de las tiendas), las manos tecleando compulsivamente en las máquinas de escribir (aquí, incluso, la imagen empieza a dar vueltas como si nos mareásemos y se convierte en una espiral), el proceso entero de las llamadas telefónicas (muchas manos descuelgan los auriculares, se los ponen al oído, marcan los números, las telefonistas quitan y ponen clavijas en los paneles...) que termina en la metáfora de unos monos chillando y de unos perros peleando ferozmente para denotar la agresividad que conlleva la prisa y el estrés de la vida moderna, la aglomeración de transeúntes en las calles, vendedores ambulantes, desfiles, huelgas, las rotativas de los periódicos, la locura del tráfico —coches, caballos, tranvías, bicicletas, autobuses— que refleja un mundo caótico y peligroso...
La sucesión de imágenes, todas muy hermosas y cargadas de poesía, es infinita, como la vida del hombre en la gran ciudad.