Aproximadamente una vez al año, como los niños de San Ildefonso o las golondrinas de Bécquer (pero con menos puntualidad), llega a nuestras librerías un nuevo tomo del Salón de pasos perdidos, la novela en marcha en forma de diario que Andrés Trapiello lleva publicando desde 1990. Entonces sus lectores recuperamos nuestra otra existencia "en marcha": esos personajes llenos de vida, esos ambientes tan familiares, las opiniones del protagonista (como siempre, unas nos parecen certeras y otras totalmente equivocadas), sus gustos literarios (unos más discutibles que otros), sus disputas insignificantes... Y disfrutamos un buen rato, que es de lo que se trata.
Hipótesis y/o sospechas:
A. T. debe de ser el escritor con más enemigos por metro cuadrado de las Españas. Tiene más odiadores en vida que los que le han salido a Cela de muerto, que ya es decir. Quizás por eso nos cae tan bien.
Imagino que cuando sale del portal de su casa mira con temor hacia los lados, no vaya a ser que se le abalance uno de los personajes de su diario y le increpe agarrándole de las solapas de la chaqueta. También teme que, desde la otra acera de Conde de Xiquena, algún escritor fracasado o herido en su orgullo le lance un pedrusco a la cabeza. Todo parece indicar que el protagonista de los diarios de A. T. se ha ido convirtiendo en un ser más desconfiado, menos abierto o natural, menos sentimental y mucho más cínico que antes. Ahora que tiene éxito puede parapetarse en sus premios, pero antes tenía que ser -a la fuerza- una cuestión de puro unamunismo, esa curiosa mezcla de dignidad, egolatría y gamberrismo. Conciencia de uno mismo frente a los otros. Si pasan de mí o me tocan las narices, me impongo por cojones. Sí señor.
He oído que se ha organizado una Asociación de Damnificados de Trapiello. La preside una profesora de Elche. A veces A. T. se arrepiente de haberse metido en tanto embolado (se mueve a la defensiva, como diciendo: "Oye, que en el fondo soy una buena persona"), pero ya no hay marcha atrás. Sólo queda buscar aliados para enfrentarse al enemigo.
Pero, bueno, todo eso forma parte de la anécdota (que no da más de sí), la charla de portera editorial, el duelo de espadachines de un mundillo ridículo -el literario- que algunos se toman demasiado en serio. Sus diarios son mucho más que eso. Sí. La vida hecha literatura... y viceversa.
No exagero si digo que Andrés Trapiello nos ha enseñado a ver las cosas de otra manera, nos ha ayudado a sacarle más jugo a la vida, a pensarla y mirarla con ojos antiguos, sentimentales, poéticos, más conscientes del paso del tiempo. El secreto está en extraer lo eterno de lo transitorio (en eso consiste, precisamente, según Baudelaire, la tarea del artista moderno). ¿De cuántos escritores podemos decir eso?
Recuerdos:
Cuando terminé la carrera y me puse a dar clases de Filosofía en una academia de la calle Piamonte, me cruzaba muchas veces con A. T. por las mañanas. Vivía -supongo que sigue viviendo- allí al lado. Nunca me paré a hablar con él ni le dije nada; a él no lo conocía, pero sí al protagonista de sus diarios (los había ido leyendo, a salto de mata, durante mis años de universidad). Prefería quedarme al margen, como un simple habitante anónimo de la vida -una cara fugaz, un chico paseante-, antes que irrumpir groseramente en la marcha del escritor (en cualquier caso, es posible que salga de "extra" en alguna de las páginas de sus diarios, nunca se sabe).
Los lunes tenía una hora libre y solía irme a desayunar un café con churros (aprovechaba para hojear el periódico, leer un libro o preparar la siguiente clase). Después me daba un paseo por el barrio (Barquillo, Fernando VI, Recoletos...) y era entonces cuando solía cruzarme con A. T. Creo recordar que salió como personaje en alguno de mis "cuadernos de letra pequeña".
Profecía:
Allá por el 2073, cuando la mayor parte de nosotros -incluidos A. T. y sus enemigos- estemos criando malvas, saldrá la edición definitiva del Salón de pasos perdidos. Será considerada por todos los expertos como un acontecimiento cultural de primer orden: "Sin duda alguna, nos encontramos ante una de las cumbres de la literatura contemporánea", escribirá el Harold Bloom de la época. Venderá como churros (ojo: porque el precio será asequible). En los últimos años de su vida, el autor, en un rapto de lucidez, había hecho una poda de los párrafos que consideraba más aburridos o sobrantes, y había añadido notas a pie de página desvelando las identidades ocultas de los personajes. La obra final cabe en 10 tomos de 300 páginas cada uno, que ya está bien ¿no?
Me da una envidia tremenda de esos lectores de finales del siglo XXI. Podrán disfrutar de la vida doblemente: en la realidad y entre las páginas de un libro. Vivirán dos veces. La distancia temporal multiplicará la intensidad vital -o como se diga- de las historias contadas y, en consecuencia, el goce del lector y el valor de la obra.
Conclusión:
Afortunadamente, el protagonista de los diarios de A. T. es un hombre con sus grandezas y sus miserias, sus verdades y sus mentiras, sus virtudes y sus defectos, sus lealtades y sus rencores. Un hombre, no un maniquí o una idea. Como deben ser los personajes de la literatura...
Qué buenos ratos nos ha hecho pasar el tío. Gracias, don Trapiello.