Sunday, February 28, 2010

El Museo Romántico de Madrid

Por fin, tras más de ocho años de reforma, ha vuelto a abrir sus puertas (hace unas semanas) el Museo Romántico de Madrid, fundado en los años veinte por el marqués de la Vega-Inclán y que ahora ha cambiado su nombre por el de Museo del Romanticismo.
Fuimos a verlo el domingo pasado. Todos estos años había querido llevar a la Esfinge y le había hablado mucho de lo bonito que era, pero siempre que pasábamos por San Mateo el edificio seguía misteriosamente cerrado. Ya lo había dado por perdido...
Por supuesto, nos gustó mucho. Es muy bonito. Pero mientras lo recorríamos no pude evitar la sensación de que todo estaba demasiado nuevo, demasiado luminoso, demasiado limpio. No sé si será un absurdo mío o simple trampa de la memoria, pero yo creo que antes de la reforma el Museo Romántico era más Romántico. Recuerdo haberlo visitado en melancólicas tardes de invierno, por la tarde, medio en penumbra, con todo un cortejo de sombras y fantasmas persiguiendo mis pasos. Qué le voy a hacer si, para mí, el Romanticismo siempre ha estado asociado, en cierto modo, al decadentismo. Pongo unas fotos que hice:





Monday, February 22, 2010

Jean Genet en Chatila

"Una fotografía tiene dos dimensiones, la pantalla de un televisor también, ni la una ni la otra pueden recorrerse. De un lado al otro de una calle, doblados o arqueados, los pies empujando una pared y la cabeza apoyada en la otra, los cadáveres, negros e hinchados, que debía franquear eran todos palestinos y libaneses. Para mí, como para el resto de la población que quedaba, deambular por Chatila y Sabra se parecía al juego de la pídola. Un niño muerto puede a veces bloquear una calle, son tan estrechas, tan angostas, y los muertos tan cuantiosos. Su olor es sin duda familiar a los ancianos: a mí no me incomodaba. Pero cuántas moscas. Si levantaba el pañuelo o el periódico árabe puesto sobre una cabeza, las molestaba. Enfurecidas por mi gesto, venían en enjambre al dorso de mi mano y trataban de alimentarse ahí. El primer cadáver que vi era el de un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Habría tenido una corona de cabellos blancos si una herida (un hachazo, me pareció) no le hubiera abierto el cráneo. Una parte ennegrecida del cerebro estaba en el suelo, junto a la cabeza. Todo el cuerpo estaba tumbado sobre un charco de sangre, negro y coagulado. El cinturón estaba desabrochado, el pantalón se sujetaba por un solo botón. Las piernas y los pies del muerto estaban desnudos, negros, violetas y malvas. [...]
Las fotografías no captan las moscas ni el olor blanco y espeso de la muerte. Tampoco dicen los saltos que hay que dar cuando se va de un cadáver a otro.
Si miramos atentamente un muerto, sucede un fenómeno curioso: la ausencia de vida en un cuerpo equivale a la ausencia total del cuerpo o más bien a su huida ininterrumpida. Aunque nos acerquemos, creemos que no lo tocaremos nunca. Eso si lo contemplamos. Pero si hacemos un gesto en su dirección, nos agachamos junto a él, le movemos un brazo, un dedo, de repente se vuelve presente e incluso amigo. [...]
Aquí, en las ruinas de Chatila, ya no queda nada. Algunas mujeres ancianas, mudas, se esconden rápidamente tras una puerta en la que hay un trapo blanco clavado."
(Jean Genet, Cuatro horas en Chatila)

Friday, February 12, 2010

Una historia inmortal

Un Macao español, música de Satie, el hombre del sombrero, Jeanne Moreau con su sombrilla sentada junto a un árbol envuelta en el humo, un perro caminando al fondo... Me encanta esta escena de Orson Welles. De las que no se olvidan. Tiene el aire de los sueños.

Tuesday, February 09, 2010

Céline dixit

"Los ricos no necesitan matar en persona para jalar. Dan trabajo a los demás, como ellos dicen. No hacen el mal en persona, los ricos. Pagan. Se hace todo lo posible para complacerlos y todo el mundo muy contento. Mientras que sus mujeres son bellas, las de los pobres son feas. Es así desde hace siglos, aparte de los vestidos elegantes. Preciosas, bien alimentadas, bien lavadas. Desde que el mundo es mundo, no se ha llegado a otra cosa.
En cuanto al resto, en vano te esfuerzas, resbalas, pati­nas, vuelves a caer en el alcohol, que conserva a los vivos y a los muertos, no llegas a nada. Está más que demostra­do. Y desde hace tantos siglos que podemos observar nuestros animales nacer, penar y cascar ante nosotros, sin que les haya ocurrido, tampoco a ellos, nada extraordina­rio nunca, salvo reanudar sin cesar el mismo fracaso insí­pido donde tantos otros animales lo habían dejado. Sin embargo, deberíamos haber comprendido lo que ocurría. Oleadas incesantes de seres inútiles vienen desde el fondo de los tiempos a morir sin cesar ante nosotros y, sin em­bargo, seguimos ahí, esperando cosas... Ni siquiera para pensar la muerte servimos.
Las mujeres de los ricos, bien alimentadas, bien enga­ñadas, bien descansadas, ésas, se vuelven bonitas. Eso es cierto. Al fin y al cabo, tal vez eso baste. No se sabe. Se­ría al menos una razón para existir."

(Louis Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche)

Saturday, February 06, 2010

El pasaje del deseo

Yo creía que nunca cerraba...

Thursday, February 04, 2010

Fiat Lux

Hágase la luz. Y la luz se hizo.
Se hizo la luz y la belleza y el fuego y la muerte y la destrucción. Todo en un instante.
Había tanta luz que no se veía nada. Primero fue un todopoderoso flash blanco, una impenetrable luz mística, el brillo de los ojos de Dios en la retina de un átomo. Aunque estuvieses de espaldas sentías cómo la luz divina te atravesaba el cerebro. Y cualquier centímetro de piel que estuviese al aire se abrasaba.
A continuación una vertiginosa lengua de fuego se expandió por la ciudad en décimas de segundo, arrasándolo todo: casas, árboles, cuerpos... El Espíritu Santo aleteaba a cuatro mil grados celsius. El mundo se volvió ceniza. Los cuerpos se deshicieron, se evaporaron o cayeron carbonizados, sin rostro. La radiación y los rayos gamma revirtieron los planos de la materia.
Decenas de miles de personas desaparecieron de la faz de la tierra en fracciones de segundo.
Primero fue el silencio de la nada. Acto seguido, el estruendo imposible de la devastación. Una nube negra devoraba el espacio a ras de suelo: montañas, bosques, ríos… Enormes cúmulos de polvo y ceniza lo cubrieron todo. La ciudad quedó a oscuras, ahogada en humo denso y en olor a muerte.
Desde las afueras de Hiroshima se veía cómo una gigantesca nube en forma de hongo se elevaba hacia el cielo. Aquello era precioso.
De repente nos dimos cuenta de que estábamos desnudos. La ropa se había desintegrado. Mirábamos horrorizados nuestros cuerpos en carne viva.
Salimos de entre los escombros. Las calles estaban llenas de cadáveres. Hogueras en cada esquina para calentar el alma. Sólo había muerte. Era una ciudad de muertos. Algunos zombis deambulaban con la mirada helada en el momento del pánico. Se dejaban llevar por la inercia. No había escapatoria.
Eran tan fuertes la sed y el calor que nos lanzábamos a los charcos. Bebíamos la lluvia negra. La lluvia radiactiva.
El infierno había llegado el mismo día 1 de la creación.
Su onda expansiva es la historia de los hombres.


Tuesday, February 02, 2010

Víctor Farías: Heidegger y el nazismo

"La intención de mi trabajo es una, y compleja: poner de manifiesto el germen de inhumanidad discriminadora sin el cual la filosofía de Martin Heidegger no es pensable como tal, pero sólo en la medida en que esta denuncia incluya —al mismo tiempo— el intento de contribuir a poner a salvo lo humano agredido, precisamente por una de las así llamadas «cumbres» filosóficas del siglo. Esta pretensión mía (que también incluye —como lo ha visto R. Maggiori— la puesta en cuestión de una época que elige tales «cumbres») ha sido —en la mayor parte de los casos— ignorada. En lugar de discutir mi tesis central y de ver en ella la explicación fundamental para entender primero la adhesión de Heidegger al nazifascismo y luego su curiosa relación con él hasta su muerte, algunos críticos han querido establecer, como un dogma, la separación entre una «persona» miserable y una «filosofía» grande, intocada e intocable.



La defensa de esa «grandeza» ha delineado vanas y multicolores estrategias. La más primitiva —la de los guardianes del Grial— ha optado por negar los hechos y atribuir mi trabajo al simple deseo de hacer daño y causar escándalo (F. Fédier) o crear «objetos sensacionalistas» (K. Nolte). A esta opción ha contestado brillantemente R. Rossanda. Otra estrategia estableció que «ya se sabía todo», pero urgió, paradójica y precisamente sólo ahora, a pensarlo «todo de nuevo», llamando vaga y frívolamente a los hechos «abismos fascinantes» sin proponer nada más concreto que variantes en la «lectura» (Derrida). Ante la masa de evidencias, otros intentos encubridores optaron por disociar «la persona» del filósofo, de su «obra» (G. Vattimo). Ello, por cierto, sin reparar ni por un instante en que la actividad política de Heidegger por mí tematizada estuvo siempre —según su inopia versión— fundada en momentos esenciales de su filosofía, que su praxis política durante el Tercer Reich fue articulada por Heidegger mismo en los textos filosófico-políticos que mi libro analiza. Común a todas las estrategias es, por lo demás, desconocer que, después de 1945 y hasta su muerte, Martin Heidegger cimentó su relación con el nazifascismo, con el «destino de Occidente» y con los alemanes, entendidos como «el corazón de los pueblos», sin abandonar un ápice el fundamento ideológico genéricamente nazi que lo llevó a sumarse al movimiento, a querer incluso dirigirlo espiritualmente, a censurar con dureza el desviacionismo posterior a 1934 y a pasar por alto, y para siempre, sus monstruosidades. En efecto: convertido, tras 1945, el «Ser» en «acontecimiento» (Ereignis), entendido el lenguaje como «la casa del Ser», el lugar en el que el ser humano deviene propiamente tal, la afirmación suya de que únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar y salvar el «Ser» sólo puede ser comprendida como una radical discriminación en el mayor nivel, en el nivel decisivo en que la historia fáctica deviene ontológica. Puesto frente al peligro que trae consigo la «expansión planetaria de la técnica», Heidegger afirma en su texto póstumo que sólo el nazismo (el verdadero, el del inicio y sólo él) estuvo en el camino de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. Es en este mismo texto donde Heidegger reafirma su desprecio por la democracia y por los sistemas que la practican. En cambio, no escuchamos ni una palabra de censura sobre el Holocausto, ni tampoco sobre un eventual interés de los periodistas por saber la opinión de Heidegger a propósito de los crímenes nazis. Si hay algo que Heidegger reprocha a los alemanes, no es el exterminio y la guerra, sino el no haber filosofado con profundidad."

(Víctor Farías, Heidegger y el nazismo, Prólogo a la edición española)

Monday, February 01, 2010

Aire de familia

Bigott - She is my man
Miguel Ríos - El río