Este año para mí no hay Galicia y
me he quedado sin cena solanera. Para aliviar la morriña desde este asfalto sin
playa, vuelvo a leer Manu, la crónica
exagerada y hardcore del embarazo de
la criatura.
Puede que haya dos lectores opuestos e irreconciliables de este libro: los que –como dijo Elvira Lindo en la presentación en Tipos Infames– creen que todo Manu es un mero prólogo hilarante y excesivo que sirve de excusa o parapeto a las cinco páginas emotivas y magníficas del final, que es donde Jabois se quita el disfraz afterjaus y muestra su corazoncito; y los que consideran que todo va de puta madre hasta que a Jabo le salió el sentir, que diría JRJ.
Puede que haya dos lectores opuestos e irreconciliables de este libro: los que –como dijo Elvira Lindo en la presentación en Tipos Infames– creen que todo Manu es un mero prólogo hilarante y excesivo que sirve de excusa o parapeto a las cinco páginas emotivas y magníficas del final, que es donde Jabois se quita el disfraz afterjaus y muestra su corazoncito; y los que consideran que todo va de puta madre hasta que a Jabo le salió el sentir, que diría JRJ.
Estos dos tipos de lectores –el
sentimental y el cínico, digamos, por etiquetar y resumir, con dos cojones–
nunca se pondrán de acuerdo, ni falta que hace, pues no van a quedar a comer ni
a tomar cañas juntos, salvo que algún día se celebre un Jabois Parade y haya
que organizar las mesas, que todo puede ser. Donde aquél se escandaliza (o se
remueve un poco incómodo en el asiento, con el dedo casi dispuesto a marcar el
teléfono de urgencias de la asistente social), éste se descojona sin parar;
donde aquél se emociona, éste se ruboriza (o se remueve un poco incómodo en el
asiento, casi avergonzándose de su condición humana). ¿Pero qué más da? Jabois
puede tener tantos tipos de lectores como estilos, tonos, temas y géneros se
proponga ametrallar con su prosa (uno de sus grandes valores, precisamente, es
la versatilidad).
Yo puedo disfrutar tanto del
Jabois exhibicionista pasado de rosca como del Jabois tierno, tímido y
sentimental. Sé que son el mismo, los percibo a cada paso, en cada página, y si
me faltase uno se resentiría el otro. A mí lo que me gusta, sobre todo, es la
mezcla: ese personaje carismático y un poco patoso que se ha creado y que tanto se hace
querer.
Me imagino a Jabois con dos
versiones preparadas del mismo artículo dudando antes de adjuntar archivo y darle
al botón de “Enviar”: ¿mando a El Mundo
el que le gustará a mi madre o el que romperá los récords de retuiteos en Twitter?
Como sabe que si envía el primero luego se arrepentirá o le dará vergüenza,
suele enviar el segundo. Por pudor.
Como digo, a mí lo que más me
gusta es la mezcla, ese Jabois blended,
destilado como el whisky de refinería gallega Rías Baixas, con el sabor sutil y
un poco ácido del Albariño, el color apasionado –sangre coagulada– del tinto de
Barrantes y el humor eufórico del licor café, maravilloso, insuperable. La
mezcla, Jabo, la mezcla, siempre con medida, en su punto de sal... (aunque sea
sal gorda, como en el pulpo a feira).
Hace un año Jabois tuvo un hijo y
todos temíamos que su personaje literario acabase sucumbiendo entre pañales y
biberones. Para disipar todas las dudas, el autor retomó su pluma (el disfraz
de su pluma) y escribió Manu, donde explota
su veta más extrema y descacharrante, aquella que germinó gozosamente en los
artículos de Frontera D: el de la
autoparodia elevada a una de las bellas artes. Otra vuelta de tuerca –muy siglo
XXI– sobre una fértil tradición hispánica: la caricatura quevedesca, el esperpento
valleinclaniano, la retranca afinada de Julio Camba (por mencionar la inevitable bicha, aunque yo no la vea), las palabras esdrújulas de
Umbral…
He aquí al autor con barba y
melena reflejado en el espejo del Callejón del Gato, como un Bradomín que sale del
after a media mañana: descamisado, el
pelo enmarañado, los ojos rojos, el aliento a rayos (o como un Melendi en vuelo, al que cada vez se parece más en las fotos). Un autorretrato beodo, un ecce homo con resaca. No hay un escritor actual con el que me haya reído tanto.
Todo envuelto en una prosa
perfecta, magistral, que nunca falla.
Este verano me he quedado sin Sanxenxo, pero leo a su hijo más ilustre (con permiso del aviador Piñeiro). No, Rajoy es sólo una visita veraniega, de esos que dicen "Sanjenjo".
Este verano me he quedado sin Sanxenxo, pero leo a su hijo más ilustre (con permiso del aviador Piñeiro). No, Rajoy es sólo una visita veraniega, de esos que dicen "Sanjenjo".