Tuesday, April 29, 2008

Natura Morta

"Un hombre pequeño y jorobado, con el rostro de cera y una piel amarilla cadavérica, llena de manchas negras, se santiguó y se besó las manos flacas, con puntos negros, cuando varios obispos vestidos de rojo que se saludaban mutuamente con la cabeza y se secaban el sudor de la frente con pañuelos en los que había bordadas mitras amarillas se dirigieron, pasando por su lado, a la plaza de San Pedro. Tenía los párpados y cejas pintados con rímel, los ojos amarillos e inyectados en sangre, el escaso cabello teñido de negro y el bigote canoso. Jadeando, abrió varias veces sucesivas la boca y, sin aliento, se llevó a la garganta la mano adornada de anillos dorados. Los peregrinos que pasaban torcían asqueados el gesto y se susurraban mutuamente: Sida."
(Josef Winkler, Natura Morta)

Monday, April 28, 2008

Concerning the UFO Sighting Near Highland

(Vídeo casero: Jym Davis. Música: Sufjan Stevens).

Sunday, April 27, 2008

Las dos esfinges



Empieza para mí una época de mucho ajetreo: festejar la Liga del Madrid, cumplir 31, un viaje gastronómico a Compostela, la mudanza (con su gran dilema existencial: ¿cuántos libros -y cuáles- tendré que desechar en el traslado?), pasar el Rubicón -como decía Jabois- junto a la Esfinge, once días en Nueva York...
Por cierto, qué opináis: aunque me cambie de barrio, ¿no me tengo que cambiar de nombre, verdad? Es que ya le he cogido cariño a esto de ser aristócrata; además, Conde-Duque no es sólo la calle con su famoso Centro Cultural, sino también -entre otras cosas- una mítica canción de El Niño Gusano.
(La foto es del pasado mes de noviembre, en el Museo Egipcio de Berlín. ¿A que tienen un airecillo las esfinges?)

Wednesday, April 23, 2008

Tiempo muerto



El tiempo

que pierdes

durmiendo,

haciendo colas,

rebañando

el envase del yogur...


Monday, April 21, 2008

Fobias

¿Cuál te gusta más? Yo me quedo con la dromofobia.
Acrofobia: a los lugares altos. Aerofobia: a los aviones. Agorafobia: a los lugares abiertos. Aigmofobia: a los objetos puntiagudos. Algofobia: al dolor. Apitofobia: a las abejas. Bacilofobia: a los bacilos. Brontofobia: a los truenos. Cancerofobia: al cáncer. Cardiopatofobia: a las enfermedades cardiacas. Ceraunofobia: a los relámpagos. Cinofobia: a los perros. Claustrofobia: a los lugares cerrados. Criptofobia: a los espacios pequeños. Dismorfofobia: a la deformidad. Dromofobia: a cruzar las calles. Emetefobia: a vomitar. Entomofobia: a los insectos. Ereutofobia: a ruborizarse. Fobofobia: a sufrir angustia. Gefirofobia: a cruzar los puentes. Gelofobia: a los gatos. Hematofobia: a la sangre. Hidrofobia: al agua. Hipografofobia: a firmar. Lisofobia: a la rabia. Misofobia: al contagio. Muridofobia: a los ratones. Neofobia: a lo nuevo. Nictalofobia: a la noche. Ofidiofobia: a las serpientes. Pirofobia: al fuego. Potamofobia: a los ríos. Queimofobia: a las tempestades. Siderodromofobia: al ferrocarril. Sifilofobia: a la sífilis. Tafiofobia: a ser enterrado vivo. Talasofobia: al mar. Tanatofobia: a la muerte. Teniofobia: a los gusanos. Toxicofobia: a envenenarse. Traumatofobia: a los accidentes. Tuberculofobia: a la tuberculosis. Veberofobia: a las enfermedades venéreas.

Sunday, April 20, 2008

La luz, la hoja, la nieve

"La luz nunca es la misma en todos los lugares. En cada ciudad, en cada pueblo, tal vez en cada barrio, tal vez en cada casa, existe una luz propia. Me gusta pensar que la luz del día no es sólo la que viene del cielo, sino también la que emana de las personas, de la arquitectura, de la naturaleza... Hay ciudades alegres y ciudades tristes. Hay ciudades luminosas y ciudades oscuras. El sol sale para todos, es verdad, pero su luz es recibida siempre de muy diversas maneras. En algunos lugares la luz es iluminación y nos invita a mirar; en otros, sin embargo, la luz parece querer cegarnos, nos invita a cerrar los ojos".
"Se diría que en la belleza de una hoja mojada el mundo recupera su pulso verdadero. Los colores, como escribió Goethe, son solamente aventuras nuevas de la luz".
"Salimos a caminar en la nieve, sobre la hierba blanca. Los copos caen vacilantes, lentamente, hasta que se posan, con una delicadeza extrema, como si en el último momento hubieran tenido que pensárselo un poco... Se posan sin violencia, para no hacer daño, se diría, a nada ni a nadie. Se posan sin ruido. Y el silencio de la nieve es entonces tan hermoso como la nieve misma".

(Vicente Valero, Diario de un acercamiento, Pre-Textos, 2008)

Saturday, April 19, 2008

Microcosmos

Con música de Rahiodead ("All I need").

Friday, April 18, 2008

El viaje de las pléyades

Hace tiempo que soy fan de Aroa. Y eso que desconfío -y mucho- de las poetisas...
Aroa es una chica dulce, de apariencia callada (enseguida descubres que no lo es tanto), escucha siempre con una sonrisa -mejor dicho, una media sonrisa- plácida, por muy cansada o jodida que esté; en realidad yo creo que sonríe con el semblante, luminoso y suave. De una cosa estoy convencido: si se lo propusiera, Aroa podría quitarle el puesto a los peluches del Vips.
Además, Aroa escribe como los grandes, está tocada por las Musas, tiene algo especial. De su mano salen imágenes preciosas, fulgurantes, contundentes, que hacen sentir y dan que pensar, que son capaces de glosar lo que casi nunca vemos de las cosas, lo que realmente importa, lo más verdadero. Porque Aroa da vida a los objetos, los llena con lo que sentimos, con lo que ellos nos hacen sentir, con el significado que al darles nos devuelven como si fuesen espejos. Y todo viaja a lomos de la música, una melodía cada vez distinta pero siempre bella, muy bella.
Y es que Aroa cuando escribe es siempre una niña (una niña que se enfada, se entusiasma, maldice, colorea...). Por eso ve la verdad de las cosas, colmando de sentido -o sinsentido- nuestra brega cotidiana.
Acaba de llegarme esto por mail, que me ha gustado mucho:
"Paso hambre de dos a cuatro de la tarde, es la hora crítica. Luego comienza el ajetreo, los papeles se revuelven en las mesas. Comienza la tarde a caerse sin método que la detenga. Y el sol se refleja cada día en los edificios lejanos de la Castellana, donde la gente gana mucho más dinero que nosotros, los periféricos, los extrarrádicos. Les veo reunirse en sus despachos acristalados, deslumbrándonos, brillan entre sus monedas, matando el color de nuestras pantallas."
Su
blog se ha tomado un descanso. Espero que se acabe ya (el descanso, digo, no el blog), que ya van para doce días... y tenemos mono.

Thursday, April 17, 2008

Links & News

Un paseo por las noticias en Internet.
Todavía no nos habíamos repuesto de la pérdida de Chema, el mítico panadero de Barrio Sésamo (que -como dice David- se follaba a Espinete, y nosotros sin saberlo), cuando nos llega la noticia del fallecimiento en Cambridge a los 90 años de edad de Edward Lorenz, uno de los fundadores de la Teoría del Caos e inventor del famoso efecto mariposa, que tanto ha influido (no siempre para bien) en el cine y la literatura de nuestro tiempo.
Leo -entre otras muchas cosas- un artículo sobre la soledad de Ronaldinho, asisto al viaje de una maleta radiactiva robada y veo que los filósofos siguen en huelga, como siempre.
Termino mi paseo agotado. Ufff, es que me cansa tanto la actualidad, esa creación inútil del periodismo...
En El Cultural le dedican dos páginas a Chris Marker, misterioso cineasta francés considerado "el padre del ensayo fílmico". Os dejo con su corto de ciencia ficción La Jetée (1962), que por lo visto es su obra más conocida. Dura 26 minutos (aprox.):

Los pájaros sabios de la plaza de la Cebada

De mi ídolo Solana podría seleccionar cientos de textos para este "Madrid literario". He escogido éste, un poco al azar:

"Es una tarde de sol, y vemos en la espaciosa plaza los carros repletos de melones de Las Vistillas y cargados de legumbres; las viejas sentadas en las porterías; algunos vecinos desocupados, tomando el sol echados boca arriba, y vendedores de mojama. Una masa de gente se apiña delante de un cartelón de forma de estandarte con unas pinturas como una aleluya, que están chorreando sangre. El crimen de Gádor, el moruno, sacando, ayudado por sus cómplices, las mantecas al niño. Otros curiosos forman corro y escuchan los romances sangrientos que canta un ciego acompañándose de la guitarra, de un chico que rasca un rallador y de una mujer tuerta, con una venda en un ojo, como los caballos de los toros, con la boca desdentada, negra como una fosa; una mujer zamba y manca que toca las castañuelas con movimiento de muñeco al alzar los pies con alpargatas como si bailase, mientras que el viejo entona sus romances".

(José Gutiérrez-Solana, Madrid. Escenas y costumbres, Primera Serie, 1913)

Wednesday, April 16, 2008

Tuesday, April 15, 2008

Mar de Galilea

"La he 'matao'... ahora estás callada, te quiero mucho".
Sin camisa, sonriente y con la mirada perdida, Angelo Caratenutto se paseaba por la plaza del pueblo con un fardo en sus manos. Iba de arriba abajo y de abajo arriba, de la tienda de ultramarinos a la iglesia y de la iglesia al ayuntamiento. Giraba en una de las palmeras y volvía a tomar el camino de regreso. "Es la cabeza de mi madre", le decía a todos los vecinos con los que se cruzaba.
Tras media hora de paseos, subió las escaleras del ayuntamiento, destapó la cabeza de su madre, le dio un beso en la frente y gritó: "La he 'matao'... ahora estás callada, te quiero mucho". Su bar se llamaba Mar de Galilea.
Lo ha contado La Verdad de Murcia.

Monday, April 14, 2008

Cien paseos romanos

Es uno de los mejores regalos que se me podía hacer. Lene me dedicó ayer su precioso puzzle de fotos de 100 casas de Roma.
Lene (Sara Olmos) es una artista genial: sus fotos, sus diseños, sus dibujos, sus carteles, sus stop motions... son mucho mejores que lo que se expone en las galerías de arte contemporáneo. Igual que tengo clarísimo que Mabalot va a triunfar antes o después en las letras hispánicas, sé que Lene va a hacerlo en el mundo del arte. Y ojo: no lo digo sólo por lo que vayan a hacer en el futuro, que obviamente no lo sé (aunque imagino que cada vez será mejor), sino por lo que ya han hecho, por lo mucho que he disfrutado con sus cosas. Es una suerte habérmelos encontrado.
Contemplo el puzzle de "Números romanos" y me emociono. Si algún día consigo terminar mi libro sobre Roma me gustaría ponerlo en la cubierta. Muchas gracias, Sara.

Sunday, April 13, 2008

Los monstruos de Einstein

Recuerdo que mi "relación" con Martin Amis empezó muy mal. Cogí en la biblioteca dos de sus libros más conocidos -Dinero y Campos de Londres- y no pude con ellos (años después me los compraría en inglés, en Londres, y los disfrutaría bastante, aunque a trozos, casi a golpe de frases, y en voz alta). Escaldado por esta primera experiencia, no volví a coger ninguno de sus libros durante un tiempo. Hasta que llegó el día en que, por casualidad (como suele ocurrir con los buenos libros), me tropecé -en la misma biblioteca- con Los monstruos de Einstein.
Lo abrí por la primera página y empecé a leer. Aquello fue toda una revelación:

Nací el 25 de agosto de 1949: cuatro días más tarde los rusos probaron con éxito su primera bomba atómica y así apareció la disuasión. De modo que tuve esos cuatro días de tranquilidad, más de lo que nunca tuvieron los de menor edad. En realidad no los aproveché mucho. Me pasé la mitad del tiempo dentro de una burbuja. Apacibles como pintaban las cosas, nací en estado de conmoción aguda. Mi madre dice que parecía Orson Welles desencajado de furia. Al cuarto día me había repuesto, pero el mundo había dado un giro para peor. Era un mundo nuclear. Si tengo que decirles la verdad, no me sentía nada bien. Tenía un sueño y una fiebre terribles. No dejaba de vomitar. Me entregaba a incontenibles accesos de llanto... Cuando tenía doce o trece años la televisión empezó a mostrar mapas de objetivos del sudeste de Inglaterra: Londres era el centro del blanco; los condados cercanos eran las franjas periféricas. Yo solía irme de la sala lo más rápido posible. Ignoraba por qué había armas nucleares en mi vida o quién las había metido ahí. No sabía qué hacer con ellas. Quería quitármelas de la cabeza. Me enfermaban.

Después leí Experiencia, La información, Tren nocturno... Naturalmente, unas cosas me han gustado más que otras, pero Martin Amis ya se ha quedado como "uno de los míos", unido inseparablemente a ciertos recuerdos. Momentos y lugares de mi vida. Me veo esperando el autobús, junto a la Biblioteca Central, en Iglesia, enfrascado en un libro verde oscuro, con la lluvia cayendo. Y mi madre llamando a comer, y el frío de los pies descalzos, y una aguja de hojaldre desmigándose sobre las páginas... Me veo tumbado en la cama deshecha de Inverness Terrace, recitando las frases como un mantra (I know the murderer, I know the murderee. I know the time, I know the place. I know the motive (her motive) and I know the means. I know who will be the foil, the fool, the poor foal...), mirando a veces de reojo por la ventana -un edificio triste enfrente y el cielo rojo grisáceo-, y una cajita de sushi con arroz encima de las sábanas. Y el amarillo seco del césped, y el suelo pavimentado lleno de manchas, y la cajera china de Waterstones...
Lo demás es ficción, o teoría. Y nada vale.
Nueva idea para editores ciegos: ahora que algunos creen haber inventado la pólvora por hacer literatura con los datos científicos (y prometo no volver a hablar del Proyecto Nocilla, al menos durante un tiempo), convendría que se volviese a editar esta obra maestra: Los monstruos de Einstein, de Martin Amis. Y, ya puestos, también una de título casi idéntico: Los sueños de Einstein, de Alan Lightman. En un pack, con una faja dorada que rece: "Ya lo decía Goya. El sueño de la razón produce monstruos".

Friday, April 11, 2008

Wednesday, April 09, 2008

Los cartógrafos rusos

Un guiño del Proyecto Morcilla al Proyecto Nocilla

Konstantin Paustovski, considerado por muchos el más importante cronista de la revolución rusa y del período de construcción del comunismo, escribió en 1932 La bahía de Kara Bogaz, una novela sobre el intento de "eliminación de los desiertos" proyectado por un grupo de hombres mediante la construcción de unas plantas industriales de obtención y trata­miento de sal en la costa este del mar Caspio. Merced a la extracción de agua y petróleo y a la explotación del carbón, pretendían formar en torno al complejo industrial una serie de oasis desde los que poder emprender una sistemática campaña contra la arena.
En el mapa que aparecía al inicio del libro se observaba perfectamente la forma de la bahía de Kara Bogaz, sólo rodeada de desiertos deshabitados y de mesetas sin nombre. Los puntos de referencia más próximos eran el delta del Volga y el mar de Aral, ambos a unos quinientos kilómetros de distancia.
A mediados del 2000, Frank Westerman no se cansaba de contemplar aquel mapa, pero le resultaba extraño no haberse fijado nunca antes en aquella inmensa bahía de 800 km de perímetro. Él, que era corresponsal en Moscú y especialista en historia rusa, tendría que haberla visto en alguno de los múltiples mapas que había analizado en sus horas de estudio. Un día, en uno de los túneles del metro de Moscú, le compró a un geólogo en paro cuatro mapas enrollables. Al extenderlos y unirlos, los mapas ocupaban un espacio de dos metros veinte de ancho y abarcaban los once husos horarios del antiguo im­perio soviético, desde Kaliningrado en el oeste hasta el estre­cho de Bering junto a Alaska.



El mapa mural databa de 1991, el año de la extinción de la Unión Soviética. Ciudades como Leningrado, Gorki y Andro­povsk habían recuperado en esa edición sus nombres prerrevo­lucionarios. Con una salvedad: la montaña soviética más alta (7.495 metros) conservaba el nombre de «Pico del Comunismo».
Pero la bahía de Kara Bogaz no aparecía por ningún lado...
¿Cómo era po­sible? ¿Acaso era la bahía de Kara Bogaz una creación imagi­naria de Paustovski? De no ser así: ¿qué había sucedido después de 1932 con esa laguna del tamaño de Flandes? ¿Había desaparecido del ma­pa? ¿O de la faz de la tierra?
La ausencia de un mar interior de mediano tamaño en el mapa soviético podía deberse naturalmente a una manipula­ción cartográfica. Ciudades como Krasnoyarsk-26 y Tomsk-7, centros de producción de plutonio a escala industrial, tampo­co figuraban por ningún lado. Y, habida cuenta de que los car­tógrafos soviéticos llegaron al extremo de desplazar toda una cadena de montañas de Crimea (con el fin de disimular el em­plazamiento de una base de submarinos), no era descabellado pensar que hubieran retocado el mapa para borrar una bahía. Quizá el "cinturón industrial" descrito por Paustovski conte­nía un terreno para experimentar con ántrax o gas mostaza y la bahía de Kara Bogaz había sido borrada del mapa por temor al espionaje.

Sunday, April 06, 2008

Las viejas y yo

Mucho me temo que me estoy convirtiendo en un sujetador de viejas.
A ver, me explico. No es que me esté transformando en el soporte íntimo de los pechos blandos y caídos de la tercera edad. No, pordiós, qué asco. Lo que pasa es que cuando voy en el autobús siempre tengo que agarrar a alguna anciana antes de que se me caiga de bruces al suelo, o sujetarla in extremis cuando sale volando por culpa de los frenazos del conductor, o ayudarla a bajar a la calle sin que sucumba en el precipicio. De hecho, soy todo un experto. Un profesional. Cuando subo al autobús ya ni siquiera me siento. Me quedo de pie en el centro, a la altura de la puerta, y desde allí vigilo todos los peligros que acechan a las viejas, como un Mitch Buchanan pero más urbano y en menos hortera (esto último no es nada difícil). Digo yo que el ayuntamiento me podría poner gratis el Abono Transportes.
He aprendido a anticipar con gran prestancia y seguridad las caídas y mareos y golpes de las señoras mayores. En cuanto percibo un leve tambaleo de piernas o un giro brusco del cuerpo me saltan las alarmas, alargo el brazo y rescato del abismo los esqueletos ya descalcificados y las crismas frágiles de las ancianas. Soy bastante eficaz, la verdad. Modestamente creo que he salvado a unas cuantas de acabar en el hospital con la consabida rotura de cadera.
Creo que empecé a tomarme en serio mi misión de salvador de viejas el año pasado, allá por el mes de febrero, cuando se me escoñó una en el 21, en la parada de Sagasta con Francisco de Rojas. No fue un golpecito sin importancia. Se metió una hostia tremenda. En mi descargo debo decir que la señora estaba saliendo por la puerta del autobús y no me dio tiempo a reaccionar. Al bajar el escalón… desapareció, literalmente. Fue increíble. Sonó un golpe seco en el suelo. Qué susto nos pegamos los pasajeros. Desapareció de la vista. Tal cual. ¡Se había caído a plomo sobre la acera! Salí escopetado de la silla, bajé y estaba allí la pobre señora, tumbada bocabajo en el suelo, casi pegada al bordillo, como cuando en los dibujos animados atropellaban a alguien y se quedaba hecho una lámina. Me agaché a recogerla… pero no podía con ella. Era una anciana pequeñísima, bajita y muy delgada, casi esquelética, pero ¡cómo pesaba la jodía! Hasta que bajó otro de los pasajeros y me ayudó a cogerla no pudimos ponerla en pie. El conductor del autobús también salió -blanco del susto- a ver cómo se encontraba. Lo curioso es que la señora decía que estaba perfectamente, que no le dolía nada y que no hacía falta que nadie la acompañase a casa, que se bastaba ella sola. Hasta pedía disculpas por habernos pegado el susto. Decía: “Nada, nada, no ha sido nada, muchas gracias, no se preocupen, y disculpen…”. Tendría ochenta y muchos o noventa y pocos, creo yo. Cuando llegué a casa todavía me temblaban las piernas del susto.
Todo esto me recuerda que hace bastante tiempo que no veo a una anciana que vive dos portales más arriba. Me la solía encontrar cuando iba al bar de la esquina a tomarse su café con leche y su croissant (en verano se sentaba en las mesas de fuera, al solecito). Daba pasitos cortísimos, como de tortuga. Debía de tardar como media hora en un trayecto de doscientos metros. No parecía estar enferma, pero sí parecía un poco tocada de la cabeza. Iba siempre como algo desorientada o perdida. No creo que tuviera Alzheimer, porque llegaba bien al bar, pero a lo mejor un poco sí tenía. A mí me daba mucha pena por eso y porque iba siempre sola y con la misma ropa (ya sabéis que no soy muy sentimental, pero lo del Alzheimer es que me supera: se me pone un nudo en la garganta y me entran ganas de llorar). Estoy seguro de que los camareros del bar le hacían caso y la atendían muy bien, pero siempre estaba sola (yo me imaginaba que estaba viuda y no tenía hijos).
Un día me la encontré en el semáforo y me cogió del brazo primero para cruzar y después ya hasta llegar a la cafetería. Joder, con qué fuerza agarraba la señora… Qué vitalidad, coño. Os juro que me duraron dos días las marcas en el brazo.
Pues calculo que no la habré visto desde hace cuatro o cinco meses. Es posible que se haya muerto. Espero que no, que esté bien, en alguna residencia o en otro sitio, con su café y su croissant. Ojalá.
PD: Otro día os hablaré de la anciana que se dedica a recoger periódicos en un carrito, que este post ya me ha salido demasiado largo.

Friday, April 04, 2008

La zona de pulmón y la zona de los enfermos mentales

Desde que la leí por primera vez, se me quedó grabada esta imagen:
"Era verdad que una zona estaba separada de la otra por una alta verja, pero esa verja estaba parcialmente tan oxidada que ya no resultaba infranqueable; por todas partes había grandes agujeros en aquella verja, por los que se podía pasar fácilmente de una zona a otra, al menos arrastrándose, y recuerdo que todos los días había enfermos mentales en la zona de los enfermos de pulmón y, a la inversa, siempre enfermos de pulmón en la zona de los enfermos mentales, pero entonces, cuando intenté por primera vez ir del pabellón Hermann al pabellón Ludwig, no sabía aún nada de ese tráfico continuo entre una zona y otra. Los enfermos mentales en la llamada zona de pulmón fueron para mí más tarde un diario espectáculo familiar, al atardecer tenían que ser capturados por los guardianes y metidos en camisas de fuerza, y tenían que ser sacados de la zona de pulmón y devueltos a la de los enfermos mentales con porras de goma, como vi con mis propios ojos, y eso no ocurría sin gritos lastimeros que me perseguían hasta en mis sueños nocturnos".
(Thomas Bernhard, El sobrino de Wittgenstein)

Vista de Roma desde el Gianicolo

Es la hora del atardecer. Il tramonto. La ciudad está en calma, a pesar del ruido de los coches que vuelven a casa después del trabajo. Los restos de un Imperio se extienden a nuestros pies. La sombra de Garibaldi lo preside todo. Su fantasma a caballo está dormido sobre un pedestal.

Thursday, April 03, 2008

La envidia del maestro

"Llegué finalmente a París, ciudad en que ya hacía tiempo que esta disciplina [la Filosofía] se cultivaba floreciente­mente. Allí me establecí al lado de Guillermo, el Capellense, mi preceptor, que por aquel entonces era fa­moso y realmente eminente en este magisterio.
Por algún tiempo permanecí escuchándole. Al prin­cipio me tenía simpatía, pero después se puso molestísimo conmigo. Esto aconteció cuando me atreví a refutarle alguna de sus sentencias y opiniones, cuando comencé a razonar contra lo que él sostenía y a ma­nifestarme en el curso de las polémicas, algunas ve­ces, superior a él.
Esto mismo hizo también que algunos que gozaban de fama de sobresalientes entre más condiscípulos se indignasen contra mí que era más joven y con menos tiempo de estudios que ellos.De aquí en verdad data el principio de mis cala­midades que continúan hasta el día de hoy; pues, cuanto más se extendía mi fama, más me socavaba la envidia ajena".
(Pedro Abelardo, Historia de mis desventuras)

Wednesday, April 02, 2008