Sunday, October 31, 2010

Una hora más de sueño

Es temprano. Hace frío. Ha llovido con violencia toda la noche. Ahora sólo gotea: de los árboles, de las cornisas, de los toldos, de las mamparas de autobús.
Cambio de hora el reloj, cierro todos los botones del abrigo, cojo el paraguas, tengo sueño. Salgo a comprar chocolate&churros, churros&chocolate. En el suelo, mojado, están pegadas las hojas de los árboles, en su mayoría amarillas u ocres; también hay algún desperdicio, bolsitas de plástico, paquetes de tabaco, envoltorios. La acera parece uno de esos patchworks absurdos de los museos de arte contemporáneo.
Fuera no hay casi nadie. Pocos coches. En la chocolatería/churrería se refugian unos cuantos seres que disfrutan. Están calientes, se han quitado los abrigos, miran por la ventana, leen el periódico, charlan, mojan los churros en el chocolate, muerden los churros y beben el chocolate. Huele a calor dulzón, a felicidad modesta, a placidez. Los paraguas aguardan tumbados en el suelo, debajo de las mesas. Sale humo de las tazas.
El camarero no entiende el número de churros que le digo. Aún estoy dormido, y eso que hoy hemos dormido una hora más, según se dice. Será por eso. Me veo en el espejo con los pelos de loco y las marcas de la almohada. Vuelvo a casa con mi bolsa colgando de la mano; dentro va un pequeño cántaro de plástico con chocolate ardiente y una decena de churros recién hechos envueltos en papel. Hace menos frío, llevo el abrigo abotonado hasta arriba, tengo sueño, los pies pisando las hojas. Pienso que el chocolate con churros es el ratito de infancia que se conceden los que ya la han perdido sin remedio.

Sunday, October 24, 2010

Vidas minúsculas

"Vio una ciudad; vio los tobillos de las esposas de los oficiales cuando suben en auto; oyó a los jóvenes que rozaban con el bigote la oreja de hermosas criaturas hechas de risas y de seda: era la lengua que conocía por Elise, pero parecía otra, de tan bien que sus indígenas conocían sus vericuetos, sus ecos, sus astucias. Supo que era un campesino. Nada nos hará saber cómo sufrió, en qué circunstancias fue ridículo, el nombre del café donde se emborrachó. [...]
Hubo algunos acontecimientos. Un cabriolé de dos caballos que olía a ciudad, a despacho de abogado o a escribanía, se detuvo una tarde en el umbral: apenas dio tiempo para ver bajar de él, de espaldas, silueta extraña y breve como de novela rusa sobre los campos enlodados, a un hombre joven, vestido todo de negro y con sombrero de copa, que se metió en la entrada oscura. Toussaint se quitó la gorra, se llevó la mano al bigote; Juliette sirvió al visitante un vaso de vino; bebió o no bebió; miró el hogar, se sentó y les habló: nadie sabe de qué. [...]
Desde la ventana de mi cuarto, lo vi salir poco después, plantarse ante el frío, abrocharse la chaqueta, tirar su colilla: también esos gestos los conocía bien. Se subió en velomotor y se alejó entre las detonaciones del motor por el campo ácido en el que estaba ausente Marianne, y todo perdón, y el verano lejano. Me acordé de otro hombre. [...]
Hay que terminar. Estamos en invierno; es mediodía; el cielo se acaba de cubrir uniformemente de nubes bajas y negras; muy cerca, un perro deja oír a intervalos regulares ese grito lento, muy solapado y como de concha marina, que hace decir que ladra a la muerte; puede ser que nieve. Pienso en los alegres ladridos de esos mismos perros, las noches de verano, cuando regresaban los rebaños entre manchas de claridad; era niño, la luz también lo era. Quizás me agoto en vano: no sabré qué es lo que se fue y se volvió hueco en mí. Imaginemos una vez más que las cosas ocurrieron como voy a decir".
(Pierre Michon, Vidas minúsculas)

Saturday, October 09, 2010