Friday, May 30, 2008

Del Rubicón a la Gran Manzana

La noche del 11 al 12 de enero del año 49 a.C. Julio César se detuvo un instante ante el Rubicón atormentado por las dudas. Según el derecho romano, a ningún general le estaba permitido cruzar aquel pequeño río con su ejército en armas. Hacerlo, por tanto, significaría cometer una ilegalidad, convertirse en criminal, en enemigo de la República, y provocar una guerra civil.
Yo hace tiempo que abandoné las armas y me declaré en rendición ante la Esfinge. He dormido muy bien esta noche, con algo de nervios pero sin ninguna duda. Me pienso lanzar de cabeza al Rubicón, cruzarlo a nado y conquistar Roma, que es la ciudad más hermosa de todos los tiempos.
Después me espera la otra gran capital imperial, Nueva York, con sus infinitas cosas: pasear por la Quinta Avenida y por Central Park, disfrutar la panorámica desde el Empire State, navegar por el Hudson, bizquear junto al Flatiron, revolver libros en el paraíso de Barnes&Noble, cruzar el puente de Brooklyn, recorrer el Metropolitan, etc, etc, etc. Sólo imaginándoselo ya disfruta uno.
Reuniendo las dos versiones (la de Suetonio y la de Plutarco), exclamaré como Julio César: alea iacta est ("la suerte está echada") y &νερρίφθω κύβος ("¡que empiece el juego!"). Pues eso. Hasta la vuelta...

Wednesday, May 28, 2008

Un cucurucho de arenques ahumados

En 1925 John Steinbeck desembarca por primera vez en Nueva York. No tiene un duro. Se pone a trabajar de peón de albañil en una obra (se está terminando de construir el Madison Square Garden). Una vida muy dura...
"Mi conocimiento de la ciudad era vaporoso; luces lacerantes, y el retumbar del metro, el hueco de la escalera que había que subir, cuatro paredes de un verde sucio, una cama donde derrumbarse a medio lavar, guiso, café, pan, cafetera, una acera que cabecea ligeramente bajo mis pasos, luego, de nuevo la larga cola de carretillas. Había grandes fogatas de coke llameante donde calentar las manos, y allí calentaba las mías, lo justo para respirar un poco, mucho tiempo después de que ya no las sintiera en absoluto. Recuerdo a un hombre cayéndose de su andamio, colgado del techo a treinta metros de altura, y viniendo a aterrizar a un metro de mí. En el momento de tocar el suelo estaba rojo, pero la sangre se retiró de su rostro como un telón que se levantara y quedó azul y blanco bajo las luces de la obra".

Poco tiempo después se pone a trabajar como periodista en el New York American. Vive con una chica. De repente todo se acaba:
"Luego todo llegó a la vez. Y me alegro de que el encadenamiento de los acontecimientos fuera tal como fue. La chica tenía la cabeza más sólidamente anclada sobre los hombros de lo que habría creído. Se casó con un banquero del Mediano Oeste y se fue allá con él. Todo sucedió sin palabras inútiles. Dejó sencillamente una carta; y dos días más tarde me despedían del American. Y ahora, finalmente, la Ciudad me cercaba, y yo tenía miedo. Me puse a buscar trabajo, pero no lo encontraba. Escribí algunos cuentos e intentaba venderlos. Ofrecí mis servicios a otros periódicos, pero eso era evidentemente ridículo. Y la Ciudad, fría y cruel, continuaba trepando sobre mí. Empecé a atrasarme en el pago. Siempre me quedaba una carta en la manga: podía buscar contrato en una obra. Tenía un amigo que me prestaba algún dinero de vez en cuando. Pero al final llegué a hundirme lo suficiente para volver a la carga como peón de albañil. Pero ya estaba marcado por mi régimen forzoso de jockey. Apenas si podía levantar una pala. Me costaba ganar de nuevo los seis pisos hasta la cama. Mi amigo me prestó un dólar y compré dos barras de pan negro y un cucurucho de arenques ahumados y me encerré en mi habitación durante una semana. Tenía miedo de salir a la calle, un miedo terrible a los coches y al ruido. Miedo del propietario y miedo de los hombres. Miedo de los amigos".
(John Steinbeck, Un americano en Nueva York)

Sunday, May 25, 2008

Parejas


Estoy leyendo el nuevo libro de José Manuel Martín Peña, nuestro Luz Tenue. Son once relatos que tratan sobre el mundo de las parejas.
La seña de identidad de JMMP es la sencillez. Escribe con estilo sencillo historias cotidianas sobre gente corriente y moliente a la que le ocurren hechos nada extraordinarios. Pero que nadie se equivoque: lo sencillo no tiene nada que ver con lo fácil. Más bien es al contrario.
Lo que consigue JMMP, como se suele decir de los grandes futbolistas, es hacer que lo difícil parezca muy fácil. Porque escribir bien (sin caer en excesos retóricos, cursiladas o pedanterías) creando personajes vivos y emocionando al lector no es nada fácil; o al menos eso parece al hojear un poco los libros que abarrotan las mesas de novedades y que desprenden olor a cadáver. Y los menos pretenciosos suelen ser los que llegan más lejos, los que cavan más hondo.
Si en Zeppelin JMMP hacía un repaso escueto y brillantísimo de momentos y compañeros de infancia y de juventud en un barrio periférico, en Parejas se ocupa de hombres y mujeres maduros (en torno a los 40) que pertenecen a distintas subclases de la clase media: triunfadores profesionales derrotados en lo más íntimo, matrimonios que se ahogan en el torbellino de los hijos y la hipoteca, parejas con secretos y mentiras que afloran en cuanto se hurga un poco en el felpudo, relaciones que se acaban, gentes que arrastran su fracaso diario entre la ciudad y el campo… Un mundo frágil, desencantado, en general rutinario y gris, a veces -por eso mismo- terrorífico, muy lejos de los sueños y aventuras que adornaron la juventud, una carrera de fondo agotadora con una meta repetida cada fin de mes y su pequeño dios omnipresente: la Hipoteca.
Hay un párrafo que ilustra a la perfección los miedos de un padre en paro (que no consigue trabajo por muchos currículos que envíe). Pocas veces puede uno leer cosas tan reales como ésta:
"Estamos a un paso de la miseria. Puedo verla. Está ahí, cerca de nosotros, nos persigue. La miseria es un estado de ánimo. La miseria es mirar con rencor las cartas que nos envía el banco, y no abrirlas. Es ver que los pantalones les quedan cortos a las niñas y desear que no crezcan tan deprisa. Es pensar en la palabra hipoteca como en un hacha. Estamos tan justos que no sé qué vamos a hacer si se nos rompe el televisor, por ejemplo. No podremos comprar otro. No sabremos entretener a las niñas. Están en una edad en que necesitan referentes. En qué espejo se mirarán. A falta de televisión fijarán su atención en nosotros, en mí, en cómo soy, y entonces me despreciarán. Despreciarán al rey del currículo".
Es una realidad triste se mire como se mire, pero es lo que hay, ocurre en muchos hogares y eso es lo que piensa mucha gente al levantarse. ¿Por qué la literatura no suele ocuparse de estas personas? ¿Acaso los escritores lo consideran un tema menor?
Destaca la habilidad de JMMP para clavar en dos frases a un personaje: su forma de ser, su carácter, sus ambiciones, su pasado, sus miedos… quedan reflejados en un detalle bien visto. Genial. Y al leer estos relatos uno percibe cómo bajo la superficie de la "normalidad" se van abriendo multitud de grietas y extrañezas (en esto me recuerda a Raymond Carver).
Todavía no lo he terminado de leer (afortunadamente dura más que Zeppelin) pero os lo recomiendo vivamente. Lo que es una lástima es la edición (¡echa uno tanto de menos el buen gusto de Pre-Textos!). JMMP se merece mucho más. Con la cantidad de editoriales pequeñas de calidad que han surgido en los últimos tiempos, no entiendo cómo alguna no ficha a este hombre.
Para conseguir el libro hay que decir una contraseña en la librería: “Breogán” (que es el nombre de la distribuidora). Si no no te dejan pasar al universo de JMMP, cosa que merece muy mucho la pena.

Friday, May 23, 2008

El viento de Manhattan

"Quien ha vivido en Manhattan sabe hasta qué punto el viento preside la vida de la ciudad. El viento recrudece los fríos terribles del invierno, rompe los paraguas y los toldos, derriba los árboles y los semáforos, hace trastabillar y caer a los ancianos y a los enfermos, no deja dormir; a veces acelera el paso de los nubarrones y despeja los cielos, otras, trae los aguaceros de finales del verano o principios de otoño, cuando llegan las colas de los huracanes devastadores del Caribe, ya muy debilitados. En su faceta menos agresiva el viento anima las calles: hace planear las gaviotas y ondear las banderas y levanta las faldas de las chicas.
Tan excesivo como el viento es la lluvia. A menudo el cielo se encapota en pocos segundos, sin previo aviso, y empieza a caer el agua. El caos se produce de inmediato: los sótanos se inundan, las avenidas se convierten en ríos crecidos. En las calzadas el agua se acumula en los baches, donde los autobuses meten el morro, levantan surtidores de muchos metros de altura, que empapan a los viandantes. El viento no cesa cuando llueve: se lleva los paraguas y los sombreros y hace que la lluvia caiga casi horizontal, que penetre bajo las marquesinas y abofetee al que encuentra. En medio de la confusión pasan los coches de los bomberos, que acuden a las emergencias causadas por el aguacero, a través de los atascos, tratando de abrirse paso con las sirenas y las bocinas. Parece que haya llegado el fin del mundo.
En verano estas tormentas vienen acompañadas de mucho aparato eléctrico. Los rascacielos atraen los rayos, que bajan restallando por las fachadas mientras retumba el trueno. En invierno el viento viene del norte y como en el camino no encuentra sistema montañoso que lo detenga llega a Nueva York sin perder fuerza ni frialdad. Una vez en Manhattan, se mete por los callejones que forman los rascacielos alineados y corta la piel, porque a veces sopla a veinte o treinta grados bajo cero."
(Eduardo Mendoza, Nueva York)

Thursday, May 22, 2008

El Bremen

Hojeo el regalazo que me han hecho los amigos del Bremen: un libro con todos los relatos que hemos ido escribiendo desde octubre hasta ahora. El resultado es impresionante: doscientas y pico páginas de buena literatura, con momentos geniales. David, el editor, se lo ha currado.
Ayer fue una noche muy emocionante -y emocionada- en la cueva. Supongo que mi despedida era más bien un hasta luego.

Tuesday, May 20, 2008

Preparativos de Nueva York

He tardado en leérmelo lo que en beberme tres cañas. Me refiero a Esto es Nueva York, de E. B. White. Acabo de volver, menos triste de lo que salí, y os lo cuento. El ventanal del bar estaba abierto y la gente y los coches pasaban a mi lado, pero yo tenía la cabeza muy lejos, al otro lado del Charco. En ese momento era el único feligrés aparcado en la barra del Ladrón de Tinta.
Es un ensayo pequeñísimo, más bien un artículo literario. Lo escribió White en el verano de 1948, metido en una habitación con vistas a un patio interior, a 32 grados centígrados, en un hotel del centro de Nueva York. Supongo que tardaría en escribirlo algunas cervezas o whiskies más que yo en leerlo, pero poco más. Me lo imagino tirado sobre el colchón, sudando la gota gorda, mezclando imágenes, ideas, recuerdos.
Es un placer leer estas cosas: las ciudades, la gente, la vida... y una mirada que lo capta todo, que sabe hacer poesía de los pequeños detalles. Poco más se puede pedir:
El viajero estival se asoma a Hell Gate Bridge desde la ventanilla de su coche-cama mientras se desliza sobre los palomares y los patios traseros de Queens y mira hacia al suroeste, donde la luz de la mañana golpea por primera vez los picachos de acero del centro, y ve cómo se alza inconfundible la vigorosa lanza que acongoja el cielo: se elevan los altos muros y las torres, se eleva el humo, todavía no se eleva el calor, se elevan las esperanzas y la agitación de tantos millones de personas que despiertan en ese momento.
Allí he estado, acompañándolo, sesenta años después, desde Noviciado.

Monday, May 19, 2008

Winkler en Las Ventas

Lugar: Plaza de Toros de las Ventas (Madrid). Fecha: 18 Mayo de 2008. 19.00 horas. Cartel: los toreros Luis F. Esplá, Pepín Liria y "Serranito". Toros de Samuel Flores y Dª M. A. López Flores. Testigo de excepción: Josef Winkler, escritor.

Ayer Josef Winkler estuvo en los toros. El cielo amenazaba lluvia y algunas gotas cayeron sobre el albero. Por momentos el respetable tuvo que desenfundar sus paraguas. En una de las gradas estaba el escritor austríaco, uno de los grandes de la literatura actual, con media sonrisa dolorida y los ojos muy abiertos. Tomaba notas en un cuadernito de tapas anaranjadas. La pluma se deslizaba por las hojas en trazos delirantes. Winkler veía cuadros de la muerte viva, el toro y el torero en su pugna mortal, el caballo con su donquijote regordete a cuestas, las medias verónicas y los pases de pecho, el brinco de las banderillas, el ruido de la sangre... Si le faltaba algo para ser un autor solanesco, ya lo tiene todo: hoy ha probado la morcilla.
Dentro de unos años saldrán esas estampas winklerianas en una obra maestra. Hacedme caso. Recordad lo que os digo.

A lo mejor Winkler pensó algo parecido a lo que ha escrito hoy en El País Fernando Royuela: "En la inseguridad volátil de la vida, la muerte se alza como única verdad. En el toreo vida y muerte juegan a acompasar sus contrapuntos en el baile salvaje de la naturaleza. El animal y el hombre enfrentados ante la incógnita de la supervivencia desatan instintos aprendidos en la oscuridad de los tiempos. El hombre, sin embargo, es siempre el animal vencedor porque su estirpe ya lo ha sido. En realidad tan sólo se enfrenta consigo mismo para que los demás se estremezcan y le aplaudan. Por eso juega a ser salvaje. Con su actitud invoca ese pasado de violencia del que proviene. Pero también exhibe su presente hecho faena y olor a albero. El toreo es la fiesta de la supervivencia del ser humano, el espectáculo de su triunfo pasajero. El toreo homenajea el valor viril y enciende un ritual ancestral tan sólo comprendido en lo más profundo de su significado. El traje de luces es la máscara. Las miradas aguardan la celebración del rito. Lo humano se mezcla con lo animal. Los ojos miran, pero tan sólo la emoción explica lo que sucede. El calor ayuda a entender. Si hay vida habrá muerte y si hay muerte la vida revelará esa única verdad alzada por delante. La tarde aguarda. Hay una sensación de inquietud inexplicable. Ese animal que es el hombre se prepara para celebrar sus esponsales con la barbarie. Se antoja un baile, pero es sacrificio hecho de espadas y capotes, de cuernos afilados e hilos de baba que ondean como banderas sobre el silencio de la plaza. Suena el clarín y sale el toro y otra vez la verdad por delante".
PD1: Las fotos son de unos rejones del año pasado.
PD2: Enlaces recientes sobre Winkler: uno, dos.

Saturday, May 17, 2008

Thursday, May 15, 2008

Mendigos de Madrid

Siempre he pensado que la gran novela de Madrid está en su metro. Leyendo este capítulo sobre la mendicidad madrileña veo que Sánchez Ostiz también se ha dado cuenta:
"Los mendigos se matan mucho entre ellos por un quítame allá esas pajas. Riñen, se pegan y luego suelen ostentar costurones de sangre, postillas, costras. Los mendigos son unos misántropos.
Los que van en el metro pueden leer a diario, si quieren, la novela de Madrid, la novela por entregas de su pulule, el folletín de la vida urbana y callejera, Madrid, y no se enteran o no se enteran apenas, por hastío, por aburrimiento, porque tal vez una de las cosas que más difíciles resultan de ver es lo de todos los días. Los que no se enteran son los del coche oficial y la tarjeta del pesebrón. Esos, nada; esos, a la bibliofilia, a las monerías y a recolectar chucherías con las que amueblarse el alma.
Hay mendigos de la droga y mendigos de la calle, y enfermos más o menos terminales que explotan y exhiben cánceres linfáticos, eccemas diversos y úlceras sanguinolentas, y lo cuentan, para que nadie quede sin darse por enterado, en cartones improbables: "Me estoy muriendo", dice el más escueto."

(Miguel Sánchez Ostiz, Peatón de Madrid)

Monday, May 12, 2008

Cousas

Cuando uno se pasa dos días sin dormir y bebiéndose hasta el agua de los floreros camina por las calles con un aturdimiento que le hace hablar alto, escuchar en dolby stéreo y ver las cosas como a través de una neblina oceánica. Por momentos las palabras desaparecen: el pensamiento va más rápido que los movimientos de la lengua y uno no tiene fuerzas para seguir ese ritmo. Consecuencia: te paras. Empiezas las frases pero no las terminas. El interlocutor debe adivinar cómo continúa. Lo normal es que a cada rato la mente se te quede en blanco, se te vaya el santo al cielo y sonrías con cara de loco. Es fácil acabar descojonándose, sin más. Nadie te entiende. Has matado demasiadas neuronas. Y las pocas que te quedan están entumecidas...

***

Pasado el Cebreiro, apenas abandonada la frontera galaica, nos paramos a tomar algo en una aldea. Al comienzo de la única calle en que consiste el pueblo, descansa un anciano tipiquísimo. Seguramente esté allí todo el día, posando para las fotos, a sueldo del Xacobeo.
Nos cruzamos con varios peregrinos. Todos guiris. Parecen menos cansados que nosotros. Entramos en el único bar que hay -el Hostal del Peregrino- y pedimos unos bocadillos. Nos atiende una chica muy amable, simpática y guapísima, clavada a Alyssa Milano pero menos voluptuosa (quizás demasiado esquelética). Mientras nos alejamos en el coche pienso en todos los peregrinos que saldrán de allí enamorados. Irán rememorando su imagen a cada paso antes de llegar a Compostela. Una nueva fe alimentará sus espíritus.

***

Momento buñuelesco-mabalotiano del sábado noche:
Entramos en un restaurante vasco-gallego. Me dice nuestro cicerone: "Joder, cómo ha mejorado este sitio, cuando vine hace unos años era más de andar por casa...". Nos adentramos en un comedor lujosamente decorado y nos sentamos en una mesa con manteles de hilo y cubertería brillante. Un rato después, cuando ya estamos todos con los menús en las manos y a punto de pedir, regresa el cicerone y nos dice: "Oye, lo siento, que me he equivocado, que no es este restaurante. Que es otro sitio que está aquí al lado...". Pedimos mil disculpas a la mâitre: qué vergüenza pordiós, lo lamentamos mucho; ella se hace cargo: no os preocupéis, no pasa nada. Nos levantamos y nos vamos. "Ya me parecía que había mejorado demasiado..."
Como podéis ver por la foto, salimos ganando con el cambio:



El final de la escapada

Fue bonito mientras duró.

Thursday, May 08, 2008

Santiago me espera

La verdad es que no creo mucho en el poder de las raíces ni del terruño, pero reconozco que hay algo que me tira hacia las Galicias. Supongo que ese "algo" es simple querencia sentimental y nostálgica (sobre todo por los recuerdos de infancia), nada que ver con cuestiones sanguíneas o genéticas.
El caso es que toda mi familia paterna es de allí. De la zona de Santiago y Padrón proviene buena parte del linaje que me precede.
Según dicen, mis antepasados lejanos fueron de esos normandos despistados que llegaron a tierras gallegas en época de los romanos... y allí se quedaron. No sé si creérmelo.
No tengo tiempo ahora (ni inspiración) para contar lo mucho que Santiago significa para mí. Como digo, multitud de recuerdos, pero también muchas historias (oídas, contadas, leídas...), mucha literatura.
Porque Santiago de Compostela es sobre todo una creación literaria, del género fantástico-mágico, al más puro estilo cunqueirista. (Por ejemplo, ¿quién se puede seguir creyendo a estas alturas que ahí está enterrado el apóstol?)
Pasearé por sus calles, me beberé sus vinos y disfrutaré de sus viandas... mientras el cuerpo aguante. Bajo sus soportales perseguiré el rumor de las leyendas. Y con un poco de suerte podré ver a mi amigo Mabalot. La cosa promete. Ya os contaré a la vuelta.
Por cierto, que hoy en Madrid hemos tenido un clima muy compostelano, para ir abriendo boca.
Unas fotos de este verano:





Monday, May 05, 2008

La primera nieve

"En Moscú todo tenía aspecto invernal. En casa encendían las estufas, y por las mañanas, cuando los niños se preparaban para ir a la escuela y desayunaban, en la calle era oscuro, y la niñera prendía por un rato la luz. Ya habían empezado las heladas. Cuando cae la primera nieve, el primer día en que se toma el trineo, es agradable ver la tierra blanca, los tejados blancos, se respira con ligereza y a placer, y con este tiempo vienen a la memoria los años jóvenes. Los viejos tilos y abedules, blancos por la escarcha, tienen un aire bondadoso y llegan más al corazón que los cipreses y las palmeras; junto a ellos ya no apetece pensar en las montañas y el mar".
(Anton Chéjov, "La dama del perrito")

Friday, May 02, 2008