Si pones en Google “Steve Jobs” y “visionary” te salen 200 millones de resultados. Si pones “Steve Jobs” y “genius” más de 88 millones. Más de 27 millones si pones “Steve Jobs” y “guru”. Y si pones “Steve Jobs” y “change the world” más de 3 millones y medio. Parece que los tópicos han sepultado al mago de la innovación y el marketing tecnológico. Sería absurdo negar su valía en todos esos aspectos, y sobre todo su condición modélica de “self made man”, tan adorado en EEUU, pero a mí había algo que no me acababa de convencer de este hombre, algo que me daba mala espina, no sé por qué. Vamos, que no me fiaba. Quizás era esa obsesión por el éxito, esa desmedida avaricia, ese oscurantismo ególatra, ese acaparamiento febril de los hallazgos…
Me interesa, sobre todo, su dimensión estética, como diseñador. En su famoso discurso en la Universidad de Stanford daba algunas claves de esto: “En aquella época la Universidad de Reed ofrecía la que quizá fuese la mejor formación en caligrafía del país. En todas partes del campus, todos los pósters, todas las etiquetas de todos los cajones, estaban bellamente caligrafiadas a mano. Como ya no estaba matriculado y no tenía clases obligatorias, decidí asistir al curso de caligrafía para aprender cómo se hacía. Aprendí cosas sobre tipografías serif y sans serif, sobre los espacios variables entre letras, sobre qué hace realmente grande a una gran tipografía. Era sutilmente bello, histórica y artísticamente, de una forma que la ciencia no puede capturar, y lo encontré fascinante. Nada de esto tenía ni la más mínima esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando estábamos diseñando el primer computador Macintosh, recordé todo eso. Y diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer computador con tipografías bellas. Si nunca me hubiera dejado caer por aquel curso concreto en la universidad, el Mac jamás habría tenido múltiples tipografías, ni caracteres con espaciado proporcional. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ningún computador personal los tuviera ahora. Si nunca hubiera decidido dejarlo, no habría entrado en esa clase de caligrafía y los computadores personales no tendrían la maravillosa tipografía que poseen”.
Me interesa, sobre todo, su dimensión estética, como diseñador. En su famoso discurso en la Universidad de Stanford daba algunas claves de esto: “En aquella época la Universidad de Reed ofrecía la que quizá fuese la mejor formación en caligrafía del país. En todas partes del campus, todos los pósters, todas las etiquetas de todos los cajones, estaban bellamente caligrafiadas a mano. Como ya no estaba matriculado y no tenía clases obligatorias, decidí asistir al curso de caligrafía para aprender cómo se hacía. Aprendí cosas sobre tipografías serif y sans serif, sobre los espacios variables entre letras, sobre qué hace realmente grande a una gran tipografía. Era sutilmente bello, histórica y artísticamente, de una forma que la ciencia no puede capturar, y lo encontré fascinante. Nada de esto tenía ni la más mínima esperanza de aplicación práctica en mi vida. Pero diez años más tarde, cuando estábamos diseñando el primer computador Macintosh, recordé todo eso. Y diseñamos el Mac con eso en su esencia. Fue el primer computador con tipografías bellas. Si nunca me hubiera dejado caer por aquel curso concreto en la universidad, el Mac jamás habría tenido múltiples tipografías, ni caracteres con espaciado proporcional. Y como Windows no hizo más que copiar el Mac, es probable que ningún computador personal los tuviera ahora. Si nunca hubiera decidido dejarlo, no habría entrado en esa clase de caligrafía y los computadores personales no tendrían la maravillosa tipografía que poseen”.
Las comparaciones son odiosas e imposibles, pero ahora que todo el mundo llora la pérdida del cofundador de Apple, a mí me gustaría recordar a Michael S. Hart, el creador del Proyecto Gutenberg, que murió hace un mes (se le considera también el inventor del libro electrónico). No recuerdo haber visto ninguna noticia de su muerte en los medios españoles. Tampoco conozco nada del personaje, pero su proyecto borgiano me parece una de las ideas más hermosas que se han concebido: una biblioteca digital universal a disposición de todo el mundo. A diferencia de los productos de Jobs, el Project Gutenberg no tiene ningún objetivo comercial. Frente al sistema cerrado, exclusivista y endogámico de Apple, el Proyecto Gutenberg se concibe de forma totalmente abierta, para el uso gratuito de todo el mundo contando con su participación desinteresada: simplemente toma lo mejor de la humanidad para ponerlo al servicio de ella misma con la ayuda de quien se preste voluntariamente. Ya sé que no son dos modelos comparables, por muchas razones. Pero a mí me gusta mucho más éste.
Desde luego, para mí ha sido mucho más útil el Proyecto Gutenberg de Hart que todos los inventos de Jobs. No tengo iPod ni iPhone, ni interés alguno por tenerlos. Estuve a punto de comprarme un MacBook Air cuando estuve en la famosa tienda de Nueva York, pero al final no me decidí (por cuestiones prácticas, de trabajo). Me quedé con las ganas. Y todavía no tengo un iPad, aunque me gustaría (a ver si me lo regalan). En cambio, gracias a la idea de Hart, puedo leer (y escuchar) miles de libros siempre que quiera, desde donde quiera, simplemente haciendo clic.
Desde luego, para mí ha sido mucho más útil el Proyecto Gutenberg de Hart que todos los inventos de Jobs. No tengo iPod ni iPhone, ni interés alguno por tenerlos. Estuve a punto de comprarme un MacBook Air cuando estuve en la famosa tienda de Nueva York, pero al final no me decidí (por cuestiones prácticas, de trabajo). Me quedé con las ganas. Y todavía no tengo un iPad, aunque me gustaría (a ver si me lo regalan). En cambio, gracias a la idea de Hart, puedo leer (y escuchar) miles de libros siempre que quiera, desde donde quiera, simplemente haciendo clic.
2 comments:
Bien visto. En los últimos tiempos, tengo entendido que Jobs intentó un término medio entre la endogamia corporativa y la libertad radical que reclama la red: el trasiego de nuevas aplicaciones que los usuarios pueden subir o bajar sin que el teléfono sea más que el soporte, pero no el recaudador. En todo caso, me gustaría que el Proyecto Gutenberg funcionara como el Proyecto Perseus, mi otra casa.
Pero sí, la clave es que las compañías están condenadas a disolverse en el mundo que han creado. Salud.
Sí, el Perseus también.
Salud.
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