Sunday, September 26, 2010

Coetzee y la tacañería de espíritu: adiós a Astrid

Ya sabéis lo que decía Holden Caulfield: “Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras". Pues a mí con Coetzee me pasa todo lo contrario: me gustan sus libros (algunos, no todos) pero el tío me cae fatal. Y me resulta antipático por lo que transparentan sus libros (esos mismos libros que tanto me gustan), no por lo que haya hecho en su vida, que lo ignoro. Sería imposible tenerlo de amigo, ni siquiera de conocido. Odiaría tener que llamarlo por teléfono aunque sólo fuera para felicitarle las Pascuas.
Releo Juventud, que es de mis preferidos. Lo disfruto más aún que la primera vez. Qué bien escribe, qué dominio de la expresión, de la atmósfera, del pensamiento, del drama. Siempre exacto, sobrio, agudo. Pero me sigue pareciendo un sieso, un rácano, un antipático. Un tío rancio desde los veinte años. Un tacaño de espíritu, como él mismo confiesa:
"¿Qué le pasa? ¿Por qué las cosas más normales le resultan complicadísimas? Si la respuesta es que se trata de una cuestión de carácter, ¿qué tiene de bueno ser como es? ¿Por qué no cambiar?
Pero ¿es cuestión de carácter? Lo duda. No tiene esa impresión, tiene la impresión de que es una enfermedad, una enfermedad viral: tacañería, pobreza de espíritu, de esencia similar a su frialdad con las mujeres. ¿Puede obtenerse arte de una enfermedad así? Si no, ¿qué se deduce sobre el arte?"
A lo mejor es eso: se sirve de la tacañería de espíritu y de la frialdad para observar más escrupulosamente (¿asépticamente?, ¿objetivamente?) la realidad que le rodea; se entrega a su arte renegando de la vida, como un asceta. No sé. En principio no tiene nada que ver, pero cuando se trata de una literatura moral, como en este caso, una literatura de conocimiento, de reflexión, en cierto modo de "valores", parece que deberían ir juntas las dos cosas. Pues nada. Cuánto admiramos su escritura pero qué mal nos cae. O viceversa: qué mal nos cae pero cuánto admiramos su escritura.
La escena de la despedida de Astrid puede ser un buen ejemplo de las dos vertientes:
"No se ha puesto en contacto con Astrid desde hace semanas. Ahora ella le telefonea. La estancia de Astrid en Inglaterra ha terminado, se vuelve a Austria.
-Supongo que no volveré a verte -dice ella-, así que he llamado para despedirme.
Intenta no parecer afectada, pero tiene la voz llorosa. Sintiéndose culpable, le propone a Astrid una nueva cita. Toman café juntos; ella le acompaña a su habitación y pasa la noche con él («nuestra última noche», lo llama Astrid), llorando quedamente sin soltarlo un momento. Por la mañana temprano (es domingo) la oye escabullirse de la cama y dirigirse de puntillas al baño del rellano para vestirse. Cuando regresa finge estar dormido. Bastaría la menor insinuación para que ella se quedara. Si él prefiriera hacer otras cosas antes de prestarle atención, como por ejemplo leer el periódico, Astrid se sentaría a esperar en silencio en un rincón. Parece que a las chicas de Klagenfurt les enseñan a comportarse así: no pedir nada, esperar a que el hombre esté listo y entonces servirle.
Le gustaría ser más amable con Astrid, que es muy joven y está muy sola en una gran ciudad. Le gustaría secarle las lágrimas, hacerla sonreír; le gustaría demostrarle que su corazón no es tan duro como parece, que es capaz de responder a su buena voluntad con buena voluntad, con la buena voluntad de abrazarla como ella quiere ser abrazada y de escuchar las historias sobre su madre y sus hermanos. Pero tiene que ir con cuidado. Demasiada calidez y Astrid podría cancelar su billete, quedarse en Londres, mudarse a su casa. Dos derrotados dándose cobijo uno en los brazos del otro, consolándose: la perspectiva es demasiado humillante. Lo mismo podrían casarse y pasar luego el resto de la vida cuidando el uno del otro como inválidos. Así que no insinúa nada, sino que permanece tumbado con los ojos bien cerrados hasta que oye el crujido de las escaleras y el ruido de la puerta principal al cerrarse.
Es diciembre, y el tiempo ha empeorado. Nieva, la nieve se convierte en nieve fangosa, la nieve fangosa se congela: hay que andar por las aceras buscando puntos de apoyo como un montañero. Un manto de niebla cubre la ciudad, niebla cargada de sulfuro y polvo de carbón. Hay cortes de electricidad; los trenes se detienen; los ancianos mueren congelados en sus casas. El peor invierno en siglos, anuncian los periódicos".
(J. M. Coetzee, Juventud)

En las fotos Coetzee tiene pinta de pajaro de mal agüero. No hay quien se fíe de los seres esqueléticos. Estos ascetas no disfrutan de la vida... (También tiene cierto aire a Clint Eastwood ¿no?)

4 comments:

Portarosa said...

Pues no, muy agradable no es...

Un abrazo.

La independiente said...

De acuerdo contigo. No parece un buen tipo. :-)
Me encanta lo que dices al final. "No hay quien se fíe de estos seres esqueléticos. Estos ascetas que no disfrutan de la vida...".
Das en el clavo con el comentario.

Un abrazo,
A ver si nos vemos en el próximo taller.

X.

desconvencida said...

jajaja, me ha encantado este post, pensé exactamente lo mismo al leer "Juventud" y cuando lo comentamos en una tertulia a la que voy una vez al mes (donde la mayoria son jubilados) todo el mundo comentó lo mismo, lo difícil que es conectar con este hombre cuando escribe desde un punto autobiográfico...

conde-duque said...

Entonces estamos todos de acuerdo: este Coetzee es un gilipichis.
Un abrazo, Porto.
Nos veremos sin falta, Xavie.
¡Descon, cuánto tiempo! Me encanta volver a ver esa cabecilla de Louise Brooks asomando por aquí... Que disfrutes de la tertulia. Besos.