Las películas de Bresson no pasan ni se olvidan. Se quedan como pegadas a la memoria y, sobre todo, a la conciencia.
Veo El dinero, su última obra: me gusta en lo que tiene de verdadera pero me desagrada un poco en lo que tiene de antinatural, aunque lo comprendo (creo). Me explico. La concreción y limpieza del análisis son perfectos. La precisión de un cirujano que enhebra estilo y tema. El cine casi como ciencia. Ahora bien: los actores parecen robots, hablan (casi no hablan) y se mueven como robots. Les falta vida.
Veo El dinero, su última obra: me gusta en lo que tiene de verdadera pero me desagrada un poco en lo que tiene de antinatural, aunque lo comprendo (creo). Me explico. La concreción y limpieza del análisis son perfectos. La precisión de un cirujano que enhebra estilo y tema. El cine casi como ciencia. Ahora bien: los actores parecen robots, hablan (casi no hablan) y se mueven como robots. Les falta vida.
Vale, sí, ya sé, imagino que está hecho aposta y trata de transmitir una tesis, que sería más o menos la siguiente: los hombres son autómatas, marionetas ciegas manejadas por un Dios sin alma: el Dinero. Pero uno no puede evitar escuchar, como runrún de fondo, una voz que nos molesta: "¡luces!", "¡acción!", "¡corten!", "¡a positivar!".
No es un plano fijo el de Bresson. Es un plano terco.
No comments:
Post a Comment