La fachada de la casa-museo.
The South Drawing Room.
El efecto de los espejos convexos.
La fachada de la casa-museo.
The South Drawing Room.
El efecto de los espejos convexos.
La escritura de José Manuel Martín Peña tiene un componente adictivo muy fuerte. Cada frase es un impulso a la siguiente, y ésta a la siguiente, siempre cargada de vida luminosa (de luz natural, tirando a tenue) y de sugerencia lírica, y después otra, y otra, y otra. El final del relato llega siempre demasiado pronto: el mundo queda abierto, pero nosotros nos sentimos frustrados y un poco tristes, como si hubiésemos protagonizado un coitus interruptus. Tengo que decir que estas 55 páginas de Zeppelin (Pre-Textos, 2007) me han encantado y, por eso mismo, me han sabido a poco. Se me han acabado tan rápido que aunque lo vuelva a empezar sé que terminaré enseguida. Necesito más. ¡Lo que daría por estar leyendo una novela -o un libro de relatos más largos- de este hombre! Esos personajes limpios, esa poesía de las cosas y de la lucha por la vida, esa naturalidad desengañada, esa mirada inocente sobre el mundo pero con un fondo de sombras (es la mirada de un niño que lleva sobre las espaldas un dolor cansado, dolor cansado de ser dolor y que se orienta a las luces de la vida, al sol que cae a plomo sobre las cosas)...
El gran Immanuel Kant terminó gagá. El pensador genial que revolucionó la historia de la filosofía con sus tres Críticas, el hombre rutinario y metódico cuyos pasos -según cuenta la leyenda- servían a la gente de Könisberg para poner en hora sus relojes, el insigne profesor de cerebro analítico/sintético, siempre agudo, brillante y ordenado... acabó sus días postrado en la cama, sin habla y babeante, por culpa de lo que ahora llamamos Alzheimer:Mabalot y Conde-Duque, hace cien años, maquinando el futuro de la literatura. (La boina es importantísima)
Al día siguiente me levanté el primero. Serían las doce y pico. No sabría reproducir con palabras la sensación al abrir la puerta de la casa y salir de la oscuridad plena al verde más luminoso que se pueda imaginar. Además de la luz cegadora, una bofetada violenta de Creación: árboles, montañas y animales (pájaros cantando, una salamandra corriendo, abejorros zumbando). Como en la noche anterior todo era oscuridad, fue como descubrir el mundo por primera vez. Algo parecido debieron de experimentar Adán y Eva durante el Génesis. Me fui al manantial cercano. Saciar la sed con agua fresca y cristalina es un lujo inefable, como meter la cabeza resacosa en el agua helada.
Tras el desayuno (un café cargadísimo con madalenas), dimos un largo paseo por las montañas. El sol pegaba fuerte pero no asfixiaba. Daba gusto tomarse un respiro a la sombra de los pinos. Apetecía bañarse en el río. De regreso, a preparar el fuego en la chimenea para hacer la comida: chuletas, panceta, choricillos, pinchos morunos... Mientras se hacían las brasas, nos tomamos el aperitivo: cerveza fría, tortilla y empanada. Para regar la comida, vino tinto. En los postres, brindis de pacharán por los de 30 recién cumplidos. Ay, qué vida más dura...
Por la tarde, después de la subida a la colina, pusimos la radio -más o menos se captaba la frecuencia- y escuchamos la remontada épica del Real Madrid. Con el último gol, los cuatro madridistas gritamos, saltamos y brindamos como locos. Qué euforia. El del Atletico y el del Barça nos miraban con envidia. Ellas se reían sin entender muy bien todo aquello.
La segunda noche prometía ser muy larga... Y lo fue.