Sunday, June 21, 2009

Rigoletto

Ayer fuimos al Teatro Real a ver Rigoletto, de Giuseppe Verdi. Nos gustó. (No, si al final la Esfinge va a conseguir que me guste esto...). Vaya por delante que sigo sin tener ni puta idea sobre ópera, así que todo lo que diga tiene igual valor a cero. Sólo sé decir "Esta escena me ha gustado" o "Esta escena me ha aburrido", sin ningún fundamento más que mi propio estado de ánimo.
Es más o menos fácil que la música clásica me emocione, pero las voces humanas no. Desde mi absoluta ignorancia, me parece que en general las sopranos gritan o hacen gorgoritos y los tenores sueltan eructos monocordes muy largos o tratan de chulearse alcanzando muchos decibelios roncos. Todo como demasiado exagerado o forzado, artificial. Cosas que me dejan totalmente frío, me aburren, no me emocionan.
Pero ayer fue distinto. Las voces de Patrizia Ciofi (en el papel de Gilda) y de Zeljko Lucic (Rigoletto) sí consiguieron emocionarme. En particular, en sus duetos, o como se llamen. Allí, en aquellos momentos, había algo, sucedía algo, quizás distinto o especial, porque era verdadero, salía fácil, sin esfuerzo. La música es eso, supongo, un instante de emoción, en directo, algo que se mete de un salto en la piel y va directo a la casquería que nos sostiene por los adentros. Había momentos de piel de gallina total.
Una cosa que me gustó en general de la obra es que las voces solían superponerse a la música y llevaban su misma melodía (como en el Réquiem de Mozart, que es mi preferida y por eso es mi único punto de referencia; recordatorio: escuchar a Verdi; me gustó la variedad de estilos, de tonos). Al que hacía de duque, Celso Albelo, no se le oía casi (le tapaba la música, o eso me pareció). En la última escena, los trozos sin música me aburrieron. Hasta la puesta en escena, sobria y fantasmal, me pareció acertada; la legión de hombrecillos extraterrestres estaba muy bien. Por primera vez (o casi) en mi vida, aplaudí al final de la obra sin que fuera por mero compromiso.
Hace unos meses vimos el Tannhäuser de Wagner, también en el Real. Ya no me acuerdo de mucho (el principio, con la bacanal de tíos y tías en bolas, entre sábanas rojas y luces violetas, parecía ambientado en un puticlub; algunas escenas estaban muy bien, otras un poco peñazo; el coro me gustó; por defecto histórico, a veces uno se imaginaba las manifestaciones hitlerianas, con las esvásticas y tal), pero sí recuerdo que me gustó mucho el barítono: era impresionante; acabo de mirar el nombre y, por si a alguien le interesa, se llamaba Christian Gerhaher. Tenía como más matices que los demás, más subidas y bajadas, conseguía variar el estado de ánimo, emocionar, aunque supongo que en eso consiste lo de ser barítono, no sé. Ya digo que ni puta idea. Los demás no me decían nada. No sé si era culpa de los cantantes o de la obra, claro. El mes que viene veremos Las bodas de Fígaro. A ver qué tal.
Yo creo que emocionar debe ser la verdadera (¿y única?) finalidad de la música. Supongo que si supiese algo más de ópera o de música en general, ésta conseguiría emocionarme más. Mientras tanto, me dejaré llevar como un ciego de la mano de la Esfinge. Seguiremos investigando.

9 comments:

BB said...

Y yo, me atrevo a decirte, como
amante de la ópera que soy, que
creo, fervientemente, que las
personas no se aficionan a ella,
porque no la escuchan.
Aprendí a amarla desde pequeña,
porque a mi padre le gustaba
tararearnos diferentes arias y
no lo hacía del todo mal.
Rigoletto, en la versión que tengo
con Pavarotti, cuando su voz no
tenía paralelo, es lo más cercano
a la perfección que conozco.
La ópera es para seguir el libretto, incorporarse al drama
que se está viendo o no tiene
sentido.
Ahora, si los cantantes no valen
una peseta, estamos mal, para
la ópera y para los sufridos
que escuchan.
Créeme, la Opera, como toda la
música culta, necesita atención,
tiempo.
Te invito a ver alguno de los más
de veinte videos que tengo.
Qué tal? Y de paso te mostraría
toda mi colección de música, que
vale un potosí. Aunque, tendrías
que atravezar el océano, cual
émulo de don Cristóbal.
Saludos,
BB

conde-duque said...

Hola, BB. Yo creo que eso que dices de los cantantes es la clave. Todo depende de su calidad. Seguramente en los músicos no se nota tanto (al menos yo, que no soy experto), pero en ópera, claro, la voz es lo fundamental, la emoción que consigue transmitir. Es más: supongo que los cantantes tendrán días buenos y días malos. Hay que tener la suerte de ir el día bueno. Lo excepcionalmente bueno suele ser escaso, por definición.
Hasta ahora todo lo que había visto eran voces frías, ni fu ni fa, al menos para mí. Salvo cosas muy concretas de los grandes (tenemos en casa varios DVD de Pavarotti, la Norma de Caballé, Callas, etc), todo lo que había visto me aburría mucho.
De todas formas, tengo un prejuicio evidente contra todo lo que lleva el apellido "culto". Música culta, dices. Debería ser popular, como se dice por aquí con la Zarzuela. Tampoco en este caso me gusta "lo menor", porque la Zarzuela también me aburre.
No sé, poco a poco. A lo mejor algún día consigo disfrutar más de estas cosas.
Uf, qué rollo he soltado para no decir nada.

Sir John More said...

¿Me permites una recomendación de simple aficionado? Búscate en DVD (creo que está de saldo) La Traviata dirigida por Solti. Mozart con sus bodas te divertirá si te gusta su música y su Réquiem, y cuando algún día te lleven a ver algo de Puccini, sin desmerecer a Verdi y mucho menos a Mozart, verás que la ópera puede tener música de muchísima calidad. Estoy contigo, hay que divertirse, con música inteligente y elaborada, pero siempre entretenida. Yo aún no me enfrenté con Wagner...

Saludos.

conde-duque said...

Gracias por la recomendación, sir John. De Puccini vimos hace un par de años Madame Butterfly. Nos gustó.

Mabalot said...

Yo lo único que aportaría a estos comentarios (estoy con Sir John y contigo en eso de, primero, no sufrir con la música, sea culta o inculta esta) es lo siguiente; lo que distingue principalmente a alguien que tiene experiencia escuchando música y el que no, el iniciado, es en la importancia que se le da a los intérpretes. Veo que tú aclaras eso. Aunque parece obvio no lo es tanto, o por los comentarios que escucho sobre esto no lo es tanto. Al principio uno va a escuchar/ ver tales programas, tales compositores, obras... Y pueden gustarnos, pero cuando escuchamos a los grandes vemos qué distancia respecto a los primeros. Al principio también está uno más indefenso ante los virtuosos huecos o atléticos. Son los que tienen un nombre y suelen ser estrellas que tocan para los sordos, poniendo mucha cara de esfuerzo y sudando a chorros y abriendo los brazos al final de la ejecución. Odio a los virtuosos coñazo con toda mi alma, en cualquier arte. Bueno,si insistes y vas a más conciertos o escuchas más vas poco a poco seleccionando grandes interpretaciones que te descubren nuevas emociones donde antes no las había.

Una buena orquesta con un gran director (o un buen grupo de cámara) y aunque toquen algo de cualquier indocumentado ya vas a tener algo, una experiencia inolvidable. Y si tocan algo interesante ya no te digo, que se aparten los de delante que te corres... espiritualmente, se entiende.

Chao.

conde-duque said...

Tienes toda la razón, Mabalot. Además, tú sí que controlas de estas cosas. La ópera me da un poco igual, pero sí me gustaría haber estudiado solfeo o saber de música.
A estas alturas, me conformaría con saber sólo un poquito, para después olvidarlo... y disfrutar.
Un abrazo.

BB said...

Música culta y música popular,
son dos disciplinas distintas.
Ambas son importantes.
Podrías tal vez ponerte como tarea
aprender a escuchar la música
erudita, pero, no por ello, llegues
a amarla. No. La música es una
especie de milagro, que nos toca
o no. No veo por qué ser masoquista.
Óperas fáciles, las de Puccini.
Melodiosas y fáciles de entender.
Sucede igual con los conciertos,
sinfonías, etc., que tienden a aturdir a muchos.
Tienen que empezar con Chopin
y empezar a subir peldaños.
Sin demeritar a Chopin, que tiene
obras muy difíciles que son la
pesadilla de los estudiantes
de piano.
Y con la ópera, nunca tratar de
digerir a Wagner, Strauss al
comienzo, porque la odiarás para
siempre.
Bueno, es sólo una humilde opinión.
Y te repito, no hay por qué ser
masoquistas, ni te condenarán
a la guillotina, si no te gusta.
Ni tienes que ir alardeando por
ahí de que la ópera que más te
gusta es Don Giovanni. Eso lo
oigo a diario a muchos que se
han quedado dormidos desde el
primer acto y perderse de algo
tan bello como el famosísimo dueto
de Don Giovanni y Zerlina:
Lá ci darem la mano
lá mi dirai di si
Vedi, non é lontano
partiam, ben mio, da qui.
Saludos cordialísimos
BB

Mabalot said...

No, hombre, yo sé muy poco. Se me pegó poco.
Dejarse llevar es lo mejor. Meterse entre pecho y espalda una ópera de Wagner yo no lo resisto.
Disfrutar sobre todo. Y habituar el oído poco a poco al sonido y estructura de esa otra música que es una sonata, una sinfonía, una obra para cuarteto o quinteto. Pero no forzar, no escuchar para aprender, pero sí con un poco de paciencia.
BB tiene razón; primero lo accesible, y hacerse un gusto. Algo así como el que escucharía yo si escuchara música, o qué me gustaría. La frase de la Duras sobre escribir pero sobre esto.

Sir John More said...

Sólo un detalle que abunda un poco más en lo que comentáis: creo que a través del disfrute y de ese dejarse llevar se va educando el oído, y cada vez más se distinguen (sin ningún afán académico, sólo por puro gusto) las maravillas de la ejecución, la complejidad de las melodías, el cruce de instrumentos, la excelencia de determinados pasajes o la redondez de una obra. Y si a eso le unes el juego de humor, amor, tristeza, ira, fuerza, caos o fatalidad, entonces el disfrute es muchísimo mayor.

Todo esto que comentamos nunca nos puede llevar a dejar la música en manos exclusivas del gusto. Por supuesto, todos tenemos derecho a aprender de música progresivamente y, sobre todo, con gusto; es decir, todos podemos estar dignamente en cualquier parte del divertido camino que lleva a educar el oído, pero creo que no se puede dudar de ese camino, abierto y rico, vivo y versátil, y para nada limitante. Lo otro nos lleva a que tanto Mecano como Bach tienen su cosa, aserción que se puede mantener porque todo el mundo tiene derecho a equivocarse, pero que es sin duda un completo absurdo.

Perdón por el enoooorme detalle.

Abrazos.