Wednesday, December 31, 2008

Nochevieja o el eterno retorno de lo mismo

Uvas, campanadas, fuegos artificiales, confetti, champán...
Fantasmas de un pasado idéntico (no menos idéntico que el futuro), aprendices de cadáveres simulando una borrachera de alegría, celebrando -supongo- que aún estamos aquí, que no nos hemos ido, que no han dicho nuestro nombre en la sala de espera.
Sólo eso. Lo mires como lo mires, es absurdo... extraño... irreal.

Tuesday, December 30, 2008

Madrid: del río al cielo

Un paseo por mi pueblo: telegrama y vídeos. Stop. Salimos del metro en la estación de Príncipe Pío, antes también llamada la Estación del Norte, en la que de pequeño viví tantas sensaciones intensas de idas y venidas en tren a Galicia. Stop. No hace frío. Caminamos hasta la ermita de San Antonio de la Florida, que en realidad son dos. Stop. Dos ermitas gemelas, con una historia bastante pintoresca:
A lo largo del siglo XVIII, las reformas urbanas de la zona obligaron a derribar la ermita de San Antonio en dos ocasiones y construirla de nuevo en otro lugar. Así, la iglesia primitiva, de Churriguera, fue sustituida por otra de Sabatini y ésta, a su vez, por una tercera que ya sería la definitiva.
El último traslado de la iglesia se originó a causa de las obras del nuevo palacio de La Florida, una gran finca (hoy desaparecida), que daba nombre a la capilla y que había sido adquirida por Carlos IV. Por orden del rey, de 1792 a 1798 el arquitecto Felipe Fontana construyó la nueva ermita, y Francisco de Goya la decoró con magníficos frescos.
Para garantizar la conservación de sus pinturas, el edificio fue declarado Monumento Nacional en 1905 y más tarde, en 1928, se construyó a su lado una iglesia idéntica, para trasladar el culto y reservar la original como museo. Para entonces, esta capilla era además panteón conmemorativo del artista, pues en 1919 se habían trasladado aquí sus restos, traídos desde Burdeos, donde había muerto en 1828.
Entramos en la ermita, saludamos a Goya en su tumba y contemplamos sus frescos. Son preciosos. Stop. Cuatro espejos nos permiten estudiarlos al detalle sin sufrir tortícolis. Lástima que no se puedan hacer fotos. Stop. Nos despedimos de Goya, salimos y saludamos a su estatua. Stop. El puente de la Reina Victoria, sobre el Manzanares. Es bonito. Stop. Pasan los coches, las personas y, al fondo, por el aire, las cabinas del teleférico. En mitad del río hay una caseta para patos o cisnes. Véase. Stop. En otro puente hay unos señores mayores pescando. Para que luego digan que no tenemos río... Uno de ellos coge un pececillo, avisa a los otros todo orgulloso, le quita el cebo de la boca al pez y lo vuelve a tirar al río. Véase.

Entramos en Casa Mingo, mítico mesón asturiano de toda la vida, famoso sobre todo por su pollo. Nos pedimos un refresco y un chorizo a la sidra; lo que se dice un aperitivo suave, para desengrasar de tanto empacho de estos días. Stop. Cogemos el autobús. Pasamos por los jardines del Campo del Moro, plaza de España, Gran Vía y nos bajamos en Callao. Stop. Gente comprando por Preciados. Bordeamos Sol y bajamos por Alcalá hasta el Círculo de Bellas Artes. Stop. Queremos subir a la azotea, que está abierta en estos días de fiesta. Stop. Salimos del ascensor. El cielo de Madrid. Stop. Impresionantes vistas de la ciudad en todos los puntos cardinales. Por ejemplo: los edificios de Metrópolis y el de Telefónica (Gran Vía), la Cibeles, el Banco de España (con su helipuerto) y terminamos en la estatua de Minerva: véase. Me encantan las escaleras de caracol. Stop. Me fijo en los tejados, áticos y terrazas. Me da envidia de algunos jardincitos de azoteas. Me gustaría vivir allí. Stop. Nos vamos a comer. No tenemos remedio. Seguimos rascando en los pobres huesos de la paletilla. Este maratón gastronómico navideño nos va a matar. Stop. Feliz año a todos.

Saturday, December 27, 2008

Villancicos yonquis

Mi banda sonora de estas navidades, mientras releo a Stifter, es Amy Winehouse. Suena en mi casa el disco de los villancicos yonquis. Hay que reconocer que entre raya, porro y copa (de ella, no mías) la Winehouse destila una voz muy bonita y sugerente.
Pero no sabe uno qué hacer con esa imagen de chica mala que parece salida de un episodio de Los Picapiedra después de que Pablo Mármol le pegara una paliza...
Definitivamente es mucho mejor escucharla que verla: You know I´m no good, Love is a losing game, Tears dry on their own, Back to Black. Y aquí haciendo de las suyas con el amigo Doherty, otro que tal baila.
Aunque después de ver a Papá Noel asesinando a nueve personas, creo que mis navidades sangrientas no eran para tanto.

Thursday, December 25, 2008

La Nochebuena según Stifter

La Navidad en su aspecto más bucólico y entrañable está inmortalizado en los textos de Adalbert Stifter, de una sencillez y belleza emocionantes. Caminamos por la nieve dejando nuestras huellas, percibimos luces lejanas entre las ramas del bosque, escuchamos las campanas de la iglesia, nos reunimos con vecinos, amigos y familiares en casas con chimenea, asistimos a la ilusión solemne de los niños, al temblor de la fe en los ritos y tradiciones... Todo envuelto en un halo de pureza, de alegría, de inocencia, de buenos sentimientos.
Ahora que ya ha pasado la noche en la que suele producirse el mayor número de intervenciones policiales por disputas familiares, podemos ponernos didáctico-poético-nostálgicos con Cristal de roca:
"La Iglesia católica celebra la Navidad, día del nacimiento del Salvador, con la máxima solemnidad ritual, y en la comarca se santifica con brillantes ceremonias nocturnas la medianoche, hora del Nacimiento del Señor, ceremonias a las que los vecinos acuden presurosos invitados por las campanas que resuenan a través del callado y oscuro aire invernal de la medianoche portando luces o atravesando bosques por los oscuros y bien conocidos senderos de las nevadas montañas, y cruzando huertos cuyo suelo cruje al pisarlo, dirigiéndose a la iglesia de donde sale aquel repique solemne y que con sus largas vidrieras iluminadas se eleva en medio del pueblo encerrado entre árboles cubiertos de hielo.
A la fiesta de la iglesia va unida una fiesta hogareña. En casi todos los países cristianos se ha extendido la costumbre de mostrar a los niños la llegada del niñito Jesús, como algo alegre, brillante y solemne, que sigue manteniendo su influencia toda la vida y que a veces, aun entrado en años, recordando momentos sombríos, melancólicos o conmovedores es como una mirada hacia el tiempo pasado que vuela con alas brillantes y llenas de calor por el desolado, triste y vacío cielo nocturno. Se acostumbra a darles a los niños los regalos que les ha traído el Santo Niño para causarles alegría. Esto suele hacerse en Nochebuena, cuando ha comenzado el profundo crepúsculo y se encienden luces, la mayoría de las veces muchas, velitas que a menudo se balancean reposando sobre las hermosas ramas verdes de un pequeño abeto o pino colocado en el centro de la sala. A los niños no se les deja entrar hasta que se da la señal de que el Niño Dios ya ha estado allí y ha dejado los regalos que traía consigo. En ese momento se abre la puerta, se les permite entrar a los pequeños y ven el maravilloso resplandor brillante de las luces, ven las cosas que cuelgan del árbol o extendidas en la mesa y que sobrepasan con mucho todo lo que hubieran podido imaginar, no se atreven a tocarlas, y cuando por fin las han recibido las llevan en sus bracitos toda la noche y las meten consigo en la cama. Cuando después, entre sueños, oyen las campanadas de medianoche con las que se llama a los mayores a orar en la iglesia, entonces podría parecerles que los angelitos atraviesan en ese momento el cielo o que Cristo vuelve a casa, después de haber visitado y llevado un magnífico presente a cada niño".
(Adalbert Stifter, "Cristal de roca", Piedras de colores)

Friday, December 19, 2008

La calavera de André Tchaikowsky

Nació como Robert Andrzej Krauthammer, fue circuncidado y enseguida aprendió a tocar el piano bajo la supervisión de su madre, pero a los siete años se vio rebautizado como André Tchaikowsky: era 1942, en una Polonia invadida a medias por rusos y nazis, cuando el pequeño André huyó del gueto judío de Varsovia junto a su abuela Celina, con falsos papeles y nuevo nombre.
Terminada la guerra (su madre fue asesinada en el campo de exterminio de Treblinka), André reemprendió las clases de piano
, primero en el Colegio Estatal de Lodz y después en el Conservatorio de París, donde enseguida empezó a asombrar a los profesores y a dar muestras de su talento. Lo demás se resume rápido: primeras composiciones, primeros conciertos, primeras grabaciones, primeras giras. André se convierte en un virtuoso del piano y recorre el mundo interpretando, entre otros, a su admirado Chopin.
En 1960 se trasladó de París a Londres y desde entonces compaginó los conciertos con la composición. Los conciertos le daban lo suficiente para vivir, y así tenía tiempo para dedicarse a sus hobbies preferidos: jugar al bridge con sus amigos, escribir cartas y asistir a las representaciones de obras de Shakespeare (solía acercarse al pueblo natal del escritor: Stratford-upon-Avon). Y eso fue todo hasta el 26 de junio de 1982, cuando murió de cáncer de colon, a los 46 años de edad.
Pero entonces llegó lo mejor: en su testamento donaba su calavera a la Royal Shakespeare Company. Su última voluntad: «Quiero que utilicen mi cráneo para representar Hamlet».
Veintiséis años después, la calavera de André ha cumplido su sueño.

Monday, December 15, 2008

Wednesday, December 10, 2008

El andén vacío

"Partió el tren. Pasaron diez minutos. El andén quedó vacío. Cerró la cantina. Se fueron apagando luces en los departamentos de la estación. Miguel paseaba. En un banco dormían tumbados dos soldados envueltos en sus capotes; grandes capotes militares que los asemejan, cuando están de pie, a pájaros bobos. Donde terminaba la tejavana del andén comenzaba el oscuro. Llovía. Lejano, en la noche, brillaba el ojo verde de la farola de señales, que rielaba en dos versiones paralelas.
La estación tuvo, por fin, todas sus cuencas vacías. Tras la estación se apretaba la ciudad. Con el último tren, el silencio. [...]
Miguel llegó hasta el final del andén. Enfrente, una vía muerta con vagones desvencijados, que daban terror. Pensó en los vagabundos tópicos; en los que las noches de frío tienen que dormir en los vagones abandonados, en los pajares de las afueras de los pueblos, sintiendo colarse el aire por las junturas abiertas como llagas, por los agujeros, y luego, por los rotos del traje. Miguel dio la vuelta.
Al pasar junto a los soldados notó que uno tenía el sueño inquieto y que el otro roncaba tenuemente. Se distrajo, adivinando a dónde irían, en qué tierra les estaban esperando. Miguel alzó el cuello de su gabardina. Le hubiera gustado que le tapara la cabeza. De niño, en la cama, cuando llovía, se arrebujaba en las mantas y sentía la sensación de que un cuello muy alto le preservaba del viento, del agua y del frío. A Miguel le gustaba estar en la calle de noche, cercano a un farol, para ver llover, aplastado en el umbral de un portal e imaginar que siendo un insecto podía encontrar calor y refugio dentro del farol. Arriba y abajo; abajo y arriba".
(Ignacio Aldecoa, "Camino del limbo", Cuentos completos)

Friday, December 05, 2008

El señor Tavares

El señor Tavares es mi ídolo. Un buen día el señor Tavares se levantó de la cama y tuvo una gran idea. Se dijo: quiero ser escritor, pero eso de escribir libros es demasiado esfuerzo, la verdad. Y además quiero publicar muchos libros, varios al año, y labrarme un nombre de prestigio entre los entendidos, los happy few.
¿Por qué no me invento un nuevo tipo de libro? Llamémoslo libro-esquelético-con-excusa-metaliteraria. Le pongo a mis personajes nombres de escritores famosos y escribo unas historietas mínimas, muy poéticas, que sugieran más que digan, que apenas digan nada, vamos. Sobre todo es importante que el libro dure pocas páginas, porque eso de rellenar hojas y hojas es un fastidio muy grande. Aunque la historieta no tenga nada que ver con el autor en cuestión, no importa; con el nombre el libro ya adquiere una pátina de prestigio, como de algo más... no sé, algo más literario, más profundo. El señor Valery, El señor Henri, El señor Juarroz, El señor Brecht, etc. ¿A que suena bien? Poquita letra, que el hueco en blanco ya se llenará con el morbillo literario del lector, ese supuesto letraherido que me guiñará el ojo y dirá: "Somos del mundillo, eh". Con que escriba unas veinte páginas de Word es suficiente. Después lleno las hojas de espacios, pongo muchos puntos y aparte, todo lleno de puntos y aparte, puntos y aparte a discreción, frases poéticas sencillas y cortitas y punto y aparte, un par de líneas en blanco, un poco más allá otro hueco, y enseguida salto de capítulo. Después le digo a un amigo que me haga rápidamente unos dibujillos así curiosos, también esquemáticos y poco explícitos, garabatillos casi, hasta cubrir ochenta paginitas, para que ya se pueda vender bajo el nombre de libro, no de folleto o prospecto. Una cosa así como muy cuca, cuquísima. Yo creo que en un par de tardes me hago una colección.
... Y, hala, a triunfar.
Este tío es mi ídolo. En serio. (Os lo recomiendo, que conste).

Tuesday, December 02, 2008

Un hombre que duerme

"Llega la lluvia. Ya no sales de la casa, apenas de tu cuarto. Lees en voz alta, todo el día, siguiendo con el dedo las líneas del texto, como los niños, como los viejos, hasta que las palabras pierden sentido, la frase más simple se vuelve coja, caótica. Llega la tarde. No enciendes la luz y te quedas inmóvil, sentado frente a la pequeña mesa al lado de la ventana, con el libro entre las manos, ya sin leer, oyendo apenas los ruidos de la casa, el crujir de las vigas, de los suelos, la tos de tu padre, las hornillas de hierro al ser colocadas sobre la cocina de leña, el ruido de la lluvia sobre los canalones de cinc, el paso muy lejano de un automóvil por la carretera, el bocinazo del autocar de las siete en la curva cerca de la colina.
Los veraneantes se han ido. Las casas de campo están cerradas. Cuando atraviesas el pueblo, algún perro ladra a tu paso. Carteles amarillos en jirones, sobre la plaza de la iglesia, al lado del palacio municipal, del correo, del lavadero, anuncian todavía subastas, bailes, fiestas que ya pasaron.
Todavía paseas a veces. Recorres los mismos caminos. Atraviesas campos cultivados que dejan espesas suelas de barro en tus botas. Te hundes en los lodazales de los senderos. El cielo está gris. Capas de bruma ocultan el paisaje. De algunas chimeneas sale humo. Tienes frío a pesar del chaquetón forrado, las botas, los guantes; intentas torpemente encender un cigarrillo."

(George Perec, Un hombre que duerme)

Sunday, November 30, 2008

Interrogaciones pineanas

Después de la demostración de cazurrismo de ayer (estos desahogos quedan ya bautizados como "Barojiana Experience 2.0"), voy a ponerme hoy un poco pedagógico. Pero aviso: no voy a decir nada profundo ni interesante, sólo voy a recomendar una lectura. Quien quiera otra cosa que no siga.

Estoy leyendo el último libro de Víctor Gómez Pin, titulado Filosofía. Interrogaciones que a todos conciernen. Se lo recomiendo a cualquiera que esté interesado en estos temas, pero sobre todo a los que no hayan leído nada de Gómez Pin, porque es un compendio -fácil de leer y muy interesante- de sus principales ideas y posiciones filosóficas. Los anexos técnicos finales se hacen más durillos, pero merece la pena el esfuerzo.
Los que hayan leído sus últimos libros se habrán dado cuenta de que Gómez Pin es bastante insistente y repetitivo en sus ideas (cosa que, por otra parte, es normal, porque no va a cambiar de ideas cada mes; quizás el problema está en que últimamente publica demasiados libros, que casi son el mismo), pero aun así siempre se le lee con gusto. A Pin se le da muy bien hacer eso tan difícil que es decir cosas interesantes e inteligentes de una manera literariamente atractiva. De hecho no se me ocurre otro pensador español que esté a su altura en esto. Savater no le suele llegar en hondura y Martínez Marzoa es demasiado académico, minoritario y difícil (esoterismo terminológico, que se dice). El esfuerzo divulgador (que no vulgarizador, o como se diga) de Pin es muy de agradecer, y quizás en este libro lo hace mejor que nunca (en el "Pórtico" explica muy bien esa necesidad divulgativa, porque a fin de cuentas "filósofo es aquel que habla de cosas que a todos conciernen").
Por cierto, alguien debería decirle a Gómez Pin que a ver si consigue superar esos latiguillos que lastran su prosa ("evocado", "corolario", "salva veritate", "a fortiori", "repudio"...), porque le dan al lector una sensación constante de déjà vu que le refuerza en la idea de que está leyendo -otra vez- el mismo libro. Vamos, que se pone un pelín cansino con esas palabritas.
Aunque en estas cosas de estilo ya está uno curado de espanto. Y en las traducciones ya no digamos; por ejemplo, el otro día estaba leyendo un relato de Murakami, el que trata de una madre que va a recoger el cadáver de su hijo surfista (del libro Sauce ciego, mujer dormida), y me jodió la lectura la expresión "a la que...", que sale por lo menos veinte veces. Por ejemplo (en sólo cuatro páginas: 300-303):
-"Pero, a la que das un paso fuera, sólo entienden inglés".
-"Si sólo fuera marihuana, no pasaría nada, pero a la que se trata de ice la cosa cambia".
-"Te hace sentir muy bien, pero, a la que te enganchas, ya estás muerto".
-"Dice que a la que empezara a gastar, me puliría todo el dinero".
-"A la que oía una vez una melodía, fuera la que fuera, era capaz de traspasarla...".
-"A la que improvisaba, al final acababa imitando algo".
Imagino que no hay en España muchos traductores de japonés, pero por lo menos podían coger a alguien que sepa escribir en español, digo yo.

Saturday, November 29, 2008

La ópera

Definitivamente la ópera es un arte para mentes cultas, paladares inteligentes y oídos finos. Muchos lo consideran el arte más completo, el arte definitivo, el novamás de la sensibilidad humana.
A mí la ópera me aburre un huevo. Me parece un coñazo. Un coñazo, además, bastante molesto y un poco ridículo, con esos ropajes y pelucas y esas voces tan exageradas (engoladísimas las de ellos y quejumbrosamente gritonas las de ellas), todo como en medio de una absoluta desincronía y falta de naturalidad. No sé cómo explicarlo: para mí es como si todo estuviera fuera lugar. ¿Acaso hace falta todo eso? Como decía Mozart en Amadeus sobre la ópera italiana (creo recordar): "¡¡¡¡Señoras gordas gritando con los ojos en blanco...!!! ¡¡¡Eso es... basura!!!".
Hay quien dice que la voz humana es el instrumento más bello; yo en las óperas estoy deseando que se calle el señor o la señora de turno y que me dejen escuchar la música de una puta vez. A ellos dan ganas de darles una palmadita en la espalda, a ver si arrancan ya o dejan de toser o echan el gargajo. A ellas dan ganas de matarlas a tiros, directamente, y que nos dejen vivir en paz. Siempre que oigo cantar a un tenor me acuerdo de ese señor gordito y de melena calva (muy parecido a Pere Gimferrer, por cierto) que se aposta a la puerta del Teatro Real para hacer demostración gratuita de sus ejercicios de voz: "OOOOhhhhh!!!! OOOOhhhhhhh!!!". Da bastante lástima. La voz parece salirle de muy adentro, de los confines de la garganta o del abismo de los intestinos, por lo menos. Supongo que es un tenor frustrado, que estuvo años y años dando clases y practicando su canto pero que los mandamases le negaron la atención (o, más probablemente, Dios le negó el talento), y se pone a la entrada y salida de las óperas para que la gente perciba su genio. Pues a mí me suenan más o menos así todos los tenores, como pedos inflados y persistentes saliendo por la boca del estómago. Sí, ya lo sé: soy un cenutrio, un ignorante, un bestia, un insensible.
Pues vale, lo reconozco. Yo podré ser sibarita en otras cosas -por ejemplo, en el jamón serrano, en los espárragos o en el fútbol de calidad-, pero en cuestión de ópera soy bastante cazurro y primitivo. Me pasa lo mismo con el humor. Admiro a los ingleses en muchísimas cosas, pero su famoso sentido del humor, tan inteligente y finolis, no me hace ni puñetera gracia. Soy más de humor cazurro hispano, tipo Quevedo, Buñuel o Aída (la serie de TV, no la ópera).
PD: Vale, siempre hay excepciones: una, dos y tres (por ejemplo). Momentos realmente increíbles, tan emocionantes que hacen que uno ponga en cuestión sus pobres ideas sobre la ópera.

Friday, November 28, 2008

Vampyr (C. T. Dreyer)

Escena de Vampyr de Dreyer (1932) con música de Massive Attack:

Monday, November 24, 2008

La epidemia

"Yo no lo sabía, pero había estallado una epidemia en todo el país. Adolescentes tardíos en barrios de clase media como el nuestro habían enloquecido de repente y huido a otras ciudades para practicar el sexo y hacer novillos de la universidad, para tragarse todas las sustancias que pillaban, y no sólo chocaban con sus padres, sino que los rechazaban y destruían todas las cosas relacionadas con ellos. Durante una temporada, los padres estuvieron tan asustados, perplejos y avergonzados que todas las familias, en especial la mía, se someteron a cuarentena y sufrieron aislamiento.
Cuando subí, mi dormitorio era como una habitación de enfermo sobrecalentada. El vestigio más claro que quedaba de Tom era el póster de Don't look back que había pegado en la pared de al lado de su cómoda, donde el peinado psicodélico de Dylan siempre atraía la mirada censuradora de mi madre. La cama de Tom, pulcramente hecha, era la de un niño al que se lo había llevado una epidemia."
(Jonathan Franzen, Zona templada)

Friday, November 21, 2008

El Tío Vivo

¿Por qué se llama tiovivo a los caballitos? Se cuenta que en 1834 una epidemia de cólera asoló Madrid y entre las decenas de personas muertas falleció un hombre que se ganaba la vida con un carrusel de su propiedad en las populares verbenas madrileñas. Justo cuando lo iban a enterrar despertó y, delante de los allí presentes, resucitó. Tan popular se hizo este hombre que le apodaron Tío Vivo y con él a una de sus pocas pertenencias: su carrusel, que empezó a llamarse el tiovivo.

Thursday, November 20, 2008

La vergüenza

"Puede afirmarse que cuanto más noble y más generoso es el espíritu de una persona, tanto más sensible es a la vergüenza, como bien lo expresa San Jerónimo. Dícese que Aristóteles experimentaba vergüenza y pesadumbre por ser incapaz de sentir la emoción de las tragedias de Eurípides; que Homero se sintió avergonzado por no poder hallar la solución de cierto acertijo que le propuso un pescador y que Sófocles se hirió de muerte con un puñal por haber sido silbada una de sus tragedias. También se quitó la vida Lucrecia, avergonzada por su deshonra y para no escuchar murmuraciones públicas. Cuando el romano Marco Antonio fue derrotado por su enemigo, permaneció a solas, por espacio de tres días, en la proa de un buque, sin admitir ni siquiera la compañía de Cleopatra, anonadado por el despecho y la vergüenza. Así nos lo presenta Plutarco en su biografía. Apolonio de Rodas, poeta de Alejandría (siglo III antes de J.C.), abandonó voluntariamente su patria y su familia, avergonzado por haber recitado pésimamente su poema sobre los argonautas, según dice Plinio.
Ayax sintió vergüenza y cólera cuando sus armas fueron entregadas a Ulises. El sacerdote Hostrat tomó tan a pecho el libro que Reuchlin escribió contra él, que de vergüenza y de pesar se suicidó. Por el contrario, existen sujetos felones y descarados que no se avergüenzan de nada y no hay desdicha que los afecte o conmueva, como cierto personaje de Plauto —Ballio— que más se regocija cuanto más lo insultan y es objeto de escarnio. En cambio, la persona que se estima a sí misma y es celosa de su reputación preferirá perder sus bienes y aun la vida antes que sufrir difamación o ver tiznado su buen nombre. Y si no puede impedirlo sentirá una angustia lacerante, como el ruiseñor, que —según dice Mizald— muere de vergüenza si oye a otro pájaro cantar mejor: Quae cantando victa moritur".
(Robert Burton, Anatomía de la melancolía)

Sunday, November 16, 2008

El aleph de Zukowski

Ayer, viendo La strada de Fellini, reconocí un fotograma. Me resultó familiar. Enseguida me di cuenta: salía en este vídeo casero, que no me canso de ver:

Thursday, November 13, 2008

Mi poeta preferida

De poeta a poeta y tiro porque me toca. De Lara Moreno a Ana Merino. (Perdón por la aliteración [y ahora por el pareado]).
Empecemos confesando los pecados: Ave María Purísima, sin pecado concebida, me confieso, padre, de que hace mucho tiempo que no leo poesía. No sé qué me pasa que no puedo. La poesía me ruboriza, me estomaga, me nerviosea. A lo mejor hasta me produce urticaria, doctor. Creo que sólo puedo con los haikus, y a pequeños sorbitos. Cojo un libro de poesía, cualquiera, y empiezo a sentir cómo gotea almíbar por las hojas, cómo resbala la miel por el lomo, y se me pringan los dedos. Empiezo a leer un verso y me imagino al poeta en trance, recitando con los ojos en blanco, y me da así como repelús, o risa, o miedo. Creo en otra poesía: disfruto de la poesía del cine, la poesía de un paisaje, la poesía de unas fotos, la poesía de un libro en prosa… Pero la poesía-poesía no puedo con ella. Qué le voy a hacer. En fin, ya se me pasará.
Pero no siempre ha sido así. Hubo un tiempo en que leía poesía, bastante poesía. Mi Biblia era Poeta en Nueva York y mi ídolo incuestionable era Vicente Aleixandre. Digo sólo que la leía porque lo que escribía entonces (con 15 o 16 años) no puede asimilarse al nombre de poesía; era más bien una serie de alaridos cursis y enamoradizos, de autoelegías ridículas, pseudoexistencialistas, en definitiva, una cosa mala mala, penosísima, que, con muy buen criterio, quemé en una noche de soledad en casa, con gran aparato ceremonial, simbólico e inmolatorio. Bueno, al grano, que me disperso…
Cuando pasó lo que quiero contar yo acababa de cumplir 18 años. O sea, que ya podía votar y conducir y seguir bebiendo (si bien ahora legalmente). Estaba una tarde de sábado paseando por la Feria del Libro del Retiro. Pasé por una caseta y la vi detrás del mostrador. Tenía los ojos grandes (pero parecían pequeños) y muy oscuros y una frondosa melena ondulada. Jugaba con los dedos y los rizos. Me pareció atractiva. En un cartelito estaba su nombre, de hondas resonancias ovinas. Había hojeado su libro —Premio Adonáis 1994— en una librería (seguramente Visor, por donde iba a menudo) y me había gustado. Me armé de valor y, venciendo mi timidez, decidí acercarme a comprarlo. No había ningún otro lector.
No creo que dijese nada especial, como mucho Hola, qué tal. La poeta (que estaba a punto de cumplir 24) me sonrió y se dispuso a firmarme el libro. Se tiró un buen rato garabateando. Yo pensaba: qué hace, qué estará poniendo ahí tanto tiempo, a lo mejor también ha sentido el flechazo y se me está declarando por escrito... La verdad es que pasé un mal rato, allí esperando, sin saber qué cara poner. Por fin terminó, me lo dio, le dije muchas gracias, compartimos una mueca de sonrisa, le pagué al dependiente y me fui rápidamente. No, las Musas no me sirvieron ninguna frase memorable en bandeja. Ni dos besos líricos enrojecieron mis mejillas.
Unos metros más allá, ya tranquilo, a salvo de esa mirada de agujero negro que absorbía la materia, abrí el libro y leí la dedicatoria: eran unas letras floridas, con un niño sonriente dibujado en la O con que termina mi nombre, y unas cuantas hojas otoñales cayendo por la página. Lo había firmado como Ana y a continuación había hecho el dibujo de una oveja. Una ovejita supuestamente no churra, muy simpática y lanosa. La miro ahora y sigue sonriendo.
Recuerdo que leí aquellos poemas con gran placer y emoción. Me gustaron mucho. Y los leí una y otra vez, hasta desgastar las páginas. Preparativos para un viaje se llamaba aquel libro, y estaba muy en la línea de mi admirado Aleixandre (o eso me pareció a mí). Me gustaba su música de columpio o mecedora, la conexión inaudita de imágenes reveladoras ("abotona el cansancio y olvida que la sed se hace con miga de pan"), sus greguerías ("suspiro en una estación haciendo punto con las agujas del reloj", "sólo quiero sujetar el invierno como cualquier árbol sin hojas") y, sobre todo, su sobriedad. [Por cierto: no sé si pasaría con más ejemplares de esa edición, pero el mío después de la página 16 vuelve a empezar con la portada (o sea, que se repiten otra vez las 16 primeras páginas). Sería curioso volver a ver a la poeta, tantos años después, y que me firmase otra dedicatoria en el segundo comienzo del libro.]
Desde entonces he ido comprando todos sus libros (ya van cinco), y me siguen gustando. Ahora ya no leo ni compro poesía, pero si me entero de que sale un nuevo libro de Ana Merino salgo corriendo a comprarlo. Más que nada por seguir la tradición, por ser fiel con mi pasado (y, ahora que nadie nos oye, también por disfrutar un rato).
Os dejo con mi poema preferido de mi libro preferido de mi poeta preferida:
Carta de un náufrago
Con el consentimiento de la nieve / caminaré despacio. / Alguien habrá que espere junto al fuego / y yo, que estaré ciega por el frío, / haré paradas breves, / sacudiré el paraguas y empezaré de nuevo. / El único secreto es no sentirse / inmensamente lleno de verdades. / No aceptar nunca las invitaciones / que la neblina / sugiere al anidar con sus disfraces / de paisaje feliz, de grandes sueños. / Alguien habrá que diga, se ha perdido, / alguien saldrá a buscarme, / y llevará el calor de una botella / donde podré mandarte este mensaje.
(Ana Merino, Los días gemelos)

Tuesday, November 11, 2008

Cuatro veces fuego, de Lara Moreno

Un libro de color ocre bajo una hoja de otoño sobre un columpio. Su título: Cuatro veces fuego.

Estoy en Tres Rosas Amarillas, la famosa librería del cuento. Curioseo un rato para disimular y, como no lo encuentro en las estanterías, pido el libro de Lara. El librero se levanta y se acerca al escaparate. Me da justo el libro del columpio. Dice que no les queda otro ejemplar, y yo me siento culpable por haber deshecho la magia del columpio, de las hojas, del otoño. El arte del escaparatismo. Se lo digo. Dice que no me preocupe, que pedirán más y que pondrán otro ejemplar allí.
Abro el libro por la calle, veo el título del primer relato y todo son recuerdos: una cueva, una voz, un descubrimiento. Apenas nos conocíamos entonces y a todos nos unía el frío. Desde aquella noche para mí Lara es, por encima de todo, una voz. Una voz y un misterio. Una voz hipnotizadora y un misterio aún indescifrable (al menos para mí).
Ahora mismo (00.00 horas) leo tumbado en la cama. Sólo se oye, de fondo, la televisión encendida en otro cuarto. Pero mientras leo oigo la voz de Lara leyéndome sus textos. Su voz me acompaña en la lectura. Es una voz susurrante, parsimoniosa, con algo de seductora decadencia. Una voz que sólo frena su melodía anestesiante para, de vez en cuando, tragar el humo del cigarro.
Vuelvo a leer “Amarillo” (que para mí será siempre “Las cajas amarillas”), un relato genial que no me canso de leer. En aquellos días, hace poco más de un año, la pesadilla de Jacobo, Víctor y Sofía me inspiró una lectura que ahora rescato del archivo del email. No me gusta nada el tonillo academicista que me salió, pero en fin, os lo copio:


"Las cajas amarillas" es un relato maravilloso —exacto y sabio en su lenguaje, misterioso e inagotable en su capacidad de evocación— que transmite todos los intríngulis del miedo. El miedo infantil, que es el más puro y verdadero, es también el más oscuro y paradójico. Por un lado, el miedo infantil nos retrotrae a las entrañas más primitivas, inocentes y salvajes del ser humano: es como si esa mirada "inocente" desvelase todas las instancias lúgubres que subyacen al mundo desde el origen de los tiempos. Algo que los adultos ya no pueden ver. Ya no quieren ver.
Además, suelen ser los propios niños que tienen miedo los que lo dan (por eso hay tantas películas de miedo protagonizadas por niños); es decir, que los niños producen y segregan miedo a la vez. Nos asustan al asustarse. La infancia es, entre otras muchas cosas, un mundo lleno de inseguridades, de abismos, de precipicios insondables.
Lo que los niños creen ver en la realidad se solapa con lo que los demás vemos en ellos: esa maldad inconsciente, ese "todo vale" de la ignorancia, de un espíritu no contaminado por la capa más convencional —normativa, hipócrita, moral— del mundo.
Es lo que pasa con Jacobo y Víctor, creo yo. Ellos tienen miedo a la vida, a ese ruido constante de ratas que pululan por la casa de noche, pero sobre todo nos dan miedo porque sólo ellos parecen percibir esa realidad paralela, escondida. Y además sospechamos que son coleccionistas de cadáveres y asesinos en potencia. Jacobo es el inspirador del miedo, el fuerte, el posible líder loco o superhombre, curtido en los rigores de una vida en soledad (o, lo que es lo mismo, de nula convivencia con una madre loca, cuya sombra pasea entre las cortinas como la de "Psicosis" de Hitchcock), y a Víctor le queda el papel de subalterno, de espectador y narrador de las cosas. Víctor es tan débil que sabe que nunca tendrá la valentía de llevar adelante sus tendencias y deseos más íntimos: la violencia. Si uno lidera sin pretensiones (sólo con su actitud, como ejemplo que se muestra), el otro se deja llevar inconscientemente por el espectáculo morboso. Es el cómplice silencioso. Y la pobre Sofía es la presumible víctima. Todo apunta a que antes o después será asesinada, y su calavera irá a parar a una caja amarilla en el trastero.
Todo está contenido en esta frase genial, poderosa, que estremece por su crudeza: "En realidad, yo sólo quiero apretar su cuerpo flaco y hacerla llorar, pero sé que nunca lo haré. Jacobo sí se atrevería, pero a él sólo le interesan los cráneos de roedores".

No sé si era una lectura acertada o no, aunque sospecho que tiene bastante de tontería. Seguramente ahora sería diferente, pero desde luego no sería menos elogiosa.

Es un placer leer este libro (os lo recomiendo). Me alegro de que me queden muchos relatos por delante, más allá de mi admirado “Amarillo”: "La lata de atún está entre mis manos como un bicho muerto e inofensivo que yo trago lentamente, masticando las hebras del pescado y notando el aceite resbalar por mi barbilla"...
Os dejo, que quiero enredarme en los carabineros y las carabinas, escuchar desde el andén ese pitido que suena para que los corazones vuelvan a latir, deletrear brutalmente el lenguaje del sexo, saludar en el espejo de los nombres al rey de la mediocridad (ese escritor, filósofo y amante fracasado que quiere escribir a Vera), volver a merendar con La Menuda… y, sobre todo, oír la voz de Lara mientras leo, hasta quedarme dormido. No se me ocurre mayor felicidad.

Saturday, November 08, 2008

Hogar, dulce hogar

"Hacia el anochecer se abría la puerta del cuarto de estar, que solía estar observando fijamente ya desde dos horas antes, de forma que, tumbado en la oscuridad de su habitación, sin ser visto desde el comedor, podía ver a toda la familia en la mesa iluminada y podía escuchar sus conversaciones, en cierto modo con el consentimiento general, es decir, de una forma completamente distinta a como había sido hasta ahora.
Naturalmente, ya no se trataba de las animadas conversaciones de antaño, que Gregorio añoraba en los reducidos aposentos de las fondas, y en las que pensaba con ardiente afán al arrojarse, fatigado, sobre la húmeda ropa de la cama extraña. La mayoría de las veces transcurría el tiempo en silencio. El padre no tardaba en dormirse en la silla después de la cena, y la madre y la hermana se recomendaban mutuamente silencio; la madre, inclinada muy por debajo de la luz, cosía ropa fina para un comercio de moda; la hermana, que había aceptado un trabajo como dependienta, estudiaba por la noche estenografía y francés, para conseguir, quizá más tarde, un puesto mejor. A veces el padre se despertaba y, como si no supiera que había dormido, decía a la madre: "¡Cuánto coses hoy también!", e inmediatamente volvía a dormirse mientras la madre y la hermana, rendidas de cansancio, intercambiaban una sonrisa.
Por una especie de obstinación, el padre se negaba a quitarse el uniforme mientras estaba en casa; y mientras la bata colgaba inútilmente de la percha, dormitaba el padre en su asiento, completamente vestido, como si siempre estuviese preparado para el servicio e incluso en casa esperase también la voz de su superior. Como consecuencia, el uniforme, que no era nuevo ya en un principio, empezó a ensuciarse a pesar del cuidado de la madre y de la hermana. Gregorio se pasaba con frecuencia tardes enteras mirando esta brillante ropa, completamente manchada, con sus botones dorados siempre limpios, con la que el anciano dormía muy incómodo y, sin embargo, tranquilo. "
(Kafka, La metamorfosis, trad. mixta)

Sunday, November 02, 2008

Correr, correr, correr

El placer agónico de la huida: escena final de Los cuatrocientos golpes de François Truffaut.

Thursday, October 30, 2008

Alejandro Rossi: Manual del distraído

Todavía es posible el milagro. Lo he podido constatar estos días, aunque apenas me quedaban esperanzas.
Llega uno a la librería, se pone a mirar libros, los saca, los mete, lee las primeras líneas, el texto de contracubierta, abre a voleo una página de en medio o del final… Lo de siempre. La mayoría se quedan donde estaban. A veces algo llama la atención, gusta, interesa, y antes de irse a casa hay que volver atrás sobre nuestros pasos, hacer una comparativa y someterlo a crítica: la decisión. En este caso no hizo falta.

No sé por qué nunca me había cruzado con el nombre de este señor ni con el título de este libro, pero desde el momento en que lo tuve entre las manos supe que estaba ante otra cosa. Aquello no era un libro de quemar después de leer o, peor aún, de abandonar a mitad de la lectura. No. Aquello era un objeto que podía acompañarle a uno toda la vida. Nadie sabe cómo será el viaje, si surgirán discusiones y desavenencias por el camino; lo único que sabemos es que lo tendremos a nuestro lado, a distancia segura, a tiro de teléfono, como a los buenos compañeros del colegio.
Vas en el autobús leyéndolo. Lo flipas. No das crédito. Increíble. “Creo que esto es lo que llevaba buscando toda mi vida”. Escribe no sólo lo que quieres leer y lo que te gustaría escribir, sino que, en cierto modo, ahí estás tú. Está la voz que dice tus palabras, la mirada que observa a través de tus ojos, pero también –digámoslo así– una especie de amigo, o, mejor aún, un otro yo. Así, al menos, lo sientes: como un de otra época (en concreto los textos del Manual fueron escritos antes de nacer yo), de otro país, con una vida muy lejana pero íntimamente cercana. O algo similar.
Llego a casa y sigo leyendo sin parar. Cada página, cada frase, cada idea, es una nueva constatación de que ahí estás tú. El tono, el estilo (ya me gustaría a mí, ya), las lecturas, los gustos, las influencias, la formación filosófica, la vocación literaria, algunas reflexiones que ya se me pasaron por la cabeza… Todos los autores que menciona, aunque sea de pasada, han sido decisivos para mí en algún momento. Curiosamente (de padre italiano y madre venezolana, Alejandro Rossi nació en Florencia, pero ha vivido casi toda su vida en México) predominan los autores españoles, incluso muchos de esos que han sido tachados de castizos. Habla mucho de Ortega y de José Gaos, que fue su maestro en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde después ha estado el propio Rossi de profesor (imagino que ya se habrá jubilado).
Para mí leer a Alejandro Rossi es como leer delante de un espejo. Por si quedaba alguna duda, pasa la Esfinge por mi lado, ve el título del libro y dice: "Manual del distraído. Eso lo han escrito para ti ¿no?".
Sí: antes de nacer hubo alguien que ya me escribió. Se llama Alejandro Rossi y aún vive. Llevo varios días inmerso en sus obras (las que he podido conseguir, otras parecen inencontrables; aunque no tiene muchas). Sigo sintiéndome extraño cuando lo leo. Disfruto más que nunca, pero siento que ya no tengo nada más que decir.

Tuesday, October 28, 2008

Pla según Luján

“El hombre no puede tener más que un cierto número de dientes, de cabellos y de ideas, y llega un momento en que pierde necesariamente sus dientes, sus cabellos y sus ideas”. Me desayuno con esta frase de Voltaire, extraída de su Diccionario filosófico. Afuera hace frío, veo los árboles agitándose como presagio de la lluvia, se oye una sirena lejana y en las paredes, tuberías y ventanas resuena muy literariamente "el ulular del viento". Los smacks flotan -con la barriguilla inflada- en el nescafé.
Curioseo un rato en la hemeroteca de La Vanguardia que me ha descubierto Jabois y disfruto leyendo el artículo-homenaje de Néstor Luján a la muerte de Josep Pla. Se titula "El hombre del diálogo infinito" (al final del artículo descubriremos que se refiere, sobre todo, a un diálogo de Pla consigo mismo). Hago un resumen muy esquemático de ideas, sustantivos y adjetivos:
-Escritura: "lengua eficaz, realista, exacta", de "honestidad clásica", "vitalidad, gracia plástica y libertad", "el desahogo, el desembarazo y la suficiencia del escritor nato". Aquí lo clava Luján: "Su lenguaje es el más directo, el más comprensivo, y está manejado con un arte de negligente desaliño, libre, abierto, soleado".
-Mirada: su "universal curiosidad", "un admirable contemplador de paisajes, un conocedor de hombres", "espíritu equilibrado entre una inteligencia dolorosa y una amargura nostálgica", su "constante catalanidad".
-Vocación: "periodista nato, sobrio y tenso, lírico y moroso si conviene, conciso y dinámico cuando informaba", "categórico en el juicio", "lúcido y cruel" respecto a los hombres (como Saint-Simon). Y "lector amplio, goloso, infatigable".
-Carácter: "libertad de espíritu", "claridad preocupada y grave", "liberal en las ideas generales", "rebelde individualista y áspero en su soledad", siempre fiel "a sus concepciones de la vida, la literatura y la política".
Y termina Luján recordando "su letra densa y minúscula", "su físico, tan vinculado a la tierra que le vio nacer, su arte mordiente de conversador, sus ironías razonables y luminosas, sus tornasoles sentimentales, sus lúcidos descorazonamientos, su diálogo infinito consigo mismo. Evoco al hombre de una apasionada humildad que creyó —al contrario de tantos escritores— que la realidad no era un anacronismo y que sirvió a su oficio de testigo del mundo que le tocó vivir con un laborioso y sorprendente esplendor que alcanza, en sus mejores páginas, el temple de una prosa clásica, de segura posteridad" (La Vanguardia, viernes 24 de abril de 1981).

Wednesday, October 22, 2008

El hombre y el candil

Hoy hace un día de perros. Va a tener razón don Pío en lo del aire:
"Madrid es un pueblo extraño, al que nosotros estamos acostumbrados; pueblo de contrastes, a más de seiscientos metros sobre el nivel del mar, situado en una planicie alta, más bien árida que fértil. No hay otra capital europea que esté colocada a esa altura.
El aire de Madrid mata a un hombre y no apaga un candil. El contraste más grande de Madrid está en su geografía: a lo lejos, el Guadarrama, grave, ceñudo, noble; cerca, sobre todo al sur, la pobretería, la miseria y la tierra árida.
Madrid, hace más de cien años, debía de ser un pueblo armónico, no una gran ciudad de industria y comercio, sino una ciudad pintoresca, con su centro en la Puerta del Sol, sus paseos del Prado y la Castellana; su jardín, el Retiro, y su vida ligera y amable.
Modernamente, Madrid se ha desquiciado."
(Pío Baroja, "Reportajes", Desde la última vuelta del camino)

Friday, October 17, 2008

Tuesday, October 14, 2008

Robert Walser en el parque

“Con frecuencia me paso los mediodías sentado en un banco, ocioso. Los árboles del parque están totalmente descoloridos. Sus hojas cuelgan artificiosamente, como si fueran de plomo. A ratos todo parece aquí de hierro endeble y hojalata. Luego cae otro aguacero y lo empapa todo. Se abren los paraguas, los coches ruedan sobre el asfalto, la gente se apresura, las muchachas alzan el borde de sus faldas. […] Y luego están los jardines, tan silenciosos y perdidos tras las elegantes verjas, como esos rincones secretos que hay en los parques ingleses. Muy cerca de ellos truena y resuena el tráfago del comercio, como si nunca en la vida hubieran existido los paisajes o los ensueños. Los trenes retumban sobre los puentes, que tiemblan a su paso. Por la noche refulgen los escaparates, ricos y elegantes como en los cuentos de hadas, y ríos y oleadas serpenteantes de seres humanos se agitan ante las tentaciones de la riqueza industrial allí expuesta”.
(Robert Walser, Jakov von Gunten)

Monday, October 13, 2008

Blog de notas

00.30 horas. Suena el silbato del lavavajillas, como el triple pitido del árbitro al final de un partido.
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Sentir compasión de un egocéntrico, ¿es la forma más profunda y recovecosa de vanidad?
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La Esfinge no quiere que me compre pantalones de pana porque dice que "eso sólo lo llevan los viejos". A mí siempre me han gustado, me parece que son lo más cómodo y calentito para el invierno. ¿Qué opináis? No sé, a lo mejor los dos estamos en lo cierto, y tengo cierto espíritu de perro pachón en decadencia.

Friday, October 10, 2008

Calle de dirección única

Niño que llega tarde. El reloj parece estropeado por su culpa. Da las "demasiado tarde".
Cerrado por obras. Soñé que me quitaba la vida con un fusil. Cuando salió el disparo, no me desperté, sino que me vi yacer, un rato, como un cadáver. Sólo entonces me desperté.
Armas y municiones. Había llegado a Riga para visitar a una amiga. Su casa, la ciudad, el idioma me eran desconocidos. Nadie me esperaba, nadie me conocía. Deambulé dos horas solo por las calles. Nunca he vuelto a verla así. De cada portal brotaba una llamarada, cada guardacantón lanzaba chispas, cada tranvía surgía de improviso como un coche de bomberos. Sí, bien podía salir ella de este portal, doblar la esquina y sentarse en el tranvía. De los dos tenía que ser yo, a toda costa, el primero en ver al otro. Pues de haberme rozado ella con la mecha de su mirada, yo habría volado por los aires como un depósito de municiones. (Walter Benjamin, Calle de dirección única)

Tuesday, October 07, 2008

Notas de viaje

Cuenca, una ciudad incrustada en la roca.
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Sábado, ocho y media de la tarde. Empieza a anochecer y hace frío. De vuelta del castillo, pasamos junto a la puerta de la Fundación Antonio Saura, ese pintor de monigotes. Decidimos entrar para asistir a un concierto de saxofón y clarinete, tal y como se anunciaba en el panfleto de eventos. Entrada libre. Nos dan dos tickets, no preguntamos. La sala está a mitad del aforo. Se apagan las luces. De repente aparece en el escenario un señor con un maletín lleno de letras (la A, la B, la C, etc), empieza a hacer ruiditos y tonterías y canta algunas canciones. Pues va a ser que no hay concierto. Esperamos -prudentemente- cinco minutos, por si aquello es sólo un preámbulo culturalista. Pero no: el espectáculo es aquello. Pensamos que lo mejor será escaparnos cuanto antes, por razones de salud mental, pero nos da vergüenza que nos vean. Por suerte estamos al final de la sala, que está totalmente a oscuras, y cerca están los organizadores. Le preguntamos a uno que por dónde podemos salir. Dice que no se puede, o sea, que somos rehenes secuestrados condenados al tedio eterno de la Cultura. "¿Y cuánto dura... esto?" "Cincuenta minutos". Sí, hombre, qué cachondo, con lo valiosa que es mi vida... A los cinco segundos ya nos están abriendo la puerta de la Fundación y salimos al crepúsculo. Enfilamos la Bajada a las Angustias. Se escuchan nuestros pasos en la piedra. Las luces de las farolas parecen ánimas del purgatorio.
***
Domingo por la mañana. En las míticas casas colgadas está el Museo de Arte Abstracto Español. Me gustan mucho, ya dentro, los espacios del edificio y algunos elementos accesorios: el suelo, las escaleras, las ventanas… Los cuadros, en cambio, no me dicen mucho. Excepto un nombre desconocido para mí que se convierte enseguida en un descubrimiento deslumbrante: Fernando Zóbel. Esos cuadros melancólicos, puros, luminosos, entre Turner y la caligrafía china. Es como una pintura susurrada, de manchas de luz y humo. Sus cuadernos de apuntes, con sencillas acuarelas y la elegancia de una escritura mínima, me parecen una verdadera joya. Me gustaría poder tenerlos en la mano, hojearlos, leerlos, disfrutarlos. Nos compramos dos acuarelas del cuaderno del río Júcar en edición facsímil.
El morteruelo de la noche anterior hace estragos en mi estómago. No me queda más remedio que entrar corriendo en los servicios, sentarme en el váter y dejar mi particular obra de arte (con perdón). Podría firmarla y colgarla en una de las salas. Nadie lo notaría.
***
En Cuenca el verdadero arte abstracto está al aire libre: en las calles, en las paredes, en las cuestas, en las puertas, en las rocas… AQUÍ podéis comprobarlo.
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Ciudad fotogénica donde las haya. Lo mejor, para mi gusto: las farolas. En serio, son preciosas.

Friday, October 03, 2008

Imágenes de Épinal

Épinal es una ciudad francesa de la región de los Vosgos. Entre sus instituciones destaca un curioso museo de imágenes. Una "imagen de Épinal" es una estampa de temática popular y vivos colores que se utilizó en el siglo XIX para informar y divertir a la población de la época, en su mayoría analfabeta. La imaginería de Épinal fue fundada en 1796 por Jean-Charles Pellerin, fabricante de naipes. Con el paso de tiempo, la expresión ha adquirido un sentido figurado que designa una visión enfática, tradicional y algo naif que nos enseña el lado bueno de las cosas. Actualmente los franceses denominan "imágenes de Épinal" a los sueños irrealizables, castillos en el aire y utopías inalcanzables.
Me gustaría acabar mis días metido en una imagen de Épinal o en un cuento de hadas, como pitufo filósofo sin miopía, reno achacoso de Papá Noel o tirabuzón tieso de Caperucita Roja. Jugando con un perro scotex, lanzando bolas de nieve o merendando frutos del bosque. Sin más.

Sunday, September 28, 2008

¡Mala suerte, Lonigen! Eso le pasa por querer farolear...

Inefable cara de pillo, una sonrisa apenas disimulada que puja por desbordar la comisura de los labios y que se escurre por las patas de gallo de los ojos. Al lado de las cartas, sobre el tapete, la botella de ginebra aguada. La corbata desanudada. Tiemblan las mejillas de puro placer, de felicísima chulería. Un purito en la boca, subrayado encima por el bigotillo. Henry Gondorff saca el trío de dieces, se ríe mirando hacia los lados, hace chocar las palmas de las manos y se las frota: "Jajajajaja... ¡Mala suerte, Lonigen! Eso le pasa por querer farolear". Apoya las palmas de la mano en el chaleco y se frota el pecho con satisfacción: "Con un par de manos como ésta podremos irnos a dormir temprano".
Siempre me parecieron los diez segundos más reales de la historia del cine. Lo que allí está no es un actor interpretando, sino el mismo Henry Gondorff jugándosela al mafioso Doyle Lonnegan (ese Lorenzo Sanz del Chicago de los años 30). ¡Cuántas veces habré visto la partida de póker de El golpe! Teníamos la película grabada y la vimos miles de veces. Recuerdo que alguna vez de pequeño tuve un extraño (léase absurdo) pensamiento ante esa escena: era tan real que Paul Newman parecía español. Un extranjero no podía reírse así, tan de verdad.
Gracias, mister Newman, por tantos momentos de felicidad. Pero sobre todo por esos diez segundos de arte verdadero.

Friday, September 26, 2008

A day in the life

La secta del Bremen no necesita banda sonora, que ya se bastan las voces por sí solas para crear ambiente, pero la otra noche la gente del bar nos deleitó con las obras completas de los Beatles. Entré por la puerta y, mientras pedía mi primera cerveza, Lennon empezó a desgarrarse la garganta. Es inevitable llevar el ritmo con los pies. Entre relato y relato, más dosis de magia para el cuerpo.
La Cueva fue más Cueva que nunca. A mí me gustó.


I read the news today oh, boy / About a lucky man who made the grade / And though the news was rather sad / Well, i just had to laugh / I saw the photograph / He blew his mind out in a car / He didn't notice that the lights had changed / A crowd of people stood and stared / They'd seen his face before / Nobody was really sure if he was from the house of lords / I saw a film today oh, boy / The english army had just won the war / A crowd of people turned away / But i just had to look / Having read the book / I love to turn you on. / Woke up, got out of bed / Dragged a comb across my head / Found my way downstairs and drank a cup / And looking up, i noticed i was late / Found my coat and grabbed my hat / Made the bus in seconds flat / Found my way upstairs and had a smoke / Somebody spoke and i went into a dream / Ah / I read the news today oh, boy / Four thousand holes in blackburn, lancashire / And though the holes were rather small / They had to count them all / Now they know how many holes it takes to fill the albert hall / I'd love to turn you on.

Tuesday, September 23, 2008

Notas de viaje

Estación de Atocha. Un chico de gorra roja y pantalones cortos negros duerme abrazado a su maleta. Un operario arregla la máquina de zumos de naranja. Los pasajeros del tren a Barcelona se apelotonan en la puerta de la vía 3. Una pelirroja que parece extranjera bebe a sorbos su coca-cola de medio litro (se seca una gota del labio con el dorso de la mano). Una niña que hace diez segundos jugaba y correteaba la mar de contenta se pone a llorar como una histérica: su padre la coge en brazos. Una japonesa espigada, joven, anda desorientada y no sabe adónde ir. Una señora mayor con pelo corto canoso y aspecto varonil le da la razón a otra con el gesto: "claro, claro", cabecea. [...] Están los ejecutivos de cartera de piel, las familias de enormes maletas y niños inquietos, los mochileros cansados, los que corren porque llegan tarde, los que vienen de hacer escala en el aeropuerto, los que llevan sus trajes colgados en perchas y cubiertos de plástico, como si fuesen ventrílocuos. Café y paninis en Ciao, vinos en Barrila.




Málaga me ha recordado a La Coruña en las galerías de las casas y en algunas partes del paseo marítimo.
He disfrutado mucho, entre otras cosas: el amanecer en la playa de la Malagueta (en compañía de algunos trasnochadores, los empleados de la limpieza, corredores de footing, gaviotas silenciosas, jubilados paseantes y algún pescador de playa), las vistas desde el castillo de Gibralfaro, los paseos junto al mar y por los jardines, las palmeras recortadas sobre el cielo, bañarme en el agua fresca, los desayunos en terrazas, los dibujos de Picasso, los murales de Sorolla (precisamente no pudimos verlos en junio en la Hispanic Society de Nueva York porque estaban de tour por España), el pescaíto frito viendo el mar -azulísimo- cerca de la Farola, la urta a la brasa en El Palo, el salmorejo de El Pimpi, el vino dulce, el helado de turrón de Casa Mira, el atardecer desde el antiguo balneario (¡esas columnas griegas decadentes, llenas de grietas!)... Por cierto, gracias a los amigos blogueros por sus consejos. Otro día hablaré de las librerías.
Me han caído bien los malagueños (no he conocido a ninguno, pero los he observado y escuchado con atención): parece gente muy normal, no abusan de los odiosos latiguillos andaluces (jozú, mi arma, quillo, etcétera) y, dato importantísimo, no se creen graciosos como los sevillanos.
Cosas negativas: la invasión de alemanes; la arena de la playa; no hay casi pastelerías (o no las hemos visto).
Aquí pongo enlace a unas cuantas fotos. Espero que os gusten.


De vuelta en el tren. La lluvia en la ventana se desplaza horizontalmente. Rige otra ley gravitatoria, no newtoniana. Las gotas parecen espermatozoides, diminutos renacuajos persiguiéndose a nado por un cauce predeterminado. Cabezas corriendo unas detrás de otras. A veces se alcanzan y se funden y doblan su tamaño. Miles de líneas horizontales, móviles. La ventana a rayas, como la tele pero sin chiribitas.

La irresistible fuerza que te obliga a mirar los ojos de un bizco. En el asiento de enfrente va una bizca. Cuando mira al televisor parece que se le van a salir las órbitas o que está pensando en el océano inmenso y lo tiene ahí metido en el entrecejo. Cuando está dormida parece una máscara africana. Dibujo sus ojos en el cuaderno, para liberarme.

Monday, September 22, 2008

Wednesday, September 17, 2008

Aporías literarias

Tres problemas insolubles (míos) con la literatura:
1) El mito. Quizás esta lógica que me empuja contra la mitificación literaria (generalmente de origen "extraliterario") no sea sino una reducción al absurdo y conduzca, inevitablemente, a una contradicción. Sin mitología, ¿quedaría algo de la literatura? Sin hacer literatura de la literatura, ¿qué queda de ésta? Espero que todo, la verdad. O al menos mucho. O algo.
2) La pedantería. ¿Todos los escritores son pedantes? No lo creo. En un momento dado, cualquiera comete una pedantería (como se te pueden escapar clichés o tonterías), pero hay un tono general, una forma de ser escritor, una postura. (Paralelamente, tampoco creo que toda crítica o valoración sea síntoma de soberbia). ¿Dónde están los límites de lo no molesto? Es difícil establecer unas categorías fijas. Depende del estado de ánimo en que te pille. Eso sí, somos tramposos: a unos les permitimos más que a otros. En principio, el mejor antídoto es la naturalidad. ¿La naturalidad por escrito? Complicado, ya lo sé, pero se intenta.
3) La ficción. Si no me gusta la ficción (no me engancha, me cansa, me aburre), ¿qué puedo hacer? No sé. Quizás lo único sería pensar que todo es ficción... y aplicar el realismo. "Todo es irreal", como dice mi lema de Cioran, pero ¿lo irreal es lo ficticio? Me temo que no es lo mismo.
¿Soluciones? Ni idea. Dedicarse a otra cosa, quizás. ¿No?
***
Transcribo aquí la respuesta (genial) de Antonio Castellote en los comentarios, que me ha resuelto las aporías de un plumazo:
1) Sin mitología metaliteraria viviríamos muy bien, pero sin mitología literaria no hay literatura, del mismo modo que sin abstracción no hay filosofía.
2) El buen escritor no es pedante. Tiene demasiado trabajo para serlo.
3) El síndrome de Pla (llega un momento en que a la gente con sentido común no puede interesarles la ficción) ha desbarajustado los géneros. Que a un escritor no le interese la ficción es comprensible. Lo que no es comprensible es que ese mismo escritor se empeñe en escribir novelas. Así llegamos a la autoficción, que es un peep-show del revés: no pagas por ver al que se contorsiona sino al que se la menea. La literatura de no ficción es imprescindible, siempre y cuando no quiera conquistar los territorios de la ficción, como si fuese algo infantil, algo superado. Son artes diferentes.

Tuesday, September 16, 2008

News & links

-David Foster Wallace se suicida: cuando un escritor se quita la vida, toma el camino incierto de la mitificación. Incierto porque, aunque favorezca la reproducción de sus obras, éstas se verán siempre acechadas por razones extraliterarias. Por supuesto, ni se me ocurre pensar que el pobre hombre lo hiciera con esa intención, sino que fue una maldita enfermedad mental la que le obligó a matarse (seguramente un trastorno bipolar, como el de Fernando VI que veíamos el último día). A la enorme dificultad "posmoderna" de sus libros, que lo habían convertido ya en escritor de culto, ahora se unirá -desgraciadamente- el mito de la locura creativa, esa morbosa identificación entre genialidad artística y psicopatología. Doble penitencia para sus libros... Paseando por la Red veo que el que más y el que menos quiere dejar constancia de su duelo, de su valoración urgente o de su estar simplemente al día (relamiéndose en lo más escabroso). Los obituarios de los periódicos insisten estúpidamente en la supuesta gran hazaña de su vida: "¡Escribió un libro de más de 1.000 páginas con más de 200 notas al pie!" exclaman asombrados, con la boca abierta. Yo siempre pensé que su gran tocho La broma infinita era sobre todo eso: una infinita broma -para mi gusto pesada, aburrida, verborreica, pedante- especialmente dedicada a sus lectores más esforzados y mitificadores. Todo apunta a que ha ganado la partida. (NB: excelente este artículo de Juan Francisco Ferré).
-Ortega el Rigoroso: leo en el ABCD una conferencia inédita de Ortega y Gasset, publicada ahora en el último tomo de sus obras completas. Nada nuevo; nada que no dijera en sus otros libros, artículos o conferencias. Siempre que veo una foto de Ortega pienso que tenía pinta de pillo y me lo imagino persiguiendo a las condesas en los cócteles, tratando de tocarles el culo. Para unos Ortega es un filósofo de poca monta, un ensayista de estilo literario muy brillante pero superficial, muchos fuegos artificiales pero poca chicha; para otros es el gran pensador español de todos los tiempos. Yo me pondría, como los cobardes aristotélicos, en el término medio: es cierto que a veces cae en excesos retóricos (demasiadas metáforas, adjetivos rimbombantes, estilo sobrecargado, influencia ramoniana), pero no creo que sea mera palabrería: en sus libros hay suficiente profundidad e inteligencia para que merezca la pena leerlos.
Otra manía (mía) de lector quisquilloso: igual que no soporto las jotas de JRJ, no puedo ver los "rigorosos" de Ortega; el tío se aprendió la palabrita, quiso dárselas de rigoroso en el uso del idioma (la raíz latina) y se empeñó en endosarnos el puto "rigoroso" de los cojones en cada párrafo.
-Un viaje por Canadá: una gozada seguir las andanzas de Arcadi Espada en su diario.
-"Los otros" de Benítez Ariza: cuestión de homonimia.
-Un paseo por las Ons: en el Burato do Inferno, con Jabois de cicerone.
-Caxigalíneas: los aforismos de Diarios de Rayuela.
-Una duda: ¿por qué en el blog de Victor Gómez Pin pone ahora que se llama "Demetrio Pin"? ¿Se ha cambiado el nombre a estas alturas? ¿Era su nombre verdadero? Parece de coña el asunto, pero seguro que tiene su razón de ser (esto no parece verosímil). Por cierto, que don Demetrio utilizó una de mis fotos de Berlín (estatua de Von Humboldt en la universidad) para ilustrar uno de sus posts.
PD: Este fin de semana me voy a Málaga. Es mi primera vez. Se admiten recomendaciones: lugares, museos, librerías, parques, bares, restaurantes... Gracias.

Saturday, September 13, 2008

Jarabe de cochelaria y becabunga

Don Andrés Piquer Arrufat, médico de cámara de Fernando VI, le puso a éste un tratamiento muy curioso para intentar curar su trastorno bipolar. La lista es pura poesía modernista:
Leche de burra. Jarabe de cochelaria y becabunga. Caldos con galápago, ranas, ternera y víboras. Lavativas. Agua de tila y cerezas. Polvos de madre perla. Fumaria. Baños de cabeza. Gelatina de asta de ciervo con víboras tiernas. Flor de violeta. Jarabe de borraja y escorzonera. Pimpinela.
Trato de imaginar el delicioso sabor de la escorzonera y la becabunga, la textura de la gelatina de asta y víboras, el agobio de los lacayos de Palacio tratando de pescar galápagos en el Manzanares... Naturalmente, el hombre murió de inanición en 1759.

Friday, September 12, 2008

Fetichismo

Nada de tópicos: ni tacones de aguja ni ligueros ni tangas ni uñas pintadas ni culos de jeans.
Frente al famoso biquini, prefiero mil veces el bañador entero; a ser posible, mojado, y que se despegue de la piel en el instante mágico -eterno- de unas décimas de segundo.
La melena húmeda por las mañanas y ese olor a champú, a limpio. Pantalones de amazona y el botón de la blusa a punto de estallar a la altura del pecho.
Supongo que mi fetichismo es demasiado soso y romanticoide: zapato plano, falda por la rodilla, rebeca, media melena, carmín y pendientes de perla. Todo junto. Y si van unidos a unos ojos verdes... la perdición.
Resumiendo: las rubias de Hitchcock, las presentadoras del telediario y, sobre todo, Ingrid Bergman. Ah, y no me gusta nada Carla Bruni.
Que venga Freud y nos juzgue.

Sunday, September 07, 2008

Ceniza en la manga de un viejo

"Es todo lo que queda de la vida cuando la vida va a terminar. Es la biografía de un hombre que no sabe distinguir entre lo vivido y lo imaginado". Así hablaba Álvaro Cunqueiro en 1978 de la que iba a ser su siguiente novela, la más voluminosa de todas.
Me gustaría saber qué fue de ese libro de título genial: Ceniza en la manga de un viejo. ¿Se publicó al final con otro título? ¿Permanece todavía inédita? ¿Por qué no la encuentro en ningún lado? ¿Alguien me sabe decir algo?

Thursday, September 04, 2008

Las marinas inéditas de JRJ

"Recordad; está seca la boca y hace frío… hemos dormido mal una siesta de invierno… se ha mudado la vida, el sol está sombrío… está lejos lo humano y está lejos lo eterno…"
Me han gustado las marinas inéditas de Guan Ramón Giménez que ha publicado El Cultural. Las escribió en Moguer entre 1909 y 1912.
"El puerto, al mediodía, vibra… Negro y fantástico se va el buque… En el aire se pierde la sirena… y queda atrás, en el vacío gris y elástico del agua abandonada, no sé qué ardiente pena…"
Son como cuadros de Turner. A lo mejor me reconcilio -y todo- con el Señor de las Jotas.