Sunday, June 24, 2012

Monday, June 18, 2012

Cádiz (Cái)

Se ven desde la ventana los primeros paseantes y corredores de la mañana. Figuritas humanas que vienen y van por la orilla: sus sombras se alargan hacia el agua, como buscando refresco. También pasan otras, menos, por el paseo marítimo o la arena seca. Tres pescadores sentados en sillitas de tijera han clavado sus cañas donde mueren las olas, dividiendo los márgenes del mar como guías en un programa de diseño gráfico. Hombres vestidos de azul con una franja reflectante recogen las basuras con guantes y las meten en bolsas negras. Cientos de golondrinas, alborotadas, diseccionan el cielo sobre mi cabeza. El camarero del chiringuito coloca las mesas, y el empleado del hotel, las tumbonas. Un barco avanza con tal lentitud que parece un punto estático en el horizonte. El mar, azulísimo, lo mira todo en calma. 
Podría ser la pantalla del mejor canal (sur) posible. Europa se hunde y aquí se está muy bien. 
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Desde la altura se divisa un oleaje de azoteas blancas. Miles de antenas de televisión como flechas retenidas en el aire o lepidópteros que un entomólogo ha atravesado en alfileres. Cádiz es la ciudad en la que la ropa tendida queda más bonita, contoneándose siempre a impulsos de la brisa. Si la ropa tendida tiene bastantes posibilidades de convertirse en una obra de arte, en Cádiz lo suele lograr.
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De camino a El Puerto, pasan por la ventana del tren los distintos paisajes del agua: ríos, mares, lagos, marismas. En travesía marítima a Rota, nos flanquean los barcos de guerra como piezas de Lego.

Friday, June 08, 2012

Grupo salvaje

Antes de dejarnos narcotizar placenteramente por el "bienvenido opio" de la Eurocopa (lo ha clavado Javier Marías en este artículo), cerramos la temporada de clubes con la lectura de Grupo salvaje, de Manuel Jabois. Como pasaba con Una insolencia de Marcos Abal, es un libro pequeñito y genial sobre la infancia, sobre una infancia gallega; más coincidencia aún, sobre una infancia pontevedresa. Aunque esta vez jugamos en casa: el Real Madrid. 
Estoy de acuerdo con Jabois en que el fútbol es "un estado natural de la infancia", una cosa pasional, visceral e irracional que no precisa de tanto intelectualismo filosofístico: "Yo sé que se está empezando a poner de moda el intelectual que se acerca al fútbol como tipo analítico y frío al que le falta tomar apuntes durante el partido con gafas de pasta y diga ejem. Nos quieren arrebatar a los animales el fútbol, quieren que veamos las jugadas con ojos raros, que nos especialicemos en tácticas [...]. El partido de fútbol pienso yo que es la infancia alocada, parcial y furiosa de quien patalea y llora. Ahí uno está defendiendo su parcela de niñez. Es algo muy serio. No hablo de los cabezas rapadas de turno ni de la escoria que mancha la vida a través del fútbol, sino del fútbol que ennoblece la vida haciéndola un poco más primitiva, acaso un poco más sucia y pasional".
Hasta aquí totalmente de acuerdo. Después, cuando descendemos a lo concreto, empiezan las divergencias, los matices. Me parece que mis referencias y gustos futbolísticos no son los mismos que los de Jabois, y ya alguna vez hemos discutido de esto. El madridismo de Jabois, creo yo, está en la línea oficial del socio merengue. Mi madridismo, en cambio, ha sido siempre un madridismo herético, a la contra de la opinión mayoritaria del hombre-masa que abarrota el Bernabéu, que -por decirlo suavemente- no tiene ni puta idea. Tengo la sensación de haberme pasado media vida defendiendo a Guti frente a Raúl. Me recuerdo, como un héroe ridículo, levantándome de mi asiento para aplaudir a Seedorf en mitad de la estruendosa pitada, desafiando al personal en honor de la justicia (poética y no poética). Mi ídolo madridista sigue siendo Zinedine Zidane (en la infancia lo fue Butragueño), el arte blanco en su máximo expresión y perfección, no Juanito ni Hugo Sánchez ni Pepe. Yo a Pepe y a Sergio Ramos los hubiese echado hace mucho tiempo del Madrid, por no llegar al cociente de inteligencia mínimo exigido. La estupidez tiene mucho peligro, y luego pasa lo que pasa. Pero la gente de bufanda al viento los aplaude a rabiar. No se dan cuenta del engaño. Si no estuvimos hace unas semanas en la final de la Champions, fue por culpa de esos dos descerebrados y sus respectivos penaltis: el que uno provocó sin venir a cuento y el que el otro lanzó a las nubes con su "guante" por bota. Fin del inciso/desahogo.
Este Grupo salvaje se lee muy rápido y se te acaba en un suspiro, pero se te quedan grabadas las imágenes y las sensaciones. Lo que más me gusta es cuando cuenta detalles de lugares, momentos y personas: el viaje de la derrota con la olla de cocido en el maletero, el paisanaje del bar peluquería, el niño recepcionista del hostal, la emoción de las retransmisiones por la radio, los gestos de Fan de Higuaín... Y, por supuesto, ese sentido del humor que nunca falla: "Yo soy buena gente. Quiero decir, como Pascual Duarte: no soy malo, señor"; "Te encontrabas con otros chicos de los recados y parábamos todos a jugar con las canicas, nos enseñábamos las bicis o nos quedábamos en silencio media hora uno delante del otro, hasta que alguien decía: 'Marcho, que teño que marchar'"; "El barcelonista, pensé, es un hombre no avisado, alguien a quien no se le dijo nada, como si se le dejase crecer en la ignorancia; un niño al que no informan del día de su nacimiento y se queda sin cumpleaños toda la vida. Yo solo podia sentir compasión"; "Fui un niño mesonero, madridista y muy católico, de los que se atormentaban con el pecado al punto de cometerlos todos, como un Cristo enloquecido". Etc. 
De pequeños mi padre sólo nos llevaba al estadio a mi hermano y a mí cuando jugaba un equipo gallego. Como entonces el Celta y el Deportivo estaban en segunda, tuve la carambola de ver a la Quinta del Buitre en el Castilla, que todavía jugaba sus partidos en el Bernabéu. Sí, Butragueño fue nuestro primer ídolo, inolvidable, aquel mago del área que sacaba palomas de la chistera, visto y no visto, con ese cambio de ritmo tan cruyffiano. El día de su homenaje-despedida, mientras se nos despeñaban por la barbilla las migas del bocadillo de salchichón en las gradas, toda la infancia se nos vino abajo.
"Al fin y al cabo es a las emociones antiguas a las que se les tiene más cariño, como hijos que le acompañan a uno desde niño. Lo sagrado del partido del Madrid permanece quieto como el primer dia; como si, desde el primer partido, el Madrid solo hubiera jugado un primer partido tras otro. Y ese regreso perpetuo a lo que fuimos es un milagro en la medida en que uno siempre, pase lo que pase, es del Madrid como la primera vez". Amén.

Saturday, June 02, 2012

Palomas muertas, la vida de Johnson

Desde que ha empezado el calor asfixiante, aparte de pudrirme un poco -por fuera y por dentro-, no he dejado de ver palomas muertas por las calles de Madrid: junto a los árboles, en las aceras, aplastadas contra la calzada (planchas de papel, como en los dibujos animados). Algunas mueren de infarto de miocardio, como la que vi el otro día junto al Gran Hotel Conde-Duque: del pico le salía un reguero seco sangre que descendía unos centímetros por las junturas del empedrado. Otras se dejan atropellar entre las ruedas de los coches por el atontamiento causado por el calor. Otras se suicidan desde las ramas porque no tienen fuerzas ni para desplegar las alas.
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Todos los días leo unos párrafos de The Life of Samuel Johnson de James Boswell que me compré hace un mes en Charing Cross, en una edición completa y prologada (o sea, un tocho) por cuatro libras. No pensé que fuera a disfrutarlo tanto. Lo había intentado alguna vez en español, cogiendo de la biblioteca la traducción de Acantilado, y no pasé de las primeras páginas. Me aburría. La clave está en el idioma. Es más que una maravilla, la prosa, la(s) inteligencia(s) que se trasluce(n). No sólo es disfrutar la lectura, que por supuesto, sino también transportarse a otro lugar, a otra época, a un idioma que suena a gloria. Estoy saboreando cada palabra, cada frase. A sorbitos. Sé que me quedan meses por delante, pero no quiero que se me acabe nunca.
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Antonio Alcántara se ha convertido en una singularidad cuántica. Podría ser un título de novela.
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Un recuerdo de la infancia. A veces llegaba el olor a laca desde el fondo del pasillo y entonces aparecía mi madre con el pelo ahuecado, como una Dama de Elche.