"Ya no es fácil en Madrid mirar al cielo. Hay toda una caballería aérea para cocearos la mirada, cuando no es un ángel exterminador el que os apabulla la vista. En verdad, señores arquitectos, están echando ustedes las patas por el aire".
"Y no se contentan ustedes con ángeles voladores y caballos galopantes para rematar los edificios. Ahí echan ustedes también castillos de juguete, linternas mágicas, columnas de rompecabezas, qué sé yo; sólo faltan los aeroplanos de bronce. Parece que han puesto ustedes al aire libre los desvanes de Madrid, donde en cada casa se guardan los trastos. ¿Por qué tales injurias al firmamento? Ofenden ustedes a esas casas madrileñas, las nubes, las maravillosas nubes; y, sobre todo, ofenden ustedes a nuestras miradas pecadoras. En Madrid, la corte celestial tenía ya un ángel caído, el del Retiro; y la caballería aérea, el magnífico caballo que galopa en el aire de la plaza de Oriente".
(Corpus Barga, Paseos por Madrid, Alianza Editorial, Madrid, 2002)
4 comments:
Febrero es uno de los meses más hermosos para pasear por Madrid. La luz y el color del cielo son inigualables, reaparecen como un paréntesis anunciando el final del invierno (aunque últimamente no tengo muy claro en que estación vivimos, el tiempo cambia casi por segundos).
"Madrid, para el buen madrileño, es una casa de vecindad"...,
Soy madrileña por parte de padre y madre de cuatro generaciones y todavía conservo esa sensación que tenía de niña de compartir espacio para vivir con todas las personas que me cruzaba. La casa de mis abuelos paternos tenía las puertas abiertas siempre, deambulaban por allí personajes variados totalmente desconocidos que en un pis-pas habían sido invitados en agradecimiento a su desinteresada compañía en un bar tomando el vermuth o en un banco sin haber cruzado mucho más que unas intensas y reconfortantes miradas de entendimiento. Entraban y salían con libertad y todos los recibíamos como si se trataran de parientes lejanos a los que hace mucho tiempo que no vemos, siempre, por supuesto, girando alrededor de pantagruélicas comidas y danzas y cantes hasta que el cuerpo aguantara. En mi casa mi padre, para horror de mi santa madre, siguió con esa costumbre cada vez que le daba por callejear por los bares de Madrid.
Supongo que será por todo esto por lo que cuando salgo a disfrutar de mi Madrid, de forma totalmente natural, tiendo a sentir que todas las personas que están a mi alrededor son vecinos que convivimos en una gran corrala, cada uno independiente en su propia vida pero con la suficiente confianza como para -sin necesidad de conocimiento previo- compartir palabras, miradas o risas durante segundos, horas o un día entero, para luego desaparecer cada uno por su lado y no volvernos a ver.
En estos días que dedico expresamente para pasear sin rumbo, para mí no es una persona en concreto lo que me deja ese agradable sabor con el que vuelvo a casa, sino el entorno, el espíritu madrileño que siempre me inculcaron en mi familia, observar o compartir anécdotas a las que no pongo nombres ni caras, porque son totalmente impersonales, somos todos uno pero a la vez absolutamente independientes moviéndonos de un sitio a otro por un vértigo de colores, sonidos, olores...
Vaya, esto casi es un post. Como ves ni siquiera aquí pierdo la costumbre de andar como Pedro-por-su-casa, donde me surge la necesidad de hacer o decir algo voy y me planto sin pedir permiso. Quizá debería haberlo publicado en mi blog, dada la extensión, pero como ya te he comentado en "la huella indeleble" desde hace tiempo no podía expresar por escrito nada de lo que me pasa por la cabeza y menos en mi casa, todavía no sé exactamente porqué.
Un beso y un abrazo, "mu" madrileños.
Hola, Princesa del Vértigo, tus comentarios son una verdadera maravilla y para mí es un placer que vengas aquí a escribir tus "posts".
Lo que dices sobre compartir miradas, sonrisas y palabras durante unos segundos con gente que no conoces es totalmente cierto. Obviamente también hay bastante idiota, como en todos lados, pero si tienes esa disposición a disfrutar de/con los otros, se puede conseguir sin mucho esfuerzo. Y como somos tantos, es un goce que no termina. Puede extenderse casi hasta el infinito.
Mucha gente no comprenderá esto que ocurre en algunas grandes ciudades, pero ocurre exactamente así. A mí, por ejemplo, que me gusta hablar -sobre todo- con los viejos y viejas, te pones a hablar con uno en el autobús o en un bar o en un parque (nunca lo has visto y nunca más lo volverás a ver)... y algunos te cuentan historias buenísimas, las novelas de sus vidas (Galdós dixit).
Seguramente nos habremos cruzado en alguno de esos paseos, porque los míos son infinitos... Es lo que más disfruto de Madrid.
Bueno, Princesa, espero que sigas viniendo y escribiendo tus "posts" aquí. Esta es tu casa.
Un abrazo.
Esa definición final de sí mismo me recuerda a ti.
Madrid, Madrid, ciudad de la que no soy capaz de alejarme.
Sí, un poquito de mí sí tiene esa última frase, si cambias
tranvía por metro y cafés por bares.
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