Monday, December 31, 2007

Nochevieja o el eterno retorno de lo mismo

Uvas, campanadas, fuegos artificiales, confetti, champán...
Fantasmas de un pasado idéntico (no menos idéntico que el futuro), aprendices de cadáveres simulando una borrachera de alegría, celebrando -supongo- que aún estamos aquí, que no nos hemos ido, que no han dicho nuestro nombre en la sala de espera.
Sólo eso. Lo mires como lo mires, es absurdo... extraño... irreal.

Saturday, December 29, 2007

Coketown, la ciudad sin fantasía

Se acaba el año. Es hora de recuentos y sinopsis. Pero no pienso hacerlo, porque no tengo ganas ni fuerza para esa muerte prematura. Los que habéis visto el vídeo de la casa romana ya sabéis por qué prefiero mirar para otro lado. La resaca, en estos casos, también ayuda un poco.
Abro un libro de Charles Dickens y leo esta maravillosa descripción de una ciudad, Coketown, que representa el triunfo absoluto del realismo:
"It was a town of red brick, or of brick that would have been red if the smoke and ashes had allowed it; but as matters stood it was a town of unnatural red and black like the painted face of a savage. It was a town of machinery and tall chimneys, out of which interminable serpents of smoke trailed themselves for ever and ever, and never got uncoiled. It had a black canal in it, and a river that ran purple with ill-smelling dye, and vast piles of building full of windows where there was a rattling and a trembling all day long, and where the piston of the steam-engine worked monotonously up and down, like the head of an elephant in a state of melancholy madness. It contained several large streets all very like one another, and many small streets still more like one another, inhabited by people equally like one another, who all went in and out at the same hours, with the same sound upon the same pavements, to do the same work, and to whom every day was the same as yesterday and tomorrow, and every year the counterpart of the last and the next."
En traducción pierde un poco, pero sigue sirviendo:
"Era una ciudad de ladrillo rojo, es decir, de ladrillo que habría sido rojo si el humo y la ceniza se lo hubiesen consentido; como no era así, la ciudad tenía un extraño color rojinegro, parecido al que usan los salvajes para embadurnarse la cara. Era una ciudad de máquinas y de altas chimeneas, por las que salían interminables serpientes de humo que no acababan nunca de desenroscarse, a pesar de salir y salir sin interrupción. Pasaban por la ciudad un negro canal y un río de aguas teñidas de púrpura maloliente; tenía también grandes bloques de edificios llenos de ventanas, y en cuyo interior resonaba todo el día un continuo traqueteo y temblor y en el que el émbolo de la máquina de vapor subía y bajaba con monotonía, lo mismo que la cabeza de un elefante enloquecido de melancolía. Contenía la ciudad varias calles anchas, todas muy parecidas, además de muchas calles estrechas que se parecían entre sí todavía más que las grandes; estaban habitadas por gentes que también se parecían entre sí, que entraban y salían de sus casas a idénticas horas, levantando en el suelo idénticos ruidos de pasos, que se encaminaban hacia idéntica ocupación y para las que cada día era idéntico al de ayer y al de mañana y cada año era una repetición del anterior y del siguiente."
(Charles Dickens, Tiempos difíciles)

Thursday, December 27, 2007

La tumba de John Keats

Roma, agosto de 2007.

"Esta tumba contiene los restos mortales de un joven poeta inglés, que, en su lecho de muerte, con el corazón lleno de amargura, al malicioso poder de sus enemigos dedicó estas palabras para ser grabadas en su lápida: Here lies One Whose Name was writ in Water".
Aquí yace alguien cuyo nombre fue escrito en agua. Éste es el hermoso epitafio que adorna la tumba de Keats (1795-1821) en el cementerio no católico de Roma.

Thursday, December 20, 2007

La fiebre, el cartero y el cadáver de Baroja

Uno está en cama, con fiebre. Por la ventana se ve caer la lluvia y se intuye el frío intenso de este Madrid tan cruento y desapacible. La garganta arde en cada trago de saliva, la cabeza noqueada como la de un boxeador, el cuerpo cansado y débil como si fuese de trapo… Sería el momento perfecto para volver a las páginas de Proust o del Cuaderno gris, como hago siempre que estoy convaleciente. Pero de repente suena el timbre de la puerta. Es el cartero. Un paquete para mí, qué ilusión...
Después de forcejear un rato con las tijeras, consigo abrirlo y aparecen dos libros. Escritores que escriben sobre escritores: Galdós evocando su visita de 1889 a la casa de Shakespeare en Stratford-On-Avon y Cela glosando las maravillas de los maestros del 98. Una gozada.
Tumbado bocabajo, con el libro abierto junto a la almohada, la fiebre se deja mecer por esos párrafos de prosa lenta y delicada. Se mueve uno lánguida, gozosamente, como si el virus de la gripe se dejase hipnotizar por el ritmo de la buena literatura. Una sonrisa de placidez termina por embadurnarnos la cara.
Los párpados pesan. El cansancio. En mitad de una página cierro los ojos y me imagino perfectamente al Baroja difunto. Es como si lo tuviese delante, de cuerpo presente (nunca mejor dicho). Paseo por la habitación, observo su rostro sin vida e intercambio algunas palabras con las personas que han ido a despedirle. Todo apunta a que la lectura ha dado paso a la imaginación, y ésta al sueño. El párrafo que acababa de leer decía lo siguiente:
Baroja, muerto y entre cuatro velas humildes, en su casa; en una habitación del fondo –puerta al pasillo, ventana sobre el patio, desnudas las paredes y, en el suelo, el frío baldosín– yace en un ataúd humilde y con una palidez humilde pintada en el semblante. (…) A mí, que me ha tocado –ni para suerte ni para desgracia– ver muchos muertos de cerca, ningún muerto me ayudó más a creer en la muerte que Baroja muerto. Cuando esperábamos la mala hora de tapar la caja y llevárnoslo al cementerio, me pasó por la cabeza el antojo de comparar su cara con las de los que estábamos allí a su alrededor. (…) quien, entre todos, tenía menos cara de circunstancias era el mismo Baroja.
(Camilo J. Cela, “Recuerdos de don Pío Baroja”, Obras completas, 15).

Pío Baroja, pajarito.

Vuelvo a abrir los ojos y miro por la ventana. Sigue lloviendo a cántaros. Tiene pinta de hacer mucho frío afuera. Me noto el cuerpo muy caliente y me recorren los escalofríos. Intento cerrar la mano en un puño pero no lo consigo. No tengo fuerza. Me cubro la cabeza con las sábanas, como si fuese un turbante o una mortaja, y continúo durmiendo.

Thursday, December 13, 2007

A Lisboa

"Hay sosiegos del campo en la ciudad. Hay momentos, sobre todo en los mediodías de estío, en que, en esta Lisboa luminosa, el campo, como un viento, nos invade. Y aquí mismo, en la Calle de los Doradores, tenemos el sueño agradable.
¡Qué bueno es para el alma ver entrar, bajo un sol alto quieto, estos carros de paja, estos cajones por hacer, estos transeúntes lentos de la aldea transferida! Yo mismo, mirándolos desde la ventana de la oficina, donde estoy solo, me transmuto: estoy en un pueblo tranquilo de provincias, me remanso en una aldehuela desconocida, y porque me siento otro soy feliz.
Lo sé bien: si levanto los ojos, tengo ante mi la línea sórdida de las casas, las ventanas por lavar de todas las oficinas de la Baja, las ventanas sin sentido de los pisos más altos donde todavía se vive, y, en lo alto, en el ángulo de los tragaluces, la ropa de siempre, al sol entre tiestos y plantas."

Pessoa de paseo (valga el jueguecito de palabras).

"Lo sé, pero es tan suave la luz que dora todo esto, tan sin sentido el aire tranquilo que me rodea, que no tengo una razón ni siquiera visual para abdicar de mi aldea postiza, de mi pueblo provinciano donde el comercio es un sosiego.
Lo sé, lo sé... Aunque sea verdad que es la hora del almuerzo, o del descanso, o de la interrupción. Todo discurre bien por la superficie de la vida. Yo mismo duermo, aunque me asome al balcón, como si fuera la amurada de un barco sobre un paisaje nuevo. Yo mismo pienso, como si estuviese en la provincia. Y, súbitamente, otra cosa me surge, me envuelve, me domina: veo, por detrás del mediodía del pueblo, toda la vida en todo lo del pueblo; veo la gran felicidad estúpida del sosiego en la sordidez. Veo, porque veo. Pero no he visto y me despierto. Miro alrededor, sonriendo, y, antes de nada, me sacudo de los codos del traje, desgraciadamente oscuro, todo el polvo de la barandilla del balcón, que nadie ha limpiado, ignorando que tendría un día, aunque sólo fuese un momento, que ser la amurada sin polvo posible de un barco que singla en un turismo infinito."

(Fernando Pessoa, El libro del desasosiego)

PD: Me voy tres días a Lisboa, y quién sabe si me cambiará la vida. Mientras, os dejo paseando un ratito por Venecia: algunas casas desde el vaporetto y el vacío del mundo en las campanas.

Monday, December 10, 2007

El frío

Yo sé lo que es el frío. El frío es ir de caza por el bosque y correr entre la maleza y saltar sobre los arbustos y atravesar los caminos nevados y escalar las laderas del monte y esquivar los troncos de los árboles y de repente sentir que te persigue el aliento de los perros y que están cerca, muy cerca, cada vez más cerca, y oír las voces de los hombres a tu espalda, cada vez más excitados, más sanguinarios, más hambrientos, y saber que por mucho que corras, por mucho esfuerzo que pongas en la huida, acabarás siendo abatido por las balas, colgado de una viga y troceado para enriquecer un guiso. Darte cuenta de que la caza eres tú. Eso es el frío.
El frío es saber que ya estás muerto, aun cuando estés huyendo, aun cuando sigas vivo.

Friday, December 07, 2007

Los sueños de la Erinia

Probando, probando... Acabo de subir mis primeros vídeos en Youtube.
Uno de Roma:



Otro de Berlín. Y, cómo no, un homenaje al maestro.

Wednesday, December 05, 2007

"No dices nada" (oudien légeis)

"Cuando en el curso de un diálogo de Platón uno de los personajes reclama de otro el asentimiento o el disenso con respecto a lo que él, el preguntante, ha dicho, es muy frecuente cierta situación en la que nuestras traducciones no pueden evitar una distorsión sin la cual simplemente no podría haber traducción; dicen, en efecto, algo del tipo "¿Digo algo acertado?", y tenemos que aceptarlo así, aunque sabemos perfectamente que el texto griego no dice eso, sino meramente "¿Digo algo?" (légo ti;). Este uso es, por otra parte, especialmente consistente, pues, para la declaración que constituiría respuesta negativa a la mencionada pregunta, no se emplea "Lo que dices no es cierto" o cosa parecida, sino sencillamente "No dices nada" (oudien légeis)."
(Felipe Martínez Marzoa, El decir griego, A. Machado Libros, Madrid, 2006)

Esto es: para los griegos el "objeto directo" del verbo "decir" no es un "dicho" que pudiese concertar o no con la cosa, sino que es la cosa misma. Ahí estaría resumido, quizás, nuestro ideal regulativo en torno a la escritura (imposible de conseguir sin escribir o pensar en griego clásico). Aunque esa quimera nos conduzca sin remedio al aserto final del Tractatus.
PD: En el ámbito dialéctico, este "No dices nada" podría servir de preámbulo cortés o variante filosófica de la ya mítica expresión regia: "¿Por qué [coño] no te callas?".

Tuesday, December 04, 2007

Proyecto Gutenberg 2007

A veces ya no sabe uno si es que los lazos afectivos todo lo pervierten (incluida la capacidad de juicio) o si es que se puede chochear a los 30, pero acabo de leer este texto de Diarios de Rayuela y estoy profundamente impactado, conmovido, admirado. Es una verdadera -aunque breve- obra maestra. Me recuerda al monólogo final de Los muertos de James Joyce.
Esto, unido -haciendo sólo memoria de los últimos días- a los relatos de Lucha y J. M. Martín Peña, los artículos de Ariza y Jabois, las constantes joyas de Mabalot..., me hace pensar que esto no es normal. Esto es la leche.
No quiero parecer un exagerado, un hooligan o un inconsciente, pero estoy por bajar a la calle y quemar todas las librerías. La verdadera literatura está aquí, a la derecha.