Friday, December 15, 2006

El derecho a la pereza

Este señor de cabellos ondulados, bigote de mosquetero y tupé molón -como un Elvis Presley avant la lettre, o avant le siècle, o como se diga- se llamaba Paul Lafargue.
Nació en Santiago de Cuba en 1842, estudió Medicina en París, anduvo un tiempo medrando por las Españas y acabó casándose con la hija de Karl Marx. Tener a Marx por suegro no suena muy divertido, la verdad; todo apunta a que las comidas de los domingos, con el barbudo economista alemán haciendo la paella y bebiendo tintorro, no debían de ser la juerga padre, precisamente. Quizás por eso el matrimonio Lafargue tomó por anticipado una decisión irrevocable y fijó un límite a sus vidas: en ningún caso sobrepasarían los 70 años.
Cuando llegó la fecha señalada, un sábado de noviembre de 1911, después de haber ido al cine en la capital francesa y de haber degustado unos ricos pasteles, el matrimonio formado por Laura Marx y Paul Lafargue volvió a su casa de Draveil y se quitó la vida. Habían dejado perfectamente ordenada la distribución de sus bienes, incluyendo a la criada, al jardinero y al perro Nino. No sabemos qué película vieron aquella tarde, pero sí conocemos por el testamento las razones de su suicidio:

Sano de cuerpo y de espíritu, me doy la muerte antes de que la implacable vejez, que me ha quitado uno tras otro los placeres y los goces de la existencia, y me ha despojado de mis fuerzas físicas e intelectuales, paralice mi energía y acabe con mi voluntad, convirtiéndome en una carga para mí mismo y para los demás.
Desde hace años me he prometido no sobrepasar los 70 años; he fijado la época del año para mi marcha de esta vida, y preparado el modo de ejecutar mi decisión: una inyección hipodérmica de ácido cianhídrico.

En 1883 Lafargue había publicado un auténtico Catecismo de la Risa Absoluta titulado El derecho a la pereza, que así comienza:

Una manía infernal carcome las entrañas de las clases obreras de los países en que reina la civilización capitalista; una manía considerablemente extendida a toda la sociedad y que tiene por corolario innumerables miserias individuales y colectivas que están instaladas en la Humanidad desde hace dos siglos. Esa manía infernal es el amor al trabajo, el frenesí del trabajo, llevado hasta el consumo total de las fuerzas vitales del individuo y de su progenitura.
Imagino que en algunas escuelas de su Cuba natal empezarán las clases rezando, todos en pie y con la mano en el pecho, el Padrenuestro y el Credo del Capitalista, que Paul Lafargue instituyó:
Creo en el Capital que gobierna la materia y el espíritu. Creo en el Beneficio, su legítimo hijo, y en el Crédito, el Espíritu Santo, que procede de él y es adorado conjuntamente. Creo en la Renta al 5%, también al 4 y al 3, y en la Cotización auténtica de los valores. Creo en el Gran Libro de la Deuda Pública [...]. Creo en la Prolongación de la jornada de trabajo y en la Reducción de los salarios, como también en la Falsificación de los productos. Creo en el dogma sagrado "Comprar barato y vender caro", y también creo en los principios eternos de nuestra santísima Iglesia, la Economía política oficial. Amén.
No sé qué pensarían la criada, el jardinero y el perro Nino de todo esto. Nunca lo sabremos. Es la ironía que se vuelve contra sí misma...

7 comments:

Anonymous said...

Lafargue tuvo una enorme relevancia en la fundación del PSOE de Pablo Iglesias a finales del XIX. Llegó a estar en Madrid y mantuvo a lo largo del tiempo una fluida relación con aquellos tipógrafos que iniciaron los pasos del solicialismo español, cuando aún su lema era alcanzar una sociedad de hombres libres, honrados e inteligentes.

Respecto a su suicidio, qusiera comentar un suceso acaecido en Oviedo hace unos días y que, de alguna manera, tiene relación con esa decisión de conseguir una muerte digna al final de nuestras vidas. Un anciano de más de ochenta años asesínó a su esposa, enferma de Alzheimer. Luego él mismo se suicidó. La prensa se apresuró rápidamente a calificar el hecho de "violencia de género" y, de paso, a contar el número de mujeres muertas a manos de sus maridos. ¿Era tan difícil distinguir que se trataba de un acto desesperado de compasión? ¿Terminaremos incluyendo entre la violencia de género los atropellos de peatonas (seguro que ya existe la palabra) cuando el conductor sea varón?
Un saludo.

narrow said...

Como dices, esas comidas tenían que ser divertidas de cojones. Si se hubieran ido a ver "Amanece que no es poco" o algún espectáculo de Faemino y Cansado o "Sopa de ganso" seguro que se lo hubieran pensado más. JEJE.

conde-duque said...

Hola, diarios de rayuela. Sí, por lo que leído desempeñó un papel importante en la fundación del PSOE. En cuanto a la eutanasia compasiva, es un tema muy complicado, no sé...
Narrow, sé que Marx se llevaba muy mal con Lafargue. No le gustaba un pelo... Como Marx era de familia judía, no creo que celebrasen la Nochebuena, pero podría ser un espectáculo. Imagínate las discusiones de política, que siempren empiezan a los postres, con el vino en el cuerpo y las burbujas de champán haciendo su efecto...

Anonymous said...

No nos importaría cambiar a Pepiño Blanco por Lafargue, ¿no?

Anonymous said...

Incluso por Nino

Anonymous said...

jajaja... Cierto.

Anonymous said...

jajajaja, pobre Pepiño... :)