He retomado mis paseos infinitos por la gran ciudad, a ver si con el cansancio físico soy capaz de vencer al insomnio. Madrid es mi pueblo y yo lo recorro de arriba abajo, de izquierda a derecha, de este a oeste, sin parar, como si nunca se acabase: soy un vagabundo eterno, silencioso y emocionado, de piernas inagotables, como el famoso conejito de Duracell. Siempre hay nuevas callejuelas y personajes por descubrir...
Hoy he ido al Rastro. Para redondear la mañana dominguera sólo ha faltado el vermut y las gambas a la plancha o la ración de oreja, pero como en esta ocasión iba solo y no me apetecía rumiar mi soledad entre gritos y risas ajenas me he vuelto a casa con el estómago vacío.
La plaza de Tirso de Molina estaba tomada por adeptos de la III República. Prácticamente todos llevaban el mismo uniforme: pantalones de rayas multicolores y camisetas negras de tirantes, peinados kaleborroka ellos y con rastas ellas, y muchos piercings por la cara. Son más mayores que yo, a algunos se les ve bastante cascados, pero supongo que tienen el corazón joven y utopista, no como yo, que estoy cansado del futuro y me asquea la política. He curioseado entre sus pósters, banderas, pancartas y panfletos. Sospecho que no han leído a Lerroux ni a Azaña ni a Pla. Ni falta que les hace, claro. Como a Marichalar.
Después he bajado por la calle de Curtidores bordeando el mercadillo y he accedido a mi calle favorita: la de los cuadros al óleo. He visto uno muy bonito, estilo Turner pero de colores apagados, con un marco precioso, avejentado. Costaba 150 euros. Demasiado para mi raquítico bolsillo. Y como no se me da bien lo de regatear (no puedo, no me gusta, me resulta incómodo...), pues nada: adiós y gracias, perdone las molestias.
En un recodo de la cuesta estaban tocando unos músicos de jazz venidos del Este de Europa. Se había formado un corro de gente a su alrededor y me he quedado un rato escuchándolos. Daba gusto verlos. Cómo disfrutaban los tíos, llevaban la música en la sangre. Desde luego, era lo suyo. Les he dejado unas monedas.
El Rastro del caos Después he estado curioseando un rato en los puestos de libros. En uno de ellos he presenciado uno de los espectáculos que más detesto: esa especie de engaño sistemático, la mentira innecesaria, la falta de escrúpulos y el exceso de palabrería hueca. Ya sé que estos ambientes funcionan así y que tampoco es para tanto, pero es que al ver estas cosas me siento -no sé cómo decirlo- un poco "degradado" por dentro. Esto es lo que ha pasado: una señora trataba de venderle unos libros al librero; se veía que ella necesitaba urgentemente el dinero y que no tenía ganas de regatear, que iba a aceptar lo que le diera, sin rechistar. Lo peor era la palabrería tramposa -totalmente innecesaria, como digo- del señor, mientras repasaba los ejemplares de la señora con avidez de usurero: "Es que mire, señora, la cosa está muy mal, la gente no lee, no vendo nada, mire, no hay casi huecos... Sólo le puedo comprar estos dos, ¿cuánto quiere por ellos?" La señora le dice una cantidad bastante baja, y el librero -que sabía que el valor de los libros era muy superior- le ha ido rebajando la cantidad todavía más, hasta que al final le ha comprado los dos libros -uno de Julio Camba y otro de Isabel Allende, ambos en muy buen estado- por cuatro euros. La señora se va con su dinero y el librero pone las dos piezas en primera linea de fuego. Cojo el libro de Camba y empiezo a hojearlo. Veo que está genial: primera edición de La ciudad automática, crónica de sus viajes por Estados Unidos. Le pregunto cuánto me cobra por el libro y me contesta todo serio, como si aquello fuese el Tesoro del Santo Grial: "Diez euros". Me sonrío y le digo: "¡Pero si acaba de comprar los dos por cuatro euros...!". Con una sonrisilla mezquina, de pícaro tramposo pillado in fraganti, responde: "¡Y qué! ¡Eso no tiene nada que ver!".
Por supuesto, ahí se ha quedado con su Camba. Como me ha picado un poco la curiosidad y me apetece leerlo, lo buscaré en la biblioteca la próxima vez que vaya.
Libros, libros, libros
17 comments:
Cada vez estoy más harto de las manifestaciones que invaden por doquier nuestra ciudad.
Echo mucho de menos los paseos por el Rastro domingos como este, con solecito, de la mano de mi padre; siempre pensé que perderse allí sería un problema.
El libro de Camba, en efecto, tiene buena pinta.
Lo de las pierna colgantes es para quedarse loco.
Pues te perdistes un conciertazo chulisimo de Los Planetas. Un poquito de vitalidaad!!!
Eso es disfrutar de un paseo.
Saludos
Buenas a los tres. Es un gusto veros por aquí...
Un abrazo.
Gracias por el paseo, a veces las letras nos acercan más que los vehículos, quizá sea csa de la spiernas colgantes...
Saludos.
Yo también recuerdo los paseos por el Rastro con mi padre cuando vivía en Madrid, y cómo me compró una vez a mi y a mi hermana un tirachinas (que el del puesto tenía escondido porque se supone que era ilegal venderlo) para usarlo en el pueblo en vacaciones....
Me han gustado las fotos, y coincido contigo, lo mío no es regatear, cuando fui a Egipto acabé harta, regateaba a desgana y sabiendo que hiciese lo que hiciese ellos salían ganando...
De nada, Isa. Un placer.
Descon, si te fijas en la tercera foto, la muñeca, más que dormida, está muerta. Da un poco de repelús...
Fantástico paseo.
Lo cierto es que pasear por el Rastro siempre produce cierta perplejidad.
La foto de las piernas es una pasada. También la de la "señora de posguerra".
Respecto al regateo, siempre tengo la impresión de que los precios en estos sitios cambian según lo ansioso que te ven.
Un saludo.
Muy buen crónica, Conde-Duque.
Me ha parecido que me llevabas del brazo. Y más vale que fuera así, ese agobio de gentes nos resulta algo incómdo a los provincianos.
Pero lo mejor es que me da la sensación de que nos has hecho sentir el mismo desprecio por el bibliusurero y el mismo desasosiego ante la posibilidad del regateo.
Un abrazo.
Maravilloso texto: es una delicia pasear contigo, querido Conde-Duque.
(Comparto contigo, por cierto, el castigo de los dioses: el insomnio después de una larga noche anterior).
Saludos.
Uno de los mejores Conde-Duques es el que nos enseña Madrid, sus calles y sus personajes.
Lo de las piernas es muy buñueliano.
Un saludo. Sigue paseando, y escribiendo así.
¡Genial tu crónica del rastro! Supera a las de Trapiello. Veo que en Madrid sigue siendo una buena costumbre dar una vuelta los domingos por el rastro; aquí, en Zaragoza, no merece la pena: en la lejana adolescencia pasé unas cuantas veces, y daba grima; ahora ya no sé ni dónde lo han colocado los políticos municipales. En cuanto al libro de Camba, búscalo, que es muy bueno, en la línea del mejor periodismo "literario" del siglo XX. Salió en una edición no venal de la colección Austral, que regalaban con no sé qué, y que encontré (por dos veces) en la única librería de lance que queda por aquí. Disfrútalo. Un saludo
Hola
Buen paseo sin duda, cuando alguna vez he estado en tu pueblo en Domingo, rara vez, siempre me he acercado al Rastro, me gustan esos mercados en donde hay miles de cosas y donde es un placer a veces malgastar un poco de dinero, bueno poco que si es malgasto mejor que sea poco ;-)
Cuando viajo también intento enredar por sitios así, si me coincide el día, son curiosos y sorprendentes
Saludos
Muchas gracias a todos. Me alegro de que os haya gustado. La verdad es que me lo pasé muy bien las dos veces: primero paseando y haciendo las fotos, y después también contándolo aquí.
Un saludo.
Me ha encantado tu relato...la próxima vez tienes que tomarte el aperitivillo.
No sé por qué, pero recuerdo de mi primera visita al Rastro, cuando era pequeño, allá por los últimos 60, que pensaba que al final de la Ribera de Curtidores estaba el mar. Lo que tiene el Rastro es que sus esquinas y trozos de acera nos dejan recordar cuándo vimos esto y eso y aquello, y a veces con quién. Flash-backs. Tu apunte es bueno, pero me parece que hoy el Rastro es Trapiello. Otra cosa: ¿es ético, está permitido intervenir en situaciones como las que relatas, y hacerle una contraoferta a esa señora que ofrece los libros de su bolsa, mientras el librero-rastrero se lo está pensando? Eso sería dar rienda suelta al capitalismo mejor entendido (aunque quizá nos ganásemos una patada).
Hola, Mr Quaker. Pues ético es, incluso moralísimo, porque la señora tenía pinta de necesitar el dinero más que el librero... Pero en este caso no hubiera podido hacerle contraoferta aunque hubiese querido, porque el tío se cuidaba muy mucho de enseñar las cubiertas de los libros mientras los rapiñaba: hurgaba y miraba los libros dentro de la bolsa de plástico, como si fuese mercancía de contrabando...
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