"El sol es fuego y la casa está imposible. La madre y yo dormimos con las ventanas abiertas y comunicadas, pero ni aun así. Cada tren que pasa es un susto y a la madrugada, con los vencejos, no se puede parar. Pero menos malo es esto que ahogarse. El chaval de Crescencio lleva unos días durmiendo en la azotea, sobre un jergón, y cada mañana se levanta con la cara perdida de carbonilla.
Anoche vino por casa Aquilino. Renquea un poco de la pierna izquierda, pero está muy mejorado. [...]
Me avisó el maestro de Villagina que están concluyendo la vendimia y, a la tarde, me agarré la burra y me fui para allá. Si aguardo dos días, las ovejas se meten en los bacillares y cosa perdida. El campo, a pesar del buen tiempo, ya va para abajo. Los chopos de la carretera se deshojan y las huertas de Villavieja amarillean. Nada más apearme me recomendó un tipo que anduviera al quite, porque el pregonero del pueblo había anunciado que merodeaba por allí un perro rabioso. Le pregunté si sabía las señas y me dijo que era negro, rabón, como de diez kilos de peso. Añadió que el alcalde había prometido una recompensa a quien lo despachase. [...] De regreso, me topé con un perro negro, acostado junto a las ruinas del transformador. La Doly empezó a gruñir y se le pusieron de punta los pelos del espinazo. La llamé y me acerqué al paredón con tiento. El animal se incorporó con las orejas gachas y ciertamente me miraba torcido. Era rabón, de pequeño tamaño y me gibaba liquidarlo, pero en cuanto se arrancó, me armé y lo tendí de un tiro. Subí al pueblo en la bicicleta y le planté al cabo que acababa de matar un perro negro, rabón, como de diez kilos de peso. Él andaba de cháchara y no me hizo mucho caso. [...]
Llevo unos días con pesadillas. Sin ir más lejos, anoche soñé que mataba a tiros a un perro rabioso, y cuando me llegué donde él resultó que era un pastor. Tomasito me conducía de las orejas donde el cabo, y el cabo, al vernos, rompió a reír y le dijo a Tomasito que los dos éramos responsables, puesto que el pastor tenía dos tiros. Me desperté medio ahogado. Por la tarde estuve cobrando unos recibos. Pero no pasa día sin que recuerde al perro negro de Villagina. Deben de ser los remordimientos."
(Miguel Delibes, Diario de un cazador)
(Valladolid, 17 de octubre de 1920-12 de marzo de 2010 )
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