Me da igual lo que digan los termómetros. Puede seguir postergando la noticia el hombre del tiempo. Que continúen durmiendo los abrigos en el fondo de los armarios, que se arremolinen en las playas los que sólo aman el recuerdo del verano, que el sol se mantenga firme en su postura egocéntrica...
Que no, que no me engañan. Yo sé que el invierno ya ha llegado. ¿Por qué? Porque ayer me tomé en la calle las primeras castañas asadas de la temporada.
La presencia de las castañeras es el síntoma inequívoco y goloso de que el invierno asoma su cabeza por el horizonte. Es una imagen que me retrotrae a la infancia (y predispone mi espíritu, irremediablemente, para la Navidad), como las mejores siestas babeantes o la sensación de tumbarse en la toalla después de nadar.
De pequeño me imaginaba a todas las castañeras reuniéndose en las afueras de la ciudad, conspirando desde sus cuevas para acabar con el otoño. Después traían el invierno a rastras, cogiéndolo por las orejas, y posicionaban sus refugios en las esquinas de las calles, para recoger todos los vientos fríos.
Me encanta el olor a madera dulce de las castañas asadas (mis preferidas son las de la glorieta de Quevedo y las del final de Barquillo). Sus pequeñas hogueras son como fábricas de sueños para los amigos del invierno. Es como si las calles compartieran con nosotros sus recuerdos de cuando eran bosque. Sólo una pega: ya no ponen las castañas en esos cucuruchos de periódico que transmitían a las manos su calor de letras impresas... A este paso, todas las cosas van a acabar perdiendo su sentido épico de posguerra.
La presencia de las castañeras es el síntoma inequívoco y goloso de que el invierno asoma su cabeza por el horizonte. Es una imagen que me retrotrae a la infancia (y predispone mi espíritu, irremediablemente, para la Navidad), como las mejores siestas babeantes o la sensación de tumbarse en la toalla después de nadar.
De pequeño me imaginaba a todas las castañeras reuniéndose en las afueras de la ciudad, conspirando desde sus cuevas para acabar con el otoño. Después traían el invierno a rastras, cogiéndolo por las orejas, y posicionaban sus refugios en las esquinas de las calles, para recoger todos los vientos fríos.
Me encanta el olor a madera dulce de las castañas asadas (mis preferidas son las de la glorieta de Quevedo y las del final de Barquillo). Sus pequeñas hogueras son como fábricas de sueños para los amigos del invierno. Es como si las calles compartieran con nosotros sus recuerdos de cuando eran bosque. Sólo una pega: ya no ponen las castañas en esos cucuruchos de periódico que transmitían a las manos su calor de letras impresas... A este paso, todas las cosas van a acabar perdiendo su sentido épico de posguerra.
Moraleja: el invierno no lo trae Dios ni el hombre (ni siquiera el del tiempo), sino las castañeras.
8 comments:
A mi también me gusta mucho comer castañas, y es cierto q dan sensación de invierno.
entonces, el invierno vive en el miditerráneo.
No lo podrías haber descrito mejor. Pero yo ya te he gané en eso de comprarlas! Es cierto, pensé igual al salir de la estación y me entró fresco con el aroma de las castañas. En cuanto a lo del cucurucho te doy toda la razón: las castañas son como menos épicas.
Un abrazo.
El artículo sobre las castañeras era un tópico ya en el periodismo decimonónico, (lo sé bien porque de aquella yo ya era un ávido lector de prensa).
Veo que en los blogs del siglo XXI se mantiene tan sana tradición.
A mi no me gusta el sabor de las castañas, tan calientes y blanditas, pero me encanta el aroma que desprenden mientras se asan, y es cierto que lo asocio inevitablemente con el invierno...
Y eso que no he dicho nada de las castañas pilongas, ni de las que caen de los árboles con su cáscara de erizo, que siempre nos tientan a jugar al fútbol-calle.
En fin, que ¡Vivan las castañas y el marron glacé!
Qué lindo encontrar este comentario sobre las vendedoras de castañas. Vivo en un pueblo del sur de los Estados Unidos y eso acá no existe. Pero el año pasado tomé un curso de literatura española y me llamaba la atención el personaje de las vendedoras de castañas en cuanta novela leía. Tanto así que me dediqué a buscar fotografías viejas de Madrid, época de La Colmena, para encontrar alguna retratada. Y ahora, me encuentro con esta fotografía...gracias.
Seeing these kind of posts reminds me of just how technology truly is something we cannot live without in this day and age, and I can say with 99% certainty that we have passed the point of no return in our relationship with technology.
I don't mean this in a bad way, of course! Societal concerns aside... I just hope that as the price of memory drops, the possibility of copying our memories onto a digital medium becomes a true reality. It's a fantasy that I daydream about almost every day.
(Posted on Nintendo DS running [url=http://cryst4lxbands.livejournal.com/398.html]R4 SDHC[/url] DS NetSurf)
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