Friday, February 27, 2009

El diario póstumo de Ramón Gómez de la Serna

Resulta que el otro día cogí en la biblioteca el Diario póstumo de RGS. A mí eso de llamarle Ramón (o RAMÓN) siempre me pareció tomarse demasiadas confianzas, como si fuese un amigo íntimo o el vecino del quinto, aunque seguramente de entre todos los escritores que uno ha leído ha sido Gómez de la Serna el más "amigo de toda la vida", pues ya desde niño o adolescente nos ha acompañado con sus greguerías.
Para mí RGS es, más que un escritor, la personificación misma de la literatura (de lo que sea que signifique "la literatura" en nuestra época), con todo lo bueno y lo malo (lo sublime y lo ridículo, lo sincero y lo mistificador, lo íntimo y lo espectacular/mediático) que eso supone. Hay muchas cosas suyas que me aburren soberanamente o que me cansan o que ya no me gustan, pero es indudable que su forma de mirar el mundo era totalmente nueva, espléndida y fértil. Su manera de percibir y sentir las cosas es única. Y no se me ocurre ningún otro escritor español del siglo XX que haya influido tanto en los demás escritores. Sospecho que ni Ortega y Gasset ni García Márquez ni Umbral ni Benítez Reyes, por poner unos ejemplos dispares (de distintos estilos y épocas), serían nada sin RGS. Y a nosotros, gracias a esa peculiar "vuelta de tuerca" en la mirada, también nos ha permitido disfrutar más de la vida.
Pues bien, precisamente el ramonianísimo Umbral escribió Ramón y las vanguardias, un libro que se lee con gusto y en el que dice algunas cosas muy acertadas e interesantes (seguramente es de sus mejores libros), pero cuya tesis principal siempre me ha parecido errónea. Viene a decir Umbral que Ramón era un "profesional del optimismo" y que por eso en la etapa final de su vida, deprimido por el exilio y su precaria situación económica y obsesionado con la idea de la muerte, sólo escribió cosas muy malas, porque era incapaz de literaturizar todo eso. La primera parte del enunciado es verdadera (RGS fue sobre todo un gran amante de la vida, del placer, de la calle, de los objetos...), pero la segunda me parece una soberbia tontería. Yo creo que su mirada fue siempre la misma (y, por tanto, también la calidad de su prosa, pues ésta era sobre todo una mirada sobre el mundo); lo que cambiaron fueron las cosas o los temas sobre los que escribía. Además, aunque está claro que su fuerte eran las imágenes y no las ideas, también es posible pensar a través de imágenes. Y nunca dejó de ser ese gran "psicólogo de los objetos" que dijo tan acertadamente Azorín.
Para mí, desde esa nietzscheana explosión de anarquía y pasión por la vida que es El libro mudo hasta esa genial meditación funeraria que es El hombre perdido, toda la obra de RGS raya a la misma altura: la suya. Como digo, su forma de mirar es siempre la misma, estrambótica y surrealista, en busca de lo insólito en lo más cotidiano, con momentos de especial lucidez (aunque también con bastante tontería). Lo que ocurre es que al final de su vida dirige su mirada a cosas más tristes y lúgubres, como la enfermedad y la muerte; de hecho, como sabéis, su autobiografía se llama Automoribundia. Pero es que la muerte, no lo olvidemos, forma parte de la vida, como bien sabía Nietzsche. Curiosamente, también el “optimista” Umbral alcanzó sus cotas líricas más altas en un libro rondado o asediado por la idea de la muerte: Mortal y rosa.
En su diario póstumo escribe RGS cosas como éstas, siguiendo su receta tradicional de "humor (a veces negro) + metáfora + absurdo + metafísica + juegos de palabras" etcétera:
-"Mientras, cada cual está cuidando su cáncer, mimándolo, llevándole al teatro, dándole pan... El cáncer está escondido, con su geografía secreta, pero madurando como un moretón del pellizco que nos dio el destino al pasar, como poniéndonos el hierro, porque ya vamos teniendo edad".
-"Los griegos se morían soltando palabras griegas por la boca".
-"Todas las toses son incomprensibles".
-"El ruido del reloj es que os está cavando la fosa".
-"Made: el título que produce más orgullo a los pueblos".
-"La verdad, por valiente que uno sea, ¡qué triste es!".
-"La USA usa a los hombres y los tira".
-"Desayuno: firma de paz del día".
-"Mujer: Doña Posturitas".
-"La cama está preparada como para hacernos la operación del sueño".
-"Colas de cine: colas de hambre de fantasía".
Decía Trapiello que a Ramón estaba muy bien haberlo leído pero que llega un momento en que uno ya no puede (ni debe) leerlo más. Entiendo lo que quiere decir... y sí, creo que tiene razón. Pero, no sé, quizás de vez en cuando nos podemos seguir concediendo un caprichito de juventud y degustar unas greguerías... para desengrasar. Y más en estos tiempos de crisis, ¿no?

Monday, February 23, 2009

Gosford Park

Están poniendo en La 2 Gosford Park. Con esta película me pasa un poco lo mismo que con El caso Winslow. Puedo verla mil veces y no me canso. Cuando uno se pone a verla, en cualquier momento, haya empezado o no, se quedará irremisiblemente pegado a la pantalla y no podrá apartar sus ojos hasta que llegue el final. En ambos casos la narración de la historia, el perfecto guión, los diálogos, la caracterización de los personajes, el estilo clásico, reposado, lleno de sabiduría, las grandes actuaciones de los actores (sin excepción), etcétera, convierten a estas películas en obras maestras clásicas. Digo "clásicas" porque no se me ocurre adjetivo más exacto. También tienen en común las dos la ambientación inglesa. La de David Mamet es más teatral y estática, pues se centra en pocos personajes y tiene un argumento muy definido. Ésta de Robert Altman es más cinematográfica, dinámica y aleatoria. Inevitablemente recuerda a la serie Arriba y abajo, esa versión sofisticada y light de la lucha de clases.
Si pudiese llevarse a la literatura ese estilo sublime, de sencillez y precisión... (Os dejo que se acaban los anuncios).

Friday, February 20, 2009

Borges o el ágora

"El milagro fundamental logrado por Borges es el de convertir un prototipo del escritor de minorías en autor de masas: lograr que su prosa erudita, alusiva y alegóricamente irónica, complementada por una sosegada poesía metafísica de sesgo arcaizante, resultara pábulo anhelado para una multitud de lectores que jamás perdonarían tales vicios a ningún otro. Tal como el apóstol Pablo quiso conseguir (también Kipling suscribió este ambicioso proyecto, en un poema en que parafrasea al de Tarso), Borges ha llegado a serlo todo para todos... o casi todo para casi todos, pues los tiempos posmodernos no consienten más. En los laberintos y espejos, en los multiplicados tigres de su obra (ya alzados a fetiches literarios redundantes) se acomodan los más exigentes y los más populistas, los seguidores de Foucault y los de Michael Crichton: él, que tuvo vocación de gabinete y celosía, se ha transformado en ágora."
(Fernando Savater, Borges)

Friday, February 13, 2009

Grandes misterios (frikis) de la humanidad

No me preguntéis cómo he llegado a estas páginas web, porque no me acuerdo, pero el caso es que googleando googleando uno puede terminar topándose con la respuesta a uno de los grandes misterios de la humanidad: ¿por qué a los tíos (por lo visto no a todos) nos sale una pelusilla de algodón en el ombligo?
La cuestión en sí misma es una guarrería total, pero si ahondas un poco tiene su miga (nunca mejor dicho). Hay un doctor, llamado Karl Kruszelnicki, que se ha dedicado en cuerpo y alma a analizar este misterio, e incluso en 2002 ganó el premio Ig Nobel a la Investigación Interdisciplinar por sus estudios científicos al respecto (suena a coña, pero no: aquí hay varios enlaces que lo corroboran). Sus conclusiones -copio y pego- son que: 1) La pelusa del ombligo consiste principalmente en las fibras sobrantes de la ropa, mezcladas con piel muerta y algo de vello. 2) La pelusa se desplaza de abajo arriba y no al revés, como sería más “verosímil”. El proceso migratorio es el resultado de la fricción del vello corporal con la ropa interior, que arrastra las fibras sueltas hacia el ombligo. 3) Las mujeres tienen menos pelusilla en el ombligo debido a que su vello corporal es más fino y corto. Por el mismo motivo, los hombres mayores, por tener pelos más ásperos y numerosos, acumulan una mayor cantidad de pelusa. 4) La coloración azul se debe a la existencia de fibras azules en la mayor parte de las prendas de vestir. 5) La existencia de pelusilla en el ombligo no reviste ningún peligro para la salud.
Ya anteriormente los doctores Donald E. Smith y Bhupendar S. Gupta habían dedicado sendos estudios a la fabricación algodonosa de los ombligos; el segundo, cuya tesis doctoral versó sobre las fibras textiles, menciona la existencia de un "microclima" en las barrigas humanas.
Y en Australia hay un guarro llamado Graham Barker que lleva 25 años (¡desde 1984!) coleccionando las bolitas de algodón que le salen del ombligo. Debe de tener toda la casa llena de frascos el tío cerdo. Según explica en su página web (en inglés), empezó un día en que estaba aburrido en un hotel de Brisbane ("era una noche de fuerte tormenta y afuera llovía, no tenía nada que hacer, me miré al ombligo... y allí estaba: ¡la pelusilla!"), siguió guardándola durante unos días y después ya no había quien le parase en su compulsión coleccionista. Está muy orgulloso de su colección porque considera que es única, diferente, extraña, completa y se mantiene en perfecto estado de conservación ("millones de personas coleccionan monedas, pero hasta donde yo sé nadie más colecciona pelusilla del ombligo", asegura). Por supuesto, ha obtenido ya el récord Guiness, esas Olimpiadas para Memos. Desde que en 1999 pusiera en marcha su página web, el éxito mediático de Graham Barker ha sido fulminante: radios, periódicos y televisiones de todo el mundo han requerido su presencia, pues querían que les contase su historia. Ha participado en varios libros y revistas e incluso fue invitado a viajar a Estados Unidos (con todos los gastos pagados) para acudir al famoso show televisivo de Jay Leno.
Para los que estén interesados en el tema, hay varios foros de gente con poco tiempo libre: uno, dos. Lo raro es que Iker Jiménez todavía no le haya dedicado un programa especial.
Para que luego digan que internet no sirve para nada...

Sunday, February 08, 2009

"A estación violenta", de Manuel Jabois

Pues en esto que resulta que Jabois, nuestro Manuel, ha publicado su primera novela, y a mí me llegó ayer al buzón y estoy disfrutando mucho leyéndola y quiero compartirlo ya mismo, aunque no la haya terminado aún. Está escrita en gallego y ha sido publicada por la editorial Morgante (esperemos que pronto traspase las fronteras autonómicas del idioma y sea traducida al castellano).
De Jabois conocíamos hasta ahora su labor periodística, en la que destaca por su brillantísima prosa (para mí una de las mejores del periodismo español) y por continuar con talento la veta de ironía, inteligencia y vago escepticismo (no dejarnos embaucar con la imagen del espejo, sino analizar con humor la superficie y el trasfondo de ese espejo mediático que nos devuelve la imagen del mundo) abierta por Arcadi Espada, que es en sí mismo toda una escuela de periodismo.
Lo de publicar una primera novela siempre tiene su peligro. Es un poco como tirarse en parapente colina abajo: puede uno tambalearse en el aire o caerse de bruces o rozarse el culo contra las piedras… y quedar en evidencia o escocido durante un tiempo (después de todo, es la primera vez que uno se muestra en serio ante los demás, en formato libro, ese fetiche o ídolo nuestro de papel), pero veo que Jabois ha salido indemne del aprieto: vivito y coleando y, sobre todo, con renovadas fuerzas para dar mucho más, pues éste ha sido sólo el primer impulso. Se va a tirar muchas más veces por el desfiladero. Y lo mejor está por llegar…
Lo que más me está gustando de A estación violenta es la musicalidad de su prosa. Se pone uno a leerla y no puede parar, o puede no parar: si te descuidas te quedas agarrado al libro y te encierras en tu cuarto y te salen telarañas de los sobacos y la mujer te abandona por incomparecencia. Para mí una cosa está clarísima: aquí hay escritor, y de los buenos. Y eso no es tan fácil de ver en una “ópera prima” (cursilísima expresión, por cierto).
El tono me está recordando mucho a Scott Fitzgerald, con su melancolía de las generaciones perdidas y su nostalgia de las ilusiones truncadas, de los veranos felices, de las juventudes marchitas; más incluso que a las evocadas Palmeras salvajes de Faulkner. Por supuesto, no faltan en la prosa de Jabois algunas resonancias marianas (de Javier Marías, no de la Virgen, aunque quizás sean la misma cosa, al menos para la literatura española actual, pues se aparece en las manchas de todas las paredes), empezando por la primera frase, buenísima: “Me pregunto a veces para quién fuimos importantes, y quién nos quiso, o quién quiso querernos”. Pero la diferencia, para mí, es que Marías es un pedantuelo y Jabois no. A mí me gusta más Jabois, qué queréis que os diga, y no lo digo porque sea mi amigo. Por otro lado, los dos son del Madrid y admiradores de Zidane, y eso les honra y les garantiza mi amistad para los restos. En fin, que ya pueden dormir tranquilos… Y, qué coño, nuestro Jabois queda mejor en las solapas; hasta, si me apuras, queda mejor que Manuel Rivas, prototipo de gallego triunfante y “guapetón” (eso dicen, al menos, las señoras menopáusicas). Vean, vean:

A ver, que me disperso... Al grano. Hasta donde llevo leído, los personajes de A estación violenta parecen atrapados en cierto romanticismo, un peligroso "romanticismo de sí mismos" del que no quieren salir: la épica del perdedor. Es la historia de unos jóvenes que se desencantan pronto de la vida. Me los imagino como un grupo de niños bien que hacen juergas en chalés con piscina y beben y se drogan, tipo Historias del Kronen pero de la Caeira (o eso me parece a mí, no sé), envueltos en una especie de “malditismo pijo” (expresión que, creo recordar, utilizó el propio Jabois en un post sobre los Panero); después algunos salen mal parados y otros se hacen mayores pero no quieren ser mayores, como Peter Pan pero con whisky. Y los vemos siempre desde después, desde el futuro que proyecta implacable su tristeza sobre el paraíso perdido: quizás por eso parece a veces que se toman demasiado en serio a sí mismos y se ponen fúnebres y sentenciosos y están de vuelta de todo. Supongo que, en un momento dado, todos los jóvenes postadolescentes (¿a los veintipocos?) nos creemos especiales, únicos, queremos autoafirmarnos como “generación” y buscamos diferenciarnos de los otros, etiquetarnos, analizarnos, y nos sale indefectiblemente un “nosotros” demasiado petulante, que se da importancia. Pronto nos daremos cuenta de que ese “nosotros” también era un espejismo (no sólo lo eran nuestros sueños), el mismo espejismo exactamente de los que ya fueron y de los que vendrán.
Por eso ahora me cuesta identificarme con esa elegía heroica (perdedora) que hacen los personajes respecto de “su generación”, que también es la mía. La generación de Fitzgerald pasó por una guerra mundial y una Ley Seca... y estaba el jazz y el cine mudo y el fox-trot y las piernas de las coristas, y después el crack del 29, etcétera, pero la nuestra sólo tuvo a Naranjito, Citronio y la teta derecha de Sabrina, poco más o menos. Quiero decir que quizás no tenemos derecho ni al sentimiento de pérdida.
Al margen de todo eso (que es otro tema de discusión y que no tiene que ver exactamente con la novela), los personajes de A estación violenta sienten y padecen, tienen sus amores, sus desengaños, sus recuerdos, sus amigos muertos, los golpes de la vida… y ahí es donde Manuel pone toda la poesía en el asador. Sus descripciones son sentimientos muy fuertes, siempre con sabor a derrota, y destilan melancolía por los cuatro costados. Son frases rítmicas, acompasadas, con una sintaxis perfecta, y da gusto recorrerlas. Porque leer a Jabois es un verdadero placer, no un castigo o cilicio como pasa con tantos otros (que no saben ni poner las comas). Aquí hay destreza de escritor, buena mano para la narración de recuerdos y para la descripción de momentos.
Quizás, como miembro que es del Círculo Solana (porque Marías tendrá su Reino de Redonda, pero nuestro Círculo tiene la boina de Buñuel en vez de la peluca de Almodóvar), el estilo de Jabois acabará adquiriendo mayor crudeza y rudismo (o crudismo y rudeza), asimilándose a la mirada seca del chucho callejero; o no, quién sabe; en cualquier caso, el evidente lirismo que transpira este libro sabe contenerse y no se sale de la raya. El dilema futuro (el de todos nosotros, y aquí no se salva ni Dios) es cómo conciliar música con crudismo.
Tengo que reconocer que, mientras leo su libro, estoy echando de menos una cosa (a lo mejor llega en las próximas páginas, ya os diré): el sentido del humor al que Jabois nos tiene tan acostumbrados desde su columna del Diario de Pontevedra, que para mí es de sus valores más importantes. Pero la culpa de esto es sólo mía: el error está en que yo busco a Jabois en el narrador, y eso no es justo, o es trampa, o es algo que no se debe hacer. Esto es otra cosa.
De hecho creo que Jabois, que escribió esta novela hace unos años, ya no se reconoce en la voz del narrador. Es normal. Pero ahí queda, como testimonio del pasado (ése que nunca acabaremos de quitarnos del todo, ése que nunca dejaremos de ser, al menos un poco), pues las novelas no tienen que ser sólo presente.
Yo creo que la verdadera derrota está tras la derrota, tras el sentimiento eufórico de la derrota, cuando uno ve que, después de todo, no ha pasado nada; peor aún, que en realidad no pasaba nada donde uno veía el fin del mundo, y que seguramente seguirá sin pasar. Que la vida iba en serio, sí, pero que tampoco era para tanto.
Quizás ésa es la voz que nos queda por delante; ésa o cualquier otra, da igual. Siempre que salga de la mano de Jabois, será una gozada leer esa voz de la prosa, o esa prosa de la voz. Mientras, con vuestro permiso, voy a seguir meciéndome en su magnífico gallego: “Naqueles anos, onde queira que me atopase, calquera que fose o momento, sempre estaba só. Miraba ao meu redor indiferente. Lembro inviernos de noites nas que calquera hora eran as cinco da madrugada. (…) Viaxaba ao final movido polo calendario, xusto a tempo para ver a derradeira luz da tarde escorregando plúmbea pola fachada de pedra gris do meu edificio. A miúdo a chuvia. Outras veces, o teito húmido do meu cuarto. Sempre insomne, ou coa aparencia de estalo”.
Y ahora no sé qué hacéis que no salís a la librería más cercana y encargáis A estación violenta de Manuel Jabois. Seguro que la disfrutáis tanto como yo. Una gran primera novela.

Saturday, February 07, 2009

La narración y el viaje

"La metáfora del viaje, para evocar la narración, expresa su aire aventurero en el encuentro con los demás, en el encuentro con uno mismo, en una encrucijada de caminos. En el origen de los grandes relatos épicos hay viajes, vagabundeos, recorridos y encuentros. Pero si todo relato es viaje se debe a que ha sido compuesto, creado, y a que, de su concepción primera a su elaboración final, se ha verificado un recorrido (el recorrido mismo de la escritura que empuja al escritor a tratar de encontrarse o de construirse a sí mismo recurriendo a algunos recuerdos, a algunos testimonios, a algunas imaginaciones y a algunas esperas que siempre guardan relación con determinadas formas de alteridad), y también porque, leído y releído el relato, constituye para todo lector un encuentro, bueno o malo, excitante o no, un encuentro que lleva tiempo, que requiere un tiempo, y que desemboca a veces en identificaciones, en vínculos incondicionales establecidos al término de un viaje interior que el espacio del libro (líneas, páginas) materializa y al que ronda la presencia de los otros, más o menos próximos (autor, personajes)".
(Marc Augé, El tiempo en ruinas)

Monday, February 02, 2009

El boxeador de Wall Street

Estábamos en Wall Street, junto al edificio de la Bolsa, cuando de repente apareció un pirado con guantes de boxeo. Gritaba. No sé qué, pero gritaba...