Algunos amigos me preguntan: ¿hasta cuándo vas a seguir publicando ese diario? Se dan cuenta de que podría volverme loco. No sé, les digo, pero mientras siga apareciendo, me gusta que lo haga como hasta hoy, en esta editorial, para estos lectores, en una razonable penumbra.
Madrid es un pueblo defectuoso, pequeño, con las aceras estrechas y perpetuamente levantadas. Ni siquiera tiene un río digno de ese nombre. Hubo un alcalde que quiso darle esa apariencia, lo canalizó, lo represó y lo sembró con unas docenas de patos y ánades que amanecieron a la semana descalabrados y muertos a cantazos. Cada día desaparecen media docena de casas viejas y levantan en su lugar otras horribles, pero algunos pocos seguramente no lo cambiaríamos ya por ninguna otra ciudad, por hermosa que fuese. Ni siquiera París. Esto es quizá, en el fondo, lo que peor lleva uno: ser tan poco cosmopolita.
Es cierto que podía ensayar también los giros cósmicos, hablar del mundo y sus terribles problemas, del hambre, de las guerras, de los opresores y de los oprimidos, de la Solidaridad, de Dios o de la Historia, el juego que darían Chiapas y Sarajevo, el juego que están dando ya en la literatura catalana los genocidios y los genocidas, en fin, de todos esos grandes y estocolmeños asuntos que nos comprometen bastante poco y que no suelen cambiar nuestros hábitos de vida, pero es difícil imprimir a la voz un timbre adecuado para abordarlos, si no se es, como decía Stendhal, un pequeño farsante.
Aseguraba Renard que a él su Diario le vaciaba. Si yo notara que a mí éste me vaciaba, lo dejaría. Al contrario, uno procura llenar el diario de casi todo. No sé por qué, los diarios me han parecido siempre uno de aquellos viejos ultramarinos en los que se vendía de todo, de aquí y de las colonias, y en cuya trastienda solía reunirse, al final de la tarde, una selecta cofradía. También yo, al atardecer, "la hora de la pintura" y de las confidencias, vengo al diario, colmado mío solo, y tertulio conmigo sin resignarme a que el día se lo lleve la noche como una pavesa. Asimismo creo que se van publicando estas estancias para que tú y yo, mutuas ficciones, nos hagamos compañía un rato, a la espera de ese invierno que deseo no nos sea demasiado cruel ni largo. Luego vendrán esta y otras muchas primaveras, y muchos otros inviernos, cantarán de nuevo los jilgueros y petirrojos, las acacias del Rastro se llenarán de flores y la plaza de París se cubrirá de las hojas secas de los castaños. Estamos aquí para celebrar que la vida pasa igual para todos. Estos diarios son los ojos míos y los tuyos, y deben mirarlo todo, incluso les sorprenderemos guiñándose aquí y allá, cuando tengan esa fantasía o cuando la realidad se contonee inesperada y llamativamente.
Mientras tanto, tratemos de vivir conforme a aquella máxima, "nadie es más que nadie". Es el único modo que tienen las almas de acercarse unas a otras y enaltecerse un poco, cuando comprenden que la verdad es de todos.
No me diréis que no es un texto maravilloso... De lo mejor que se ha escrito en las últimas décadas. (Aquí es donde el lector del blog se sonríe y piensa: "Hala, ya está otra vez el exagerado del Conde, que cuando algo le gusta es que se pierde..."). Igual que se hizo una pequeña antología de textos sobre Extremadura extraídos de estos diarios (Capricho extremeño se titulaba), yo creo que se debería hacer otra con textos sobre Madrid.