Todavía es posible el milagro. Lo he podido constatar estos días, aunque apenas me quedaban esperanzas.
Llega uno a la librería, se pone a mirar libros, los saca, los mete, lee las primeras líneas, el texto de contracubierta, abre a voleo una página de en medio o del final… Lo de siempre. La mayoría se quedan donde estaban. A veces algo llama la atención, gusta, interesa, y antes de irse a casa hay que volver atrás sobre nuestros pasos, hacer una comparativa y someterlo a crítica: la decisión. En este caso no hizo falta.
Llega uno a la librería, se pone a mirar libros, los saca, los mete, lee las primeras líneas, el texto de contracubierta, abre a voleo una página de en medio o del final… Lo de siempre. La mayoría se quedan donde estaban. A veces algo llama la atención, gusta, interesa, y antes de irse a casa hay que volver atrás sobre nuestros pasos, hacer una comparativa y someterlo a crítica: la decisión. En este caso no hizo falta.
No sé por qué nunca me había cruzado con el nombre de este señor ni con el título de este libro, pero desde el momento en que lo tuve entre las manos supe que estaba ante otra cosa. Aquello no era un libro de quemar después de leer o, peor aún, de abandonar a mitad de la lectura. No. Aquello era un objeto que podía acompañarle a uno toda la vida. Nadie sabe cómo será el viaje, si surgirán discusiones y desavenencias por el camino; lo único que sabemos es que lo tendremos a nuestro lado, a distancia segura, a tiro de teléfono, como a los buenos compañeros del colegio.
Vas en el autobús leyéndolo. Lo flipas. No das crédito. Increíble. “Creo que esto es lo que llevaba buscando toda mi vida”. Escribe no sólo lo que quieres leer y lo que te gustaría escribir, sino que, en cierto modo, ahí estás tú. Está la voz que dice tus palabras, la mirada que observa a través de tus ojos, pero también –digámoslo así– una especie de amigo, o, mejor aún, un otro yo. Así, al menos, lo sientes: como un tú de otra época (en concreto los textos del Manual fueron escritos antes de nacer yo), de otro país, con una vida muy lejana pero íntimamente cercana. O algo similar.
Llego a casa y sigo leyendo sin parar. Cada página, cada frase, cada idea, es una nueva constatación de que ahí estás tú. El tono, el estilo (ya me gustaría a mí, ya), las lecturas, los gustos, las influencias, la formación filosófica, la vocación literaria, algunas reflexiones que ya se me pasaron por la cabeza… Todos los autores que menciona, aunque sea de pasada, han sido decisivos para mí en algún momento. Curiosamente (de padre italiano y madre venezolana, Alejandro Rossi nació en Florencia, pero ha vivido casi toda su vida en México) predominan los autores españoles, incluso muchos de esos que han sido tachados de castizos. Habla mucho de Ortega y de José Gaos, que fue su maestro en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional Autónoma de México, donde después ha estado el propio Rossi de profesor (imagino que ya se habrá jubilado).
Para mí leer a Alejandro Rossi es como leer delante de un espejo. Por si quedaba alguna duda, pasa la Esfinge por mi lado, ve el título del libro y dice: "Manual del distraído. Eso lo han escrito para ti ¿no?".
Sí: antes de nacer hubo alguien que ya me escribió. Se llama Alejandro Rossi y aún vive. Llevo varios días inmerso en sus obras (las que he podido conseguir, otras parecen inencontrables; aunque no tiene muchas). Sigo sintiéndome extraño cuando lo leo. Disfruto más que nunca, pero siento que ya no tengo nada más que decir.
Sí: antes de nacer hubo alguien que ya me escribió. Se llama Alejandro Rossi y aún vive. Llevo varios días inmerso en sus obras (las que he podido conseguir, otras parecen inencontrables; aunque no tiene muchas). Sigo sintiéndome extraño cuando lo leo. Disfruto más que nunca, pero siento que ya no tengo nada más que decir.