Tuesday, November 11, 2008

Cuatro veces fuego, de Lara Moreno

Un libro de color ocre bajo una hoja de otoño sobre un columpio. Su título: Cuatro veces fuego.

Estoy en Tres Rosas Amarillas, la famosa librería del cuento. Curioseo un rato para disimular y, como no lo encuentro en las estanterías, pido el libro de Lara. El librero se levanta y se acerca al escaparate. Me da justo el libro del columpio. Dice que no les queda otro ejemplar, y yo me siento culpable por haber deshecho la magia del columpio, de las hojas, del otoño. El arte del escaparatismo. Se lo digo. Dice que no me preocupe, que pedirán más y que pondrán otro ejemplar allí.
Abro el libro por la calle, veo el título del primer relato y todo son recuerdos: una cueva, una voz, un descubrimiento. Apenas nos conocíamos entonces y a todos nos unía el frío. Desde aquella noche para mí Lara es, por encima de todo, una voz. Una voz y un misterio. Una voz hipnotizadora y un misterio aún indescifrable (al menos para mí).
Ahora mismo (00.00 horas) leo tumbado en la cama. Sólo se oye, de fondo, la televisión encendida en otro cuarto. Pero mientras leo oigo la voz de Lara leyéndome sus textos. Su voz me acompaña en la lectura. Es una voz susurrante, parsimoniosa, con algo de seductora decadencia. Una voz que sólo frena su melodía anestesiante para, de vez en cuando, tragar el humo del cigarro.
Vuelvo a leer “Amarillo” (que para mí será siempre “Las cajas amarillas”), un relato genial que no me canso de leer. En aquellos días, hace poco más de un año, la pesadilla de Jacobo, Víctor y Sofía me inspiró una lectura que ahora rescato del archivo del email. No me gusta nada el tonillo academicista que me salió, pero en fin, os lo copio:


"Las cajas amarillas" es un relato maravilloso —exacto y sabio en su lenguaje, misterioso e inagotable en su capacidad de evocación— que transmite todos los intríngulis del miedo. El miedo infantil, que es el más puro y verdadero, es también el más oscuro y paradójico. Por un lado, el miedo infantil nos retrotrae a las entrañas más primitivas, inocentes y salvajes del ser humano: es como si esa mirada "inocente" desvelase todas las instancias lúgubres que subyacen al mundo desde el origen de los tiempos. Algo que los adultos ya no pueden ver. Ya no quieren ver.
Además, suelen ser los propios niños que tienen miedo los que lo dan (por eso hay tantas películas de miedo protagonizadas por niños); es decir, que los niños producen y segregan miedo a la vez. Nos asustan al asustarse. La infancia es, entre otras muchas cosas, un mundo lleno de inseguridades, de abismos, de precipicios insondables.
Lo que los niños creen ver en la realidad se solapa con lo que los demás vemos en ellos: esa maldad inconsciente, ese "todo vale" de la ignorancia, de un espíritu no contaminado por la capa más convencional —normativa, hipócrita, moral— del mundo.
Es lo que pasa con Jacobo y Víctor, creo yo. Ellos tienen miedo a la vida, a ese ruido constante de ratas que pululan por la casa de noche, pero sobre todo nos dan miedo porque sólo ellos parecen percibir esa realidad paralela, escondida. Y además sospechamos que son coleccionistas de cadáveres y asesinos en potencia. Jacobo es el inspirador del miedo, el fuerte, el posible líder loco o superhombre, curtido en los rigores de una vida en soledad (o, lo que es lo mismo, de nula convivencia con una madre loca, cuya sombra pasea entre las cortinas como la de "Psicosis" de Hitchcock), y a Víctor le queda el papel de subalterno, de espectador y narrador de las cosas. Víctor es tan débil que sabe que nunca tendrá la valentía de llevar adelante sus tendencias y deseos más íntimos: la violencia. Si uno lidera sin pretensiones (sólo con su actitud, como ejemplo que se muestra), el otro se deja llevar inconscientemente por el espectáculo morboso. Es el cómplice silencioso. Y la pobre Sofía es la presumible víctima. Todo apunta a que antes o después será asesinada, y su calavera irá a parar a una caja amarilla en el trastero.
Todo está contenido en esta frase genial, poderosa, que estremece por su crudeza: "En realidad, yo sólo quiero apretar su cuerpo flaco y hacerla llorar, pero sé que nunca lo haré. Jacobo sí se atrevería, pero a él sólo le interesan los cráneos de roedores".

No sé si era una lectura acertada o no, aunque sospecho que tiene bastante de tontería. Seguramente ahora sería diferente, pero desde luego no sería menos elogiosa.

Es un placer leer este libro (os lo recomiendo). Me alegro de que me queden muchos relatos por delante, más allá de mi admirado “Amarillo”: "La lata de atún está entre mis manos como un bicho muerto e inofensivo que yo trago lentamente, masticando las hebras del pescado y notando el aceite resbalar por mi barbilla"...
Os dejo, que quiero enredarme en los carabineros y las carabinas, escuchar desde el andén ese pitido que suena para que los corazones vuelvan a latir, deletrear brutalmente el lenguaje del sexo, saludar en el espejo de los nombres al rey de la mediocridad (ese escritor, filósofo y amante fracasado que quiere escribir a Vera), volver a merendar con La Menuda… y, sobre todo, oír la voz de Lara mientras leo, hasta quedarme dormido. No se me ocurre mayor felicidad.

5 comments:

AROAMD said...

yo también estoy con él!!!!!!

es fantástico

un abracillo conde

Lara said...

No tengo palabras, Ernesto...


Gracias, gracias, gracias.

Anonymous said...

Yo también bautizo los cuentos según me conviene, y me encanta. Justo es el único cuento que he leído de esta segunda lectura de estos cuentos, ya en formato libro. Y sí, también sin respiración... :)

Emilio Ruiz Mateo said...

Por si me faltaban razones para leerlo YA...

Me voy corriendo a buscar columpios.

mariona said...

!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!