Friday, December 25, 2015

Las memorias místicas de Balthus

Horas y horas mirando el lienzo en el caballete, en silencio, preparando la entrada en su secreto, domesticando el tiempo para alcanzar la inocencia y hacer posible la revelación. Ese es el ritmo de la creación: atrapar un fragmento de luz en la lentitud del tiempo, capturar una inmortalidad. La pintura como acceso al silencio, a lo invisible del mundo: "Lo único que me satisface es el estado de la luz. Esta transparencia que acrecienta la nieve, aparición deslumbrante. Transcribir su travesía".
El conde Balthasar Klossowski de Rola dice entender la pintura como un modo de acceder al misterio de Dios. Se trata de pintar como se reza: la entrega humilde de uno mismo para llegar a lo esencial. Desprendimiento, pobreza, paciencia, tesón, silencio disciplinado, como una ofrenda al carácter sagrado del mundo, para encontrar -más allá de las apariencias- lo invisible de las cosas, un secreto del alma. Descubrir la espiritualidad del mundo en la pequeñez de las cosas y en su inmensa grandeza.
Balthus rechaza el arte moderno por su intelectualismo, su desprecio por la naturaleza y su tránsito a la abstracción; ese mismo camino intelectual, oscuro y hermético es el que ha seguido la poesía. En cambio, adora la música de Mozart, llena de gracia, ligereza y gravedad ("la expresión más elevada del alma humana"), la poesía de Rilke, el cuaderno de viaje de Delacroix, la claridad y sencillez de expresión de un Pascal o un Rousseau. La gracia esquiva de los gatos.


La casona de Rossinière, en los Alpes suizos, con su encanto discreto, sobrio e íntimo, como esos templos chinos que parecen suspendidos en el vacío, le hace sentir como si se encontrase en el corazón palpitante de la naturaleza, profunda, misteriosa, donde refulge la claridad original de las cosas. La pintura consiste en esa búsqueda metafísica -travesía entre civilizaciones- que une a los primitivos italianos con la pintura china y japonesa. Se trata de alcanzar el punto de equilibrio del paisaje, llegar al secreto de la inmovilidad, contra la rueda frenética del tiempo. 
Frente a la etiqueta habitual de "pintor del erotismo", Balthus afirma que su obra se ha hecho siempre bajo el signo de lo espiritual: en sus retratos de niñas desvestidas no buscaba el morbo sexual de las lolitas nabokovianas, aclara, sino que para él eran como ángeles a las que trataba de rodear de un aura de silencio y profundidad, creando un vértigo a su alrededor. No sabe uno si creerse las palabras testamentarias del artista polaco o si interpretarlas como una última pirueta cínica del bon vivant, tratando de envolver y disfrazar las perversiones de toda una vida con un velo de misticismo.
Volcado en la comprensión de su oficio, vagando en torno a su misterio, Balthus entiende la pintura como un arte de la paciencia, de la lentitud, un compromiso ascético-monástico del pintor con el cuadro, rendido a la humildad y la pobreza.

2 comments:

NáN said...

Casi podría decir que es mi pintor favorito. Lo de Rilke no es de extrañar, porque era el amante de su madre y vivió con él la adolescencia, ocupándose el poeta de su formación.

conde-duque said...

Sí, habla mucho de Rilke y otros amigos de la familia.
Si nos has leído estas memorias, te las recomiendo, Nán.
Hay edición en Debolsillo.