Tuesday, June 30, 2009

Fotos de Londres 2009

Esta vez preferí captar ambientes, personas, atmósferas o como se diga, que es lo que a mí más me gusta de Londres: la gente andando por la calle, tomando unas pintas de cerveza a la puerta de un pub, tirados en el césped de un parque, etc. Tampoco faltan los inevitables edificios y monumentos, sobre todo por culpa del trayecto en barco. Hizo tanto sol esos días que a veces las fotos salían sin color, poco definidas, casi borrosas. Creo que no han salido bien. Menos la de la chica resacosa, en Greenwich (léase Grínich), junto al Támesis. Ésa sí me gusta. La foto, digo.
Aviso: a quien no le guste Londres le aburrirán mucho. No tienen nada especial.
AQUÍ pongo el enlace.

Monday, June 29, 2009

Milla Jovovic & Jem

Milla Jovovic debe de ser el sueño erótico de todo friki consolador, una especie de superheroína de videojuego, algo andrógina y caballuna pero con unos ojos increíbles. Una Lauren Bacall posmoderna. Tiene algo, sí. O mucho. Aquí, en vídeo, con música de Jem (la canción se titula "24").

Saturday, June 27, 2009

El poeta cartero de Cansinos

Voy por la página 56 del tomo 3 de La novela de un literato de Rafael Cansinos Assens. Otro día cogeré los tomos 1 y 2 en la biblioteca (mirando el índice, me apeteció más éste, no sé por qué). Creo que alguna vez lo había hojeado, pero nunca me había puesto a leerlo. Antes de que se me pase la emoción, tengo que decirlo: esto es una obra maestra, sobre todo por sus retratos de los personajes de la época, especialmente de la vida literaria, de la bohemia (abarca de 1898 a 1936), pero también por los diálogos, las descripciones, etc. Hasta ahora todo lo que había leído de Cansinos me gustaba mucho pero se postraba demasiado ante la belleza, en un estilo melodioso y redondo, con afán preciosista y quizás un pelín pomposo. Aquí no. Aquí el estilo es directo, claro y sencillo. Yo creo que, junto con las memorias de Baroja, son la mejor crónica de una época... que merecía ser contada. Pocas veces he leído retratos tan buenos. Cansinos ha inmortalizado -literalmente (olvidemos el cliché)- a mucha gente.
Inolvidable, por ejemplo, el poeta cartero:
Ricardo Martínez es un tipo popular en el barrio. Es el hombre que nunca tiene prisa, que se detiene a hablar de literatura en cuanto se encuentra a un amigo, discutiendo valores, exponiendo argumentos de dramas patológicos, quejándose amargamente de la incomprensión de los empresarios y proclamando que en este país de ignorantes y cretinos no es posible hacer nada; todo lo cual lo refuerza con frases de grandes escritores, que son sus amigos. [...]
Martínez explaya sus peroratas y lucubraciones en plena calle, recostado sobre una pared o un farol, cargado con su cartera, en la que lleva la correspondencia siempre atrasada, juntamente con sus no menos atrasadas cuartillas, y un cuarterón de picadura. A veces, cuando el interlocutor se presta, lo mete en una tasca y le lee unas escenas de algún drama suyo. [...]
Cuántas horas no me ha tenido así el terrible Martínez, detenido por su verbosidad inagotable en la esquina del Viaducto, al salir de casa impaciente por lanzarme al mundo y a la vida, sin reparar en mis gestos desesperados y mis pies piafantes..., y cuántas, después de eso, cuando ya finalmente me iba, no me ha dicho, de pronto: "¡Ah, se me olvidaba..., tengo aquí una carta para usted!".
(Rafael Cansinos Assens, La novela de un literato, 3, Alianza Editorial)
*****
Inevitable decir algo de Michael Jackson, que nos ha acompañado desde pequeños. Supongo que el artista murió hace tiempo. Ahora ha muerto la máscara mortuoria, que se fue modelando poco a poco, dando vueltas en el luminoso carrusel de Neverland. «Soy Peter Pan», decía, con su sonrisa triste. Recuerdo perfectamente la cassette de Bad, gastada de tanto ponerla, una y otra vez, cuando tenía 10 años. Para mí, su mejor disco.

Tuesday, June 23, 2009

Henry Cavendish, retraído, masoquista y lunático

"Henry Cavendish era un libro entero él solo. Nació en un ambiente suntuoso (sus abuelos eran duques, de Devonshire y de Kent respectivamente); fue el científico inglés más dotado de su época, pero también el más extraño. Padecía, en palabras de uno de sus escasos biógrafos, de timidez hasta un «grado que bordeaba lo enfermizo». Los contactos humanos le causaban un profundo desasosiego.
En cierta ocasión abrió la puerta y se encontró con un admirador austriaco recién llegado de Viena. El austriaco, emocionado, empezó a balbucir alabanzas. Cavendish recibió durante unos instantes los cumplidos como si fuesen golpes que le asestasen con un objeto contundente y, luego, incapaz de soportarlo más, corrió y cruzó la verja de entrada dejando la puerta de la casa abierta. Tardaron varias horas en convencerle de que regresarse a su hogar. Hasta su ama de llaves se comunicaba con él por escrito.
Aunque se aventuraba a veces a aparecer en sociedad -era especialmente devoto de las soirés científicas semanales del gran naturalista sir Joseph Banks -, los demás invitados tenían siempre claro que no había que acercarse a él ni mirarle siquiera. Se aconsejaba a quienes deseaban conocer sus puntos de vista que paseasen a su lado como por casualidad y que «hablasen como si se dirigieran al vacío». Si los comentarios eran científicamente dignos, podían recibir una respuesta en un susurro. Pero lo más probable era que sólo oyesen un molesto chillido -parece ser que tenía la voz muy aguda- y se encontrasen al volverse con un vacío real y viesen a Cavendish huyendo hacia un rincón más tranquilo.
Su riqueza y su amor a la vida solitaria le permitieron convertir su casa de Clapham en un gran laboratorio, donde podía recorrer sin que nadie le molestase todos los apartados de las ciencias físicas: la electricidad, el calor, la gravedad, los gases.... cualquier cosa que se relacionase con la composición de la materia. […] Realizó experimentos en los que se sometió a descargas graduadas de corriente eléctrica, anotando con diligencia los niveles crecientes de sufrimiento hasta que ni podía sostener la pluma ni a veces conservar la conciencia.
En el curso de su larga vida. Cavendish hizo una serie de descubrimientos señalados (fue, entre otras muchas cosas, la primera persona que aisló el hidrógeno y la primera que unió el hidrógeno y el oxígeno para formar agua), pero casi nada de lo que hizo estuvo verdaderamente al margen de la excentricidad. Para continua desesperación de sus colegas, aludió a menudo en sus publicaciones a los resultados de experimentos de los que no le había hablado a nadie. En este secretismo no sólo se parecía a Newton, sino que le superaba con creces. Sus experimentos sobre la conductividad eléctrica se adelantaron un siglo a su tiempo, pero lamentablemente permanecieron ignorados hasta un siglo después. De hecho, la mayor parte de lo que hizo no se conoció hasta que el físico de Cambridge, James Clerk Maxwell, asumió la tarea de editar los escritos de Cavendish a finales del siglo XIX, época en que sus descubrimientos se habían atribuido ya casi todos a otros.
Cavendish, entre otras muchas cosas y sin decírselo a nadie, previó la ley de conservación de la energía, la ley de Ohm, la ley de presiones parciales de Dalton, la ley de proporciones recíprocas de Ritchster, la ley de los gases de Charles y los principios de la conductividad eléctrica. Esto es sólo una parte. Según el historiador de la ciencia J. G. Crowther, previó también «los trabajos de Kelvin y G. H. Darwin sobre los efectos de la fricción de las mareas en la aminoración del movimiento rotatorio de la Tierra y el descubrimiento de Larmor, publicado en 1915, sobre el efecto del enfriamiento atmosférico local. También el trabajo de Pickering sobre mezclas congelantes y parte del trabajo de Rooseboom sobre equilibrios heterogéneos». Por último, dejó claves que condujeron directamente al descubrimiento del grupo de elementos conocidos como gases nobles, algunos de los cuales son tan esquivos que el último no se halló hasta 1962".
(Bill Bryson, Una breve historia de casi todo)

"[...] Fue uno de los fundadores de la moderna ciencia de la electricidad, aunque gran parte de sus trabajos permanecieron ignorados durante un siglo. Propuso la ley de atracción entre cargas eléctricas (ley de Coulomb) y utilizó el concepto de potencial eléctrico. El excéntrico Cavendish no contaba con los instrumentos adecuados para sus investigaciones, así que medía la fuerza de una corriente eléctrica de una forma directa: se sometía a ella y calculaba su intensidad por el dolor.
Ingresó como socio de la prestigiosa Royal Society en 1803.
En el ámbito personal era muy retraído, solitario, misógino y excéntrico; perteneció a la Sociedad Lunar de Birmingham, un grupo de amigos científicos (ellos mismos se llamaban los lunáticos) que dieron este nombre a su club porque se reunían las noches de Luna Llena (al parecer para poder regresar a casa tarde, tras las reuniones, alumbrados por su débil luz). En esta curiosa sociedad científica se desarrollaron algunos de los principales experimentadores ingleses, como por ejemplo el químico Joseph Priestley, íntimo amigo suyo, James Watt (inventor de la máquina de vapor), el astrónomo William Herschel o Erasmus Darwin entre otros".
(Wikipedia)

Sunday, June 21, 2009

Rigoletto

Ayer fuimos al Teatro Real a ver Rigoletto, de Giuseppe Verdi. Nos gustó. (No, si al final la Esfinge va a conseguir que me guste esto...). Vaya por delante que sigo sin tener ni puta idea sobre ópera, así que todo lo que diga tiene igual valor a cero. Sólo sé decir "Esta escena me ha gustado" o "Esta escena me ha aburrido", sin ningún fundamento más que mi propio estado de ánimo.
Es más o menos fácil que la música clásica me emocione, pero las voces humanas no. Desde mi absoluta ignorancia, me parece que en general las sopranos gritan o hacen gorgoritos y los tenores sueltan eructos monocordes muy largos o tratan de chulearse alcanzando muchos decibelios roncos. Todo como demasiado exagerado o forzado, artificial. Cosas que me dejan totalmente frío, me aburren, no me emocionan.
Pero ayer fue distinto. Las voces de Patrizia Ciofi (en el papel de Gilda) y de Zeljko Lucic (Rigoletto) sí consiguieron emocionarme. En particular, en sus duetos, o como se llamen. Allí, en aquellos momentos, había algo, sucedía algo, quizás distinto o especial, porque era verdadero, salía fácil, sin esfuerzo. La música es eso, supongo, un instante de emoción, en directo, algo que se mete de un salto en la piel y va directo a la casquería que nos sostiene por los adentros. Había momentos de piel de gallina total.
Una cosa que me gustó en general de la obra es que las voces solían superponerse a la música y llevaban su misma melodía (como en el Réquiem de Mozart, que es mi preferida y por eso es mi único punto de referencia; recordatorio: escuchar a Verdi; me gustó la variedad de estilos, de tonos). Al que hacía de duque, Celso Albelo, no se le oía casi (le tapaba la música, o eso me pareció). En la última escena, los trozos sin música me aburrieron. Hasta la puesta en escena, sobria y fantasmal, me pareció acertada; la legión de hombrecillos extraterrestres estaba muy bien. Por primera vez (o casi) en mi vida, aplaudí al final de la obra sin que fuera por mero compromiso.
Hace unos meses vimos el Tannhäuser de Wagner, también en el Real. Ya no me acuerdo de mucho (el principio, con la bacanal de tíos y tías en bolas, entre sábanas rojas y luces violetas, parecía ambientado en un puticlub; algunas escenas estaban muy bien, otras un poco peñazo; el coro me gustó; por defecto histórico, a veces uno se imaginaba las manifestaciones hitlerianas, con las esvásticas y tal), pero sí recuerdo que me gustó mucho el barítono: era impresionante; acabo de mirar el nombre y, por si a alguien le interesa, se llamaba Christian Gerhaher. Tenía como más matices que los demás, más subidas y bajadas, conseguía variar el estado de ánimo, emocionar, aunque supongo que en eso consiste lo de ser barítono, no sé. Ya digo que ni puta idea. Los demás no me decían nada. No sé si era culpa de los cantantes o de la obra, claro. El mes que viene veremos Las bodas de Fígaro. A ver qué tal.
Yo creo que emocionar debe ser la verdadera (¿y única?) finalidad de la música. Supongo que si supiese algo más de ópera o de música en general, ésta conseguiría emocionarme más. Mientras tanto, me dejaré llevar como un ciego de la mano de la Esfinge. Seguiremos investigando.

Saturday, June 20, 2009

DJ Conde: Stereophonics & Co.

Estoy para pocas letras. Resaca. Cero inspiración. Videomúsica, pues:
-Stereophonics: Maybe Tomorrow.
-Eels: That look you give that guy.
-My Brightest Diamond: Dragonfly.

Monday, June 15, 2009

My Brightest Diamond, Kenzaburo y el niño Apollinaire

Llevo varios días escuchando a todas horas esta canción: Gone Away. La voz de Shara Borden es espectacular. Me recuerda a la de Beth Gibbons, de Portishead.

Se puede escuchar, por ejemplo, mientras se relee Una cuestión personal, de Kenzaburo Oé. Sin ir más lejos, la escena tremenda de la ambulancia, del niño Apollinaire:
El doctor se puso de pie y se dio la vuelta para controlar el tubo de goma. Bird vio por primera vez a su hijo.
Un bebé feo, de cara apretada, colorada, llena de arrugas y residuos de grasa. Tenía los ojos completamente cerrados, como las conchas de un bivalvo, y unos tubos de goma penetraban por las fosas nasales; la boca permanecía abierta en un grito mudo, y podía verse la mucosa interior, color perla rosáceo. Bird se levantó a medias de la banqueta y logró ver la cabeza vendada. Bajo el vendaje, el cráneo estaba recubierto de algodón ensangrentado. Pero no había manera de ocultar que allí había algo anormal.
Bird apartó la mirada y se sentó. Apretó la cara contra el cristal de la ventanilla y vio cómo se alejaban de la ciudad. Los peatones, alarmados por la sirena, se quedaban mirando con curiosidad y expectación la ambulancia, tal como habían hecho los ángeles embarazados. Daban la impresión de haberse detenido en medio de un movimiento, como un fotograma inmóvil: vislumbraban un fallo infinitesimal en la superficie plana de la vida cotidiana y eso les inspiraba un candido respeto.
Mi hijo tiene la cabeza vendada como Apollinaire cuando fue herido en el campo de batalla. Mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que nunca he visto, como Apollinaire, y ahora grita sin sonidos...
De pronto, Bird comenzó a llorar. La cabeza vendada, como Apollinaire: la imagen simplificó y orientó sus sentimientos. Se dio cuenta de que estaba convirtiéndose en una gelatina sentimental; pero al mismo tiempo se sentía justificado: incluso descubrió cierta dulzura en las lágrimas.
Como Apollinaire, mi hijo fue herido en un campo de batalla oscuro y silencioso que no conozco, y ha llegado con la cabeza vendada. Tendré que enterrarlo como a un soldado muerto en combate.
Bird continuó llorando.

Friday, June 12, 2009

El mejor escritor, Pocoyó

Veo I Vitelloni, que desde ya pasa a ser mi película preferida de Fellini. Siempre me ha gustado más el Fellini neorrealista que el barroquista, soñador y excesivo (aunque en esta película también hay algunas escenas "fellinianas"). Efecto colateral: intentaremos que no se nos caiga del altar Calle Mayor, aunque resulta difícil después de haber visto I Vitelloni y Marty, dos películas anteriores a la de Bardem de las que éste parece haber robado ideas, personajes y escenas a mansalva. Ya me pasaba un poco con Muerte de un ciclista, que me encanta pero que a veces parece el resultado de un saqueo (de Hitchcock en adelante).
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"¡A mí los que son felices me dan miedo!". La frase me salió del alma, de un alma humedecida en los tintos de verano de la plaza de la Paja, eso sí. Todos se rieron, entre la sorpresa y el escándalo. Yo también me reí, como el ventrílocuo cuyo muñeco ha dicho una inconveniencia necesaria.
Pese a lo que pueda parecer, la idea no es la de un loco peligroso, sino que tiene su perfecta lógica interna, su silogística: la felicidad no existe (esto es una obviedad, una verdad apodíctica, una idea inmediata, clara y distinta, pues la felicidad, para ser tal, tendría que ser absoluta; sólo Dios, si existiere, podría ser feliz, y aun así lo dudo mucho, porque no le veo la emoción a eso de mirarse el algodoncillo del ombligo por los siglos de los siglos amén), el que se cree feliz es que se engaña, el que se engaña es capaz de cualquier cosa, el que es capaz de cualquier cosa es peligroso, ergo... (Mientras lo decía pensaba, sobre todo, en los adeptos de las múltiples sectas existentes, todos ellos felicísimos, con su sonrisa perpetua, que van dejando un rastro infinito de cadáveres a sus espaldas).
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Extraña forma de vida: me paso prácticamente el día entero charlando con una señora muerta de Oxford. Y ni siquiera me cae bien.
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Gazpacho y melón con jamón. Melón con jamón y gazpacho. Jamón, melón, gazpacho. No se necesita más.
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En la Feria del Libro. El mejor escritor, Pocoyó.

Tuesday, June 09, 2009

Sunday, June 07, 2009

Alejandro Rossi (1932-2009)

Anoche murió Alejandro Rossi, uno de los grandes de la historia de la literatura. En nuestro país, que yo sepa sólo ABC le ha dedicado algunas líneas. Algunos recordaréis lo que escribí hace unos meses, cuando descubrí su Manual del distraído en una librería. Como dije entonces, para mí era más que un gran escritor. Me sentía totalmente identificado con su manera de escribir, de ver las cosas, etc. Lo consideraba como un otro yo. Nunca me había pasado algo así: “Escribe no sólo lo que quieres leer y lo que te gustaría escribir, sino que, en cierto modo, ahí estás tú. Está la voz que dice tus palabras, la mirada que observa a través de tus ojos, pero también –digámoslo así– una especie de amigo, o, mejor aún, un otro yo. Así, al menos, lo sientes: como un tú de otra época (en concreto los textos del Manual fueron escritos antes de nacer yo), de otro país, con una vida muy lejana pero íntimamente cercana. O algo similar”. “Cada página, cada frase, cada idea, es una nueva constatación de que ahí estás tú. El tono, el estilo (ya me gustaría a mí, ya), las lecturas, los gustos, las influencias, la formación filosófica, la vocación literaria, algunas reflexiones que ya se me pasaron por la cabeza…”
Por eso, cuando uno de aquellos días, buscando información sobre sus libros en internet, me encontré con su página personal de la Universidad de México (donde había ejercido durante muchos años de profesor de filosofía) y vi que venía una dirección de email, decidí escribirle. Soy muy cortado para estas cosas, pero en este caso yo lo veía casi como una obligación, no sé, como una cuestión de honor, de justicia, o de simple educación. Si se hubiese tratado de un autor muy famoso, premiado y reconocido, ni se me hubiese ocurrido escribirle, pero como era un escritor prácticamente desconocido en España (al menos, yo nunca había oído hablar de él), me parecía, ya digo, casi un deber. Tenía que agradecerle a aquel hombre lo mucho que estaba disfrutando leyéndolo, contarle la emoción que me había producido su descubrimiento, lo identificado que me sentía con sus gustos, reflexiones, intereses, etc. Además, le contaba los libros que había conseguido y los que no, y que seguía sin tener muy clara la lista de su bibliografía. Al final de la carta, me presenté muy brevemente y le expresé mi esperanza de que escribiese más cosas, para poder disfrutarlas.
Lo envié pensando que lo normal era que aquella dirección de email ya no funcionase; por eso me sorprendió y me alegró mucho que al día siguiente me llegara esta contestación tan amable:

Apreciado amigo,

Todo autor desea recibir una carta como la que usted me envió. Ha sido una
sorpresa y una alegría. Me complace, en particular, que haya usted estudiado
filosofía y tenga 31 años. Yo ando ya por los 76 y con la salud sumamente
quebrantada. No sé si dará tiempo ya publicar cosas nuevas, salvo —en un futuro
lejano— páginas de mis diarios.

Sueños de Occam fue subsumido en Un café con Gorrondona y en cuanto a
Diario de Guerra es un texto que también encontrará usted en dicho libro. Por
otra parte, da título a una Antología que publicó hace muchos años la revista
Vuelta de escritos míos. Lenguaje y Significado está publicado en la Colección
Breviarios del Fondo de Cultura Económica y, si me lo permite y me remite su
dirección, le diré a la editorial que se lo envíe.

Una vez más, amigo X, le expreso mi agradecimiento por una lectura tan
estimulante y generosa.

Un saludo cordial.
Alejandro Rossi.

Varias semanas después me llegó a casa Lenguaje y significado, un librito con varios ensayos filosóficos en torno a cuestiones de filosofía del lenguaje: sobre las Investigaciones lógicas de Husserl, sobre el concepto de "lenguaje privado" en Wittgenstein, sobre la teoría de las descripciones, etc. Una verdadera maravilla.
Llevaba varios años muy enfermo, con un enfisema pulmonar que le obligaba a vivir pegado a la botella de oxígeno. Ahora me alegro de haberme atrevido a escribirle aquella carta, porque pude agradecerle lo mucho que me ha hecho disfrutar (y lo que me seguirá haciendo disfrutar), y si además conseguí alegrarle un poquillo la tarde, mucho mejor.
Antes de nacer hubo alguien que ya me escribió. Se llamaba Alejandro Rossi y ya no vive.

El rojo de Dickens

En Londres los colores son muy variados, pero quizás prevalecen las distintas gamas de rojo. Tenemos, por supuesto, el famoso rojo autobús o cabina telefónica (que, por cierto, cada vez hay menos); el rojo ladrillo victoriano, a veces tirando a ocre, a veces anaranjado; el rojo uniforme de la guardia real, en su contraste con el negro; etc. A mí el que más me gusta es lo que podríamos llamar "el rojo Dickens", que es el mismo rojo ladrillo victoriano pero ennegrecido por el hollín de las chimeneas. Es el rojo de la polución, de la tristeza, de la mugre que se pega al alma de los pobres. En Tiempos difíciles lo clavó.
El mayor contraste de colores lo ofrecen el blanco impoluto de las casas estilo Notting Hill frente al negro no menos impoluto de los taxis o de los cascos acharolados de los bobbies (de éstos casi ya no quedan). O el dorado hortera del Albert Memorial (atemperado por la puesta de sol) con el blanco marmóreo del camello y de la luna, como en esta foto: