Monday, January 30, 2012

El número 15 de Usher Island

Antes de ir, Dublín es Joyce como Praga es Kafka. Ciudades literarias o absorbidas por la literatura, ciudades que no existen quizá más que en los sueños neblinosos de un libro recordado vagamente. Joyce se ha adueñado de un escenario de literatura excesiva, excedente, rebosante: Beckett resulta más bien francés; Yeats, Shaw y Wilde, ingleses; Jonathan Swift, satírico universal, y de Bram Stoker sólo quedan los colmillos sangrientos de su famoso personaje. Los dos escritores autóctonos más puramente dublineses, Sean O’Casey y James Clarence Mangan, no tienen en cambio la misma proyección internacional. Por último está el caso singular de Flann O’Brian, que nació en Strabane, condado de Tyrone, pero murió en la capital irlandesa después de beberse media nación a tragos largos, casi sin respirar.

El número 15 de Usher Island, en Jot Down

Saturday, January 28, 2012

The Last Good Day of the Year

Gran canción de Cousteau. Vídeo según gustos: chica con morritos presumiendo de piernas y melena.

Sunday, January 15, 2012

Los pequeños placeres

La frase es demasiado fácil, de típico periodista vago y tontorrón, pero está tan puesta a huevo que resulta dificil resistirse. La diré: es un gran placer leer Los pequeños placeres. Se trata del segundo libro de relatos de Miguel Sanfeliu, el que fuera "escritor casi inédito" y que ya no lo va a ser nunca más (seguirá publicando sin parar).
Sigue este libro la misma línea del primero: un estilo claro, exacto y conciso; unas historias que enganchan, que te obligan a pasar la página con curiosidad; un ambiente realista, cotidiano, de personajes comunes, pero siempre con algo -un rasgo, un detalle, un suceso- que lo trastoca todo y sirve de catalizador del suspense. En general, al leer a Sanfeliu, siempre me siento (aunque quizás es cosa mía) como metido en una atmósfera kafkiana: un mundo real de tan extraño, extraño de tan real, entre la ficción alucinada y la pesadilla de la rutina. En ocasiones se respira en sus relatos tristeza o desencanto; otras veces, una violencia real que ahoga (al estilo de Caché, la peli de Michael Haneke). Se me hace raro pensar que este hombre tan amable y sosegado pueda llevar dentro un asesino en serie... en su versión literaria, claro.
Me gusta mucho la importancia que tienen los detalles en sus historias; también cómo utiliza la voz de la primera persona, en sus distintas modulaciones, para introducirnos en las características psicológicas del personaje-narrador. Y cómo maneja el suspense en el relato.
Por si alguien no se fía de mi criterio: la Esfinge se lo leyó en dos noches y le gustó mucho. Podéis leer un relato aquí y otro aquí. Y para el resto compraros el libro, que ya está bien.

Friday, January 06, 2012

Estanco

"No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Esto aparte, tengo en mí todos los sueños. [...]
Hoy estoy vencido, como si supiera la verdad. Hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morir y no tuviera más hermandad con las cosas que una despedida, convertidos esta casa y este lado de la calle en hilera de vagones de un tren, silbada su salida desde dentro de mi cabeza, y sacudidos mis nervios y chirriantes los huesos en la marcha. Hoy estoy perplejo, como quien pensó y halló y olvidó. Hoy estoy dividido entre la lealtad que debo al Estanco del otro lado de la calle, como cosa real por fuera, y a la sensación de que todo es sueño, como cosa real por dentro.
Fracasé en todo. Como no tenía propósito alguno, todo tal vez fuese nada. Del aprendizaje que me dieron me descolgué por la ventana de las traseras de la casa. Fui hasta el campo con grandes propósitos. Mas allí sólo encontré hierbas y árboles, y gente, cuando la había, igual a la otra. Dejo la ventana, me siento en una silla. ¿En qué he de pensar?
¡Qué sé yo lo que seré, yo que no sé lo que soy! ¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tanta cosa! y tantos hay que piensan ser la misma cosa que no podrán serIo tantos. ¿Genio? En este momento cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo, y la historia no marcará, ¿quién sabe?, ni a uno sólo, ni quedará más que estiércol de tantas conquistas futuras.
No, no creo en mí. ¡En todos los manicomios hay locos descabalados por tantas certezas! Yo, que de nada estoy cierto, ¿soy más cabal o soy menos cabal?
No, ni en mí... ¿En cuántas buhardillas y no-buhardillas del mundo no habrá a estas horas genios-para-sí-mismos soñando? ¿Cuántas aspiraciones altas y nobles y lúcidas -sí, verdaderamente altas y nobles y lúcidas- y quién sabe si realizables, nunca verán la luz del sol real ni hallarán los oídos de nadie?
El mundo es de quien nace para conquistarlo y no del que sueña que puede conquistarlo, aunque tenga razón. He soñado más que cuanto Napoleón hizo, he estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo, he hecho en secreto filosofías no escritas aún por ningún Kant. Mas soy, y tal vez seré siempre, el de la buhardilla, aunque no viva en ella; seré siempre el que no nació para eso; seré siempre tan sólo el que tenía cualidades; seré siempre el que esperó que le abriesen la puerta junto a una pared sin puerta y cantó la cantinela del Infinito en un gallinero y oyó la voz de Dios en un pozo cegado.
¿Creer en mí? No, ni en nada. Derrámeme la Naturaleza sobre la cabeza ardiente su sol, su lluvia, el viento que me busca el cabello, y lo demás, que venga si es que viene o ha de venir, o que no venga. Esclavos por el corazón de las estrellas, conquistamos todo el mundo antes de levantarnos de la cama; pero despertamos y es opaco, nos levantamos y es ajeno, salimos de casa y es la tierra entera más el sistema solar y la Vía Láctea y lo Indefinido. [...]".
(Álvaro de Campos / Fernando Pessoa)

Saturday, December 31, 2011

Moves like Jagger

Para terminar el año, no sé por qué, me apetece poner esto:

Wednesday, December 21, 2011

Raymond Roussel en el Reina Sofía

Domingo, diez de la mañana. Hace un frío polar, las hojarascas del otoño se amontonan en las aceras mojadas, apenas pasan coches por la glorieta de Atocha. Los policías municipales, aburridos y soñolientos, se vigilan a sí mismos. Unos metros por delante de donde yo paso, un viejo lanza un escupitajo verde al suelo desde la puerta de un bar. Dos chicos recién salidos del afterhours traen los ojos como platos, lo miran todo con asombro pero no pueden pronunciar palabra —se les despeña en el abismo que se extiende entre neurona y neurona—. Un hombre emboscado en su abrigo lleva en la mano un cucurucho de periódico con churros grasientos y humeantes. Junto al quiosco de La Once hay un travesti con minifalda vaquera, medias altas fosforitas y zapatillas Nike rosas del número 48. En la entrada del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía una pequeña fila de turistas aguarda el momento de la apertura. La exposición estrella del momento es Locus Solus, aclamada unánimemente por la crítica como un acontecimiento cultural de primer orden.

Raymond Roussel en el Reina Sofía, en Jot Down

Monday, December 19, 2011

Histeria colectiva

Veo en las noticias las imágenes de Corea del Norte, con las muchedumbres llorando la muerte del dictador Kim Jong-il, golpeando el suelo de dolor, clamando al cielo a cuatro patas, y siento una rotunda "vergüenza trascendental".

Saturday, December 17, 2011

La estación fantasma

Pasado el paripé berlanguiano con las fuerzas vivas del lugar, me vi abandonado, solo, en mitad de un paraje desierto. Las taquillas vacías (con la persiana bajada, sin taquilleros/as, los recortes de la crisis), los pasillos silenciosos, un espacio de fantasmas, sólo máquinas y carteles que no indicaban nada. Arrojado a tu propia suerte, a tu intuición norte-sur. ¿Cuál será el andén correcto?




Ni un alma en cientos de metros a la redonda. Como Cary Grant en Con la muerte en los talones, más o menos (más menos que más).

Thursday, December 08, 2011

May June July I count the time

“Far away you've gone, and left me here • So cold without you, so lonely dear • May June July I count the time • Every minute I go takes the smell of your clothes • Further away •• 'Cause you've gone away • Where there isn't a telephone wire • Still I wait by the phone • You don't even write to say goodbye • Goodbye •• I have saved every piece of paper • Like grocery lists and note cards • To do lists and race scores • So just in case you change your mind • And come back, I've kept everything safe •• While you're gone away • Where there isn't a telephone wire • Still I wait by the phone • You don't even write to say goodbye • Goodbye..."




"...Get me out get me off • Get me out get me off • Oh this is a ride going nowhere • But somewhere that I despise • Going nowhere to end up with a tearful • I don't wanna go on with these pieces of paper • That you left behind •• This is a ride going nowhere • But somewhere that I despise • Going nowhere to end up with a tearful • I don't wanna go on with these pieces of paper • To keep me company in my old age •• While you're gone away • Where there isn't a telephone wire • Still I wait by the phone • Why don't you write to say goodbye • Goodbye...”

(Gone Away, My Brightest Diamond)

Tuesday, December 06, 2011

El París de Jean-Paul Clébert

Después de casi sesenta años olvidado, perdido entre los estantes polvorientos de las librerías de viejo, en 2009 se reeditó en Francia Paris insolite de Jean-Paul Clébert, en la pequeña editorial Attila. Su éxito fue tan fulgurante como el que obtuvo con la primera edición de 1952, en la mítica Denoël —con ilustres compañeros de catálogo como Aragon, Artaud o Céline—, cuando vendió más de treinta mil ejemplares y recibió los encendidos elogios de escritores de la talla de Henry Miller o Raymond Queneau. Aunque parezca increíble, en todo este tiempo a nadie se le había ocurrido recuperar la obra. Tuvieron que llegar unos jóvenes entusiastas con poco dinero y suficiente inteligencia para hacer justicia, mientras de paso daban el pelotazo, con todo merecimiento. Parece que no sólo España está llena de editores ciegos.

El París de Jean-Paul Clébert, en Jot Down.


Saturday, December 03, 2011

Adecentar el salón

Veo que me llega una avalancha de lectores siguiendo la mención de mi amigo Jabois en su entrevista en Jot Down y me pongo nervioso, como cuando te llama al telefonillo una visita inesperada y tienes que adecentar corriendo el salón, colocar los cojines, recoger los calzoncillos del suelo, vaciar los ceniceros, meter los platos en el lavavajillas y esconder las pilas de libros y papeles en un cajón, para que no se perciba tanto el desastre. Pero, claro, aquí los posts no se pueden esconder, sería absurdo cubrirse las vergüenzas con una manta, y borrar las huellas del crimen me parecería trampa. No, no se puede hacer nada. Sólo queda sonreír y encogerse de hombros.

Estoy acostumbrado a que me visiten sólo unos pocos amigos, siempre comprensivos, que saben que tampoco se me puede exigir mucho más, sobre todo después de cinco años de blog. A veces me dicen que por qué no actualizo más, que ya no escribo como antes, que sólo pongo fotos de viajes y citas de libros, y yo pienso que es verdad, que ya me vale, pero también pienso que bastante tengo con estar dándole constantemente al botón de F5 en la vida real, y más en época de crisis, que es la excusa para todo.

Así que la mejor opción que se me ocurre es poner una sonrisa de bienvenida y fingir que aquí no pasa nada. En pocos minutos las visitas se habrán largado, en silencio, decepcionadas. Y la casa volverá a su ser, a su lugar, vacía, silenciosa, deshabitada. Sólo lo lamento por mi amigo. Espero que esta decepción no vaya en merma de su crédito.

Friday, December 02, 2011

Un método peligroso

Al final está siendo un gran año de cine, desde luego mil veces mejor que los últimos que recuerdo. Quizás las crisis económicas son buenas para que se afile la inteligencia, prosperen sólo los buenos y se deje de derrochar el dinero público-y-privado en directores inútiles bien situados, que nunca dan la talla. Hablábamos hace poco de Terrence Malick y Lars Von Trier. Ahora se une David Cronenberg. Los tres han hecho este año, para mi gusto, la mejor película de sus ya largas carreras.
Igual que en El árbol de la vida y Melancholia, hay algo en Un método peligroso que no se olvida fácilmente. No sé exactamente lo que es ese algo. Quizás es lo mejor que se puede decir del arte, de la poesía, del cine: que tiene un nosequé que lo es todo. Algo que se nos escapa pero que sabemos que está ahí, que nos retiene. Llamémoslo "la atmósfera" esta vez, no sé.
Frente a las otras dos películas (raras, excesivas), en Un método peligroso dominan la contención y la mesura. Tampoco creo que sea una obra maestra o un peliculón. De hecho, se queda corta, sabe a poco, resulta demasiado esquemática. Pero tiene algo especial que permanecerá.
El reto de salir bien parado utilizando dos personajes tan particulares como Freud y Jung era complicado, pero creo que se ha resuelto bastante bien. Los actores se salen, sobre todo Viggo Mortensen, que me ha parecido simplemente perfecto. Las ciudades son preciosas, el lago, el barco, las casas, los muebles, la ambientación de época, el escritorio de Freud...
Los jardines del palacio Belvedere de Viena me han traído muy buenos recuerdos. Esas esfinges blancas...

Thursday, November 24, 2011

Las flores, los insectos y Marthe Taillefer

"Jed ignoraba entonces, al igual que Vanessa, que las flores son sólo órganos sexuales, vaginas abigarradas que adornan la superficie del mundo, entregadas a la lubricidad de los insectos. Los insectos y los hombres, y también otros animales, parecen perseguir un objetivo, sus desplazamientos son rápidos y orientados, mientras que las flores permanecen fijas y deslumbrantes en la luz. La belleza de las flores es triste porque son frágiles y están destinadas a morir, como todas las cosas que hay en la tierra, por supuesto, pero las flores muy especialmente, y su cadáver, como el de los animales, no es sino una grotesca parodia de su ser vital, y su cadáver, como el de los animales, hiede; todo esto uno lo comprende bien cuando ya ha vivido el paso de las estaciones y la podredumbre de las flores, y Jed lo había comprendido a la edad de cinco años y quizá antes, porque había muchas flores en el parque que rodeaba la casa de Raincy, y también muchos árboles, y sus ramas agitadas por el viento eran tal vez una de las primeras cosas que había visto cuando le paseaba en su cochecito una mujer adulta (¿su madre?), aparte de las nubes y el cielo. La voluntad de vivir de los animales se manifiesta mediante transformaciones rápidas -una humectación del orificio, una rigidez del tallo y más tarde la emisión de líquido seminal-, pero esto sólo lo descubriría más adelante, en un balcón de Port-Grimaud, gracias a Marthe Taillefer".
(Michel Houellebecq, El mapa y el territorio)

Thursday, November 17, 2011

Literatura infantil de las personas mayores

Olvidar todo lo que has leído es el paso previo necesario e imposible para poder escribir algo. Al menos para hacerlo libremente, sin vergüenza, sin miedo. Eso, o tener elefantiasis en el ego, una vanidad a prueba de bomba. Al contrario de lo que se suele decir (que la facultad literaria primordial es la memoria), la escritura nace de la amnesia... o del engreimiento.
El pudor es la tumba de los trémulos. La osadía el porvenir de los astutos.
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El primer polvorón del año es un manjar irrepetible: delicado, exquisito, lleno de sabor y de recuerdos. Nada que ver con el mismo polvorón -pesado, tosco, mantecoso- que tomamos dos meses después, en pleno empacho navideño.
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Siempre que se habla de la postura de Pla respecto a las novelas se repite esa boutade que soltó en una entrevista: “Un hombre que después de los 40 años aún lee novelas es un puro cretino”. Frase excesiva, insultante, contundente. Diciendo casi lo mismo, a mí me parece mucho más atinado y cabal lo que escribió el propio Pla en su Cuaderno gris: “Las novelas son la literatura infantil de las personas mayores”. A Pla le parecía bien todo lo que las novelas tienen de exposición, pero cuando empezaba el conflicto y se iniciaba la ficción del desenlace el libro se le caía de las manos indefectiblemente. Él mismo se reconocía un hombre sin imaginación.
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Otras frases de escritores sobre el género "novela": “La novela es un saco donde cabe todo” (Baroja); "Sabe demasiado para ser novelista" (Zola); “La novela: un hombre, una pasión, un paisaje” (Delibes); “Cuando se está enamorado, comienza uno por engañarse a sí mismo y acaba por engañar a los demás. Esto es lo que el mundo llama una novela” (Oscar Wilde); "Las grandes novelas son purificadoras porque en ellas se libera el ánimo de la ilusión de cada felicidad individual" (Baltasar Gracián); “Lo que hoy ha empezado como novela de ciencia ficción mañana acabará como reportaje” (Arthur C. Clarke); "Si un hombre cualquiera, incluso vulgar, supiera narrar su propia vida, escribiría una de las más grandes novelas que jamás se hayan escrito" (Papini); “Una buena novela nos cuenta la verdad sobre su héroe; pero una mala novela nos dice la verdad sobre su autor" (Chesterton).

Sunday, November 13, 2011

La máscara de John Keats

Se había hecho ya de noche. Quedaba poco para que cerraran. Desde una de las ventanas se veía la gente sentada en la escalinata de la plaza de España, siempre alegre, chispeante, luminosa, con su barullo de conversaciones. Dentro, el silencio absoluto: los libros, los cuadros, las cartas, las estatuas, las reliquias. Figuran como principales anfitriones los tres grandes héroes del Romanticismo inglés: Keats, Shelley y Lord Byron. En este recoleto club de poetas muertos, Keats se impone como el más muerto de todos; no me refiero a que ya no se le lea o a que se le haya olvidado antes que a los otros, sino a que es el más célebre en tanto que difunto, seguramente porque murió en una habitación de esta casa con sólo veinticinco años, inaugurando la celebración de su mito.
Sentados en el salón-biblioteca, la joven inglesa y el viejo alemán permanecen absortos en sus lecturas. Ella, que lee una biografía sobre el autor de la Oda a un ruiseñor, se levanta al verme llegar y me da la bienvenida a la casa-museo, con grandes muestras de amabilidad. Se nota que le da vergüenza. No es guapa pero sí de rasgos agradables, lleva un vestido de color oscuro con motas granates, zapatos de poco tacón y va peinada con un moño de estilo antiguo. Me explica brevemente la disposición de las salas, su contenido sumario y las normas del lugar: puedo hacer fotos sin flash y sentarme en cualquier silla; la única parte del mobiliario que está vedada a mi cansancio, bromea finalmente, es la cama de John Keats. Y sonríe con timidez. Desde el otro lado de la sala, el viejo alemán ríe estúpidamente el chiste protocolario, supongo que repetido a todos los visitantes, y nos mira (nos busca los ojos) esperando un gesto de reconocimiento; es un hombre escuálido y larguirucho, de nariz grande, pelo rapado, gafas redondas, pantalones de pana azul marino y jersey de pico por donde asoma el borde de una camiseta blanca; finge que lee uno de los folletos del museo, pero lo que en realidad quiere es entablar conversación con la joven, y al rato acaba haciéndole una pregunta insulsa como excusa para acercarse.

El fantasma de Keats saluda a su máscara mortuoria. (Roma, 31-10-2011)

Keats vivió aquí con el pintor John Severn los últimos meses de su vida, ya enfermo de tuberculosis. Siguiendo las prescripciones de los médicos, que le habían recomendado escapar del áspero clima inglés, llegaron en barco a Nápoles el 21 de octubre de 1820. Tras permanecer diez días de cuarentena en el puerto, ante la sospecha de las autoridades de que se había producido un rebrote de cólera en Inglaterra, entraron por fin en Roma el 15 de noviembre, donde un doctor escocés les buscó hospedaje en esta casa de la piazza di Spagna. Salvo los paseos diarios por el Pincio en compañía de un joven oficial de la Armada británica, el teniente Elton, convaleciente de tisis, Keats apenas tuvo tiempo de disfrutar de la Ciudad Eterna. Pasó los dos últimos meses de vida metido en cama, sufriendo los agónicos tormentos de la enfermedad, consciente de estar luchando sin esperanza por prolongar «una existencia póstuma». Murió la noche del 23 de febrero de 1821 en brazos de su amigo Severn. En cumplimiento de las leyes vaticanas contra la propagación de las infecciones, se ordenó quemar todo el mobiliario de la habitación, incluidas las cortinas y el papel de la pared.
La historia, así contada en los carteles del museo, me resulta demasiado extraña, casi absurda. El viaje de salud de un prometedor genio de las letras que, tras incontables dolores, morirá en soledad lejos de su patria, en una ciudad de belleza infinita de la que no logra ver prácticamente nada. Frente a esa realidad tozuda, inverosímil, se erige la poderosa maquinaria de la mitología literaria, que se condensa en estas vitrinas.

Friday, November 11, 2011

La poesía de la naturaleza

El árbol de la vida (Terrence Malick, 2011) y Melancholia (Lars Von Trier, 2011) son dos películas raras, difíciles, supuestamente coñazo y pretenciosas. Me han gustado. Sólo por la belleza de las imágenes con la música merece la pena el esfuerzo (el esfuerzo de salirse de lo convencional y dejarse llevar por lo extraño). Es difícil ver buena poesía en el cine, y aquí la hay. No soportaríamos estar viendo películas así todas las semanas (nos podríamos pegar un tiro en la butaca, entre el asombro y el tedio), pero por esta vez no pasa nada y hasta se disfruta. Se queda uno embobado, con la boca abierta.
De las películas que he visto de ambos directores -siempre controvertidos, amados/detestados, excesivos, bla bla bla-, estas dos son las que más me han gustado. Las dos comparten una emocionante poesía de las imágenes que, unida a la maravillosa música, nos lleva a un estado de suspensión. El árbol de la vida tiene muchísima más sustancia -en todos los sentidos- que Melancholia; es más verdadera, te hace sentir (y pensar y recordar y etc) más. La otra es más artificial (a pesar de ser más convencional), pero también tiene algo.
En El árbol de la vida la parte del origen del universo es demasiado larga y surge demasiado pronto. No te ha dado tiempo a entrar la vida de la familia y ya te transportan nada menos que al principio de los tiempos. Ahí, supongo, es donde muchos se deben de salir del cine. Las imágenes son impresionantes, pero rompe innecesariamente. No hacía falta tanto ni tan pronto. Alguna imagen, bien, pero el resto mejor dejarlo para el documental de La 2, sobre todo lo de los dinosaurios, creo yo. Está bien dar a elegir entre el camino de la gracia y el de la naturaleza, pero incluso en el camino del exceso se debe guardar cierta medida. El final también resulta un pelín excesivo. Uno puede estar fluctuando sin problema, kantianamente, entre lo bello y lo sublime, pero permanecer encaramado a lo sublime durante horas resulta una postura un poco incómoda.
Mientras veía Melancholia pensaba en una mezcla posmoderna de Marnie la ladrona y Los pájaros. La primera parte recuerda a Celebración, seguramente lo mejor que ha dado el dichoso movimiento Dogma. Lo mejor de la película: Wagner.

Wednesday, November 09, 2011

Lo que queda del día

Da cierto reparo expresarlo así, como algo contundente, ya cerrado, pero ha sido uno de los mejores viajes que recuerdo, quizás -aunque no, sé perfectamente que ésta no puede ser la razón- porque es el último. Cinco días enteros disfrutados en Roma, aprovechados al máximo, estrujados en su jugo sin la menor compulsión, todo con mucha calma, tranquilamente, sin prisas. Cinco días que darán para mucho, creo, espero, para mucha vida, imágenes y sensaciones que ocupan bastante más que cinco días, o tres semanas, incluso meses. En estas cosas se resume lo valioso de una vida, the remains of the day, lo que queda del día. Una Roma otoñal con clima primaveral -el sol siempre luciendo entre los árboles, la chaqueta en la mano, sentarse en las terrazas-, poco más se puede pedir. Podrá uno refugiarse en estos recuerdos cuantas veces quiera, siempre que lo necesite o le apetezca. Y no será simple ejercicio de nostalgia o evasión o trampa, no, serán verdadera vida. Podré descansar y relajarme y abastecerme en ellos y recrearlos y prolongarlos en esa maravilla del detalle que, al revivirse, adquiere toda su profundidad, su extensión, su variedad de matices, su infinita esencia. Proust y compañía.




Villa Medici


Los lugares de siempre, inevitables, magníficos, siempre nuevos, nunca repetidos, los lugares nunca vistos, sólo soñados o imaginados o leídos, el regreso al espacio -ya mitológico en la vida de uno- de aquel verano que permanece: el barrio de San Lorenzo. Cuatro años es poco o mucho o nada, no lo sé aún. Dijo alguien que no se debe volver al lugar donde uno ha sido feliz (busco en google y pone que es una frase de Sabina, Joaquín, el cantautor, y no sé por qué ya se me ha chafado un poco la cita, me imagino la cara de Sabina diciéndola, escuálido, con esas rimas que siempre riman, ripios de sombrero y humo de cigarro y progresía, y se estropea, se agrieta, ya no vale lo mismo, quiero pensar que alguien mejor lo dijo antes), pero quizás sí se debe volver a donde uno fue feliz y estuvo triste y alegre y se divirtió (mucho) y se aburrió (poco) y disfrutó de la tragicomedia de la vida. He vuelto y he recordado y he revivido y no ha habido tristeza ni sensación de pérdida, sino el misterio del paso del tiempo, que en el fondo no es sino una melancólica alegría, la sustancia de lo que todo está hecho. Sólo puedo anunciar (por si a alguien -no creo- le importara) que I Tre Lampiani ya no existe.
No, no quiero enumerar ahora, ni nombrar nada, no hay urgencia ni afán de recopilación. Dejemos reposar los recuerdos. Poco a poco irán desgranándose las cosas por sí solas, en los momentos oportunos, celebrándose y multiplicándose y extendiéndose como una mancha que todo lo limpia porque el único suelo sucio es el presente, la negación del futuro (o del pasado perdido), esta crisis que no terminará jamás, los debates ridículos, las elecciones, la rutina.

Saturday, November 05, 2011

Santa Maria Sopra Minerva

Un techo azul con estrellitas doradas, como de papel de regalo navideño. La puerta trasera, con cristal ovalado, que da a un callejón misterioso. El Elefantino en obras, rodeado de andamios. Un místico concentrado en la oración, que deja caer sobre su cabeza los rayos luminosos de la Santísima Trinidad. Tiene las piernas elásticas, de goma, como en los dibujos animados.

Roma, 3 de noviembre de 2011

Thursday, October 27, 2011

Monday, October 24, 2011

La trama

Pasaron tantas cosas, y tan seguidas, que no sé por dónde empezar a contarlas. No es fácil tomar una decisión, el momento del inicio lo determina todo en una historia, su alcance, su sentido, su evolución, hasta su desenlace, no es lo mismo lanzarse de cabeza in media res que hacer un análisis detallado de los antecedentes, lo que -si fuéramos puntillosos- podría llevarnos siglos. ¿Dónde poner el principio, dónde sacar la navaja y cortar la cuerda de las causas de la que tiramos con tan desmedido afán? ¿Y dónde sellar la conclusión, dónde poner punto-y-final si no es en el ahora, el siempre-ahora permanente que nunca se calla (y por tanto tendríamos que seguir hablando sin parar hasta el fin de los tiempos para poder contarlo todo, es decir, para poder contar esto, aquello, algo)? Quizás sea verdad lo que defienden algunos y esta idea del tiempo como línea no sea más que un prejuicio, un engaño, un remedio espiritual para tranquilizar a los cobardes, a los temerosos. Hay que aprender a vivir en el caos perpetuo, en un instante absoluto que perdura eternamente. Sólo sabemos que alguien quería matarle y que lo consiguió. Ahí se acaba todo. Poco más que decir. Ni una sentencia, por muy firme que sea, podrá desdecir lo que ha ocurrido. Lo demás sólo sirve para que algunos carroñeros rellenen los periódicos. No, no existe el antes y el después, eso es algo que ponemos nosotros, que no sabemos vivir sin nuestro pequeño orden que comunica sentido. Queremos ser los dioses de las horas, los creadores de lo que es, porque se van haciendo los hechos con las palabras. Se va pronunciando el mundo a medida que lo inventamos, contando lo que creemos, lo que imaginamos. Sí, ya sé, cada uno tiene derecho a dar su punto de vista, pero quizás ni siquiera hay algo sobre lo que formarse una opinión o tener una perspectiva. El vacío es irrepresentable. El que vio la pistola no vio al asesino, el que recogió el cadáver no estaba en el momento del disparo, el que cree que lo sabe todo resulta que está equivocado. Lo importante es lo que queda sin narrar. Ahí está lo decisivo.
Me niego a contar mi versión, no la diré por mucho que me insistan, por mucho que la ausencia de palabras se vuelva en mi contra y me haga sospechoso de algo tan desagradable, por mucho que me aprieten las tuercas, uno tras otro, todos los fiscales de este mundo. No hablaré, mi voz será el silencio, hasta evitaré los gestos en respuesta a las preguntas (si las hubiera). Nada tengo que ocultar, soy inocente, por eso mismo renuncio a mostrarme, a decirlo, a decirme, pues la penitencia está en el delito y no hay mayor delito que la palabra dicha. Todos se agarran a la palabra dicha. La desfiguran, la tergiversan, la multiplican. Sé que callando todo irá mejor, nos ahorraremos el disgusto, unos y otros y los de más allá, las cosas seguirán su marcha lenta, sostenida, implacable, sin la influencia del maldito charlatán que lo cuenta todo sin pararse siquiera a respirar. El mundo es muy cotilla. Doy mi palabra de que no diré nada. Doy mi palabra, la entrego, me rindo, me deshago de ella. Estoy cansado y solo y derrotado. Nada tengo, ni siquiera hambre. Sólo me queda este silencio ensordecedor, este frío que quema, estas palabras que, al no ser nunca dichas, resuenan sin eco en la boca de todos los estómagos vacíos. Los hechos se crean con las palabras. Se les da vida a los seres a fuerza de nombrarlos. Y yo siempre tuve alma de sepulturero.