A mí no me gusta mucho -por no decir casi nada- el teatro, así, en general, porque me parece demasiado artificial, fingido, exagerado y, en definitiva, molesto: los actores siempre gritando y sobreactuando, impostando la voz ridículamente, las impepinables gilipolleces del director escénico de turno (que suele plantar armatostes simbólicos para jodernos la perspectiva), la pedantería que sobrevuela el ambiente (esa pretendida voluntad de arte, tan estúpida), las cabriolas y gestos y bailes y gimoteos y... ¡hasta los aplausos prolongados del público al final, obligados a engordar -cada noche, como si fuese la última- el tremendo ego de "los artistas"! Vamos, que todo en el teatro me echa un poco para atrás. Pero siempre que representan una de Valle Inclán me gusta ir a verla, no sé si por masoquismo (el grado de exageración en sus obras suele ser aún mayor que el habitual) o porque siempre he tenido una especial querencia -no estrictamente literaria- por este escritor (aunque estilísticamente persigo los antípodas, tampoco creo que sus obras sean mera palabrería emperifollada). Desde que era pequeño, mucho antes de leerlo, Valle Inclán ha ocupado un lugar de honor en mis ensoñaciones literarias, sentimentales y legendarias, sobre todo por los viajes en tren a Galicia, cada verano, y los paseos por los campos de la Tierra del Salnés. Me hace gracia el personaje, y siempre me han fascinado esos paisajes rurales tan valleinclanescos...
Bueno, a lo que íbamos. Resulta que me ha gustado el esperpento éste que vimos ayer; no tanto como el Luces de bohemia de hace unos años (ésa sí que es una verdadera obra maestra), pero bastante más que otras. Creo que es la primera vez que un director teatral ha acertado con su interpretación, con sus toques personales y su puesta en escena (rara es la vez que no la cagan en este punto). Ángel Facio ha sabido comprender el texto de Valle y ha encontrado la manera más adecuada de presentárselo al espectador de hoy. Además, las interpretaciones de Rafael Núñez, Nancho Novo y Tete Delgado le dan las dosis perfectas de comicidad grotesca y guiñolesca que requieren los personajes, pero también de naturalidad y actualidad para que nos descojonemos sin esfuerzo.
Dice Facio que Los cuernos de don Friolera es "una cabriola costumbrista que clausura, con una mueca, el estricto drama de honor calderoniano e incluso todo nuestro afectado y retórico teatro nacional", "un sainete violento, imaginado no al calor del brasero, pero sí al calor de un litro de Valdepeñas y bajo la saludable influencia de una pipa de kif". Amén.
3 comments:
Vaya la que ha soltado usted contra el teatro.
A mí sí me gusta el teatro, pero voy poquísimo. Supongo que para el caso es lo mismo. Para la taquilla desde luego.
Pero recuerdo con verdadero placer el año (fue un buen año en todos los sentidos) en el que fui a ver Luces de bohemia al teatro Lope de Vega de Sevilla. Genial absolutamente.
Así que coincidimos.
Lo que tenemos que hacer es vernos, Conde Duque, que ya va tocando.
Su nueva vida: ¿un éxito?
Un abrazo.
Pues a mí me encanta el teatro... y no tengo ni la mitad de posibilidades que tenéis en la capital de ver esas obras, por ejemplo ésta de la que hablas. Valle me parece un genio y además en ella actúa un amiguísimo mío (Pepe Soto). Tendré que esperar la tourné por provincias (si es que la hacen).
Besos entre bambalinas.
Pues sí, a ver si nos vemos ya, Larilla, que estás desaparecida y desaparescente... Mi nueva vida, un éxito de crítica y público. Y las ventas van muy bien.
Un abrazo.
A ver si tienes suerte y os la ponen por allí, Lula. Seguro que te gusta.
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