Recuerdo que mi "relación" con Martin Amis empezó muy mal. Cogí en la biblioteca dos de sus libros más conocidos -Dinero y Campos de Londres- y no pude con ellos (años después me los compraría en inglés, en Londres, y los disfrutaría bastante, aunque a trozos, casi a golpe de frases, y en voz alta). Escaldado por esta primera experiencia, no volví a coger ninguno de sus libros durante un tiempo. Hasta que llegó el día en que, por casualidad (como suele ocurrir con los buenos libros), me tropecé -en la misma biblioteca- con Los monstruos de Einstein.
Lo abrí por la primera página y empecé a leer. Aquello fue toda una revelación:
Nací el 25 de agosto de 1949: cuatro días más tarde los rusos probaron con éxito su primera bomba atómica y así apareció la disuasión. De modo que tuve esos cuatro días de tranquilidad, más de lo que nunca tuvieron los de menor edad. En realidad no los aproveché mucho. Me pasé la mitad del tiempo dentro de una burbuja. Apacibles como pintaban las cosas, nací en estado de conmoción aguda. Mi madre dice que parecía Orson Welles desencajado de furia. Al cuarto día me había repuesto, pero el mundo había dado un giro para peor. Era un mundo nuclear. Si tengo que decirles la verdad, no me sentía nada bien. Tenía un sueño y una fiebre terribles. No dejaba de vomitar. Me entregaba a incontenibles accesos de llanto... Cuando tenía doce o trece años la televisión empezó a mostrar mapas de objetivos del sudeste de Inglaterra: Londres era el centro del blanco; los condados cercanos eran las franjas periféricas. Yo solía irme de la sala lo más rápido posible. Ignoraba por qué había armas nucleares en mi vida o quién las había metido ahí. No sabía qué hacer con ellas. Quería quitármelas de la cabeza. Me enfermaban.
Después leí Experiencia, La información, Tren nocturno... Naturalmente, unas cosas me han gustado más que otras, pero Martin Amis ya se ha quedado como "uno de los míos", unido inseparablemente a ciertos recuerdos. Momentos y lugares de mi vida. Me veo esperando el autobús, junto a la Biblioteca Central, en Iglesia, enfrascado en un libro verde oscuro, con la lluvia cayendo. Y mi madre llamando a comer, y el frío de los pies descalzos, y una aguja de hojaldre desmigándose sobre las páginas... Me veo tumbado en la cama deshecha de Inverness Terrace, recitando las frases como un mantra (I know the murderer, I know the murderee. I know the time, I know the place. I know the motive (her motive) and I know the means. I know who will be the foil, the fool, the poor foal...), mirando a veces de reojo por la ventana -un edificio triste enfrente y el cielo rojo grisáceo-, y una cajita de sushi con arroz encima de las sábanas. Y el amarillo seco del césped, y el suelo pavimentado lleno de manchas, y la cajera china de Waterstones...
Lo demás es ficción, o teoría. Y nada vale.
Nueva idea para editores ciegos: ahora que algunos creen haber inventado la pólvora por hacer literatura con los datos científicos (y prometo no volver a hablar del Proyecto Nocilla, al menos durante un tiempo), convendría que se volviese a editar esta obra maestra: Los monstruos de Einstein, de Martin Amis. Y, ya puestos, también una de título casi idéntico: Los sueños de Einstein, de Alan Lightman. En un pack, con una faja dorada que rece: "Ya lo decía Goya. El sueño de la razón produce monstruos".
8 comments:
(Por favor, lee los comentarios del último de Xavie, Conde)
¿Y House of meetings? ¿La has leído?
Es que yo la compré el otro día, y si no me equivoco será lo primero de Amis que lea.
(Oye, y tú puedes hablar de lo que sea, ¿eh? El problema, si lo hubiera (que no lo hay), sería nuestro, o mío.
¿Quieres que te psicoanalice para llegar al fondo de la cuestión?)
Hola, Porto. No, la última no la he leído. No sé yo cómo estará... Por lo menos no es un tocho, y eso es bueno.
(Ya te he respondido en casa Xavié. Aclarado todo).
Ya, ya, eso espero. Aquí me gusta decir lo que me da la gana libremente, y más sobre cuestiones -como las literarias- que desde mi punto de vista no tienen ninguna trascendencia. Con la de problemas que hay en la vida...
Me suena que leíste (o al menos compraste) "Tren nocturno" cuando le dediqué un post.
Coño, pues es verdad. Ni me acordaba.
Pues ya te contaré qué tal.
Acabo de empezar The road, de Cormac McCarthy. Pero no sé si me arrepentiré de haberlo comprado en v.o., porque una palabra buscada en el diccionario de menos miedo, ¿no?
Traspaso aquí el debate...
Mabalot said...
Respecto a la discusiones nocillescas yo creo que le dais demasiada importancia al tema. Tengo que leer el libro del Fdez Mallo, al que leí unos textos por encima en algún blog etc... Ni me entusiasma ni me parece tan malo lo suyo. Es una cosa muy borgiana, pero mucho, aunque con el rollo cientifista, o más bien, esas cavilaciones de físico. Viví con dos físicos hace años y pasamos muchas noches bebiendo cerveza y hablando de teorías algo marcianas...
No me parece nada original, vamos, si acaso aporta algo de novedad al lector que no leyó mucho a Borges y que no conoce a Ballard etc... Inclluso algunas cosillas podrían ser casi traducciones de cuentos de Ballard.
Pero todos copiamos más o menos. Ese no es el problema. Lo que me cae mal es toda esa pedantería tremenda que se montan en los medios. Otra que no se hable de otra cosa. A veces el periodismo es un poco lerdo (menos Jabois, of course).
Otro que me parece algo endeble en aportación real a la lietartura es Vicente Mora. Mucha rollo teórico, pangeíco, vitamínico, proteíco, y después vamos a sus relatos y son aburridos y malos a más no poder. Seguro que mejora y hace algo decente, pero por ahora veo mucho ruido y pocas nueces.
Perdonar por meter baza sobre esto. Hay más mundo ahí afuera.
Un saludo.
14/4/08 10:52
Xavie said...
Hola Mabalot,
Respecto a tu comentario respecto a Fernández Mallo, estoy básicamente de acuerdo, que conste. Y eso que a mí sus dos libros me parecen muy buenos. Todos copiamos, eso también es cierto. Pero estas cosas no tienen más importancia que la que tienen (o sea, casi ninguna).
Lo que más me interesa de la historia teórica que, como dices, han montado entre Vicente Luis Mora y compañía es, precisamente, el intento meditado (y por lo visto conseguido) de que no se hable de otra cosa, de colarle a los periodistas algo que, como casi todo, ya tenía bastante precedentes. Es decir, de aprovechar los canales de marketing en beneficio propio y en reconocerlo. No sé, me parece algo refrescante. Quizá porque los escritores que se tienen en demasiado buen concepto y que creen que escribir es lo único importante (ya sabes, la pasión del arte y tal) me producen cierto rechazo (aunque sean excelentes).
En fin, un aporte más al asunto. Estoy ahora con Ballard y, efectivamente, es cojonudo.
Saludos,
PD: Nada más lejos de mi intención de volver a marear la perdiz, que conste también.
14/4/08 13:18
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