

Vuelvo a abrir los ojos y miro por la ventana. Sigue lloviendo a cántaros. Tiene pinta de hacer mucho frío afuera. Me noto el cuerpo muy caliente y me recorren los escalofríos. Intento cerrar la mano en un puño pero no lo consigo. No tengo fuerza. Me cubro la cabeza con las sábanas, como si fuese un turbante o una mortaja, y continúo durmiendo.
"Lo sé, pero es tan suave la luz que dora todo esto, tan sin sentido el aire tranquilo que me rodea, que no tengo una razón ni siquiera visual para abdicar de mi aldea postiza, de mi pueblo provinciano donde el comercio es un sosiego.
Lo sé, lo sé... Aunque sea verdad que es la hora del almuerzo, o del descanso, o de la interrupción. Todo discurre bien por la superficie de la vida. Yo mismo duermo, aunque me asome al balcón, como si fuera la amurada de un barco sobre un paisaje nuevo. Yo mismo pienso, como si estuviese en la provincia. Y, súbitamente, otra cosa me surge, me envuelve, me domina: veo, por detrás del mediodía del pueblo, toda la vida en todo lo del pueblo; veo la gran felicidad estúpida del sosiego en la sordidez. Veo, porque veo. Pero no he visto y me despierto. Miro alrededor, sonriendo, y, antes de nada, me sacudo de los codos del traje, desgraciadamente oscuro, todo el polvo de la barandilla del balcón, que nadie ha limpiado, ignorando que tendría un día, aunque sólo fuese un momento, que ser la amurada sin polvo posible de un barco que singla en un turismo infinito."
Los niños del Vaticano tienen pesadillas.
Las primeras páginas de Elegía son un ejemplo perfecto de eficacia, de oficio literario, de saber hacer. Nos sitúan en una situación muy concreta, el entierro de un hombre, y nos acercan en pocas líneas a su vida a través de sus familiares, compañeros y amigos: lo que opinan sobre él, cómo sienten su pérdida, los recuerdos que evocan, etc. Los dos párrafos con los que Roth cierra el entierro son modélicos, por su certeza, sencillez y naturalidad:
Según Apolodoro, la Esfinge había aprendido el arte de formular enigmas de las Musas. Cuenta Aristófanes el gramático que Edipo mismo la llamó «musa», ya que era propio de las Musas el manejar las palabras con belleza, esto es, a través del canto. La Esfinge cantaba sus enigmas, así lo afirma Pausanias. Sófocles la llama «cruel cantora». No sé quién tiene razón, sólo sé que para mí sí es una musa. La Musa.
Dicen que la de Gizeh se hunde. La mía, no. La mía cada año está más guapa.
El otro día había un manco que tocaba de maravilla la guitarra española, punteando las cuerdas con su garfio. Era impresionante, como un pacodelucía en modesto y sin brazo. Estuve a punto de inmortalizarlo porque sé que a Mabalot le gustan los lisiados, pero me dio nosequé pararme a hacerle una foto.
Cuando te encuentras con un texto tan magnético no te queda más remedio que leerlo una y otra vez. Te quedas como atrapado. No puedes salir de ahí. Es lo que me está pasando también desde hace varias semanas con el primer capítulo de Falling Man, la última novela de Don DeLillo (no pongo el título en castellano porque es una cagada absoluta de la editorial Seix Barral). Son cuatro páginas tan espectaculares que casi no puedo seguir avanzando en la novela, y tengo que volver otra vez al principio. Lo habré leído veinte veces y no me canso. Es más. Sigo enganchado. Os pongo unos párrafos (todos conocemos la escena: el 11-S):
"¡Ah, comprendo! El patrón Vasques es la Vida. La Vida, monótona y necesaria, dirigente y desconocida. Este hombre trivial representa la trivialidad de la Vida. Él lo es todo para mí, por fuera, porque la Vida lo es todo para mí por fuera.
Y, si la oficina de la Calle de los Doradores representa para mí la Vida, este segundo piso mío, donde vivo, en la misma Calle de los Doradores, representa para mí el Arte. Sí, el Arte, que vive en la misma calle que la Vida, aunque en un sitio diferente, el Arte que alivia de la Vida sin aliviar de vivir, que es tan monótono como la misma Vida, pero sólo en un sitio diferente. Sí, esta Calle de los Doradores comprende para mí todo el sentido de las cosas, la solución de todos los enigmas, salvo el de que existan los enigmas, que es lo que no puede tener solución."
(Fernando Pessoa, Libro del desasosiego)