De noche, cuando los pescaderos pasaban en sus carretas bajo sus ventanas cantando la Marjolaine, ella se despertaba; y escuchando el ruido de las ruedas herradas que al salir del pueblo se amortiguaba enseguida al pisar tierra, se decía:
‑«¡Mañana estarán allí!»
Y los seguía en su pensamiento, subiendo y bajando las cuestas, atravesando los pueblos, volando sobre la carretera principal, a la luz de las estrellas. Al cabo de una distancia indeterminada se encontraba siempre un lugar confuso donde expiraba su sueño.
Se compró un plano de París y, con la punta de su dedo sobre el mapa, hacía recorridos por la capital. Subía los bulevares, deteniéndose en cada esquina, entre las líneas de las calles, ante los cuadrados blancos que figuraban las casas. Por fin, cansados los ojos, cerraba sus párpados, y veía en las tinieblas retorcerse al viento farolas de gas con estribos de calesas, que bajaban con gran estruendo ante el peristilo de los teatros".
‑«¡Mañana estarán allí!»
Y los seguía en su pensamiento, subiendo y bajando las cuestas, atravesando los pueblos, volando sobre la carretera principal, a la luz de las estrellas. Al cabo de una distancia indeterminada se encontraba siempre un lugar confuso donde expiraba su sueño.
Se compró un plano de París y, con la punta de su dedo sobre el mapa, hacía recorridos por la capital. Subía los bulevares, deteniéndose en cada esquina, entre las líneas de las calles, ante los cuadrados blancos que figuraban las casas. Por fin, cansados los ojos, cerraba sus párpados, y veía en las tinieblas retorcerse al viento farolas de gas con estribos de calesas, que bajaban con gran estruendo ante el peristilo de los teatros".
(Gustave Flaubert, Madame Bovary)