Thursday, January 28, 2010

El gran silencio

Veo en casa El gran silencio. Me quedo anestesiado ante la pantalla. Casi tres horas.
Pero verlo así, en DVD, es una gran mentira, porque nunca hay silencio. Hay un ruido de fondo, eterno, leve pero ensordecedor, que es el de la televisión o el DVD o la nevera o todos los aparatos enchufados a la vez con el volumen alto sin que suene nada. Esa especie de sutil moscardón constante que, si te fijas mucho, acaba desesperándote. Y si quitas el volumen del silencio, es más mentira todavía. Hay que oír el silencio. Además, aquí, en casa, siempre se oye algún ruido. Las tuberías, los vecinos, la calle. Tu propio cuerpo pudriéndose por dentro. Siempre hay algo que nos mata el silencio, porque el silencio no existe. No existe.
En el pasillo se mueven las cortinas. Entra el sol. Las nubes, el monte, el cielo, la nieve, los árboles, los pájaros, las campanas, alguna flor, el movimiento de las plantas. Un avión que pasa tan alto que ni se le oye.
Siempre hay pájaros piando en la Grande Chartreuse. No hay silencio.
Muy mal debo de estar porque, por momentos, me da envidia de estos cartujos, de su vida, de su silencio. Ese aburrimiento sostenido, magnífico. Ese reverso de Dios que es el aburrimiento. Quiero irme allí. Mejor, acabar allí. Primero beber, comer, viajar, escribir, reír, follar, bailar, conocer gente y ver mucho mundo. Después, meterse a cartujo. (Estilo san Agustín, tan agustín.) Te rasuras la cabeza y, hala, a descansar de tanto lío. Lejos del IVA y de Cristiano Ronaldo. Que te dejen tranquilo.
El hombre mastica. Mastica y mastica. El hombre se pasa la vida masticando, masticándose. En el silencio se oye más la masticación, allegro desagradable.
Cuando salen al paseo semanal, por el bosque, charlan, ríen y se ponen alegres. Quizás entonces es cuando dan un poco de pena. Hombres espirituales. Hombres cercenados. Hombres sin pene.
Salen al prado unas vacas místicas con cencerro. Misterio en Super8.
Gotas en el agua. Dibujan ondas concéntricas, como un cuadro abstracto verdadero. Se acerca la tormenta. La niebla invade poco a poco el monasterio.
Manchas blancas caminando, de dos en dos, por la nieve. Se divierten como niños lanzándose por las laderas de los Alpes franceses. Eso está bien, que se diviertan un poco.
Quitar la nieve de la huerta, cantar gregoriano, trocear el apio, rasurar las cabezas, pasar la mopa al suelo, leer en el refectorio… Trajines de monasterio. Y un etcétera tan largo como hondo es su silencio.
No hay mayor placer que ver agitarse, desde arriba, las copas de los árboles.

3 comments:

Portarosa said...

A lo mejor te dicen lo mismo que a un señor que yo conozco, que de visita a un monasterio (Samos, creo) preguntó si no sería posible retirarse allí, si no tenían un hueco, y le contestó el monje, sabio él: ""El que se comió la carne, que roa los huesos!".

Un abrazo (sí que has cogido carrerilla, ¿eh?).

NáN said...

Ostis con el monje.
Cenará poco, pero zena que te cagas.

Me había olvidado de que esta película era una de las que quería ver (de las que están en las lista de acciones obligatorias... fíjate qué cosas me hace la desmemoria). Pasaré por Ficciones a ver si la tienen y la veo este fin de semana.

Después de leer lo que has escrito, pasa al apartado de acciones urgentes.

conde-duque said...

Sí, Porto, bien dicho por el monje, lo otro es mucha cara, pero el cristianismo lo permite: peca todo lo que quieras y un minutito antes de palmarla arrepiéntete.... y ya está. Entre eso y el hijo pródigo la justicia no aparece por ningún lado. Por eso quizás el monje denota cierta pesadumbre, cierta envidia justiciera...
(Por cierto, he borrado la publicidad-Spam)
Nán, no sé si recomendar estas cosas, espero que te guste y no te aburras.