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Saturday, April 23, 2011

Libros en Gran Vía / La casa de muñecas

Como es la semana del libro (o algo parecido), han dejado sacar por toda la Gran Vía tenderetes donde venden libros de saldo y de viejo. Deberían dejarlos todo el año, aunque son un peligro. Si te gustan tantas cosas como a mí, puedes acabar comprándote tres libros tan dispares como estos: Los fantasmas de mi cerebro, de Gironella; uno de un periodista argentino poniendo a caldo a Borges y a Kodama; y uno de filosofía del gran Víctor Gómez Pin. Los tres al precio de tres cañas.
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Anoche fuimos al teatro a ver La casa de muñecas, de Ibsen. Qué cosa más ridícula. En los momentos supuestamente más dramáticos te entraba la risa floja.
Los cuatro amigos que soportáis mis arbitrariedades sabéis que en general el teatro no me gusta mucho (me parece todo artificial, forzado, fingido, los actores siempre haciendo de actores, etc), pero si encima ésta es considerada una de las obras más importantes del teatro universal, no tengo más remedio que ratificarme. Y si la protagonista, esa mema integral, es un modelo heroico del feminismo, no me extraña que el feminismo sea lo que es.

No creo que fuera todo culpa de los actores, aunque me parecieron tremendamente malos (sólo se salvaba el señor mayor, que lo hacía muy bien). Tampoco creo que fuera culpa de la directora, aunque sus decisiones resultan incomprensibles (para poner la guinda al desaguisado, al final quiere dárselas de guay, de original, y evita dar el famoso portazo. Menuda gilipollez). No sé si es culpa del espíritu escandinavo, tendente -como el drama sureño norteamericano- a la pornografía sentimental, pero no creo: al menos tenemos al gran Knut Hamsun. Será una mezcla de todo...

Y después está el penoso márketing: en el folleto de la obra ponen una foto de Silvia Marsó enseñando la pechuga, a ver si al menos los salidos acuden a verla desesperados.
Salimos del teatro, en plena plaza de Colón, y había parado de llover. Casi no había gente por la calle. Pasaban algunos coches. El suelo mojado. Por fin, la vida.

Saturday, July 26, 2008

Un esperpento de Valle

Ayer fuimos a ver Los cuernos de Don Friolera, de Valle Inclán, en el Teatro Español.
A mí no me gusta mucho -por no decir casi nada- el teatro, así, en general, porque me parece demasiado artificial, fingido, exagerado y, en definitiva, molesto: los actores siempre gritando y sobreactuando, impostando la voz ridículamente, las impepinables gilipolleces del director escénico de turno (que suele plantar armatostes simbólicos para jodernos la perspectiva), la pedantería que sobrevuela el ambiente (esa pretendida voluntad de arte, tan estúpida), las cabriolas y gestos y bailes y gimoteos y... ¡hasta los aplausos prolongados del público al final, obligados a engordar -cada noche, como si fuese la última- el tremendo ego de "los artistas"! Vamos, que todo en el teatro me echa un poco para atrás. Pero siempre que representan una de Valle Inclán me gusta ir a verla, no sé si por masoquismo (el grado de exageración en sus obras suele ser aún mayor que el habitual) o porque siempre he tenido una especial querencia -no estrictamente literaria- por este escritor (aunque estilísticamente persigo los antípodas, tampoco creo que sus obras sean mera palabrería emperifollada). Desde que era pequeño, mucho antes de leerlo, Valle Inclán ha ocupado un lugar de honor en mis ensoñaciones literarias, sentimentales y legendarias, sobre todo por los viajes en tren a Galicia, cada verano, y los paseos por los campos de la Tierra del Salnés. Me hace gracia el personaje, y siempre me han fascinado esos paisajes rurales tan valleinclanescos...
Bueno, a lo que íbamos. Resulta que me ha gustado el esperpento éste que vimos ayer; no tanto como el Luces de bohemia de hace unos años (ésa sí que es una verdadera obra maestra), pero bastante más que otras. Creo que es la primera vez que un director teatral ha acertado con su interpretación, con sus toques personales y su puesta en escena (rara es la vez que no la cagan en este punto). Ángel Facio ha sabido comprender el texto de Valle y ha encontrado la manera más adecuada de presentárselo al espectador de hoy. Además, las interpretaciones de Rafael Núñez, Nancho Novo y Tete Delgado le dan las dosis perfectas de comicidad grotesca y guiñolesca que requieren los personajes, pero también de naturalidad y actualidad para que nos descojonemos sin esfuerzo.
Dice Facio que Los cuernos de don Friolera es "una cabriola costumbrista que clausura, con una mueca, el estricto drama de honor calderoniano e incluso todo nuestro afectado y retórico teatro nacional", "un sainete violento, imaginado no al calor del brasero, pero sí al calor de un litro de Valdepeñas y bajo la saludable influencia de una pipa de kif". Amén.