París para la memoria. El libro negro de las destrucciones
haussmanianas (Paris pour memoire. Le livre noir des
destructions haussmanniennes) es el elocuente título de un precioso libro que
se ha publicado en Francia. En él se reproducen las 632 planchas de los
dibujos de las fachadas de los edificios del centro parisino realizados entre
1851 y 1854 bajo la dirección del arquitecto Gabriel Davioud (con la ayuda de
J. Pappert), justo antes de que la monomanía higienista y modernizadora del
ínclito Barón Haussmann arrasara con todo e hiciese desaparecer esas casas para
siempre.
La Prefectura de París tuvo el
buen gusto de hacer este encargo para registrar y preservar “al menos en la
memoria” estos barrios que serían destruidos. Los bocetos
están llenos de detalles e información: los escaparates de las tiendas, las decoraciones de
puertas y fachadas… Se trataba de realizar una especie de postrer Inventario Previo a
la Liquidación. Casi un millar de edificios reproducidos, dentro del perímetro
de Las Halles, la rue de Rivoli y la rue Saint-Jacques. Fue el historiador Pierre
Pinon quien descubrió estos diseños en la biblioteca histórica de la ciudad,
cuyas láminas coloreadas se destruyeron en un incendio durante la Comuna de
1871.
Viendo las casas y tiendas de este
libro nos invade una melancolía similar a la que nos abate cuando recorremos
las fotografías de Los palacios de la
Castellana (Turner, Madrid, 2010). Presenciamos allí las ciudades que nos
han robado. Las vidas que nos han hurtado y que ya sólo podemos imaginar. El
placer extinguido, inalcanzable, en nuestros paseos y visiones.
Querríamos pasear por ese viejo París, por esos barrios destruidos, como desearíamos recorrer La Castellana contemplando preciosos palacios. Ciudades fantasmas que sólo perviven en la memoria común gracias a los dibujos y las fotografías. Mientras caminamos por allí se puebla nuestro cerebro de imágenes que reemplazan los espacios vacíos. Donde antes se elevaban las piedras ahora flotan los espectros.
Querríamos pasear por ese viejo París, por esos barrios destruidos, como desearíamos recorrer La Castellana contemplando preciosos palacios. Ciudades fantasmas que sólo perviven en la memoria común gracias a los dibujos y las fotografías. Mientras caminamos por allí se puebla nuestro cerebro de imágenes que reemplazan los espacios vacíos. Donde antes se elevaban las piedras ahora flotan los espectros.
Todo en nombre del Progreso, que, como dijo Baudelaire, es el
paganismo de los imbéciles.