Me había quedado en Chinchón, pareciera, tumbado al sol en la plaza, como una lagartija. (Por no tener no tengo ni sintaxis.) Pero no. Estaba donde siempre, aunque sin estar. Y sigo no estando, creo.
Andas pateándote la ciudad de norte a centro, a primera hora de la mañana, como un chucho herido y, lo peor de todo, sin mirar (sin recrearse en lo otro, en los otros). Metido hacia adentro, huyendo de ti mismo, en una carrera veloz por llegar pronto al otro lado… de nada. Sigues estando en ti.
Es curiosa la psicología. Te lanzas el cadáver y te superpones a él. Y vas muriendo.
Y cuando más te hundes, tú solito, por deporte, más abrazas el silencio. Porque para no decir nada mejor no aparecer ¿no? Pues eso.
De estar en algún lado estoy en la misma esquina desolada en la que Steve McQueen y Natalie Wood esperan a Godot en una escena en Love with the Proper Stranger. Es una esquina vacía, en un suburbio de Nueva York. Hace frío y apenas se conocen, aunque tienen que destruir algo común. Las paredes están desconchadas. No se atreven casi ni a mirarse.
Andas pateándote la ciudad de norte a centro, a primera hora de la mañana, como un chucho herido y, lo peor de todo, sin mirar (sin recrearse en lo otro, en los otros). Metido hacia adentro, huyendo de ti mismo, en una carrera veloz por llegar pronto al otro lado… de nada. Sigues estando en ti.
Es curiosa la psicología. Te lanzas el cadáver y te superpones a él. Y vas muriendo.
Y cuando más te hundes, tú solito, por deporte, más abrazas el silencio. Porque para no decir nada mejor no aparecer ¿no? Pues eso.
De estar en algún lado estoy en la misma esquina desolada en la que Steve McQueen y Natalie Wood esperan a Godot en una escena en Love with the Proper Stranger. Es una esquina vacía, en un suburbio de Nueva York. Hace frío y apenas se conocen, aunque tienen que destruir algo común. Las paredes están desconchadas. No se atreven casi ni a mirarse.
Aquí (minuto 3:38).
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