Fantasmas de un pasado idéntico (no menos idéntico que el futuro), aprendices de cadáveres simulando una borrachera de alegría, celebrando -supongo- que aún estamos aquí, que no nos hemos ido, que no han dicho nuestro nombre en la sala de espera. 
Fantasmas de un pasado idéntico (no menos idéntico que el futuro), aprendices de cadáveres simulando una borrachera de alegría, celebrando -supongo- que aún estamos aquí, que no nos hemos ido, que no han dicho nuestro nombre en la sala de espera. 
 





En las fotos Coetzee tiene pinta de pajaro de mal agüero. No hay quien se fíe de los seres esqueléticos. Estos ascetas no disfrutan de la vida... (También tiene cierto aire a Clint Eastwood ¿no?)

Ayer fuimos a ver You will meet a tall dark stranger (Conocerás al hombre de tus sueños). De sus películas londinenses es, junto con Match Point, la película en la que más aparece la ciudad. Quizás por eso son las dos que más me han gustado de las que ha hecho Wody Allen en los últimos diez años (y recordad que el tío va a un ritmo de una por año). Incluso comparten algunos escenarios.
No quiero ser exagerado, pero sólo por los diez primeros segundos, en los que un taxi atraviesa una calle, se para y sale una señora con sombrero, ya merece la pena ir a verla. Insisto: todas esas imágenes de la ciudad tienen algo muy especial. Una belleza y una emoción que no sabría explicar. 
Foto: agosto 2010.
Sale en dos ocasiones el puente de Little Venice por donde pasamos varias veces este verano.
Para entretener a La Esfinge, que ya está un poco aburrida de “mi Londres” (lo siento: aunque me guste conocer nuevas partes de la ciudad, siempre tengo la necesidad de volver a mis lugares preferidos, para ver que siguen allí, sin cambios, no sé), he estado mirando para hacer alguna excursión por las afueras, pero precisamente ella ha estado ya en todos los sitios: Oxford, Cambridge, Canterbury, Bath, Brighton… Yo no he estado en ninguno, pero si por mí fuera me quedaría simplemente paseando por Londres. Paseando todo el día, sin parar. Ésa es mi extraña concepción de la felicidad. Pero, claro, ésa es una felicidad solitaria, porque a ver quién aguanta ese programa ascético, monótono y esforzado. La felicidad en compañía, que es mucho mejor, va por otro lado, aunque no tan lejano, quizás; por ejemplo, basta con tumbarse en el césped de un parque, a la sombra de un árbol, tomando un sándwich de M&S y mirando los cisnes del lago.
Cogí el otro día en la biblioteca Historias de Londres, de Doris Lessing, para entrar un poco en ambiente, por el próximo viaje londinense, pero ha sido un fiasco absoluto: no he visto Londres por ningún lado. Y ya es difícil cerrar los ojos tanto, con las incontables maravillas que ofrece la ciudad. Sólo un mínimo atisbo de Hampstead Heath en el relato de los gorriones.
Guti era el perfecto reverso de Raúl. El antihéroe madridista, el “tonto inútil” que el Bernabéu necesitaba para desahogar su frustración en los malos momentos. Raúl representaba el sacrificio, el esfuerzo, la constancia, la eficiencia, la responsabilidad... todos esos valores tan honorables, tan dignos de respeto (tan aburridos, podríamos añadir). De todo eso Guti no tenía nada. Más bien era lo contrario. Guti era imprevisible, vago, caprichoso, polémico, malhumorado, inconstante, irresponsable. Y sí, ya lo sabemos, fuera del campo Guti es básicamente un fashion victim bastante gilipollitas. Pero si nos olvidamos de todo eso, si sólo hablamos de calidad futbolística, de balón y pie y bota y césped, Guti ha sido de los más grandes.
Se trata de pequeños agricultores que han perdido sus granjas y se han convertido en auténticos vagabundos, escuálidos y sucios. Ya no son extranjeros (filipinos, japoneses, mexicanos…), como era habitual. Ahora son americanos. Por el camino van vendiendo sus escasas pertenencias: mantas, aperos de labranza, cacharros de cocina… A menudo han visto cómo sus hijos se les morían en el trayecto. Mientras dura cada cosecha, viven en poblados de chabolas. Después marchan a la siguiente. También hay algún campamento federal o estatal. Y ahí viene el pormenorizado análisis periodístico, sociológico e institucional de Steinbeck, que ocupa gran parte del libro.
En varios momentos me ha recordado a Las Hurdes. Tierra sin pan, de Luis Buñuel. También a James Agee, pero más crudo y menos alucinado.
Quizás Woody Allen se inspiró en él para su no menos espectacular comienzo de Manhattan. Weegee, Dassin, Allen, eslabones visuales de una misma inspiración inagotable: NY.
Terror, enajenación y ansiedad al final de la tarde. Semiparálisis. Confusión, desenfoque mental, lapsus de memoria. El pánico vespertino. La asfixia.
Quizás la depresión se contagia. O es la fuerza que los junta. Depresivo llama a depresivo. No sé.
Primeras sensaciones. Más bien pre-sensaciones de lectura. Abro el libro a voleo por varios lugares y encuentro frases más cortas, más contenidas, menos oceánicas que las habituales en Proust. Sólo el primer párrafo sirve de enlace formal con los tomos anteriores, pero ya se nota otro tono, otro aliento: más reposado, más sobrio. Una respiración de agonizante estoico.