Como es la semana del libro (o algo parecido), han dejado sacar por toda la Gran Vía tenderetes donde venden libros de saldo y de viejo. Deberían dejarlos todo el año, aunque son un peligro. Si te gustan tantas cosas como a mí, puedes acabar comprándote tres libros tan dispares como estos: Los fantasmas de mi cerebro, de Gironella; uno de un periodista argentino poniendo a caldo a Borges y a Kodama; y uno de filosofía del gran Víctor Gómez Pin. Los tres al precio de tres cañas.
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Anoche fuimos al teatro a ver La casa de muñecas, de Ibsen. Qué cosa más ridícula. En los momentos supuestamente más dramáticos te entraba la risa floja.
Los cuatro amigos que soportáis mis arbitrariedades sabéis que en general el teatro no me gusta mucho (me parece todo artificial, forzado, fingido, los actores siempre haciendo de actores, etc), pero si encima ésta es considerada una de las obras más importantes del teatro universal, no tengo más remedio que ratificarme. Y si la protagonista, esa mema integral, es un modelo heroico del feminismo, no me extraña que el feminismo sea lo que es.
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Los cuatro amigos que soportáis mis arbitrariedades sabéis que en general el teatro no me gusta mucho (me parece todo artificial, forzado, fingido, los actores siempre haciendo de actores, etc), pero si encima ésta es considerada una de las obras más importantes del teatro universal, no tengo más remedio que ratificarme. Y si la protagonista, esa mema integral, es un modelo heroico del feminismo, no me extraña que el feminismo sea lo que es.
No creo que fuera todo culpa de los actores, aunque me parecieron tremendamente malos (sólo se salvaba el señor mayor, que lo hacía muy bien). Tampoco creo que fuera culpa de la directora, aunque sus decisiones resultan incomprensibles (para poner la guinda al desaguisado, al final quiere dárselas de guay, de original, y evita dar el famoso portazo. Menuda gilipollez). No sé si es culpa del espíritu escandinavo, tendente -como el drama sureño norteamericano- a la pornografía sentimental, pero no creo: al menos tenemos al gran Knut Hamsun. Será una mezcla de todo...
Y después está el penoso márketing: en el folleto de la obra ponen una foto de Silvia Marsó enseñando la pechuga, a ver si al menos los salidos acuden a verla desesperados.
Salimos del teatro, en plena plaza de Colón, y había parado de llover. Casi no había gente por la calle. Pasaban algunos coches. El suelo mojado. Por fin, la vida.
Salimos del teatro, en plena plaza de Colón, y había parado de llover. Casi no había gente por la calle. Pasaban algunos coches. El suelo mojado. Por fin, la vida.