Sunday, April 22, 2012

Retrato del niño con el fútbol al fondo

Este libro es como Messi: pequeñito y genial. Zigzaguea por el tiempo Marcos Abal con su prosa pegada a la bota y va llevando al lector hacia la portería (que en este caso es el corazón de la vida: la infancia) esquivando contrincantes con una facilidad pasmosa. Llevamos tantos años disfrutando de su escritura que puede parecer una cosa fácil, sencilla, natural, como los regates y remates de Messi, pero si casi nadie consigue igualarlos por algo será. Respecto al estilo de este libro ya lo ha dicho todo Antonio Castellote aquí, y mucho mejor de lo que podría decirlo yo. Ha hecho una crónica tan buena que se me han quitado las fuerzas para intentar la mía. Qué decir ahora.
Hace tiempo que le comentaba a Marcos que tenía que escribir la novela de la infancia, y él ya lo sabía (no era descubrimiento ni novedad). Todos los textos y relatos que le he leído protagonizados por el niño boquiabierto, ese que somos todos, son una maravilla. Esa mirada entre cruda y nostálgica, emocionante, desinhibida, originaria, verdadera. Pues bien: Una insolencia es el relato largo inaugural, el prolegómeno. Le queda mucho por escribir de esa etapa que lo determina todo. Insistimos: ¡queremos la novela larga!
En estas páginas tenemos al niño de Pontevedra que va al fútbol con su padre. Lo vemos en el antiguo Pasarón, vestido de domingo raspándose las rodillas, rodeado por el humo de los puros y los gritos y las gabardinas beis de los señores calvos que se estiran a coger el balón. Hay que roelo. El niño escuchimizado (“gusano vestido con unas cortinas”) que juega al fútbol sin mucho convencimiento y que a veces se hace pisar en el área para conseguir un penalti. El hijo del madridista que se hace del Barça, quizás por llevar la contraria o porque prefiere la melancolía a la euforia (era otra época). Su “barcelonismo en la lejanía”, su barcelonismo de gallego, lo aleja del fanatismo. El Barcelona del Cruyff entrenador, el Dream Team, nos pilló en la adolescencia pero en bandos rivales, cada uno gestando sus mitologías (por cierto, que yo estaba convencido de que éramos del mismo año y resulta que me saca dos). El retrato de Romario, por ejemplo, ocupa tres páginas antológicas: “Lo suyo es un cumplir con su habilidad entre siesta y siesta. Cómo meter goles increíbles sin hacer de futbolista, o cómo meter goles y ser más rápido sin moverse. Apenas un toque, una vaselina, el portero estafado, no ha tenido ni que tirarse, nadie lo suyo, y él celebra el gol con pausa, sin muchas ganas de hacer el papelón también ahí”. Pese a los colores, yo también disfruté viendo jugar a Stoichkov, Laudrup, Romario... Creo que de algún modo ya sabía que Laudrup acabaría de blanco. Era su color.
Hay que tener en cuenta que el tema que estamos tratando es muy sensible: el fútbol. Ni siquiera la política es un asunto tan espinoso, tan visceral. Que un madridista como yo sea capaz de leerse varias veces un libro sobre el Barça de un barcelonista y que no me salgan sarpullidos a cada elogio azulgrana, es desde luego un milagro. Es el milagro de la calidad literaria, el goce supremo de una prosa. Si no, sería imposible. Aunque el libro esté alejado de cualquier forofismo exacerbado, el lector no puede evitar que le salte el tifosi descerebrado que lleva dentro. Por ejemplo, hoy estoy escribiendo esto y no puedo dejar de pensar en el 1-2 de ayer en el Camp Nou: el achacoso Napoleón blanco derrotando en su feudo a la supuesta máquina perfecta, sublime, de Messi y compañía (la mejor de la historia, dicen). Y pienso: es que son tan buenos, lo tienen tan asumido, que ya no se tienen que molestar en jugar. Antes de pasar ya lo contaron los telediarios. La realidad es que les quitas a Messi (el mejor, sí, del mundo) y se quedan en casi nada. Es el forofo que acecha dentro y que salta a la mínima. Porque todos sabemos que Guardiola —la autoseriedad personificada, el hijo adoptivo de los periodistas— es un gran hipócrita, de los mayores de la historia del fútbol. A poco que uno se descuide, salta el fanático; no se puede evitar. Perdón.
Pero olvidemos el fútbol, que a nadie le importa. Aquí está el adolescente pajillero que reza a Dios para vivir a refugio en las tetas de Patricia, su compañera de clase. Aquí está la madre que corta cebolla mientras el joven lee en la cocina y piensa en el futuro incierto. El partido del clásico visto en el bar, las gafas empañadas, los copos de nieve cayendo al salir, la visita a San Mamés. En esas breves imágenes la vida respira con toda su emoción. Alta literatura.
Querríamos que esas páginas se multiplicaran indefinidamente, que no acabaran nunca. Poder seguir leyéndolas todo el día, hasta que nos llamen a cenar.

4 comments:

Portarosa said...

Ayer lo recibí, y ayer lo leí. Me encantó.

conde-duque said...

Estupendo, Porto.

NáN said...

Para leelo

la luz tenue said...

Qué buena pinta, qué ganas de leerlo. Ahora mismo lo pido.