Pasaron tantas cosas, y tan seguidas, que no sé por dónde empezar a contarlas. No es fácil tomar una decisión, el momento del inicio lo determina todo en una historia, su alcance, su sentido, su evolución, hasta su desenlace, no es lo mismo lanzarse de cabeza in media res que hacer un análisis detallado de los antecedentes, lo que -si fuéramos puntillosos- podría llevarnos siglos. ¿Dónde poner el principio, dónde sacar la navaja y cortar la cuerda de las causas de la que tiramos con tan desmedido afán? ¿Y dónde sellar la conclusión, dónde poner punto-y-final si no es en el ahora, el siempre-ahora permanente que nunca se calla (y por tanto tendríamos que seguir hablando sin parar hasta el fin de los tiempos para poder contarlo todo, es decir, para poder contar esto, aquello, algo)? Quizás sea verdad lo que defienden algunos y esta idea del tiempo como línea no sea más que un prejuicio, un engaño, un remedio espiritual para tranquilizar a los cobardes, a los temerosos. Hay que aprender a vivir en el caos perpetuo, en un instante absoluto que perdura eternamente. Sólo sabemos que alguien quería matarle y que lo consiguió. Ahí se acaba todo. Poco más que decir. Ni una sentencia, por muy firme que sea, podrá desdecir lo que ha ocurrido. Lo demás sólo sirve para que algunos carroñeros rellenen los periódicos. No, no existe el antes y el después, eso es algo que ponemos nosotros, que no sabemos vivir sin nuestro pequeño orden que comunica sentido. Queremos ser los dioses de las horas, los creadores de lo que es, porque se van haciendo los hechos con las palabras. Se va pronunciando el mundo a medida que lo inventamos, contando lo que creemos, lo que imaginamos. Sí, ya sé, cada uno tiene derecho a dar su punto de vista, pero quizás ni siquiera hay algo sobre lo que formarse una opinión o tener una perspectiva. El vacío es irrepresentable. El que vio la pistola no vio al asesino, el que recogió el cadáver no estaba en el momento del disparo, el que cree que lo sabe todo resulta que está equivocado. Lo importante es lo que queda sin narrar. Ahí está lo decisivo.
Me niego a contar mi versión, no la diré por mucho que me insistan, por mucho que la ausencia de palabras se vuelva en mi contra y me haga sospechoso de algo tan desagradable, por mucho que me aprieten las tuercas, uno tras otro, todos los fiscales de este mundo. No hablaré, mi voz será el silencio, hasta evitaré los gestos en respuesta a las preguntas (si las hubiera). Nada tengo que ocultar, soy inocente, por eso mismo renuncio a mostrarme, a decirlo, a decirme, pues la penitencia está en el delito y no hay mayor delito que la palabra dicha. Todos se agarran a la palabra dicha. La desfiguran, la tergiversan, la multiplican. Sé que callando todo irá mejor, nos ahorraremos el disgusto, unos y otros y los de más allá, las cosas seguirán su marcha lenta, sostenida, implacable, sin la influencia del maldito charlatán que lo cuenta todo sin pararse siquiera a respirar. El mundo es muy cotilla. Doy mi palabra de que no diré nada. Doy mi palabra, la entrego, me rindo, me deshago de ella. Estoy cansado y solo y derrotado. Nada tengo, ni siquiera hambre. Sólo me queda este silencio ensordecedor, este frío que quema, estas palabras que, al no ser nunca dichas, resuenan sin eco en la boca de todos los estómagos vacíos. Los hechos se crean con las palabras. Se les da vida a los seres a fuerza de nombrarlos. Y yo siempre tuve alma de sepulturero.
Me niego a contar mi versión, no la diré por mucho que me insistan, por mucho que la ausencia de palabras se vuelva en mi contra y me haga sospechoso de algo tan desagradable, por mucho que me aprieten las tuercas, uno tras otro, todos los fiscales de este mundo. No hablaré, mi voz será el silencio, hasta evitaré los gestos en respuesta a las preguntas (si las hubiera). Nada tengo que ocultar, soy inocente, por eso mismo renuncio a mostrarme, a decirlo, a decirme, pues la penitencia está en el delito y no hay mayor delito que la palabra dicha. Todos se agarran a la palabra dicha. La desfiguran, la tergiversan, la multiplican. Sé que callando todo irá mejor, nos ahorraremos el disgusto, unos y otros y los de más allá, las cosas seguirán su marcha lenta, sostenida, implacable, sin la influencia del maldito charlatán que lo cuenta todo sin pararse siquiera a respirar. El mundo es muy cotilla. Doy mi palabra de que no diré nada. Doy mi palabra, la entrego, me rindo, me deshago de ella. Estoy cansado y solo y derrotado. Nada tengo, ni siquiera hambre. Sólo me queda este silencio ensordecedor, este frío que quema, estas palabras que, al no ser nunca dichas, resuenan sin eco en la boca de todos los estómagos vacíos. Los hechos se crean con las palabras. Se les da vida a los seres a fuerza de nombrarlos. Y yo siempre tuve alma de sepulturero.
5 comments:
por si acaso, aclaro: esto es ficción...
¿Pero tuya?
Sí, claro.
A mí me habías acojonado, al principio. Me digo; ¿qué le pasó?
Sea lo que sea siempre es bueno leerte.
Un abrazo.
Por eso puse el comment, a ver si alguno se iba a creer que había matado a alguien....
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