"Era un café simpático, caliente y limpio y amable, y colgué mi vieja gabardina a secar en la percha y puse el fatigado sombrero en la rejilla de encima de la banqueta, y pedí un café con leche. El camarero me lo trajo, me saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir. Estaba escribiendo un cuento que pasaba allá en Michigan, y como el día era crudo y frío y resoplante, un día así hizo en mi cuento. Por entonces, ya los fines de otoño se me habían echado encima de niño y de muchacho y de joven, y, puestos a describirlos, en unos lugares salía mejor que en otros. A eso se le llama trasplantarse, pensé, y a lo mejor les conviene tanto a las personas como a otras especies cuando crecen. Pero en mi cuento los amigos bebían unas copas y me entró sed y pedí un ron Saint James. Sabía a maravilla con aquel frío y seguí escribiendo, sintiéndome muy bien y sintiendo que el buen ron de la Martinica me corría, cálido, por el cuerpo y por el espíritu.
Una chica entró en el café y se sentó sola a una mesa junto a la ventana. […] La miré y me turbó y me puso muy caliente. Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta, o sea que esperaba a alguien. De modo que seguí escribiendo.
El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso. Pedí otro ron Saint James y sólo por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para mirarla cada vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían rizándose en el platillo de mi copa.
Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y de este lápiz.
Luego otra vez a escribir, y me metí tan adentro en el cuento que allí me perdí. Ya lo escribía yo y no se escribía solo, y no levanté los ojos ni supe la hora ni guardé noción del lugar ni pedí otro ron Saint James. Estaba harto de ron Saint James sin darme cuenta de que estaba harto. Al fin el cuento quedó listo y yo cansado. Leí el último párrafo y luego levanté los ojos y busqué a la chica y se había marchado. Por lo menos que esté con un hombre que valga la pena, pensé. Pero me dio tristeza.
Cerré la libreta con el cuento dentro y me la metí en el bolsillo de la cartera, y pedí al camarero una docena de portuguesas y media jarra del blanco seco que allí servían. Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento, aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente."
(Ernest Hemingway, París era una fiesta)
Una chica entró en el café y se sentó sola a una mesa junto a la ventana. […] La miré y me turbó y me puso muy caliente. Ojalá pudiera meterla en mi cuento, o meterla en alguna parte, pero se había situado como para vigilar la calle y la puerta, o sea que esperaba a alguien. De modo que seguí escribiendo.
El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso. Pedí otro ron Saint James y sólo por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para mirarla cada vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían rizándose en el platillo de mi copa.
Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno y de este lápiz.
Luego otra vez a escribir, y me metí tan adentro en el cuento que allí me perdí. Ya lo escribía yo y no se escribía solo, y no levanté los ojos ni supe la hora ni guardé noción del lugar ni pedí otro ron Saint James. Estaba harto de ron Saint James sin darme cuenta de que estaba harto. Al fin el cuento quedó listo y yo cansado. Leí el último párrafo y luego levanté los ojos y busqué a la chica y se había marchado. Por lo menos que esté con un hombre que valga la pena, pensé. Pero me dio tristeza.
Cerré la libreta con el cuento dentro y me la metí en el bolsillo de la cartera, y pedí al camarero una docena de portuguesas y media jarra del blanco seco que allí servían. Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento, aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente."
(Ernest Hemingway, París era una fiesta)
5 comments:
Vila-Matas en París no se acaba nunca recuerda este fragmento de Hemingway al entrar en una brasserie y re-construye más o menos el mismo relato. Otra vuelta de tuerca más.
Pensé que iba a decir al mes siguiente; "...para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día siguiente."
Claro que si te tomas esos Saint James cada tarde al día siguiente parecerá que ha pasado un mes desde el día anterior.
Leyendo esto vuelvo a recordar lo bien escrito que está este libro, y lo bueno que era don Ernesto. Es una pena la mezquindad que asoma de vez en cuando, por ejemplo al tratar a Fitzgerald.
Entodo caso mi libro preferido de él.
Buenas.
Joselito, lo raro dentro de poco va a ser encontrar un texto que Vila-Matas no haya tuneao, deconstruido-reconstruido, homenajeado, plagiado o como se le quiera llamar... Tanto homenaje resulta un poco sospechoso (¿falta de imaginación, de ideas propias?).
Como decía nosequién: "No pongas tus sucias manos sobre mi Mozart".
Sí, Mabalot, las envidias, que son muy malas (sobre todo las literarias).
Fiesta (me encanta su forma de construir diálogos) y ese libro, París... bien valdrían toda la carrera de Hemingway. A mi me gustí mucho, tambien, quizá, porque me habría, como a todo el mundo, haber vivido aquella época en París. Qué gozada. Ahora que leo la novela gráfica de Kiki de Montparnasse me reafirmo en esa qerencia que tengo por ese París.
Por cierto, incluso para homenajear hay que tener imaginación, digo esto en defensa d Vila-Matas. Fantástico cuando quiere ser Hemingway se presenta a un concurso de tipos que se parecen a Ernest, creo que sale en El Mal de MOntano. Solo que Vila-Matas tiene una peculiar manera de expresar su inter e intratextualidad, le sale por los poros, es un tío generoso con sus lecturas predilectas.
Bueno, con tu txt me sumo al homenaje a Hemingway!! siempre nuestro.
Jo, qué cabrón, el Hemigway éste.
Un abrazo.
Post a Comment