Friday, May 29, 2009

El Aleph de Londres

"El Aleph existe. Está en la parte baja de la página 59 de la guía urbana AZ, segunda edición de 1990. Lo que en el plano aparece como una espiral de calles en torno a Notting Hill es, en la realidad, un maelstrom de crescents, gardens, places, rises y roads que engulle en su laberíntica vorágine todos los Londres, todos los mundos posibles. El ángulo noroeste de Kensington Gardens contiene un palacio real, un mercadillo célebre, un barrio de millonarios, unas cuantas áreas sórdidas, la autopista A-40, varios restaurantes de lujo y decenas de antros, tiendas carísimas y casas de empeño, cientos de hoteles turísticos y un caleidoscopio étnico y lingüístico. Se ha convertido también, ay, en barrio emblemático de los nuevos ricos del nuevo laborismo.
El signo del Aleph, ese mito borgiano en el que todos los acontecimientos del universo ocurren simultáneamente en un mismo punto, concentra sobre la pequeña colina de Notting una tremenda tensión, una trama de fuerzas opuestas que generan vida, bullicio, creación y, ocasionalmente, explosiones de violencia."
(Enric González, Historias de Londres)
Hace unos años pasé un mes en Inverness Terrace, frente a Kensington Gardens, muy cerca del Aleph que tan bien nos describe Enric González. Creo que fui un poco deprimido y volví bastante renovado. Disfruté muchísimo de la ciudad, sobre todo de la tranquilidad de los parques y de mis paseos infinitos por los distintos barrios londinenses. En cierto modo, mi aleph era el Round Pond. Mirando aquel laguito circular, se me pasaban las horas muertas. Desde entonces es una de mis ciudades preferidas.
Ahora nos vamos unos días a casa de una amiga, en los suburbios de Londres, no muy cerca del Aleph. Es raro que no esté tan contento como otras veces; quizás sea el bajón primaveral, o esta persistente soledad mañanera, o que no he tenido tranquilidad suficiente para saborear la idea, no sé. Espero que, como la otra vez, vuelva renovado. Ya os contaré.

Wednesday, May 27, 2009

Murakami, corredor de fondo

Estoy leyendo un libro de Murakami titulado What I Talk About When I Talk About Running (De lo que hablo cuando hablo sobre correr). Que yo sepa no está traducido todavía al español. Es un ensayo. Voy por la mitad. Es la vez que más estoy aguantando un libro de Murakami; suele pasarme esto de que de los novelistas me gusten más sus libros de no-ficción que sus novelas (de los que saben escribir bien, claro). Es un digno representante del género lectura en terracita con cerveza y aceitunas. Los demás los tuve que dejar por imposibles. Me aburrían un huevo, o los dos. A lo mejor tuve mala suerte al escoger, no sé, pero sería demasiada casualidad. El único que me gustó un poco fue el de La caza del carnero salvaje; por cierto, que no se me olvide volver a cogerlo en la biblioteca alguna vez, a ver si consigo terminarlo.
Pues resulta que a Murakami le gusta mucho correr. Hace footing varias horas todos los días, religiosamente, desde que tenía 33 años, ha participado en muchas maratones populares (Tokio, Nueva York, etc) e incluso en 1982 se hizo él solito el recorrido Atenas-Maratón en pleno mes de agosto, con la canícula griega en su momento álgido, que ya hay que estar mal de la cabeza...
En este libro se pone a contar cómo empezó en esto del correr, cómo se fue enganchando, cuánto tiene que ver con su forma de ser, con su carácter, lo que opina sobre el tema, etc. Qué coñazo, diréis. Y eso pensaba yo también, que me aburro y me canso ya sólo de ver a los del footing corriendo por la calle hacia ninguna parte, sudando y sufriendo porque sí. Pero el libro está entretenido. Hasta me está apeteciendo bajarme un día a echar una carrerita por el barrio, a ver qué tal. Al hilo de sus reflexiones sobre el correr, también va recordando sus comienzos literarios y reflexiona (es un decir) sobre el arte de escribir. Resumiendo, que son una especie de memorias/diarios sobre el correr y el escribir.
Dos cosas me han llamado la atención desde el principio del libro:
1) En primer lugar, lo sencillo y humilde que es este Murakami. Me cae bien. Con el éxito mundial que tiene, se le podría haber subido el ego a la cabeza. Pues no. Es un tío muy normal. Es consciente de sus limitaciones y debilidades y no trata de vendernos la moto de nada. Dice lo que piensa con sinceridad (eso parece, al menos) y sin florituras, habla de lo que le gusta y recuerda las cosas como fueron, sin más. No tiene melindres ni complejos sobre el qué dirán y no adopta pose ideológica alguna (gracias, Haruki).
2) En segundo lugar, que parece un poco cortito. Poco inteligente, quiero decir. Que no da mucho de sí. No parece muy sustancial, no. En sus momentos de mayor altura reflexiva, el ensayo de Murakami no logra soprepasar ni al más ñoño libro de autoayuda. En realidad, eso parece a veces: un bondadoso e inofensivo librito de autoayuda. Por eso me gustan más las partes en que sólo cuenta las cosas y no razona sobre ellas. Él mismo reconoce en algún momento su incapacidad para la reflexión; por eso sus novelas son, sobre todo, una concatenación de sensaciones, imágenes, impresiones, sentimientos, etc. Lo mental no es lo suyo, y ya está. Un aspecto quizás asociado a esto es su superficialidad: por lo que dice en el libro parece que lo más horrible del mundo mundial para Murakami sería coger unos kilitos de más. Si le saliese un michelín se sumiría en la depresión más absoluta y se haría el harakiri, creo yo. Me lo imagino todo el día contemplando su barriga en el espejo... ¡¡¡Y estamos hablando de un tío de 60 años!!!
En fin. Viene a decirnos Murakami que escribir novelas y correr maratones tiene mucho en común: tesón y esfuerzo, dedicación, determinación, disciplina, resistencia, etc. Supongo que tiene razón. Lo que pasa es que yo soy más de paseos. El sufrimiento modulado casi que se lo dejo a los demás. Por eso, quizás, nunca llegaré a la novela.

Saturday, May 23, 2009

El tormento de Damiens

Siempre me ha impactado el comienzo del libro de Michel Foucaul Vigilar y castigar, en el que reproduce la tortura y ejecución a la que fue sometido un tal Robert-François Damiens en París en el año 1757. Para ello Foucault cita directamente unos textos de la época en los que se relatan estos tormentos físicos con gran detalle y plasticidad (y calidad literaria, creo yo). La fuente original de estos textos es diversa: Pièces originales ft procédures du procès fait à Robert-François Damiens, 1757; Gazette d'Amsterdam, 1 de abril de 1757; y los otros aparecían citados a su vez en A. L. Zevaes, Damiens le régicide, 1937. Yo creo que es el comienzo más brutal de cualquier libro que se haya escrito:
"Damiens fue condenado, el 2 de marzo de 1757, a "pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París", adonde debía ser "llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano"; después, "en dicha carreta, a la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento".
"Finalmente, se le descuartizó, refiere la Gazette d'Amsterdam. Esta última operación fue muy larga, porque los caballos que se utilizaban no estaban acostumbrados a tirar; de suerte que en lugar de cuatro, hubo que poner seis, y no bastando aún esto, fue forzoso para desmembrar los muslos del desdichado, cortarle los nervios y romperle a hachazos las coyunturas". [...]
"Los caballos dieron una arremetida, tirando cada uno de un miembro en derechura, sujeto cada caballo por un oficial. Un cuarto de hora después, vuelta a empezar, y en fin, tras de varios intentos, hubo que hacer tirar a los caballos de esta suerte: los del brazo derecho a la cabeza, y los de los muslos volviéndose del lado de los brazos, con lo que se rompieron los brazos por las coyunturas. Estos tirones se repitieron varias veces sin resultado. El reo levantaba la cabeza y se contemplaba. Fue preciso poner otros dos caballos delante de los amarrados a los muslos, lo cual hacía seis caballos. Sin resultado.
En fin, el verdugo Samson marchó a decir al señor Le Bretón que no había medio ni esperanza de lograr nada, y le pidió que preguntara a los Señores si no querían que lo hiciera cortar en pedazos. [...]
Después de dos o tres tentativas, el verdugo Samson y el que lo había atenaceado sacaron cada uno un cuchillo de la bolsa y cortaron los muslos por su unión con el tronco del cuerpo. Los cuatro caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron tras ellos los muslos, a saber: primero el del lado derecho, el otro después; luego se hizo lo mismo con los brazos y en el sitio de los hombros y axilas y en las cuatro partes. Fue preciso cortar las carnes hasta casi el hueso; los caballos, tirando con todas sus fuerzas, se llevaron el brazo derecho primero, y el otro después.
Una vez retiradas estas cuatro partes, los confesores bajaron para hablarle; pero su verdugo les dijo que había muerto, aunque la verdad era que yo veía al hombre agitarse, y la mandíbula inferior subir y bajar como si hablara. Uno de los oficiales dijo incluso poco después que cuando levantaron el tronco del cuerpo para arrojarlo a la hoguera, estaba aún vivo. Los cuatro miembros, desatados de las sogas de los caballos, fueron arrojados a una hoguera dispuesta en el recinto en línea recta del cadalso; luego el tronco y la totalidad fueron en seguida cubiertos de leños y de fajina, y prendido el fuego a la paja mezclada con esta madera.
En cumplimiento de la sentencia, todo quedó reducido a cenizas. El último trozo hallado en las brasas no acabó de consumirse hasta las diez y media y más de la noche. Los pedazos de carne y el tronco tardaron unas cuatro horas en quemarse. Los oficiales, en cuyo número me contaba yo, así como mi hijo, con unos arqueros a modo de destacamento, permanecimos en la plaza hasta cerca de las once.
Se quiere hallar significado al hecho de que un perro se echó a la mañana siguiente sobre el sitio donde había estado la hoguera, y ahuyentado repetidas veces, volvía allí siempre. Pero no es difícil comprender que el animal encontraba aquel lugar más caliente."
(Michel Foucault, Vigilar y castigar, Siglo XXI, Madrid, 1976)

Thursday, May 21, 2009

Gente de las pusztas

Nunca había oído (o leído) hablar de Gyula Illyés, aunque con ese nombre tan raro es fácil haberlo leído (u oído) y no recordarlo. Era un señor húngaro. Nació en 1902 en un pueblo encantandor llamado Felsőrácegrespuszta (nombre que, curiosamente, tampoco había oído nunca) y murió en Budapest en 1983.
Entre otras muchas cosas, Gyula Illyés participó en la guerra de Szolnok contra los rumanos, trabajó en París como encuadernador de libros, se casó con una profesora de gimnasia terapéutica y escribió un poema muy bonito sobre la tiranía.
Aquí lo podéis ver, con la boina, postulando su figura a cofrade del Círculo Solana.

Estoy leyendo su libro Gente de las pusztas, en el que nos acerca a la historia y a la vida cotidiana del campesinado húngaro, centrándose en algunos de sus personajes corrientes y molientes. El retrato que hace en las primeras páginas del "espíritu de su pueblo" es realmente demoledor:
La gente de las pusztas, lo sé por experiencia, es servil, sumisa. No lo es de forma calculada y consciente; por la expresión y también por el hecho de que levanta la cabeza incluso cuando grita un pájaro, se le nota que lo es desde siempre, por la sangre, por una experiencia milenaria. [...] Estoy convencido de que todo lo bueno y bello que se puede decir de un sirviente también es aplicable a la gente de las pusztas, cuyo lenguaje, costumbres y rasgos guardan casi sin mácula, en todo el país, cierta constitución ancestral. No se mezclaron con otras gentes, ni siquiera con las del pueblo vecino, sobre todo porque nadie estaba dispuesto a mezclarse con ellos. No tienen exigencias; son obedientes hasta el punto de que ni siquiera es preciso ordenarles nada, perciben los pensamientos de sus señores por telepatía y los ejecutan en el acto, como corresponde a unos sirvientes cuyos padres, bisabuelos y tatarabuelos ya habían servido en el mismo lugar y a un mismo señor. Esta gente conoce por instinto todas las costumbres domésticas, está disponible para todo, y al concluir su trabajo sale de la habitación, como de la vida o de la historia, sin que sea preciso ordenárselo, ni siquiera con la mirada.
Este libro lleno de realismo (histórico-sociológico) y poesía es una auténtica maravilla; por momentos, me recuerda a la película El árbol de los zuecos de Ermanno Olmi. Si no estuviera muerto, podríamos admitirlo sin problema en la nómina de los solanistas. Creo yo.

Sunday, May 17, 2009

Sesión de fotos

Lo prometido es deuda:
-Fotos de Austria.
-Fotos de Valencia.

Friday, May 15, 2009

El escritor casi inédito

Empecé a leer a Miguel Sanfeliu allá por octubre de 2006, cuando relataba sus experiencias en el Hay Festival de Segovia, y disfruté tanto con aquellas crónicas que desde entonces me convertí en fiel seguidor de su blog Cierta distancia (que acaba de cumplir su tercer aniversario). Así comenzaban aquellas crónicas: “Del mismo modo en que unos corren en pos de su equipo para verlo jugar en cualquier parte del mundo y otros persiguen con entusiasmo las actuaciones de sus cantantes favoritos, yo decidí el viernes no acudir a mi trabajo y marcharme al Hay Festival de Segovia. Cargado con una mochila con libros, una cámara de fotos (que tengo que tirar a la basura, pues la mayoría de las imágenes las sacó borrosas y, por supuesto, la culpa la tiene la máquina, no la voy a tener yo), una grabadora sin pilas y una libreta, me lancé a la carretera”. Desde aquel día, además de convertirse en nuestro corresponsal oficial en el Hay Festival (no he ido nunca ni pienso ir, pudiendo leerle a él), Miguel ha ido compartiendo puntualmente con nosotros sus relatos, sus comentarios sobre libros y películas, nos ha descubierto a distintos escritores, etc.
Siempre correcto, siempre respetuoso, Miguel habla de los libros y de los escritores con una admiración sincera. Disfruta con ellos y no le importa que se le note. Para él la literatura es un motivo de celebración, no un reptilario lleno de egos, envidias y navajazos. Es generoso y nada pijotero. Otra cosa que me gustaba de él desde el principio es que nunca se ofendía cuando los que somos más escépticos o irreverentes nos metíamos con algún autor que a él le gustaba. Porque hay mucha gente así de ridícula, que si dices que es un coñazo su escritor preferido se enfadan como si hubieses insultado a su padre. Miguel no. No es un talibán del gusto. Vive y deja vivir. Después pude comprobar que en la vida real es igual de amable y comedido que en su blog: un día quedamos en la Casa del Libro de la Gran Vía (dónde si no) y, después de curiosear un rato en la sección de saldos de la calle de la Salud (por cierto, que los muy cabrones la han cerrado), nos fuimos a tomar una cerveza y unas patatas ali-oli (me hizo gracia que él las llamara patatas al ajo-aceite) a un bar que si no era alemán lo parecía. En la televisión del fondo retransmitían un partido del Valencia. Y en su conversación era exactamente como en su blog. Sin trampa ni cartón.
Miguel Sanfeliu es un hombre que escribe desde siempre, que escribe porque lo necesita, porque le gusta, porque lleva la literatura metida en las venas, su vida es la literatura aunque tenga un trabajo normal, una casa, un coche, una familia y lleve su rutina diaria prácticamente al margen del mundillo literario, una vida oficial de no escritor, pero la procesión literaria —la otra vida, la verdadera, la que le hace sentirse más vivo— va por dentro. (A estas alturas, es ésta la única mitología literaria que estoy dispuesto a admitir, la nada mitológica mitología de quien simplemente se entrega a lo que le gusta aunque sea en sus horas libres, “para los adentros”, a escondidas, y se siente íntimamente recompensado con ello.) Ahora, por fin, y ya era hora, Miguel Sanfeliu, el escritor casi inédito, ha publicado su primer libro: Anónimos.
Pero, al revés de lo que diría Umbral, yo no he venido aquí a hablar de su libro, porque para hablar de su libro tendría que destripar los argumentos de sus 4 relatos, y eso sería una falta de respeto, amén de una putada para vosotros, que lo que deberíais hacer es compraros el libro y disfrutar leyendo los 4 relatos con la emoción del que los va descubriendo por primera vez y se va dejando llevar por ellos, por sus misteriosos meandros y alucinaciones. Digo que tendría que destripar sus argumentos porque el estilo de Sanfeliu es tan diáfano que lo único que importa son las cuatro historias narradas. Desde la primera frase se ve uno atrapado en un juego literario muy gozoso, un mundo real de tan extraño, extraño de tan real, entre la alucinación y la pesadilla, tan kafkiano como sus dibujos (que también han salido de la mano de Sanfeliu, como los de Kafka). Su estilo, ya digo, es claro y exacto, limpio y conciso, y siempre nos empuja hacia adelante, como perros ansiosos, con la mejor técnica del cine de suspense. Y es que Miguel Sanfeliu se toma muy en serio la literatura como juego.
Anónimos es un libro muy pequeño que se lee de un tirón. Se te acaba casi en un trayecto de metro o de autobús. Pero se leería también del tirón aunque tuviese 500 páginas. De hecho, ojalá tuviese 500 páginas, ojalá fuesen 100 relatos y no sólo 4. Se me ha hecho demasiado corto. Lo que estoy deseando YA MISMO es que salga un libro suyo más gordo repleto de relatos que nos dure más.
Mientras tanto, seguiremos releyendo éste.

Wednesday, May 13, 2009

Desolation Row

"Están vendiendo postales del ahorcamiento, / están pintando los pasaportes de color pardo, / el salón de belleza está lleno de marineros / el circo ha llegado a la ciudad / allí viene el ciego de la junta municipal, / lo han puesto en estado hipnótico, / una mano la tiene atada al equilibrista, / la otra está en sus calzoncillos / y el pelotón de motines está inquieto, / necesita ir a algún sitio, / mientras la dama y yo vigilamos esta noche / desde la Vía de la Desolación. [...]
Einstein disfrazado de Robin Hood / con sus memorias en una maleta / pasó hace una hora por aquí / con su amigo el monje celoso, / y se mostró tan inmaculadamente correcto / cuando mendigó un cigarrillo, / después se marchó oliendo alcantarillas / y recitando el alfabeto, / no lo pensarías al verle / pero se hizo famoso hace tiempo / por tocar el violín eléctrico / en la Vía de la Desolación. [...]
A medianoche todos los agentes / y la banda sobrehumana / salen y acorralan a cualquiera que sepa más de lo que ellos saben / luego los llevan a la factoría / donde la máquina de ataques al corazón / es atada sobre sus hombros / y entonces el queroseno / es traído de los castillos por los hombres del seguro que vienen / y controlan que nadie se está escapando a / la Vía de la Desolación.
Orgulloso de ser el Neptuno de Nerón, / el Titanic zarpa al amanecer / todo el mundo está gritando, / “¿De qué lado estás tú?” / Y Ezra Pound y T. S. Elliot / luchan en el puesto de mando, /mientras cantantes de Calipso se ríen de ellos / y pescadores sostienen flores / entre las ventanas del mar, / donde abundan amorosas sirenas / y nadie tiene que pensar demasiado / sobre la Vía de la Desolación.
Sí, ayer recibí tu carta, / cerca del tiempo en que se rompiera el llamador, / cuando me preguntaste cómo me lo montaba / y si aquello era algún tipo de broma / toda esa gente que mencionaste, / sí, sé que están completamente lisiados, / tuve que rehacer sus caras / y darles otro nombre a todos / ahora mismo no puedo leer muy bien / no me envíes más cartas, no, / no, a menos que lo envíes desde / la Vía de la Desolación".
(Bob Dylan, Desolation Row)

Thursday, May 07, 2009

Dos ciclistas en Salzburgo

Imagen tomada desde el castillo de Salzburgo (aquí una breve panorámica de la ciudad).