Sunday, February 28, 2010
El Museo Romántico de Madrid
Monday, February 22, 2010
Jean Genet en Chatila
(Jean Genet, Cuatro horas en Chatila)
Friday, February 12, 2010
Una historia inmortal
Tuesday, February 09, 2010
Céline dixit
En cuanto al resto, en vano te esfuerzas, resbalas, patinas, vuelves a caer en el alcohol, que conserva a los vivos y a los muertos, no llegas a nada. Está más que demostrado. Y desde hace tantos siglos que podemos observar nuestros animales nacer, penar y cascar ante nosotros, sin que les haya ocurrido, tampoco a ellos, nada extraordinario nunca, salvo reanudar sin cesar el mismo fracaso insípido donde tantos otros animales lo habían dejado. Sin embargo, deberíamos haber comprendido lo que ocurría. Oleadas incesantes de seres inútiles vienen desde el fondo de los tiempos a morir sin cesar ante nosotros y, sin embargo, seguimos ahí, esperando cosas... Ni siquiera para pensar la muerte servimos.
Las mujeres de los ricos, bien alimentadas, bien engañadas, bien descansadas, ésas, se vuelven bonitas. Eso es cierto. Al fin y al cabo, tal vez eso baste. No se sabe. Sería al menos una razón para existir."
(Louis Ferdinand Céline, Viaje al fin de la noche)
Saturday, February 06, 2010
Thursday, February 04, 2010
Fiat Lux
Se hizo la luz y la belleza y el fuego y la muerte y la destrucción. Todo en un instante.
Había tanta luz que no se veía nada. Primero fue un todopoderoso flash blanco, una impenetrable luz mística, el brillo de los ojos de Dios en la retina de un átomo. Aunque estuvieses de espaldas sentías cómo la luz divina te atravesaba el cerebro. Y cualquier centímetro de piel que estuviese al aire se abrasaba.
A continuación una vertiginosa lengua de fuego se expandió por la ciudad en décimas de segundo, arrasándolo todo: casas, árboles, cuerpos... El Espíritu Santo aleteaba a cuatro mil grados celsius. El mundo se volvió ceniza. Los cuerpos se deshicieron, se evaporaron o cayeron carbonizados, sin rostro. La radiación y los rayos gamma revirtieron los planos de la materia.
Decenas de miles de personas desaparecieron de la faz de la tierra en fracciones de segundo.
Primero fue el silencio de la nada. Acto seguido, el estruendo imposible de la devastación. Una nube negra devoraba el espacio a ras de suelo: montañas, bosques, ríos… Enormes cúmulos de polvo y ceniza lo cubrieron todo. La ciudad quedó a oscuras, ahogada en humo denso y en olor a muerte.
Desde las afueras de Hiroshima se veía cómo una gigantesca nube en forma de hongo se elevaba hacia el cielo. Aquello era precioso.
De repente nos dimos cuenta de que estábamos desnudos. La ropa se había desintegrado. Mirábamos horrorizados nuestros cuerpos en carne viva.
Salimos de entre los escombros. Las calles estaban llenas de cadáveres. Hogueras en cada esquina para calentar el alma. Sólo había muerte. Era una ciudad de muertos. Algunos zombis deambulaban con la mirada helada en el momento del pánico. Se dejaban llevar por la inercia. No había escapatoria.
Eran tan fuertes la sed y el calor que nos lanzábamos a los charcos. Bebíamos la lluvia negra. La lluvia radiactiva.
El infierno había llegado el mismo día 1 de la creación.
Su onda expansiva es la historia de los hombres.
Tuesday, February 02, 2010
Víctor Farías: Heidegger y el nazismo
"La intención de mi trabajo es una, y compleja: poner de manifiesto el germen de inhumanidad discriminadora sin el cual la filosofía de Martin Heidegger no es pensable como tal, pero sólo en la medida en que esta denuncia incluya —al mismo tiempo— el intento de contribuir a poner a salvo lo humano agredido, precisamente por una de las así llamadas «cumbres» filosóficas del siglo. Esta pretensión mía (que también incluye —como lo ha visto R. Maggiori— la puesta en cuestión de una época que elige tales «cumbres») ha sido —en la mayor parte de los casos— ignorada. En lugar de discutir mi tesis central y de ver en ella la explicación fundamental para entender primero la adhesión de Heidegger al nazifascismo y luego su curiosa relación con él hasta su muerte, algunos críticos han querido establecer, como un dogma, la separación entre una «persona» miserable y una «filosofía» grande, intocada e intocable.
La defensa de esa «grandeza» ha delineado vanas y multicolores estrategias. La más primitiva —la de los guardianes del Grial— ha optado por negar los hechos y atribuir mi trabajo al simple deseo de hacer daño y causar escándalo (F. Fédier) o crear «objetos sensacionalistas» (K. Nolte). A esta opción ha contestado brillantemente R. Rossanda. Otra estrategia estableció que «ya se sabía todo», pero urgió, paradójica y precisamente sólo ahora, a pensarlo «todo de nuevo», llamando vaga y frívolamente a los hechos «abismos fascinantes» sin proponer nada más concreto que variantes en la «lectura» (Derrida). Ante la masa de evidencias, otros intentos encubridores optaron por disociar «la persona» del filósofo, de su «obra» (G. Vattimo). Ello, por cierto, sin reparar ni por un instante en que la actividad política de Heidegger por mí tematizada estuvo siempre —según su inopia versión— fundada en momentos esenciales de su filosofía, que su praxis política durante el Tercer Reich fue articulada por Heidegger mismo en los textos filosófico-políticos que mi libro analiza. Común a todas las estrategias es, por lo demás, desconocer que, después de 1945 y hasta su muerte, Martin Heidegger cimentó su relación con el nazifascismo, con el «destino de Occidente» y con los alemanes, entendidos como «el corazón de los pueblos», sin abandonar un ápice el fundamento ideológico genéricamente nazi que lo llevó a sumarse al movimiento, a querer incluso dirigirlo espiritualmente, a censurar con dureza el desviacionismo posterior a 1934 y a pasar por alto, y para siempre, sus monstruosidades. En efecto: convertido, tras 1945, el «Ser» en «acontecimiento» (Ereignis), entendido el lenguaje como «la casa del Ser», el lugar en el que el ser humano deviene propiamente tal, la afirmación suya de que únicamente el lenguaje de los alemanes puede rescatar y salvar el «Ser» sólo puede ser comprendida como una radical discriminación en el mayor nivel, en el nivel decisivo en que la historia fáctica deviene ontológica. Puesto frente al peligro que trae consigo la «expansión planetaria de la técnica», Heidegger afirma en su texto póstumo que sólo el nazismo (el verdadero, el del inicio y sólo él) estuvo en el camino de enfrentar el problema esencial del hombre moderno. Es en este mismo texto donde Heidegger reafirma su desprecio por la democracia y por los sistemas que la practican. En cambio, no escuchamos ni una palabra de censura sobre el Holocausto, ni tampoco sobre un eventual interés de los periodistas por saber la opinión de Heidegger a propósito de los crímenes nazis. Si hay algo que Heidegger reprocha a los alemanes, no es el exterminio y la guerra, sino el no haber filosofado con profundidad."
(Víctor Farías, Heidegger y el nazismo, Prólogo a la edición española)