"Jed ignoraba entonces, al igual que Vanessa, que las flores son sólo órganos sexuales, vaginas abigarradas que adornan la superficie del mundo, entregadas a la lubricidad de los insectos. Los insectos y los hombres, y también otros animales, parecen perseguir un objetivo, sus desplazamientos son rápidos y orientados, mientras que las flores permanecen fijas y deslumbrantes en la luz. La belleza de las flores es triste porque son frágiles y están destinadas a morir, como todas las cosas que hay en la tierra, por supuesto, pero las flores muy especialmente, y su cadáver, como el de los animales, no es sino una grotesca parodia de su ser vital, y su cadáver, como el de los animales, hiede; todo esto uno lo comprende bien cuando ya ha vivido el paso de las estaciones y la podredumbre de las flores, y Jed lo había comprendido a la edad de cinco años y quizá antes, porque había muchas flores en el parque que rodeaba la casa de Raincy, y también muchos árboles, y sus ramas agitadas por el viento eran tal vez una de las primeras cosas que había visto cuando le paseaba en su cochecito una mujer adulta (¿su madre?), aparte de las nubes y el cielo. La voluntad de vivir de los animales se manifiesta mediante transformaciones rápidas -una humectación del orificio, una rigidez del tallo y más tarde la emisión de líquido seminal-, pero esto sólo lo descubriría más adelante, en un balcón de Port-Grimaud, gracias a Marthe Taillefer".
(Michel Houellebecq, El mapa y el territorio)
(Michel Houellebecq, El mapa y el territorio)
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