La Esfinge me dejó por Reyes Troppo vero, el último de los diarios de A.T.
Troppo vero es troppo grande, por lo que a veces le tienta a uno dar saltitos de párrafo en párrafo, como los gorriones en las ramas de los árboles, para tener al menos la sensación de que algún día llegará al final.
A lo largo de los años se han ido haciendo famosos los pasajes humorísticos en los que A.T. deja en situación risible a algunos de sus contrincantes literarios, pero hay que reconocerle también que el sentido del humor es casi omnipresente y en bastantes ocasiones se dirige hacia sí mismo. En esos momentos de autoparodia se sale.
A.T. escribe mucho mejor con el humor en la mano que enfadado o con el orgullo herido. Cuando está de buen humor tiene más ocurrencias felices, y sabe contagiarlo. Hay algunas situaciones de pura estirpe berlanguiana.
Al principio de este tomo se le aparece un Dios mendicante entre las zarzas de Las Viñas y le insta a ser buena gente y abandonar la esgrima literaria, y en esa lucha de santidad imposible se debate en todo el libro.
Esta mañana me he estado riendo con un pasaje en el que nos cuenta su doble avería en la carretera, cuando se le estropean dos coches camino de Madrid con la familia en pleno. Son unas páginas antológicas (pp. 366-375), llenas de exagerada autoparodia: "La gente de la gasolinera nos miraba como si fuésemos la familia Manson. Veníamos sucios, con las ropas viejas, con los zapatos llenos de polvo, los chicos con los pelos largos [...] Me veía todo el mundo con las manos en la cabeza, agarrándome el pelo como quien teme despeñarse en la sima profunda del nihilismo".
Como estos días no estoy muy optimístico (que diría Clarence Seedorf), agradece uno estos buenos ratos.
Troppo vero es troppo grande, por lo que a veces le tienta a uno dar saltitos de párrafo en párrafo, como los gorriones en las ramas de los árboles, para tener al menos la sensación de que algún día llegará al final.
A lo largo de los años se han ido haciendo famosos los pasajes humorísticos en los que A.T. deja en situación risible a algunos de sus contrincantes literarios, pero hay que reconocerle también que el sentido del humor es casi omnipresente y en bastantes ocasiones se dirige hacia sí mismo. En esos momentos de autoparodia se sale.
A.T. escribe mucho mejor con el humor en la mano que enfadado o con el orgullo herido. Cuando está de buen humor tiene más ocurrencias felices, y sabe contagiarlo. Hay algunas situaciones de pura estirpe berlanguiana.
Al principio de este tomo se le aparece un Dios mendicante entre las zarzas de Las Viñas y le insta a ser buena gente y abandonar la esgrima literaria, y en esa lucha de santidad imposible se debate en todo el libro.
Esta mañana me he estado riendo con un pasaje en el que nos cuenta su doble avería en la carretera, cuando se le estropean dos coches camino de Madrid con la familia en pleno. Son unas páginas antológicas (pp. 366-375), llenas de exagerada autoparodia: "La gente de la gasolinera nos miraba como si fuésemos la familia Manson. Veníamos sucios, con las ropas viejas, con los zapatos llenos de polvo, los chicos con los pelos largos [...] Me veía todo el mundo con las manos en la cabeza, agarrándome el pelo como quien teme despeñarse en la sima profunda del nihilismo".
Como estos días no estoy muy optimístico (que diría Clarence Seedorf), agradece uno estos buenos ratos.
1 comment:
Pues claro que se agradece un poco de humor.
Y, sí, estoy de acuerdo con esos amigos que te decían que estás últimamente un poco vaguete. A todos nos pasa, de vez en cuando.
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