Saturday, August 16, 2025

La despedida veraniega de Albiac

"El turismo es la peste del siglo XXI. Y él es parte de esa peste. ¿Cómo no va a saberlo? Se acabó el curso. Prepara sus maletas para el viaje.

Y, ¡qué demonios!, él ha amado siempre el verano madrileño. ¿Por qué, sin embargo, viaja cada año por estas mismas fechas? Dirán algunos que es que no está en su sano juicio. ¿Y qué enamorado puede estarlo? Pero alejarse de esta ciudad es, quizá, el mejor modo de saber cuánto se la ama. Y retornar luego a ella, consciente de tan raro privilegio. Su natural tiende al confort sedentario, que le ha costado una vida entera tejer en torno suyo: como una algodonosa tela de amigable araña. Dispone allí de todo. Lo que pudiera interesarle. Poco. Completo y sin esfuerzo. Sabe que no verá, en el lugar del viaje, más realidad que la que leyó antes en alguno de esos libros, pulcramente ordenados ante él en la biblioteca. Los ojos no conocen. Reconocen. Lo sabido.

Y ahora, a punto ya de tomar el avión hacia muy lejos, se sabe irrisorio trasunto de aquel Des Esseintes leído en una novela de Joris-Karl Huysmans. Todo viajero no perfectamente ingenuo sabe serlo, aunque no haya leído en su vida el exquisito capítulo en el que una lectura exhaustiva de las maravillas de Londres exime a su protagonista de tomar el barco cuyo billete tiene en el bolsillo. ¿Para qué va a hacerlo, si nada va igualar lo leído? El protagonista de esa novela de 1884 habita un palacete en las afueras de París. Atrincherado. El mundo, fuera, le aparece como amalgama menor, en nada comparable a ese interior en el que deja transcurrir sus gratos días. Una fastuosa biblioteca. Un bello mobiliario. Nada de lo de fuera puede ofrecerle nada que mejore lo de dentro. Claro que –y eso no está al alcance de todos– Des Esseintes es un riquísimo rentista. Una pena no serlo, se dice el vulgar turista, mientras sigue, resignado, apañando, bien que mal, su maleta.

Y está también el condenado Raymond Roussel. ¿Quién demonios habrá traído ahora hasta la memoria de nuestro potencial viajero al escritor más raro del primer tercio del siglo XX? Y ahí, el odio de este que trata de enlosar con ropa ligera y bañadores su maleta, se dispara a un comedido infinito. No, no es odio; mejor, rencor; o, confesémoslo, una envidia mastodóntica. Porque Roussel no es siquiera un personaje literario como lo era Des Esseintes. Es –fue– un escritor asquerosamente millonario. Que dilapidó una fortuna familiar en hacer lo que le dio la gana. Y que, cuando el último céntimo hubo ardido, optó por morirse. ¿Cómo contaba Roussel haber escrito sus libros sobre los más lejanos confines del planeta? Las Impresiones de África de 1910, por ejemplo. Viajando hasta el lugar elegido. Encerrándose en la mejor suite del mejor hotel para extranjeros ricos. Escribiendo allí. Viajando de vuelta a casa. Corrigiendo lo escrito. Dalí homenajeará ese inaudito genio. La banda surrealista se dará de bofetadas, en los años veinte, para defenderlo. Literalmente. Pero, ¿cómo éste de ahora, con su triste maleta a cuestas, osaría competir con un dandi millonario sin más curiosidad que la de calcular los años precisos para fundir el patrimonio de un par de generaciones.

Todo eso y alguna cosa más le ha venido de pronto, ante la maleta abierta. Pero él, decididamente, no es un estético asceta como Des Esseintes. Ni posee el genio misantrópico de Raymond Roussel. Y ha decidido tomar ese avión de las ni se sabe cuántas mil horas y los bastantes euros. Se aviene a un apaño decorosamente pragmático. Se levanta. De la biblioteca toma un grueso volumen con las obras de Kawabata. Retira un par de zapatos para hacerle un hueco. La maleta pesará algo más. No importa. Da su mentido adiós a todo esto. El turismo es, ciertamente, la peste del siglo XXI. Él es parte de esa peste. Volverá en septiembre."

(Gabriel Albiac, El Debate, 30/07/2025)

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