Como todos sabemos, traducir poesía es una misión imposible; una tarea inútil, condenada al fracaso. Nadie nunca lo conseguirá, porque no puede ser.
Con las ciudades ocurre, creo yo, exactamente lo contrario. Quien mejor traduce una ciudad es el que no la habita, el que llega por primera vez, el que empieza a descubrirla, porque lo hace desde la nada. Es decir, que traduciéndola se traduce a sí mismo.
(Si no me habéis entendido, no pasa nada; yo tampoco. Buscaré un intérprete en los anuncios por palabras, a ver si empiezo a pillarme el truco...)
Americanos en Tokyo:
Japoneses en Buenos Aires (o coreanos en No-sé-dónde):
Anónimos en USA:
4 comments:
Vaya, no puedo ver los vídeos ahora porque en este ordenador se me han estropeado los altavoces, pero luego intentaré verlos en otro...
Por cierto, lo de japoneses en Buenos Aires es una trola total; no me había dado cuenta. Debe ser antes de que vayan los protagonistas a Buenos Aires (es la peli "Happy together", de Wong kar Wai), porque salen letras en japonés. Ya me extrañaba a mí ese ambiente posmoderno tan poco argentino...
Me has parecido genial. Pero yo a mi ciudad intento traducirla siempre: procuro contemplarla con ojos de turista. Y no sólo la traduzco sino que me vuelve a enamorar.
No es incompatible, Mar. Yo también lo hago en mis paseos infinitos por Madrid. Todo es cuestión de mirada. Pero es mucho más complicado, porque ese espacio está ya lleno de significados, experiencias, recuerdos... Y además, quieras o no, ya formas parte del reparto cotidiano.
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