Hay estos días una discusión muy interesante en nuestro Café de Pombo a propósito del realismo: que si el realismo es esto, que si el realismo es esto otro, que si tal obra es o no realista...
Como cuando estudié Teoría de la Literatura acabé bastante cansado de preceptos estéticos, corrientes literarias y nomenclaturas varias, la verdad es que me da muchísima pereza polemizar sobre estas cosas. Prefiero poner ejemplos concretos de obras con las que disfruto que teorizar en abstracto.
Como cuando estudié Teoría de la Literatura acabé bastante cansado de preceptos estéticos, corrientes literarias y nomenclaturas varias, la verdad es que me da muchísima pereza polemizar sobre estas cosas. Prefiero poner ejemplos concretos de obras con las que disfruto que teorizar en abstracto.
Supongo que todas esas obras que me gustan tienen algo en común, aunque no sepa muy bien qué. En cualquier caso, para evitar malentendidos (el término "realismo" está tan manoseado que ya es imposible hacer uso de él y que todos nos entendamos), creo que se podría hablar de literatura verdadera y de arte verdadero, que ofrece una mirada sincera sobre el mundo, que transmite verdad, vida, emoción, fuerza..., algo que late en sí mismo y que nos hace latir, que respira por sí solo y respira en nosotros, como en una fusión -viva, insisto- de realidad e inteligencia; en fin, la vida. Con esto no aporto ni aclaro nada del debate, ya lo sé. Espero que me perdonéis la indolencia.
Aquí tenéis un ejemplo: el documental Berlín, sinfonía de una gran ciudad, de Walter Ruttman. La obra que más me hubiese gustado hacer: