Sunday, July 27, 2008

El señor en la ventana

Algunas noches nos asomamos a la ventana de la cocina y vemos al otro lado del patio, enmarcado en la suya, a un señor mayor cenando en camiseta interior de tirantes, de esas camisetas blancas de algodón que salían mucho en las películas italianas de los años cincuenta, o que si no salían me pega a mí que deberían. Presumiblemente debe de ir también en calzoncillos, porque alguna vez le hemos visto andando por su cocina de esa guisa. Tendrá unos setenta y tantos. Está bastante gordo y se le desbordan las chichas por los tirantes, debajo del sobaquillo, pero no es una gordura sebosa, gelatinosa, bamboleante, sino más bien compacta, marmórea. Se le ve al hombre bastante fornido, como si a lo largo de su vida hubiese desempeñado labores de considerable exigencia física. Se mete grandes bocados y luego mastica mucho. Tiene la mesa delante de la ventana y a veces mira hacia el frente, o sea hacia el vacío oscuro del patio; otras gira la cabeza y mira un poco la televisión, que siempre tiene encendida, a un lado (se oye el rumor y se ven los destellos, los cambios de claridad de la pantalla reflejados en los azulejos); pero sobre todo mira abajo, al plato. Tarda una eternidad en cenar, no sé si por lento o porque se mete entre pecho y espalda medio supermercado. Vuelves después de media hora o tres cuartos, y allí sigue el hombre, masticando. Se pasa la vida cenando.

16 comments:

kika... said...

Yo también odio comer sola. No sé si porque me da pena o qué, pero lo odio.

Creo - aunque pienso que esto no te ayudará en tu viaje hacia la comprensión de los mecanismos interiores del sentimiento de lástima - que hay dos tipos de pena que nos pueden inspirar los demás. Una que es altivez, la que se basa en el "ay qué penita me da tal o cual, pero me la da porque en el fondo me sé mejor", y otra que es por empatía, que tiene también un fondillo de miedo. Eso de "qué horror, espero no estar así nunca".

Yo no suelo moverme en términos de pena o lástima, se me da mejor la empatía. Aunque no digo que no se sufra igual.

Qué lío.

(perdona por el rollo, pero hace calor, es domingo por la mañana, y me has hecho pensar, lo que está fenomenal)

Un beso,
K

Bárbara said...

A mí también me mata la pena. En este caso intentaría sacudírmela pensando que tal vez el anciano solitario ha dedicado toda una vida a usar a su mujer y a sus hijos como saco de entrenamiento, o que es un carnicero genocida que se oculta bajo una personalidad anodina, que hoy está más de moda. Aunque sin duda intentaría una sonrisa, una palabra amable en el supermercado, él pertrechado tras un enorme carro que le cuesta empujar...
Mantennos al tanto de las novedades ahora que también nos hemos asomado a esa ventana...
un abrazo

Divina nena said...

!Jesús! el calor está haciendo estragos. A ver esa pena qué dices sentir puede llegar a ser aburrimiento, o algo parecido. No tiene porque ser un gilipollas, ni un genocida, ni dulce, ni... joder un tipo normal que por distintas circunstancias cena sólo, igual que otros cenan acompañados y a veces incluso,si, esto ocurre, mal acompañados. No es que yo sea mala-malísima, ni fría, pero oye, cenar en propia compañía a mi me encanta, espero que mi vecina de enfrente no se sienta apenada por verme sola en casa, cenando,estudiando,bailando, limpiando... Sr. Conde no se afliga usted y disfrute de su cena acompañado.

Dejando el viejito solitario a un lado, has provocado en mi cabecita una buena discusión sobre la pena hacía los demás... seguiré guerreando a ver donde llego.

Besos desde mi solitaria morada

conde-duque said...

Buenas a todas.

Kika, yo como muchas veces solo y tan a gusto. No me importa nada. En cambio veo a algunos comiendo solos y sí me dan tristeza. Simplemente hay determinadas circunstancias en que ocurre eso, no sé por qué.
Habría que distinguir muchos conceptos que yo he usado indistintamente por no repetir las palabras. Sobre todo me refiero a esasc cosas que me producen tristeza (y la tristeza es mía), no tanto que me den pena o lástima.

Bárbara, esa medida es un poco exagerada, pero me podría venir bien. Intentará un día hacerle una foto disimuladamente, a ver si os pare triste o no la escena...

Divina, te has puesto tan al otro lado del patio que creo que no has entendido nada de lo he escrito (cosa muy rara en ti). Estar solo está muy bien, si uno lo quiere. Pero hablamos de un anciano gordo en camiseta y calzoncillos que tarda una eternidad en cenar y mira su plato en una casa destartalada. No te des por aludida... Seguro que contigo pegaría más la canción de Un pingüino en mi ascensor: "No sé lo que me pasa últimamente, no dejo de espiar a mi vecina de enfrente".

Riforfo Rex said...

También yo he meditado alguna vez sobre eso. Y siempre llego a la conclusión de que mi pena no tiene nada que ver con aquel o aquello por lo que peno. Es una construcción que elaboro en mi interior a partir de un exclusivo detalle en el que me he fijado. Muchas veces, después de reunir un poco más de información, me siento gilipoyas por haber sentido pena (y es cuando tiene uno la sensación de haber pecado de soberbia). Otras veces no.
A este respecto: recuerden el comienzo y el final de Novecento (película de Bertolucci). Al principio siente uno pena por aquella pareja perseguida por la horda. Al final desea uno que los agarren los troceen y pisoteen los trocitos.

conde-duque said...

Hago un cambio en el post. Dejo la descripción-historia y pongo la reflexión aquí, en los comentarios.

conde-duque said...

Va camino de convertirse en mi gran dilema existencial, porque no hago más que planteármelo una y otra vez: ¿hasta qué punto tiene uno derecho a sentir pena por los demás?
Como suele pasar, esa pregunta encierra otras muchas de similar relevancia (o sea, ninguna, cero, para quien no sea yo): ¿cuál es el verdadero mecanismo de la compasión? ¿Es, como consideran muchos, un abrazo fraternal a la humanidad entera representada en una persona, o se trata, por el contrario, de un signo de altivez y soberbia, además de un rebajamiento del otro? ¿Y si la lástima no está justificada o se equivoca o no es “real”? ¿Dónde está la víctima y dónde el verdugo? Etc etc etc.
Hay muchas situaciones a lo largo del día -sobre todo por la calle- que le llevan a uno a plantearse estas cosas, pero en este caso estoy pensando en una: la del señor de la ventana. Allá va.
Pues bien: resulta que el hombre éste me pone triste. Lo veo cuando voy a la cocina a dejar los platos de la cena y vuelvo mustio y mohíno al salón, arrastrando los pies y un poco cabizbajo y con mueca de disgusto, sin ganas de continuar viendo la película o el programa que estuviésemos viendo (me parece un gesto de mala educación). A veces esa tristeza, cuando se repite varios días, me cabrea y al volver al salón le digo a la Esfinge: “Joé, ya he visto al señor ése de enfrente”, como enfadado por mi mala fortuna, echándole a él la culpa de mi repentina pesadumbre. Lo que le apetecería a uno en esos momentos –lo sé, es sólo un espejismo, no un deseo verdadero- sería darle un poco de charla por la ventana y echar unas risas, o invitarle a tomar un tinto de verano (previa imposición de camisa y pantalón, claro). Con un poco de suerte el señor podría ser un imbécil y/o energúmeno y, voilà, la tristeza se evaporaría en un plis, como por arte de magia. Pero no caerá esa breva.
Por ahora, la única medida que he tomado es que cuando voy a la cocina intento no mirar a la ventana, para no ver al viejo cenando, y así me evito el disgusto. ¿Estoy pirado, doctor?
Intento analizar lo irracional y me pregunto: ¿cuáles son las causas de esa tristeza? Por encima de todo, supongo, la soledad y la edad; que un señor mayor esté solo no resulta muy alegre que digamos; si fuera joven, seguro que no nos daría pena (a no ser que fuera muy feo o que tuviese alguna deficiencia mental, caso este último en el que -como ya sabéis- me hundiría, directamente). Pero también le añade tristeza el hecho de que esté cenando solo. Siempre me han dado pena los que comen solos, incluido yo mismo, sea caviar o mortadela lo que tengan en el plato. La hora de la cena es la más triste de todas para estar solo, no sé si por la oscuridad o el silencio reinante. El hecho de que mire al plato mientras come también incrementa mi lástima. No sé qué es lo que pone en la tele (no se llega a oír desde mi casa), pero podría ser un dato decisivo para aliviar un poco mi pena (que, como podéis ver, es lo que realmente me importa, y no la suya, que seguramente ni exista). Si estuviese, qué sé yo, viendo El secreto de vivir o El tercer hombre, ya no me daría tanta lástima. El hecho de que esté gordo también es decisivo. Cosa absurda, porque está claro que los gordos son más felices y disfrutan más de la vida que los que están delgados. Etc etc etc.
En fin, supongo que me da tristeza todo en esa situación (desde la camiseta de tirantes hasta las manchas de pintura que rodean la ventana) y que la pena la llevo yo dentro y que por tanto es sólo culpa mía. Y lo dejo ya, que esto no da más de sí y estoy cansado de teclear.

Divina nena said...

Si creo entenderte, y supongo que no tengo nada que ver con el vecino, salvo en la camiseta de tirantes blanca. De hecho, te comento, que me encanta el debate que me has creado desde anoche en mi cabecita. A cada uno nos produce pena algo diferente, pero ¿qué es y para que sirve la pena? Estoy llegando a la conclusión personal, que a mi la pena me da cargo de conciencia, porque la siento por disfrutar de algo de lo que el prójimo carece, incluso es un sentimiento egoísta, para no sentirme culpable de mi dicha. Yo también lo dejo ya que me lío y luego no nos entendemos ;-)

Miguel Sanfeliu said...

Pues yo leo el post sin la reflexión sobre la pena, que la he leído después, y tengo que decir que queda perfecto. Es la descripción de un personaje, pero una descripción que parece encerrar una historia. La precisión de tu estilo me ha hecho ver al hombre y, sin poder evitarlo, empezar a pensar a qué se dedicaría, por qué está solo, por qué se pasa la vida cenando (gran frase).
Un abrazo.

Portarosa said...

También yo lo he leído sin la reflexión, y claro, no entendía por qué todo el mundo daba por hecho que era algo triste.

Me gusta como ha quedado. Mucho mejor. Que las reflexiones las haga cada uno; y tú a ver si consigues que sean como pretendías. Eso es escribir, ¿no?

Un abrazo.

Mabalot said...

Con la reflexiones también estaba bien, pero quizá así te queda un retrato más sólido. Bueno, leí tus reflexiones y te comprendo (cuando pueda leo los demás comentarios), pero yo diría dos cosas:
1-Tendemos a ver a los demás con el "patrón" de tristezas propio, claro, pero se lo aplicamos, como si la felicidad o el bienestar fuera algo estandarizado y reglado y toda desviación un caso de dolor y pena.
2-La capacidad de normalizar toda situación y hacerla casi feliz en el ser humano es prodigiosa. Joder, somos pesimistas hasta que algo falla, pero después covivimos en la peor de las situaciones y no pasa nada. En un campo de concentración llevaban una vida "normal", igual que en Gaza y Cisjordania, ya que la normalidad lo invade todo. Parecemos máquinas de acostumbrarnos a lo que sea.
3-El viejo (fenimanalmente retratado) podría estar pensando mientras mastica; joer, ya está el chaval de enfrente ahí... qué pena me dan estos jóvenes, está tan jodido lo del trabajo, vaya mundo que les queda, pero yo estoy retirado y estos langostinos son la gloria... Algo así. Es más probable que este hombre tengo ese tipo d epensamientos que otros que parecerían más normales, teniendo en cuenta que estar solo de viejo parece muy triste.

No sé. ¿Te alivia algo lo que digo?

conde-duque said...

Sí, sí, grazie, Maba, tienes toda la razón. Nada es tan malo cuando llega. La costumbre todo lo puede.

Gracias, Miguel, Porto Queda mejor sólo la descripción.

Por cierto, no os quiero entristecer, pero los últimos días ya no está el señor. Ventana cerrada, luces apagadas... Se habrá ido de vacaciones, no sé.

La de la ventana said...

O lo mismo se ha muerto...

La de la ventana said...

A mi no me sobraban tus reflexiones sobre la pena que te da ver a este señor. Es tu mirada sobre él, distinta seguramente a la de cualquier otro que lo mire, lo que despierta en ti, el por qué de que nos lo hayas descrito aquí, a fin de cuentas...

Leo la descripción de ahora y sí, me gusta, pero me falta tu presencia, eso que me trae aquí a leerte y no me lleva a otra parte. Ah, y me sobra la etiqueta de "La vida es rara". Esa etiqueta venía bien con el post inicial, en el que una se quedaba pensando que sí, que tenías razón, que la vida es rara porque nosotros somos raros, y reaccionamos de maneras extrañas ante cosas aparentemente tan inocuas como un señor comiendo en su casa. Ahora es simplemente un post descriptivo de un señor normal que está solo y al que alguien ve. Una vida corriente y moliente, en absoluto rara, y una visión fría y aséptica, algo que no da que pensar, ni despierta inquietud, ni pena ni nada.

Sí, me gustaba más la primera versión.

conde-duque said...

Joe, no me liéis... :D Poneos de acuerdo y hago lo que queráis.
No sé, no sé, Teresa, muchas dudas tengo.

La de la ventana said...

Jajajaja... Nada de eso: haz lo que tú quieras, y pasa de nosotros. No somos nada más que un puñado de advenedizos diciéndote de qué color tienes que poner las cortinas de tu ventana. Escuchanos, pero quien decide si quiere visillos o estores, eres tú, Conde.

Faltaría más.